Por Jan Jarab, representante de ONU Derechos Humanos en América del Sur, y Roberto Valent, coordinador Residente del Sistema ONU en Argentina.
Se acerca el 10 de diciembre, un nuevo Día de los Derechos Humanos. Un día para reflexionar sobre todo lo que hemos avanzado tras la adopción de la Declaración Universal, pero también sobre lo mucho que nos queda por andar.
El segundo de los 30 artículos que componen la Declaración, adoptada en 1948, no admite dudas: los derechos humanos corresponden a todas las personas. Pero este año, la pandemia por Covid 19 puso de relieve que la desigualdad y la discriminación persisten como grandes problemas estructurales en la sociedad.
En América Latina, la desigualdad, la discriminación y el racismo han agravado la crisis. Los grupos marginalizados -las comunidades indígenas y migrantes, las personas que viven en barrios vulnerables o en situación de calle – se vuelven muchas veces objetivo de más discriminación, e incluso agresiones. Las personas privadas de libertad, que previo a la pandemia ya vivían en condiciones degradantes, quedan más expuestas frente al virus.
En este escenario, se siguen reproduciendo numerosos estereotipos y estigmatizaciones precisamente contra estos grupos de la población, los de mayor vulnerabilidad. Pero, como en un círculo vicioso, la discriminación y los prejuicios también perjudican las estrategias contra el virus: tal como las precondiciones médicas que hacen más frágil la salud de las personas, la discriminación vuelve más vulnerable a toda la sociedad, pues estamos tan interconectados que si una sola persona está en peligro, las demás también lo estamos.
La Covid 19 irrumpió para recordarnos nuestra responsabilidad -individual y colectiva- de mirarnos como iguales en dignidad y derechos. Y es cierto, en más de 70 años no hemos avanzado lo suficiente para erradicar la desigualad y la discriminación, pero eso no significa que no podamos hacerlo. Pues como señaló al respecto la Alta Comisionada para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, “sencillamente no es aceptable volver al estilo de vida que practicábamos antes de la crisis”.
En otras palabras, la tragedia humana que se precipitó por causa de la pandemia nos presenta una oportunidad que no podemos desperdiciar: la de construir el mundo que queremos y hacerlo un mejor lugar para vivir, en que el empoderamiento y el reconocimiento de todas las personas como sujetos de derechos sean los cimientos de una sociedad más justa, inclusiva y resiliente.
En ese camino, el 10 de diciembre nos ofrece la oportunidad de ratificar la importancia de los derechos humanos en la tarea de reconstruir el mundo que anhelamos, como también de confirmar el rol clave de la solidaridad en esta humanidad compartida. Porque una sociedad en que se respetan los derechos humanos de todas las personas, donde no se deje a nadie atrás, estará más preparada para enfrentar cualquier crisis y para volver a levantarse, fortalecida y mejor.