Deathcafe: hablemos de la muerte
Captura de pantalla de la pagina de Death Cafe.
por Ana Mengotti
MIAMI, Estados Unidos.- Es verano, la pandemia sigue presente y ocho personas de distintos lugares, edades y orígenes se reúnen a las 4 de la tarde por Zoom para charlar sobre la muerte. Se trata de un Deathcafe, una iniciativa con más de diez años de existencia que se ha extendido por el mundo y ha cobrado auge por la COVID-19.
Colleen Harris, una profesora jubilada de 62 años que reside en Boynton Beach (Florida), es la anfitriona de uno de estos “cafés Muerte”, algo que tan solo por su nombre puede asustar o causar rechazo a personas que prefieren no pensar ni hablar de “eso”.
Harris rompe el hielo contando el origen de esta iniciativa creada para “acrecentar la conciencia de la muerte con el fin de sacar el máximo de nuestras vidas finitas”.
Después pregunta a cada uno de los participantes la razón de que estén un sábado por la tarde hablando con desconocidos de un tema de conversación que, aunque nos atañe a todos, no es muy habitual.
Según dice, en la cultura occidental la muerte empezó a dejar de ser algo natural y cercano que sucedía en los hogares cuando en el siglo XVIII aparecen las primeras funerarias y se hace más común dejar de existir en un hospital.
Una “franquicia social”
Esta “franquicia social”, como se definen los Deathcafes en su web, ha amparado desde 2011 más de 11.200 reuniones en 73 países, España y muchos latinoamericanos entre ellos.
“La muerte es ‘algo’, no hay otro tema como éste”, proclama Harris a unos tertulianos todavía tímidos y hasta nerviosos que dicen haber llegado a esta cita “sin agenda” por curiosidad, para vencer el miedo a morir, por la reciente pérdida de un familiar o porque están interesados en los asuntos existenciales.
“La mortalidad del ser humano realmente ensalza la experiencia de la vida”, dice Harris, quien cuenta a Efe después del café que en Nueva York fue voluntaria en centros de enfermos terminales.
También formó parte de una organización internacional de “doulas” que en lugar de ayudar a embarazadas a traer sus hijos al mundo, como es lo tradicional, asisten a los que van a morir.
Un Deathcafe como el que dirige Harris es el lugar ideal para sentirse “cómodo” hablando de la muerte.
Woody Allen y COVID-19
Un septuagenario que se identifica como Ken, judío, ateo y con “una activa social” antes de la COVID-19 se relaja tanto que cuenta un chiste sobre difuntos y de repente el “Deathcafe” cobra un aire de película de Woody Allen.
Varios participantes, la mayoría mayores de 70 años, reconocen que tienen miedo a la muerte y están asustados porque la COVID-19 se ha llevado a algunos de sus familiares y amigos.
Una mujer que trabaja en un centro de terapia para enfermos de Parkinson dice que no le da miedo morirse sino contagiar el virus a las personas a las que atiende.
Los participantes en el Deathcafe de Colleen Harris en su gran mayoría no se conocen entre sí, pero hablan como si fueran amigos. La certeza de que la muerte forma parte de nuestra existencia nos une.
Una mujer mayor que llega tarde a la reunión y lo hace conectada a un tanque portátil de oxígeno da la buena nueva de que su médico le ha dicho que no vuelva por la consulta hasta dentro de un año y recibe felicitaciones de parte de los virtualmente presentes.
Espíritus del más allá y musicales de Broadway
El único participante del otro lado de Estados Unidos, un californiano de 70 años con una larga melena canosa, se declara “atemorizado” por la COVID-19 y por llegar a morir con dolor.
“Jim” le da un toque espiritual y sobrenatural a la conversación. Habla de cómo los seres que ya están del otro lado se comunican con los de aquí, de los “espíritus”, y también de la necesidad de evitar el sufrimiento de los moribundos.
Una mujer de Carolina del Sur a la que le gusta vivir en Florida para poder pasear por la playa en febrero afirma que ha habido “muchas muertes” en su vida y esáa preocupada por su cuñado, que tuvo COVID-19 y ha sido trasladado a una residencia de ancianos.
Pero cuando realmente se emociona es cuando cuenta que toda su vida ha sido una fanática de los musicales de Broadway y por eso quiere que sus cenizas las depositen en ese barrio neoyorquino. No especifica dónde.
“Cuando me enteré de que estas navidades no habrá ‘rockettes’ (las bailarinas del Radio City), pensé mi vida se ha terminado”, dice con humor negro en esta charla sobre la muerte.
Ni tétrico ni morboso
Una septuagenaria a la que se nota habituada a estas reuniones cuenta a los “novatos” que cuando asistió a su primer Deathcafe temía que fuera algo tétrico o “morboso”, pero ahora sabe que es una experiencia “cálida”, a lo que Harris responde que lo que se busca es llegar a tener una “relación amistosa con la muerte”.
Hay que pensar que “la peor cosa que te puede pasar en la vida no es la muerte”, “lo peor es morir antes de la muerte”, señala.
Un hombre de Florida afirma que le gusta hablar de la muerte porque cada vez que saca el tema a sus hijos de lo que quiere que hagan cuando ya no esté en este mundo le dicen: “Papa, no hablemos de eso ahora”.
Los Deathcafe actuales fueron creados por los británicos Jon Underwood, ya fallecido, y Sue Barsky Reid en base a las ideas del sociólogo y antropólogo suizo Bernard Crettaz, autor de “Cafés mortales: Acabar con el silencio de la muerte”, quien en 2004 organizó el primero en Neuchâtel (Suiza).
EFE.
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