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Opinión 4 de octubre de 2016

De qué nos reímos

La comedia es un género menospreciado en el cine argentino, se la considera una forma simple de entretenimiento. La opinión del crítico Mex Faliero, organizador del Festival Internacional de Cine de comedia Funcinema.

por Agustín Marangoni

Hace un mes, la red social facebook tomó la decisión de reemplazar por un algoritmo al equipo de seres humanos que se encargaba de editar contenidos en la lista de tendencias. El trabajo parece más bien fácil, hay que determinar cuáles son las noticias más importantes de la jornada, en base a lo que los usuarios comparten, y seguir su desarrollo minuto a minuto. En su primer día de trabajo, el algoritmo pifió tres veces: no supo diferenciar entre noticias reales y noticias inventadas por el insuperable humor colectivo. Es lógico, el humor es un proceso que sucede en la doble lectura. El humor no es literal ni lineal, es un terreno amplio que se extiende en los espacios en blanco. Frente a una situación cualquiera, el humor redefine el sentido de lo que se está diciendo. Es una actividad humana, demasiado humana. Hasta se podría interpretar como uno de los grandes refugios de la inteligencia no artificial, junto con el arte.

Aún así, el humor no parece estar lo suficientemente valorado. Especialmente en el cine. Los números de la taquilla en Argentina muestran una superioridad notable del drama por sobre la comedia. En otras palabras: las películas para llorar no sólo son más exitosas que las películas para reír, sino que además están consideradas como mejor cine. El cine serio. El cine que vale la pena. Por fortuna están los que salen en defensa de la complejidad de humor, como el crítico Mex Faliero, uno de los organizadores del Festival Internacional de Comedia Funcinema. La semana anterior se realizó la tercera edición en el Museo MAR y fue un éxito. En la selección de material que hizo el equipo –todos especialistas y con gran conocimiento sobre cómo debe pensarse un festival de cine– se pudieron ver cortos y largos de distintos estilos. Desde la oscuridad hasta la iluminación. Producciones ácidas, románticas, lisérgicas, absurdas, políticas, pero todas con una consigna en común: construir una crítica al funcionamiento establecido de la sociedad. Tarea central para el humor.

Mex explica que sin apostar a una programación efectista lograron que la concurrencia al Funcinema aumentara en relación al año pasado. El próximo paso será, tal vez, sumar alguna sala y hasta generar una movida con un circuito de bares con actividades paralelas que involucren al humor, pero sin atentar contra la idea de crecimiento pausado y progresivo que se propusieron. “Buscamos que la programación sea el punto de interés. Estamos viendo el universo de las webseries, que está aportando muchísimo al humor, y tal vez sumemos algo por ese lado. ¿Una competencia de largometrajes? Puede ser. Lo importante es estar activo”, dice.

En relación a la comedia argentina, tema siempre polémico por su construcción discursiva y su desarrollo como industria cultural, el análisis de Mex entrelaza diversos factores, pero en el centro ubica la tendencia al personalismo. Las últimas comedias que superaron el millón de espectadores en los cines del país son todas argentinas y están protagonizadas por figuras como Guillermo Francella o Adrián Suar, ambas fuertemente vinculadas al público masivo. “Es algo que tenemos naturalizado tanto en el arte, como en el deporte o la política”, dice.

En términos generales, asegura que es un género relativizado y menospreciado porque se cree que hacer reír es fácil, consecuencia directa de la tradición del humor televisivo, donde salvo mínimas excepciones –Cha-cha-cha, Todo por dos pesos– la calidad deja mucho que desear. “Entonces la comedia es algo donde un tipo hace payasadas más o menos encuadrado y sin mayor sentido conceptual. El contador de chistes sigue siendo estrella en la televisión autóctona. Uno también a veces cae en la sobrevaloración del llanto y destaca aquella película en la que lloró mucho, tal vez porque lo que en el fondo se exhibe es nuestra sensibilidad. Si padecemos con esa familia que sufre una muerte, seguramente comprobemos nuestro costado humano. Si nos reímos con alguna guachada, posiblemente demostremos ser unos insensibles hijos de puta. Y nadie quiere ser eso, mejor seamos humanos”.

– ¿Por qué es tan complejo hacer una buena comedia?

– Tal vez lo más complejo sea hacer una comedia masiva o que funcionen en diversos públicos. Porque comedias que funcionan en su gueto hay a montones y todas son efectivas. Hay un público que se ríe con Scary movie y otro que se ríe con Los secretos de Harry. Y, tal vez, alguno que se ría con las dos. Hasta gente que cree que Los bañeros más locos del mundo tiene algún valor nostálgico. El tema fundamental acá es que hay tantos sentidos del humor como seres humanos hay sobre el planeta. Hacer una comedia y que la mayoría la disfrute es una fórmula que pocos conocen.

– La narración suele ser un obstáculo también…

– Es cierto que es difícil encontrar una comedia que no tenga un bache narrativo o momentos de dispersión. Seguramente a la comedia le exijamos más, nos tiene que hacer reír constantemente y no es tarea sencilla mantener el ritmo creativo en un nivel alto durante noventa minutos o más. Ahí tal vez resida una clave: un drama puede convencernos en su resolución, una comedia no puede ser efectiva sólo en el remate, tiene que serlo del comienzo hasta el fin.

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– ¿Quiénes en Argentina trabajan con altura el género?

– La comedia cinematográfica argentina atraviesa una crisis que se remonta a los tiempos de Porcel y Olmedo. No es fácil encontrar comedias interesantes, ya que referentes actuales como Suar o Francella, que son los masivos, han venido a renovar aquellos discursos machistas y conservadores, revestidos eso sí de una mayor pericia técnica. Incluso es complicado encontrar realizadores que hagan una carrera en la comedia. Tipos como Juan José Campanella o Juan Taratuto tienen buen oído para capturar una forma de hablar y hacerla humorística, pero tal vez sus universos cinematográficos no sean del todo interesantes.

– ¿Y en el mercado independiente?

– En sectores independientes hay estupendos referentes como Martín Rejtman, pero es un director más reservado para un público que conecta con sus códigos particulares. De todos modos hay un grupo de intérpretes que vienen trabajando la comedia con mayor dignidad, y pasa un poco como en la comedia norteamericana contemporánea donde el sentido de grupo es fundamental y los vemos trabajando en sus películas, retroalimentándose. Martín Piroyansky es tal vez el más interesante, su película Voley es magistral. Iair Said y Alan Sabbagh, también Natalia Oreiro es una comediante genial, y en la dirección un tipo como Ariel Winograd viene haciendo un camino en el género casi en solitario. También habría que mencionar las webseries de la Universidad de Tres de Febrero como Tiempo libre o Eléctrica. Ahí tenés un espacio que trabaja la comedia con seriedad y muchísima calidad. Después tenés gente como Griselda Siciliani o Carla Peterson que son comediantes notables, pero precisan de la televisión para instalarse en un imaginario masivo, y sabemos que la televisión, como se la entiende por estas tierras, embrutece y empobrece.

– ¿Se puede pensar una industria de comedia en base a la idiosincrasia de un país?

– Totalmente. De hecho la comedia cinematográfica argentina no puede dejar de repetir ciertos códigos del costumbrismo y el grotesco. La forma en que impacta en el público Esperando la carroza, con líneas de diálogo que se han convertido en frases populares, demuestra que esa forma de humor exacerbada, hiperbólica, funciona mucho en el país, donde hay una fuerte tradición de la comedia italiana y española, y donde el público tiene, tal vez, una tradición cómica más asentada en el teatro o la televisión que en el cine.

El ejemplo de cómo se comporta el público en el Funcinema sirve para ilustrar. Según Mex, es visible la efectividad de los cortos españoles, tal vez porque hay una relación directa entre maneras de reírse, que muchas veces tienen que ver con el patetismo y con una mirada introspectiva virulenta que se traduce a través del habla. “Incluso en el cine que se exporta se busca subrayar esos rasgos típicos que tienen que ver con los códigos socio-culturales de ese país y con lo que afuera se imagina tiene que ser esa idiosincrasia. En los festivales pasa, y mucho”, dice.

– ¿Qué humor es el más tolerado, el más popular, en Argentina?

– Pienso en las comedias de Suar como el paradigma de la comedia exitosa, aunque también es cierto que el argentino es muy personalista. Si en Me casé con un boludo no hubiera estado Suar no habría llevado dos millones de espectadores. De todos modos, creo que ahí residen algunos de los temas que son afines: los códigos de amigos, los dilemas de pareja, cierta referencia al “cómo somos los argentinos”, un poco machistas y algo conservadoras temática y formalmente. Y si hay un mensaje al final, mucho mejor.

– ¿Qué lugar ocupa el humor norteamericano?

– Entre la comedia norteamericana actual, a la que le cuesta mucho ser masiva en Argentina, los que más suerte han tenido en la taquilla son tipos como Adam Sandler y Ben Stiller, que poseen universos más amables y cercanos. Alguien como Will Ferrel, por ejemplo, que maneja el desacople entre la forma y el discurso como nadie, que se aleja del mensajismo y apuesta por la comedia pura y dura, tiene mucha menos suerte y es hasta un comediante de culto. Un caso raro es el de Seth Rogen, que trabaja los temas tradicionales, pero tiene una apuesta por el descontrol y por borrar límites sexuales, y eso puede incomodar a un gran público. El por qué a todo esto tiene que ver, a lo mejor, con una falta de conciencia entre el público sobre lo que significa la comedia y cuál es su poder constitutivo. Se la piensa como una sucesión de chistes inofensivos.

El valor de la risa también es un punto controversial. Hay quienes aseguran que la risa, como impulso corporal, está sobrevalorada. Y algo de razón tienen: también existe la risa mental, que se activa con un comentario inteligente, por ejemplo, y no necesariamente tiene que estallar en una carcajada. Para Mex, la risa no es un elemento fundamental, aunque sí reconoce que es un buen termómetro para medir la efectividad de una comedia. “Una película de humor no funciona igual con diez personas en la sala que con quinientas. Hay algo festivo en el acto de reírse en masa que hace más feliz el momento. Para comprobar que una comedia funciona, el consejo es verla solo en el living de casa. Si nos reímos mucho, incluso a carcajadas, ahí tenemos la respuesta”, dice.

El punto central, el alma, la vida de una buena comedia está en el timing. En esa palabra, Mex condensa el gran secreto del humor. Todo se define en el timing, asegura. El timing con que se dice una frase. El timing con que un cuerpo impacta contra los objetos que lo rodean. El timing del montaje y el encuadre que registra el momento gracioso sin connotarlo. “Incluso el timing es más importante que lo discursivo. Porque en esa velocidad y pertinencia nos reímos inmediatamente sin ponernos a pensar de qué nos estamos riendo; eso viene luego y ahí operan nuestra moral y nuestra ética, un poco enemigos de la comedia. Por eso también que nos reímos mucho en películas que son horribles. No hay contradicción en eso, si un chiste está bien ejecutado nos reímos, es un acto reflejo”, explica.

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-¿Qué grado de compromiso político tiene que tener la comedia?

– Muchísimo. El público entiende el compromiso político como una bajada de línea explícita, pero no tiene que ver con eso, el compromiso en la comedia está dado en el momento que elige el objeto de su burla. La comedia tiene que ponerse del lado del desprotegido, del débil, del que tiene las de perder, y no estoy hablando de El gran dictador donde el discurso es directo. Digo el pequeño y pobre Chaplin peleándose contra el gordo barbudo adinerado; digo Will Ferrel en El reportero reproduciendo el discurso machista y dejando en claro su componente ridículo; digo Buster Keaton subvirtiendo las leyes de la gravedad; digo Tati o Jerry Lewis agarrando el dispositivo narrativo y subvirtiéndolo con la gracia del dibujo animado; digo Woody Allen burlándose de la intelectualidad desde la intelectualidad. Están los comediantes que saben fabricar chistes y los que le agregan a eso una herramienta discursiva que transgrede formas y temas. Esos son los que quedan en la historia. Es un movimiento mucho más sutil que el de reírse de un zurdo o de un gorila.

– ¿Cómo ves el rol de la crítica en relación a la comedia?

La comedia es un género que precisa reactualizarse constantemente. El estancamiento es el peor pecado de la comedia y del comediante, estancamiento que muchas veces se da porque el público pide lo mismo siempre y porque el comediante es un poco perezoso. En ese sentido, la crítica tiene un poder absoluto. Como decía Anton Ego en Ratatouille, hay que acompañar lo nuevo, hacerlo visible. Y sinceramente no veo en la crítica argentina, que es al menos la que consumo, la capacidad para actualizarse a los discursos y el ritmo que la comedia requiere. Mayormente llegan tarde a los referentes que están haciendo cosas novedosas. En el fondo sigue habiendo, aún en gente formada, relativización y menosprecio. Raramente vas a ver que a una comedia le pongan más de un 7, que es como la calificación con la que te dicen “sí, es graciosa, pero es una comedia tampoco es tan importante”.

– ¿A vos, como crítico, qué humor te interesa?

No tengo tanto un estilo de humor que prefiera, me interesa más la efectividad dentro de un tipo de registro. Si alguien propone absurdo, que sea logrado; si es sátira, que también lo sea. Sí posiblemente me aburre el costumbrismo, esa cosa de mostrar gente bonachona del barrio porque sí, y también me da un poco de bostezo la sobrevaloración del humor blanco y el miedo al lenguaje procaz. El grotesco en el cine no me gusta para nada, hay que tener mucho pulso para no atravesar límites necesarios, y entiendo que es un género que funciona mucho mejor en el teatro, donde la proyección de la voz y lo corporal se corresponde con el marco. Pero en el caso de preferir un tipo de humor, me gusta el que descoloca e incomoda temática o formalmente, aún cuando se trabaja sobre terrenos reconocibles para un gran público como puede ser una comedia romántica. Y sí, lo reconozco, aprecio mucho la velocidad de la sit-com cuando es precisa y efectiva.

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Para los que buscan buenas comedias, Mex propone un recorrido de clásicos y novedades con nombre y apellido, prefiere no hablar de títulos puntuales, sino de la obra en su conjunto. “Convengamos que Buster Keaton le dio el movimiento y Groucho Marx la palabra. Todos reescribieron más o menos sobre esa base. Y como dijo Fernando Trueba: yo no creo en Dios, creo en Billy Wilder”, señala.

En síntesis, hay que mirar todo lo que se pueda de: Howard Hawks, Ernst Lubitsch, Billy Wilder, Jerry Lewis, Jacques Tati, Frank Tashlin, Chuck Jones, Luis García Berlanga, Mario Monicelli, Dino Risi, Mel Brooks, Woody Allen, los Monty Python, el trío ZAZ, Steve Martin en los setenta y los ochenta, Adam Sandler, Will Ferrell, Ricky Gervais, Nicholas Stoller, Aardman y Pixar.

“Ahí tenemos más o menos un mapa de la felicidad humana”, asegura.



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