De Graciela Maturo, apareció “El surrealismo en la poesía argentina”
por Sebastián Jorgi
Esta segunda edición ampliada de Graciela Maturo ofrece un panorama abarcador de la poesía surrealista en la Argentina, con una información precisa de los antecedentes del movimiento en Francia y en el mundo, con el nombre insoslayable: André Breton. Pero la autora se sale de clichés y simplificaciones para mencionar a Guillaume Apollinaire que “con sus amigos Mac Jacob y Alfred Jarry encarnaron en la atmósfera artística de comienzos del siglo XX cierta ebriedad vital y una nueva concepción del arte, al mismo tiempo que la burla permanente ante lo convencional y académico”.
El movimiento enmarca la publicación de revistas como Dada, Littérature, La revolution surrealiste y Minotaure -Graciela Maturo respeta los títulos originales-. Y en estos antecedentes aparece la banda: Crevel, Eluard, Desnos, Aragon, Artaud, el propio Breton, Péret. No menos importante es la ligazón que tiene el surrealismo con el cine: la cinta Entreacto de René Clair.
Con lo que quiero significar que Graciela Maturo no escatima datos, personas y personajes, posturas y variantes, en torno al meollo de las vanguardias.
Y todo va a desembocar en los nuestros, en ese entretejido dispar donde América (Poe y Whitman como boomerangs, también la revolté hispanoamericana, esa vanguardia que la autora –“valga la paradoja, Huidobro, Lugones, Quiroga, pueden figurar dentro de esa revolté poética americana”. Y de aquí en más, la ensayista se desdobla y se convierte en testigo presencial, como poeta que ha acompañado de cerca los movimientos del 40 y del 50, invencionismo, Poesía Buenos Aires. Y a los nombres de Arden Quin, Gyula Kósice, Juan Jacobo Bajarlía (Arte Concreto Invención) se suman Edgar Bayley, Enrique Molina, Raúl Gustavo Aguirre, Francisco Madariaga, Olga Orozco, Juan Antonio Vasco.
Nombres desconocidos para la masa de poetas jóvenes, aún algunos de la generación post intermedia, que no indagan en la gran tradición de la poesía argentina, quizá, no sé, se ha cortado todo por la insoslayable Alejandra Pizarnik. No se habla de la polémica Reverdy-Huidobro, de las revistas Arturo o Contemporánea, o de la revista Macedonio (más cercana) que hacían Alberto Vanasco y Juan Carlos Martini (Real). Por ahí, con cierta emoción, Graciela menciona a Eduardo Azcuy -su esposo-, que aparece en una foto con Alejandra Pizarnik en Necochea, 1967. Hace poco tiempo he encontrado una carta de Graciela de 1981 y otra de Azcuy en actitudes generosas con la obra primeriza de un narrador.
Quiero decir: esta obra de G.M. está escrita desde adentro, más allá de su prisma ensayístico, está su pertenencia a estos grupos, nombres que he tenido la fortuna de tratar, Bayley, Cesselli, Bajarlía, Vanasco, Miguel Angel Bustos, Mario Trejo, Joaquín Giannuzzi. Y la lista continúa.
Si usted estimada poeta, querido lector, quiere saber lo que realmente pasó en la historia de nuestra poesía, en nuestro surrealismo, tiene la obligada oportunidad de leer El surrealismo en la poesía argentina de Graciela Maturo, excelente edición de Prometeo Libros.
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