Cuento: Tradiciones
Comenzamos con aquello que tanto habíamos practicado...
Por Matías Pardini
Subirse al escenario era una tradición familiar. Por supuesto que fue cambiando con el paso de los años, pero la esencia permanecía intacta. Y ahora nos tocaba, del mismo modo que a mi papá le tocó con su abuelo, igual que a mi abuelo le tocó con el suyo.Lo practicamos durante semanas. Juntos, por separado, con alguna palabra faltante, con errores de ritmo, con miedo. Era nuestro turno.
La reunión se realizó un domingo. Se hicieron las respectivas bienvenidas, se llenó cada uno de los asientos, se comió y bebió como si fuera la más esperada de las fiestas. El viejo agarró el micrófono y habló un rato sobre los temas esperados: la importancia de la familia, la unión de la sangre, el respeto por nuestros hermanos. Había repetido casi el mismo discurso durante años, y cada persona en ese saloncito lo escuchaba embelesada, sin parpadear. Era un muy buen orador, mi abuelo. Pero yo no lo miraba: sentado en el fondo, intentando mimetizarme entre las mesas, a mí me temblaban las piernas.
Entonces llegó el momento. Me subí a la tarima en la que él ya estaba parado, en el medio del lugar, y nos quedamos callados por un momento. Ochenta ojos nos seguían, atentos a cada respiración, a cada movimiento involuntario. Mi abuelo me puso una mano en el hombro, diciendo que todo iba a salir bien, al tiempo que mi abuela nos traía los micrófonos. A mí me dio un abrazo bastante frío. A mi abuelo le acarició la cara.
Comenzamos entonces con aquello que tanto habíamos practicado. Palabra, respiración, movimiento de manos, mirada al público, mirada entre nosotros, corte en la palma derecha del otro, dibujos pertinentes en el suelo, cuchillo en el medio del pecho, empujar para abajo, con fuerza, hasta que la hoja alcance la ingle.
Que los contenidos de mi abuelo cayeran en el piso era lo esperado, pero el viejo era duro. Se quedó parado sus buenos diez segundos antes de caer. Después, cada miembro de la familia vino a llevarse su souvenir: alguna pieza del caído, la bendición del que quedaba en pie. Mi abuela lloraba en silencio. En mi familia, los traspasos de mando nunca son fáciles.