Crónicas marplatenses: Peatonal
Un retrato de la peatonal San Martín. Su historia, su presente, sus personajes, sus locales, sus diferencias con la calle Güemes, su abandono y su lucha por sobrevivir.
Por Ana Luz Arrieta
Existe un pedido constante. Existe la mochila delante del pecho. Existe el “No, gracias” cinco veces en la misma cuadra. Existe el horario de corrido en los locales. Existen amputaciones en tres personas con su lata de monedas. Existen voces que gritan “Cambio, cambio”. Existen colchones en los recovecos. Existe el consejo de un vendedor ambulante a otro “No se viene empastado a trabajar”. Existe una garita policial vacía. Existe el humo de distintos cigarrillos. Existe el comentario de un vendedor a un no cliente “Gracias por no discriminarme”. Existen hombres que persiguen con su mirada a mujeres. Existen galerías. Existen luminarias esféricas. Existe un Sacoa.
La peatonal San Martín en la ciudad de Mar del Plata abarca siete cuadras. Comienza frente a la playa popular y culmina frente a la Catedral. Durante esas cuadras, el ofrecimiento gastronómico y comercial, que puede ir desde venta de ropa hasta electrónica, permite que sean transcurridas a paso lento.
Se inauguró en 1979 con dos ideas opuestas. Aquellos que creían la necesidad imperiosa de atraer turistas y los que creían en el invierno desértico sin ventas. Ambas ideas hoy se cumplen. Si bien no es desértica la palabra, sí baja la cantidad de transeúntes, más llegando a la noche porque aquella garita policial vacía, ubicada en una torre que parece más un baño químico que un espacio de seguridad, los decks de madera dañados, las luminarias rotas, pero más allá de lo edilicio, están las personas que la habitan a diario. Pareciera que la peatonal representa una alfombra en donde no se puede ocultar lo que está debajo: a los perjudicados, dañados, rotos, e invisibles para la ciudad que los entiende como parte del paisaje. A cada paso se levanta el polvillo, se mira una vidriera; otro paso, se levantan partículas y se compra una prenda; otro paso y otro, hasta terminar frente a la Catedral, y en ese desfile de consumo, la alfombra sigue cubriendo.
En verano figuras del teatro caminan por la peatonal. Con brillos, plumas y vestidos exuberantes presentan al turista su tarjeta con descuento para el show. En otras calles están los artistas independientes, magos específicamente que logran armar una ronda de gente. Son quince minutos en donde tienen la atención completa de los turistas. No puede haber error, siempre la risa y al finalizar su número la gorra pasa.
La peatonal no consiguió sostenerse en el tiempo. El asesinato de un adolescente. El abandono estructural. La pobreza en primera plana. El municipio pide licitaciones pero nadie responde. Mientras la imagen es esta: despoblada y gris. En aquellas dos ideas opuestas de sus inicios, no se tuvo en cuenta una tercera: la competencia. Por ejemplo, la calle Martín Miguel de Güemes se convirtió por fuerza social en una peatonal. Las primeras marcas con vidrieras gigantes, sus calles sin baches, los bancos coloridos en algunas esquinas, las cafeterías y hoteles con un alto nivel de consumo y allí están los que antes caminaban por estas calles.
En esta tercera idea, la peatonal queda desdibujada en lo estético. Güemes representa el piso parqué, no pareciera que oculta nada debajo, todo es visible, los zapatos que la recorren brillan. Mientras la peatonal San Martín es un territorio para la supervivencia de los que están bajo la alfombra. Salen de la oscuridad, del polvo y buscan. Es un territorio de búsqueda.