Conversaciones sobre la luz
La fotógrafa Gaby Messina desarrolla la muestra Maestros. El Bosque y el árbol, en el Museo MAR. Más de 100 retratos de artistas visuales argentinos que muestran ese borde invisible entre la genialidad y la rutina.
por Agustín Marangoni
La obra es la obra. Lo que se ve, lo que está plasmado. Lo que el artista decidió sacar de su taller al mundo. El acto de mostrar enciende la maquinaria del significado artístico para que el espectador interprete o sienta o ignore una obra. Ahí no hay manipulación posible. Pero hay una pregunta –una pregunta viejita y vigente– que le apunta a la información que uno tiene sobre el artista. Tal vez sirva de algo saber si determinada obra fue creada en determinadas condiciones, si el artista opina tal o cual cosa sobre tal o cual tema, si los materiales utilizados se trabajan a partir de limitaciones técnicas. Y mil etcéteras. Todo eso que está detrás puede, en una de esas, modificar nuestras emociones. La muestra Maestros. El Bosque y el árbol, que la fotógrafa Gaby Messina desarrolla en el Museo MAR, suelta líneas dentro de esa discusión. Las imágenes dejan de lado la obra, se detienen en la gestualidad de sus autores y en las opiniones que tienen sobre el hecho artístico que los legitima como maestros.
Son 112 retratos que forman un mosaico multicolor. Cada fotografía se detiene en la persona y su contexto. Están los talleres, también sus lecturas, sus ventanas, sus medianeras manchadas de humedad. La composición de las imágenes –capturadas bajo una gramática de luz muy cuidada– deja al descubierto la línea invisible entre la genialidad y lo cotidiano. El cuadro de situación es el de una persona que trabaja. Sin magias, sin inspiraciones de carácter épico. Son trabajadores de las perspectivas, de la luz y los colores, del concepto y del contenido, sentados en una silla o de pie en el patio de sus casas. Messina tuvo la idea de acercarse para saber qué pasa en la intimidad: lo que no es arte en sí mismo, sino una circunstancia visual que busca el otro lado de la historia.
Los artistas dejaron que ella hiciera sus fotografías con total libertad. Y ella dejó que los artistas se expresaran sin dirección artística de ningún tipo. Para Messina, un retrato tiene que tener cierta no expresión lineal y directa. Al no tener expresión, el personaje se convierte en un disparador para cualquier tipo de reacciones. “Prefiero dejar abierto el trabajo gestual. Cuando la otra persona tiene una intención marcada, el espectador solamente observa y no participa. De esta manera hay un ida y vuelta. Y hay cierto vínculo de intimidad, una forma de complicidad y frontalidad. Los artistas te están mirando a los ojos. Las fotos no dan lugar para que el espectador se escabulla”, explica la artista.
– ¿Qué es lo primero que tuviste en cuenta para hacer estos retratos?
– Lo que más me atrae cuando llego a un lugar es la luz. Que es un elemento fundamental, junto con la persona que tengo enfrente. Trabajo con luces de colores y, en este caso, una puesta que imita la composición de una pintura. En relación a los elementos, soy de observar todo lo que hay a primera vista. Y si hay confianza con el personaje, a veces hasta nos animamos a revisar el armario en busca de algo más.
Junto con las fotografías, en el centro de la sala, dentro de un cubículo, se proyecta un video donde los artistas hablan sobre distintos temas. Hacen referencia a sí mismos desde sus creaciones y sus inseguridades. Hablan todos, hasta los más esquivos, como el maestro Carlos Alonso, quien en la comodidad de su casa, en Córdoba, se refirió a su trayectoria, su hija desaparecida y el exilio en los años de plomo.
– ¿Cuán importante es, desde tu punto de vista, que un artista hable de su obra?
– No sé si hay acá un motivo racional que busca al artista hablando de su obra. Yo empecé como una fotógrafa. Mientras armaba todas mis herramientas de trabajo sucedieron conversaciones amables y espontáneas que no tuvieron que ver con los procesos creativos ni con sus vidas. Pero después de las fotos se había generado otra cosa. Ahí aparecieron diálogos interesantes que hablan hasta de la existencia de la humanidad. Estos artistas dicen cosas que van mucho más allá de lo que le puede llamar la atención a las personas que están dentro del mundo del arte.
Messina define su muestra como un homenaje. No le asigna un valor enciclopédico o promocional para los artistas argentinos. Prefiere exhibir cada fotografía y cada diálogo como un ida y vuelta entre una artista contemporánea y grandes maestros que comunican su experiencia desde un rincón de su rutina. La idea nació en el Museo de arte moderno de Buenos Aires, después de una charla donde participaron Enio Iommi, Antonio Seguí, Julio Le Parc y Rogelio Polesello. Messina quedó fascinada con la personalidad de Iommi, entonces le propuso fotografiarlo, más bien como excusa para conocerlo personalmente. Arreglaron para la semana siguiente en su casa de Ciudad Jardín. Mientras armaba las luces y el set se desató una charla tan profunda que decidió ir en busca de las grandes figuras del arte argentino mayores de 65 años. De ahí la muestra y el documental y el libro Saber ver, donde Messina compiló las entrevistas completas con cada uno de los personajes que visitó.
A su manera, la fotógrafa abre una conversación sobre la luz. Logra iluminar aquello que casi nunca se ve, en especial para artistas de la edad de estos grandes maestros que se desarrollaron por fuera de la marquesina que hoy ofrece la sobreexposición virtual. Sobre un escritorio, junto con el primer guión del documental, Messina escribe con hilos de colores una frase que expresa sus sensaciones y descubre, sin querer, ese salto generacional. La forma de no morir es dejar un buen recuerdo. Así dice.
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