Sr. Lago , mi agradecimiento por compartir esta imagen que plasma la labor de aquellos hombres de mar. Como Ud. ya sabe , este tipo de fotografías que retratan la cultura del trabajo e impiden que el esfuerzo de los trabajadores pase al olvido , están también entre mis predilectas.
Le dejo un gran saludo.
Atte. Prof. Julián Mendozzi.
UNA CURIOSA HISTORIA : LOS PESCADORES BELGAS DE MAR DEL PLATA.
“…Entre 1950 y 1952 llegaron al puerto de Mar del Plata varios barcos pesqueros procedentes de Bélgica para radicarse, con sus familias, en Argentina. Los acuerdos firmados entre el gobierno y sus propietarios, armadores competentes en la pesca a mar abierto, autorizaron su radicación y la de su tripulación en el país y el cambio de matrícula de sus embarcaciones. Los armadores y los tripulantes de los barcos belgas se instalaron en el puerto de Mar del Plata e iniciaron la explotación de pescado para consumo en fresco. Oriundos de la costa de Flandes y forjados en la idiosincrasia del Mar del Norte, el grupo de pescadores ocupó un lugar vacante en la actividad pesquera marplatense, el de la pesca de altura.
Desde fines del siglo XIX, un sector de la comunidad italiana desarrollaba en la costa atlántica la pesca costera, utilizando embarcaciones y artes asimilables a las del mediterráneo europeo. Las principales especies capturadas, caballa o magrú (Scomber japonicus) y anchoita (Engraulis anchoita), eran absorbidas por la industria conservera local, mientras que una producción menor de pescadilla (Cynoscion stríatus) y merluza {Meriuccius hubbsi) era colocada en los mercados de consumo directo. Algunos viejos vapores, construidos en Europa en el siglo XIX, completaban desde Buenos Aires las necesidades del mercado fresquero.-
Los armadores belgas provenían principalmente de Ostende y Nieuwpoort, ciudades de la costa de Flandes Occidental, cuyos puertos están conectados entre sí y estrechamente vinculados al mercado pesquero europeo. En los buques flamencos no solo se trasladaron los armadores y su tripulación, sino también sus respectivas familias.
Es así como el traslado simultáneo de grupos familiares dedicados a la misma actividad y unidos entre sí por vínculos primarios, puso en funcionamiento, en el nuevo contexto, los lazos solidarios que ya operaban en la comunidad de origen, facilitando la puesta en marcha de una actividad cuyo desarrollo en Argentina no era nuevo, pero sí lento e insatisfactorio.
La experiencia de la flota flamenca en la navegación ultramarina y el equipamiento tecnológico de sus naves posibilitó el descubrimiento de caladeros poblados por especies hasta ese momento sub explotadas y motivó su participación en operaciones oceanógraficas. Además de la posesión de saberes inherentes a la profesión, sus conexiones con el mercado europeo garantizaron a los belgas su inserción en redes empresariales locales y la emergencia del sector de altura como “grupo de status” dentro del ámbito pesquero marplatense.- Esta historia es mayormente desconocida fuera de los límites del puerto local, por lo que vale la pena su difusion.
Los factores que alentaron los flujos migratorios de la segunda posguerra se superponen; al tema de los conflictos políticos originados por las divisiones surgidas en la guerra, inclusive el temor a una nueva guerra, común a toda la corriente europea de este período, se suma, para el caso de los pescadores flamencos, el cambio tecnológico introducido en las prácticas pesqueras del Atlántico Norte.-
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, se exteriorizaron en Bélgica los conflictos latentes antes de su inicio. Durante la ocupación nazi, los alemanes habían constituido un gobierno militar que contó con el apoyo de algunos grupos católicos y del Partido Nacionalsocialista flamenco. El tema del colaboracionismo, inserto en una crisis de política interna, provocó enfrentamíentos no solo entre distintos partidos políticos sino también entre la población católica y los grupos que habían participado en la resistencia, ahondando aún más las diferencias existentes entre flamencos y valones “…Hubieran colaborado o no con los nazis, en ese momento “vlaanderen” (flamenco) era sinónimo de “alemán”. Como consecuencia de la situación política se produjo un descenso de la economía y paros obreros reiterados.-
Por otra parte, la crisis pesquera que afectaba el Atlántico Norte perjudicó especialmente la región de Flandes, cuya economía tenía una base importante en los recursos marítimos. Después de la Guerra, el aumento del número de embarcaciones pesqueras de países europeos, que ante el agotamiento de sus propios caladeros se desplazaron hacia el norte y la introducción de innovaciones tecnológicas y sistemas modernos de motor, aceleraron el proceso de sobrepesca. La dura competencia por los recursos puso en desventaja a algunos países, entre ellos Bélgica, ante Inglaterra, Holanda y Noruega, que para ese entonces lideraban el mercado de la pesca.
La mayoría de los trawlers (arrastreros) del norte, cuyos cascos habían sido construidos en madera, fueron incautados durante la guerra y convertidos en barreminas. En 1946 el gobierno británico pagó a los armadores flamencos una suma de dinero en concepto de indemnización por los barcos expropiados. Esa compensación se pagaba con la condición de invertir el dinero en la renovación de la flota pesquera, pero resultó insuficiente para la adquisición de barcos nuevos y el dinero fue invertido en la compra de otros barreminas, ofrecidos en remates en los puertos europeos, que luego serían acondicionados como pesqueros en un astillero ostendés.-
Para 1950 habían partido de Bélgica más de 80.000 emigrantes, casi el 10% de su población, entre ellos se contaban un conjunto de familias belgas que partió en 1949 para la Argentina. Los migrantes formaron parte de una red de características peculiares que vinculó a grupos tradicionalmente dedicados a la pesca, con profesionales y funcionarios que abandonaron su país, al finalizar la Segunda Guerra. Algunas de estas personas ya estaban radicadas en Argentina y mediante acuerdos previos con el gobierno actuaron como agentes en la migración.-
Los migrantes se trasladaron en tres barcos pesqueros, propiedad familiar de los armadores Ghys, Nyville y Hindryckx. Para que el viaje pudiera financiarse, cada uno de ellos se asoció con un grupo de personas provenientes de campos ocupacionales diversos, algunos relacionados con la industria pesquera y otros totalmente ajenos a la misma. El objetivo común era formar una sociedad anónima, “Pescadores Unidos”, para radicarse en Mar del Plata y dedicarse a la pesca de altura. De las entrevistas surge que si bien la sociedad había sido constituida de hecho en Bélgica, había sido proyectada desde Buenos Aires por una organización empresaria denominada “Expansión S.A.”, integrada por los belgas residentes.-
La firma tenía un funcionamiento muy particular, por un lado posibilitaba el traslado de pequeñas empresas que ya funcionaban en Bélgica, incluyendo su personal o parte de él, al mismo tiempo que gestionaba los permisos de radicación. En todos los casos, además de cobrar honorarios por las gestiones. “Expansión” se reservaba el derecho de participar como inversora en las distintas sociedades, conservando para sus integrantes los cargos directivos. El objetivo era generar puestos de trabajo y puntos de inversión para sus socios y para los futuros emigrados belgas
Raphael Nyville, Augusto Ghys y León Hindryckx habían sido algunos de los adquirentes de los barreminas ofrecidos por el gobierno inglés, que luego serian adaptados como pesqueros en el astillero “Seghers” de Ostende. Los barcos, el “Vredeman”, el “Frans Nyville” y el “Montreal” navegaron durante dos años por e! Mar de Islandia, hasta que finalmente y siguiendo el camino emprendido por otros armadores, sus propietarios optaron por un nuevo destino para sus familias y sus embarcaciones; la movilización de las redes primarias posibilitó la rápida concreción de sus proyectos.-
En realidad fueron Raphael Nyville y sus hijos quienes compraron cinco barreminas. Dos de esos barcos, el “Capitán Piedrabuena” y el “Cristo Rey” fueron vendidos, a empresarios argentinos; un tercero: el “Montreal”, fue comprado por el armador ostendés León Hindryckx; Augusto Ghys, de Nieuwpoort sería el propietario del “Vredeman” y Rafael Nyville, su hermano Francisco y su hijo Humberto, del “Frans Nyville”, estos últimos también de Ostende…”
Por Carlos Mey – Este trabajo esta basado en la tesina publicada por la Lic. en Historia Mirta Susana Masid, UNMP, 2002.
EL DIARIO “LA CAPITAL” y FOTOS DE FAMILIA JUNTO A LOS PESCADORES.
Historia por sus historiadores y testigos
Un valioso rescate histórico de aquellos primeros pescadores
Publicado por Diario on 17 febrero 2012
La obra es el fruto de una investigación de siete años de Yves Marcelo Ghys, un experto en pesca y actividad portuaria devenido en historiador apasionado y coleccionista de fotografías.
Esas lanchas a vela, tiradas a caballo para dejarlas depositadas sobre la arena, forman parte del imaginario marplatense como símbolo del origen de la actividad pesquera en esta costa galana.
La imagen, ciertamente, estaba grabada en la memoria de la ciudad pero poco se sabía sobre esas embarcaciones y quienes las utilizaban.
Precedido de una investigación de siete años, termina de ser editado y está próximo a la presentación un libro que responde prácticamente a todas esas incógnitas, relacionadas con quienes fueron los primeros pescadores profesionales de Mar del Plata, allá en los años años 90 del siglo XIX.
Su autor es Yves Marcelo Ghys, un perito en piscicultura y caza marítima, que trabajó en el Instituto de Biología Marina y en el INIDEP, y quien con la edición del libro confirma su condición de historiador empírico y apasionado sobre las temáticas de la pesca y el puerto.
Textos e imágenes
La obra, también gracias a la edición fotográfica de Carlos González y al diseño de Jorge Paredes, resulta en una lograda simbiosis de textos e imágenes.
Ghys trabajó en la idea de que lo visual debía completar, sí o sí, lo conocido y relatado por él. De este modo, buscando grabados, fotografías e impresiones, recorrió los más importantes archivos, museos, bibliotecas y diarios de Buenos Aires, La Plata, Rosario y, naturalmente, de Mar del Plata, incluyendo gabinetes de universidades de todas las ciudades mencionadas.
Pero habría de ser el espacio Fotos de Familia, que en el diario LA CAPITAL administra el periodista Gustavo Visciarelli, el que le permitiera completar la colección de imágenes, especialmente por ofrecerle fotografías inéditas del “temporal del 24”, aquel que destruyó el muelle Lavorante (a la altura de Punta Iglesia), donde hasta entonces desarrollaban su actividad pescadores sucedáneos de aquellos primeros que se internaban en el mar con lanchas a vela, mientras que otros, ya en esa década del 20, operaban desde el flamante y definitivo puerto de Mar del Plata.
“Los últimos pesqueros a Vela Latina de la Playa Bristol (Historia e Imágenes/Mar del Plata 1893/1925), tal el nombre completo del libro, “identifica –según precisa Ghys– cincuenta y un pescadores de profesión censados en 1895, reconoce barrios primarios y ribereños donde habitaron estos lobos de mar, al igual que los diferentes lugares dentro del sector céntrico del balneario donde estuvieron: Playa del Bristol y Playa de los Pescadores, el Muelle Luro de 1878, Muelle de Gardela y Cía de 1905, el amarradero del Lloyd Mar del Plata de 1906 y, finalmente, el Muelle Lavorante de 1918, hasta que tuvieron que trasladarse al puerto de ultramar con sus embarcaciones. Además, pescadores y familiares debieron mudarse a un sector que supo llamarse barrio de los pescadores”.
Los prólogos corresponden a otras dos destacadas personalidades de la ciudad como el arquitecto historiador Roberto Cova y al géologo doctor Ignacio Isla.
¿Y esas leyendas?
De la infinidad de “descubrimientos” que hace el autor se puede destacar su explicación sobre las leyendas e iniciales que aparecían en las velas de algunos de aquellos primeros pesqueros, refiriendo que se corresponden con las que aparecían en las llamadas “paranze” (embarcaciones a vela) del Siglo XVIII en las costas del Mar Adriático sobre la región de Le Marche, Italia, de donde fue originaria una parte de los pescadores que llegaron a Mar del Plata en la década del 90 del siglo XIX. Otra parte, tanto o más importante, procedía de Nápoles y de las islas Lípari y Eolias, al norte de la gran isla de Sicilia.
Ives Marcelo Ghys, hijo de un belga legendario que llegó al puerto marplatense en 1949, tras cruzar el Atlántico en una nave de mediano tamaño, vuelve a referir con emoción el último párrafo de sus palabras preliminares en el libro, con las que rinde homenaje a los “veteranos lobos de mar y lanchones a vela latina que pocos recuerdan. Mar del Plata ha crecido con el aporte de vuestro esfuerzo y responsabilidad, y desde estas líneas los evoco; ¡Nunca serán olvidados. Siempre serán recordados cada vez que una lancha amarilla cruce las colleras del puerto y se pierda en el horizonte o regrese al muelle con los frutos del mar!”.
“En los últimos pesqueros…”, también, se expresa un reconocimiento especial a los integrantes del Rotay Club Puerto Omar Fernández y Mario Brochón, y a Daniel Mario Poli del Hospital Virtual, sin los cuales la edición no hubiera sido posible, asegura Ghys.
Está el que trabaja hace 52 años y no sabe nadar, porque le tiene miedo al agua. Está el que lo hace en familia. Y el que se mete solo mar adentro. Están los que apenas sobreviven y están los jóvenes, que ya le van esquivando al oficio.
El comienzo de la mañana fue tan ventoso que las lanchas amarillas no pudieron dejar el puerto. Por eso, aunque recién deberían haber empezado a volver con su carga, algunos hombres aprovechan las horas libres del mar para remendar redes, controlar maderas, apuntalar motores. Prácticamente no hay uno que no peine canas, pero aun así calzan las botas de goma, señal inconfundible de estar en plena faena y de mantener el contacto cotidiano con el agua. Pescador se es todo el día, toda la vida, dice Dante Vitiello, a sabiendas de que, aun cuando en este momento vista de civil y lleve zapatos, el mar no lo deja nunca. “En la lancha –agrega– trabajan padre, hijos, sobrinos. Es una sociedad de dos, de tres, que también están en la tripulación”, porque la vida del agua exige lealtades y una familia dispuesta a aprender el oficio artesanal, o a respetarlo aun cuando por azar o elección no toque practicarlo.
Porque anoche hubo tormenta a cientos de kilómetros, el viento en Mar del Plata no para. Quizás por lo inestable del clima, por el riesgo de que de buenas a primeras arrecie una tormenta y la playa se vuelva caótica, a la Banquina Chica van llegando familias de paseo, maravilladas por la oportunísima aparición de algún lobo marino con aires de diva, muertas de curiosidad al pasar junto a las “lanchitas”. Antes, dicen calles arriba, en el barrio Puerto, visitar la banquina era una tradición que nadie, fuera turista o local, descuidaba. Ahora, en cambio, la concurrencia de profanos suele ralear, con una excepción que se despliega cada año durante las dos últimas semanas de enero, cuando la Fiesta Nacional de los Pescadores (la XXVIII comenzó la semana pasada y terminará el 30) se vuelve tentación a fuerza de bocados marinos deliciosos a precios populares (ver aparte), números artísticos, ambiente innegablemente marino y elección televisada de la chica que, durante lo que resta del año, será Reina Nacional de los Pescadores.
Descender de los barcos
Los apellidos son italianos, los nombres de las lanchas amarillas, en su mayoría también, y algunas combinan ese homenaje a la tierra lejana con la reverencia familiar o la religiosa. Un lobo marino retoza aprovechando la calma del agua; desde el banco, en la orilla de la entrada al puerto, se ve descansar a las pequeñas barcas: “Mama Rosa”, “Don Nino siempre con nosotros”, “La Pascuala”, “Sigue valiente”… “Aquella, la Roma, es la lancha mía”, indica Dante con una voz fuerte en la que todavía resuena el pueblito napolitano desde el que llegó hace 51 años. Tenía 19 y hambre de trabajo. Ahora tiene 70, rasgos de galán de Visconti, y ríe cuando recuerda que llegó sin tener ni idea del mar, los peces, las redes, los amaneceres embarcados.
“Nosotros en Italia éramos campesinos –dice–. Después de la Primera Guerra, las cosas habían mejorado, pero la Segunda fue un flagelo. Nosotros éramos siete hermanos; una familia chica, si se piensa que mi abuelo había tenido 23 hijos, entre el primero y el último se llevaban 30 años. El primer hermano de mi padre estuvo en la Primera Guerra Mundial: en el ’16, ’17, fue al frente ruso. No volvió. El último había nacido en 1927.” Los que habían quedado y formado sus familias, lejos como estaban de la costa de Nápoles, sabían trabajar la tierra, que podía ser una bendición o un camino sin salida, de acuerdo con la marcha del mundo. Y a fines de la década del ’50 el campo no se recuperaba, el sur de Italia sufría la posguerra todavía más que el norte. El hambre apretaba. “Argentina buscaba pescadores, carpinteros… A mí me gustaba el mar. No conocía lo que era vivir del mar. Conocía de ir a la playa nada más, de pescar nada.” Pero dejó Torre del Greco y se vino igual, con uno de sus hermanos menores. Llegó en abril de 1959, trabajó un tiempo haciendo cajones de madera, “y en septiembre ya estaba pescando”. Al cambio actual, calcula, “yo estaría ganando 400 pesos por quincena, y mi hermano, que ya sabía algo, unos mil. Hasta hoy hago este oficio. Estamos en 2010”.
Hace poco menos de treinta años, después de mucho tiempo de marino y otro tanto asociado con un paisano, compró “la Roma”, la lanchita con la que, cuando el viento no arrecia como hoy, deja el puerto a las cinco de la mañana, para volver cerca de las diez, descargar, limpiar y acomodar todo para el día siguiente. Aun cuando las embarcaciones parezcan rebasar en el amarradero, Dante insiste con que algo ha cambiado definitiva y radicalmente de un tiempo a esta parte. “Cuando empecé, había 200 lanchitas. Ahora son 35. Como la ganancia es poca, los viejos pescadores se van jubilando, su lancha se vendió, por ahí el que la compró la deja al poco tiempo. No hay continuidad en las generaciones. Alguien con señora y dos hijos no puede mantener a la familia con lo que saca. Los viejos cómo éste –dice señalando a un colega que debe rondar su edad– nomás pueden trabajar. El trabaja con sus hijos, que pueden vivir de esto porque el padre es dueño de la lancha y está jubilado. Pero un muchacho ya no puede, por eso se van a trabajar en los barcos.”
Lo dice con resignación, señalando los barcos altos, imponentes ante el marcito de lanchas amarillas como la ballena ante Jasón. Y es que las reglas del comercio internacional, del mundo con una economía global, cambiaron el juego local: sólo los grandes barcos tienen permisos legales para internarse mar adentro, donde se pescan las especies más codiciadas. Las barcas tradicionales, en lo legal por cuestiones de seguridad, no pueden alejarse a más de 15 millas de la costa, “y no hay nada más que agua”.
Historias de familia
La abuela de Lorena García es italiana, su familia es de pescadores, y por eso para ellos, como para los parientes de otros chicos y chicas de entre 20 y 30 que rondan la Banquina Chica, es un orgullo que ella ahora trabaje en la organización de la Fiesta Nacional. Es que la fiesta, para quienes viven del puerto, es la ocasión de celebrarse a sí mismos entre amigos, pero también de hacerse ver por el resto de la ciudad, y también ante el país. “Mi abuela traía a mi mamá, mi mamá me traía a mí… venir al puerto de paseo siempre fue una tradición, y venir a la fiesta de los pescadores todavía más.”
La celebración había empezado hacía tantos años que nadie recuerda una fecha. Y es que el puerto de Mar del Plata, que se fundó bastante antes de su inauguración oficial, en 1922, se dedica a la pesca desde siempre. Y con los pescadores había llegado el festejo anual. Desde 1982 es reconocido como Fiesta Nacional, con su consecuente incorporación al calendario oficial de eventos, pero “antes ya se hacía qué sé yo desde cuándo”. Lorena, desde la oficina de la Sociedad de Patrones Pescadores (de quienes depende la Fiesta), había contado lo mismo un rato antes: “Se hacía al aire libre, veníamos todos siempre. Vivo en el Barrio Puerto, que es el de los pescadores, y acá estaban todos mis conocidos, mis amigos. Y te sentabas en las mesas largas de la cantina y charlabas horas. Después fue creciendo, y desde que es Fiesta Nacional empezaron a venir muchos turistas”. Tantos que el año pasado unas quince mil personas pasaron por la inmensa carpa blanca que alberga la cantina típica con platazos a precios módicos, algunos stands de souvenirs y todavía la multitud de mesas largas (para 10, 20 comensales) que vienen acompañados de números musicales diferentes cada noche. “Hay que acercar la gente al puerto”, es la consigna de Lorena García, que para ello lleva con mano de hierro la agenda de ensayos de los cuerpos de baile, el entrenamiento de las chicas que se anotaron para concursar por la corona de más linda y también sigue de cerca las gestiones para que la celebrity elegida como padrino o madrina del año (esta temporada lo fue Nito Artaza, el año pasado el ciclista olímpico Juan Curuchet, y antes Iliana Calabró, “que venía y repartía cornalitos entre la gente”) pueda sumarse lo más posible a los eventos.
En el puerto, los profanos, lejos de molestar, son recibidos con simpatía. A las fotos para recordar las vacaciones, la algarabía por verlos en sus lanchas, el deslumbramiento por las redes, los canastos y las rutinas, responden con una sonrisa, o como mucho una mirada de profesional reconcentrado en su labor; no hay hostilidad ni hastío. Dante explica que el festejo con sus concurrentes, como las visitas que desconocen la vida cotidiana del puerto, son motivo de alegría. Que se llena de orgullo cuando ve llegar gente. “Antes creo que venían más turistas a ver el puerto, pero con la Fiesta siempre llegan muchos más. Es bueno para nosotros.”
El discreto encanto de pescar
No hay viento capaz de despejar el olor eterno y penetrante del puerto. Se mezclan las variedades de pescados, los mariscos, los lobos marinos. El olor a puerto es, sencillamente, tan indescriptible y profundo como la mística de Dante cuando mira el agua turbia que sube a la Banquina Chica porque el mar está crecido y recuerda a algunos compañeros que desaparecieron con lancha y todo. Es cuestión, dice, de tener cuidado. “Pero es como estar en un avión, uno quiere que el viaje termine y pisar tierra. ¿En el agua cómo se hace? Un barco se pierde y no se sabe. ¿Cómo pasó? ¿Fue una mala maniobra? ¿Un temporal? ¿Falló la bomba? ¿Chocó con una ballena?” Sea lo que fuere, asegura, pasará lo que tenga que pasar cuando sea el momento. Por las dudas, él tiene cuidado. “Van a hacer 52 años que pesco. No sé nadar, le tengo terror al agua.”
AUTORA : Soledad Vallejos ; en Diario Página/12 del día 24/1/2010.
Sr Julián, me tome el atrevimiento de transcribirle su publicación sobre los Pescadores Belgas a mi amiga Alexandra Nyville ( descendientes de aquellos Nyville) y ha quedado impactada. Muchas gracias en nombre de ella. Claro está que le pedí que aporte material, de tenerlo, a Fotos de Flia.
Sr. Rivero , buenas tardes , es maravilloso esto que me comenta , ojalá la Sra.Nyville le facilite material al Blog para que podamos disfrutarlo.
Le estoy muy agradecido.
Un gran saludo.
Atte. Prof. Julián Mendozzi.
Esta toma es de las primeras lanchas a motor muestra al hombre que esta parado manejando el timón, palanca movida manualmente conectada a un eje donde estaba la aleta que hacia de timón, el eje pasaba por un agujero encamisado que tenía al centro de la popa la embarcación. Esperando las fotos de la Sra. Nyville los saluda muy Atte. José Alberto Lago.
Me hace feliz que se cuente la historia de mi familia y de los otros inmigrantes belgas que fueron ignorados por mucho tiempo. Hay algunos que todavia se dedican a la pesca o a tareas relacionadas con el rubro.
Sr. Lago , mi agradecimiento por compartir esta imagen que plasma la labor de aquellos hombres de mar. Como Ud. ya sabe , este tipo de fotografías que retratan la cultura del trabajo e impiden que el esfuerzo de los trabajadores pase al olvido , están también entre mis predilectas.
Le dejo un gran saludo.
Atte. Prof. Julián Mendozzi.
UNA CURIOSA HISTORIA : LOS PESCADORES BELGAS DE MAR DEL PLATA.
“…Entre 1950 y 1952 llegaron al puerto de Mar del Plata varios barcos pesqueros procedentes de Bélgica para radicarse, con sus familias, en Argentina. Los acuerdos firmados entre el gobierno y sus propietarios, armadores competentes en la pesca a mar abierto, autorizaron su radicación y la de su tripulación en el país y el cambio de matrícula de sus embarcaciones. Los armadores y los tripulantes de los barcos belgas se instalaron en el puerto de Mar del Plata e iniciaron la explotación de pescado para consumo en fresco. Oriundos de la costa de Flandes y forjados en la idiosincrasia del Mar del Norte, el grupo de pescadores ocupó un lugar vacante en la actividad pesquera marplatense, el de la pesca de altura.
Desde fines del siglo XIX, un sector de la comunidad italiana desarrollaba en la costa atlántica la pesca costera, utilizando embarcaciones y artes asimilables a las del mediterráneo europeo. Las principales especies capturadas, caballa o magrú (Scomber japonicus) y anchoita (Engraulis anchoita), eran absorbidas por la industria conservera local, mientras que una producción menor de pescadilla (Cynoscion stríatus) y merluza {Meriuccius hubbsi) era colocada en los mercados de consumo directo. Algunos viejos vapores, construidos en Europa en el siglo XIX, completaban desde Buenos Aires las necesidades del mercado fresquero.-
Los armadores belgas provenían principalmente de Ostende y Nieuwpoort, ciudades de la costa de Flandes Occidental, cuyos puertos están conectados entre sí y estrechamente vinculados al mercado pesquero europeo. En los buques flamencos no solo se trasladaron los armadores y su tripulación, sino también sus respectivas familias.
Es así como el traslado simultáneo de grupos familiares dedicados a la misma actividad y unidos entre sí por vínculos primarios, puso en funcionamiento, en el nuevo contexto, los lazos solidarios que ya operaban en la comunidad de origen, facilitando la puesta en marcha de una actividad cuyo desarrollo en Argentina no era nuevo, pero sí lento e insatisfactorio.
La experiencia de la flota flamenca en la navegación ultramarina y el equipamiento tecnológico de sus naves posibilitó el descubrimiento de caladeros poblados por especies hasta ese momento sub explotadas y motivó su participación en operaciones oceanógraficas. Además de la posesión de saberes inherentes a la profesión, sus conexiones con el mercado europeo garantizaron a los belgas su inserción en redes empresariales locales y la emergencia del sector de altura como “grupo de status” dentro del ámbito pesquero marplatense.- Esta historia es mayormente desconocida fuera de los límites del puerto local, por lo que vale la pena su difusion.
Los factores que alentaron los flujos migratorios de la segunda posguerra se superponen; al tema de los conflictos políticos originados por las divisiones surgidas en la guerra, inclusive el temor a una nueva guerra, común a toda la corriente europea de este período, se suma, para el caso de los pescadores flamencos, el cambio tecnológico introducido en las prácticas pesqueras del Atlántico Norte.-
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, se exteriorizaron en Bélgica los conflictos latentes antes de su inicio. Durante la ocupación nazi, los alemanes habían constituido un gobierno militar que contó con el apoyo de algunos grupos católicos y del Partido Nacionalsocialista flamenco. El tema del colaboracionismo, inserto en una crisis de política interna, provocó enfrentamíentos no solo entre distintos partidos políticos sino también entre la población católica y los grupos que habían participado en la resistencia, ahondando aún más las diferencias existentes entre flamencos y valones “…Hubieran colaborado o no con los nazis, en ese momento “vlaanderen” (flamenco) era sinónimo de “alemán”. Como consecuencia de la situación política se produjo un descenso de la economía y paros obreros reiterados.-
Por otra parte, la crisis pesquera que afectaba el Atlántico Norte perjudicó especialmente la región de Flandes, cuya economía tenía una base importante en los recursos marítimos. Después de la Guerra, el aumento del número de embarcaciones pesqueras de países europeos, que ante el agotamiento de sus propios caladeros se desplazaron hacia el norte y la introducción de innovaciones tecnológicas y sistemas modernos de motor, aceleraron el proceso de sobrepesca. La dura competencia por los recursos puso en desventaja a algunos países, entre ellos Bélgica, ante Inglaterra, Holanda y Noruega, que para ese entonces lideraban el mercado de la pesca.
La mayoría de los trawlers (arrastreros) del norte, cuyos cascos habían sido construidos en madera, fueron incautados durante la guerra y convertidos en barreminas. En 1946 el gobierno británico pagó a los armadores flamencos una suma de dinero en concepto de indemnización por los barcos expropiados. Esa compensación se pagaba con la condición de invertir el dinero en la renovación de la flota pesquera, pero resultó insuficiente para la adquisición de barcos nuevos y el dinero fue invertido en la compra de otros barreminas, ofrecidos en remates en los puertos europeos, que luego serían acondicionados como pesqueros en un astillero ostendés.-
Para 1950 habían partido de Bélgica más de 80.000 emigrantes, casi el 10% de su población, entre ellos se contaban un conjunto de familias belgas que partió en 1949 para la Argentina. Los migrantes formaron parte de una red de características peculiares que vinculó a grupos tradicionalmente dedicados a la pesca, con profesionales y funcionarios que abandonaron su país, al finalizar la Segunda Guerra. Algunas de estas personas ya estaban radicadas en Argentina y mediante acuerdos previos con el gobierno actuaron como agentes en la migración.-
Los migrantes se trasladaron en tres barcos pesqueros, propiedad familiar de los armadores Ghys, Nyville y Hindryckx. Para que el viaje pudiera financiarse, cada uno de ellos se asoció con un grupo de personas provenientes de campos ocupacionales diversos, algunos relacionados con la industria pesquera y otros totalmente ajenos a la misma. El objetivo común era formar una sociedad anónima, “Pescadores Unidos”, para radicarse en Mar del Plata y dedicarse a la pesca de altura. De las entrevistas surge que si bien la sociedad había sido constituida de hecho en Bélgica, había sido proyectada desde Buenos Aires por una organización empresaria denominada “Expansión S.A.”, integrada por los belgas residentes.-
La firma tenía un funcionamiento muy particular, por un lado posibilitaba el traslado de pequeñas empresas que ya funcionaban en Bélgica, incluyendo su personal o parte de él, al mismo tiempo que gestionaba los permisos de radicación. En todos los casos, además de cobrar honorarios por las gestiones. “Expansión” se reservaba el derecho de participar como inversora en las distintas sociedades, conservando para sus integrantes los cargos directivos. El objetivo era generar puestos de trabajo y puntos de inversión para sus socios y para los futuros emigrados belgas
Raphael Nyville, Augusto Ghys y León Hindryckx habían sido algunos de los adquirentes de los barreminas ofrecidos por el gobierno inglés, que luego serian adaptados como pesqueros en el astillero “Seghers” de Ostende. Los barcos, el “Vredeman”, el “Frans Nyville” y el “Montreal” navegaron durante dos años por e! Mar de Islandia, hasta que finalmente y siguiendo el camino emprendido por otros armadores, sus propietarios optaron por un nuevo destino para sus familias y sus embarcaciones; la movilización de las redes primarias posibilitó la rápida concreción de sus proyectos.-
En realidad fueron Raphael Nyville y sus hijos quienes compraron cinco barreminas. Dos de esos barcos, el “Capitán Piedrabuena” y el “Cristo Rey” fueron vendidos, a empresarios argentinos; un tercero: el “Montreal”, fue comprado por el armador ostendés León Hindryckx; Augusto Ghys, de Nieuwpoort sería el propietario del “Vredeman” y Rafael Nyville, su hermano Francisco y su hijo Humberto, del “Frans Nyville”, estos últimos también de Ostende…”
Por Carlos Mey – Este trabajo esta basado en la tesina publicada por la Lic. en Historia Mirta Susana Masid, UNMP, 2002.
Prof. Julián Mendozzi
EL DIARIO “LA CAPITAL” y FOTOS DE FAMILIA JUNTO A LOS PESCADORES.
Historia por sus historiadores y testigos
Un valioso rescate histórico de aquellos primeros pescadores
Publicado por Diario on 17 febrero 2012
La obra es el fruto de una investigación de siete años de Yves Marcelo Ghys, un experto en pesca y actividad portuaria devenido en historiador apasionado y coleccionista de fotografías.
Esas lanchas a vela, tiradas a caballo para dejarlas depositadas sobre la arena, forman parte del imaginario marplatense como símbolo del origen de la actividad pesquera en esta costa galana.
La imagen, ciertamente, estaba grabada en la memoria de la ciudad pero poco se sabía sobre esas embarcaciones y quienes las utilizaban.
Precedido de una investigación de siete años, termina de ser editado y está próximo a la presentación un libro que responde prácticamente a todas esas incógnitas, relacionadas con quienes fueron los primeros pescadores profesionales de Mar del Plata, allá en los años años 90 del siglo XIX.
Su autor es Yves Marcelo Ghys, un perito en piscicultura y caza marítima, que trabajó en el Instituto de Biología Marina y en el INIDEP, y quien con la edición del libro confirma su condición de historiador empírico y apasionado sobre las temáticas de la pesca y el puerto.
Textos e imágenes
La obra, también gracias a la edición fotográfica de Carlos González y al diseño de Jorge Paredes, resulta en una lograda simbiosis de textos e imágenes.
Ghys trabajó en la idea de que lo visual debía completar, sí o sí, lo conocido y relatado por él. De este modo, buscando grabados, fotografías e impresiones, recorrió los más importantes archivos, museos, bibliotecas y diarios de Buenos Aires, La Plata, Rosario y, naturalmente, de Mar del Plata, incluyendo gabinetes de universidades de todas las ciudades mencionadas.
Pero habría de ser el espacio Fotos de Familia, que en el diario LA CAPITAL administra el periodista Gustavo Visciarelli, el que le permitiera completar la colección de imágenes, especialmente por ofrecerle fotografías inéditas del “temporal del 24”, aquel que destruyó el muelle Lavorante (a la altura de Punta Iglesia), donde hasta entonces desarrollaban su actividad pescadores sucedáneos de aquellos primeros que se internaban en el mar con lanchas a vela, mientras que otros, ya en esa década del 20, operaban desde el flamante y definitivo puerto de Mar del Plata.
“Los últimos pesqueros a Vela Latina de la Playa Bristol (Historia e Imágenes/Mar del Plata 1893/1925), tal el nombre completo del libro, “identifica –según precisa Ghys– cincuenta y un pescadores de profesión censados en 1895, reconoce barrios primarios y ribereños donde habitaron estos lobos de mar, al igual que los diferentes lugares dentro del sector céntrico del balneario donde estuvieron: Playa del Bristol y Playa de los Pescadores, el Muelle Luro de 1878, Muelle de Gardela y Cía de 1905, el amarradero del Lloyd Mar del Plata de 1906 y, finalmente, el Muelle Lavorante de 1918, hasta que tuvieron que trasladarse al puerto de ultramar con sus embarcaciones. Además, pescadores y familiares debieron mudarse a un sector que supo llamarse barrio de los pescadores”.
Los prólogos corresponden a otras dos destacadas personalidades de la ciudad como el arquitecto historiador Roberto Cova y al géologo doctor Ignacio Isla.
¿Y esas leyendas?
De la infinidad de “descubrimientos” que hace el autor se puede destacar su explicación sobre las leyendas e iniciales que aparecían en las velas de algunos de aquellos primeros pesqueros, refiriendo que se corresponden con las que aparecían en las llamadas “paranze” (embarcaciones a vela) del Siglo XVIII en las costas del Mar Adriático sobre la región de Le Marche, Italia, de donde fue originaria una parte de los pescadores que llegaron a Mar del Plata en la década del 90 del siglo XIX. Otra parte, tanto o más importante, procedía de Nápoles y de las islas Lípari y Eolias, al norte de la gran isla de Sicilia.
Ives Marcelo Ghys, hijo de un belga legendario que llegó al puerto marplatense en 1949, tras cruzar el Atlántico en una nave de mediano tamaño, vuelve a referir con emoción el último párrafo de sus palabras preliminares en el libro, con las que rinde homenaje a los “veteranos lobos de mar y lanchones a vela latina que pocos recuerdan. Mar del Plata ha crecido con el aporte de vuestro esfuerzo y responsabilidad, y desde estas líneas los evoco; ¡Nunca serán olvidados. Siempre serán recordados cada vez que una lancha amarilla cruce las colleras del puerto y se pierda en el horizonte o regrese al muelle con los frutos del mar!”.
“En los últimos pesqueros…”, también, se expresa un reconocimiento especial a los integrantes del Rotay Club Puerto Omar Fernández y Mario Brochón, y a Daniel Mario Poli del Hospital Virtual, sin los cuales la edición no hubiera sido posible, asegura Ghys.
FUENTE : http://lacapital-nuestrahistoria.blogspot.com.ar/ – Publicado el 17/2/2012.
Prof. Julián Mendozzi.
“VIVIR A LA PESCA”
Está el que trabaja hace 52 años y no sabe nadar, porque le tiene miedo al agua. Está el que lo hace en familia. Y el que se mete solo mar adentro. Están los que apenas sobreviven y están los jóvenes, que ya le van esquivando al oficio.
El comienzo de la mañana fue tan ventoso que las lanchas amarillas no pudieron dejar el puerto. Por eso, aunque recién deberían haber empezado a volver con su carga, algunos hombres aprovechan las horas libres del mar para remendar redes, controlar maderas, apuntalar motores. Prácticamente no hay uno que no peine canas, pero aun así calzan las botas de goma, señal inconfundible de estar en plena faena y de mantener el contacto cotidiano con el agua. Pescador se es todo el día, toda la vida, dice Dante Vitiello, a sabiendas de que, aun cuando en este momento vista de civil y lleve zapatos, el mar no lo deja nunca. “En la lancha –agrega– trabajan padre, hijos, sobrinos. Es una sociedad de dos, de tres, que también están en la tripulación”, porque la vida del agua exige lealtades y una familia dispuesta a aprender el oficio artesanal, o a respetarlo aun cuando por azar o elección no toque practicarlo.
Porque anoche hubo tormenta a cientos de kilómetros, el viento en Mar del Plata no para. Quizás por lo inestable del clima, por el riesgo de que de buenas a primeras arrecie una tormenta y la playa se vuelva caótica, a la Banquina Chica van llegando familias de paseo, maravilladas por la oportunísima aparición de algún lobo marino con aires de diva, muertas de curiosidad al pasar junto a las “lanchitas”. Antes, dicen calles arriba, en el barrio Puerto, visitar la banquina era una tradición que nadie, fuera turista o local, descuidaba. Ahora, en cambio, la concurrencia de profanos suele ralear, con una excepción que se despliega cada año durante las dos últimas semanas de enero, cuando la Fiesta Nacional de los Pescadores (la XXVIII comenzó la semana pasada y terminará el 30) se vuelve tentación a fuerza de bocados marinos deliciosos a precios populares (ver aparte), números artísticos, ambiente innegablemente marino y elección televisada de la chica que, durante lo que resta del año, será Reina Nacional de los Pescadores.
Descender de los barcos
Los apellidos son italianos, los nombres de las lanchas amarillas, en su mayoría también, y algunas combinan ese homenaje a la tierra lejana con la reverencia familiar o la religiosa. Un lobo marino retoza aprovechando la calma del agua; desde el banco, en la orilla de la entrada al puerto, se ve descansar a las pequeñas barcas: “Mama Rosa”, “Don Nino siempre con nosotros”, “La Pascuala”, “Sigue valiente”… “Aquella, la Roma, es la lancha mía”, indica Dante con una voz fuerte en la que todavía resuena el pueblito napolitano desde el que llegó hace 51 años. Tenía 19 y hambre de trabajo. Ahora tiene 70, rasgos de galán de Visconti, y ríe cuando recuerda que llegó sin tener ni idea del mar, los peces, las redes, los amaneceres embarcados.
“Nosotros en Italia éramos campesinos –dice–. Después de la Primera Guerra, las cosas habían mejorado, pero la Segunda fue un flagelo. Nosotros éramos siete hermanos; una familia chica, si se piensa que mi abuelo había tenido 23 hijos, entre el primero y el último se llevaban 30 años. El primer hermano de mi padre estuvo en la Primera Guerra Mundial: en el ’16, ’17, fue al frente ruso. No volvió. El último había nacido en 1927.” Los que habían quedado y formado sus familias, lejos como estaban de la costa de Nápoles, sabían trabajar la tierra, que podía ser una bendición o un camino sin salida, de acuerdo con la marcha del mundo. Y a fines de la década del ’50 el campo no se recuperaba, el sur de Italia sufría la posguerra todavía más que el norte. El hambre apretaba. “Argentina buscaba pescadores, carpinteros… A mí me gustaba el mar. No conocía lo que era vivir del mar. Conocía de ir a la playa nada más, de pescar nada.” Pero dejó Torre del Greco y se vino igual, con uno de sus hermanos menores. Llegó en abril de 1959, trabajó un tiempo haciendo cajones de madera, “y en septiembre ya estaba pescando”. Al cambio actual, calcula, “yo estaría ganando 400 pesos por quincena, y mi hermano, que ya sabía algo, unos mil. Hasta hoy hago este oficio. Estamos en 2010”.
Hace poco menos de treinta años, después de mucho tiempo de marino y otro tanto asociado con un paisano, compró “la Roma”, la lanchita con la que, cuando el viento no arrecia como hoy, deja el puerto a las cinco de la mañana, para volver cerca de las diez, descargar, limpiar y acomodar todo para el día siguiente. Aun cuando las embarcaciones parezcan rebasar en el amarradero, Dante insiste con que algo ha cambiado definitiva y radicalmente de un tiempo a esta parte. “Cuando empecé, había 200 lanchitas. Ahora son 35. Como la ganancia es poca, los viejos pescadores se van jubilando, su lancha se vendió, por ahí el que la compró la deja al poco tiempo. No hay continuidad en las generaciones. Alguien con señora y dos hijos no puede mantener a la familia con lo que saca. Los viejos cómo éste –dice señalando a un colega que debe rondar su edad– nomás pueden trabajar. El trabaja con sus hijos, que pueden vivir de esto porque el padre es dueño de la lancha y está jubilado. Pero un muchacho ya no puede, por eso se van a trabajar en los barcos.”
Lo dice con resignación, señalando los barcos altos, imponentes ante el marcito de lanchas amarillas como la ballena ante Jasón. Y es que las reglas del comercio internacional, del mundo con una economía global, cambiaron el juego local: sólo los grandes barcos tienen permisos legales para internarse mar adentro, donde se pescan las especies más codiciadas. Las barcas tradicionales, en lo legal por cuestiones de seguridad, no pueden alejarse a más de 15 millas de la costa, “y no hay nada más que agua”.
Historias de familia
La abuela de Lorena García es italiana, su familia es de pescadores, y por eso para ellos, como para los parientes de otros chicos y chicas de entre 20 y 30 que rondan la Banquina Chica, es un orgullo que ella ahora trabaje en la organización de la Fiesta Nacional. Es que la fiesta, para quienes viven del puerto, es la ocasión de celebrarse a sí mismos entre amigos, pero también de hacerse ver por el resto de la ciudad, y también ante el país. “Mi abuela traía a mi mamá, mi mamá me traía a mí… venir al puerto de paseo siempre fue una tradición, y venir a la fiesta de los pescadores todavía más.”
La celebración había empezado hacía tantos años que nadie recuerda una fecha. Y es que el puerto de Mar del Plata, que se fundó bastante antes de su inauguración oficial, en 1922, se dedica a la pesca desde siempre. Y con los pescadores había llegado el festejo anual. Desde 1982 es reconocido como Fiesta Nacional, con su consecuente incorporación al calendario oficial de eventos, pero “antes ya se hacía qué sé yo desde cuándo”. Lorena, desde la oficina de la Sociedad de Patrones Pescadores (de quienes depende la Fiesta), había contado lo mismo un rato antes: “Se hacía al aire libre, veníamos todos siempre. Vivo en el Barrio Puerto, que es el de los pescadores, y acá estaban todos mis conocidos, mis amigos. Y te sentabas en las mesas largas de la cantina y charlabas horas. Después fue creciendo, y desde que es Fiesta Nacional empezaron a venir muchos turistas”. Tantos que el año pasado unas quince mil personas pasaron por la inmensa carpa blanca que alberga la cantina típica con platazos a precios módicos, algunos stands de souvenirs y todavía la multitud de mesas largas (para 10, 20 comensales) que vienen acompañados de números musicales diferentes cada noche. “Hay que acercar la gente al puerto”, es la consigna de Lorena García, que para ello lleva con mano de hierro la agenda de ensayos de los cuerpos de baile, el entrenamiento de las chicas que se anotaron para concursar por la corona de más linda y también sigue de cerca las gestiones para que la celebrity elegida como padrino o madrina del año (esta temporada lo fue Nito Artaza, el año pasado el ciclista olímpico Juan Curuchet, y antes Iliana Calabró, “que venía y repartía cornalitos entre la gente”) pueda sumarse lo más posible a los eventos.
En el puerto, los profanos, lejos de molestar, son recibidos con simpatía. A las fotos para recordar las vacaciones, la algarabía por verlos en sus lanchas, el deslumbramiento por las redes, los canastos y las rutinas, responden con una sonrisa, o como mucho una mirada de profesional reconcentrado en su labor; no hay hostilidad ni hastío. Dante explica que el festejo con sus concurrentes, como las visitas que desconocen la vida cotidiana del puerto, son motivo de alegría. Que se llena de orgullo cuando ve llegar gente. “Antes creo que venían más turistas a ver el puerto, pero con la Fiesta siempre llegan muchos más. Es bueno para nosotros.”
El discreto encanto de pescar
No hay viento capaz de despejar el olor eterno y penetrante del puerto. Se mezclan las variedades de pescados, los mariscos, los lobos marinos. El olor a puerto es, sencillamente, tan indescriptible y profundo como la mística de Dante cuando mira el agua turbia que sube a la Banquina Chica porque el mar está crecido y recuerda a algunos compañeros que desaparecieron con lancha y todo. Es cuestión, dice, de tener cuidado. “Pero es como estar en un avión, uno quiere que el viaje termine y pisar tierra. ¿En el agua cómo se hace? Un barco se pierde y no se sabe. ¿Cómo pasó? ¿Fue una mala maniobra? ¿Un temporal? ¿Falló la bomba? ¿Chocó con una ballena?” Sea lo que fuere, asegura, pasará lo que tenga que pasar cuando sea el momento. Por las dudas, él tiene cuidado. “Van a hacer 52 años que pesco. No sé nadar, le tengo terror al agua.”
AUTORA : Soledad Vallejos ; en Diario Página/12 del día 24/1/2010.
Prof. Julián Mendozzi.
Sr Julián, me tome el atrevimiento de transcribirle su publicación sobre los Pescadores Belgas a mi amiga Alexandra Nyville ( descendientes de aquellos Nyville) y ha quedado impactada. Muchas gracias en nombre de ella. Claro está que le pedí que aporte material, de tenerlo, a Fotos de Flia.
Sr. Rivero , buenas tardes , es maravilloso esto que me comenta , ojalá la Sra.Nyville le facilite material al Blog para que podamos disfrutarlo.
Le estoy muy agradecido.
Un gran saludo.
Atte. Prof. Julián Mendozzi.
Esta toma es de las primeras lanchas a motor muestra al hombre que esta parado manejando el timón, palanca movida manualmente conectada a un eje donde estaba la aleta que hacia de timón, el eje pasaba por un agujero encamisado que tenía al centro de la popa la embarcación. Esperando las fotos de la Sra. Nyville los saluda muy Atte. José Alberto Lago.
Me hace feliz que se cuente la historia de mi familia y de los otros inmigrantes belgas que fueron ignorados por mucho tiempo. Hay algunos que todavia se dedican a la pesca o a tareas relacionadas con el rubro.
Hola tío soy Cristian Ghys
Que lindo acabo de ver toda esta imfo’’
Abrazos a la familia