El pueblo,que no forja tratados pero intuye filosóficamente,sigue con interés todas las manifestaciones gubernativas,no sin maravillarse a veces del rendimiento de su actividad.
Es que se ignora¡y esto lo saben sus familiares!,cómo el tiempo le alcanza gracias a la costumbre,poco menos que exótica entre nosotros, de la puntualidad.Así,en MAR DEL PLATA,cuando todos creen que el Presidente se toma un bien ganado reposo,no sospechan la actividad por él desarrollada.Porque,así como ha ofrecido al blanco de la curiosidad sus actos oficiales,evidenciando serenidad y optimismo,siempre que hubieron de alternarse decorosamente nuestras virtudes republicanas con los más altos blasones de la tradición,el Dr.ALVEAR corrió un telón de fondo a su vida íntima.Y al verle arquetipo de mesura,los más ignoran que esa su prestancia se debe a su método en el ejercicio de múltiples ocupaciones de todo orden,sin excluir las espirituales.
Es en nuestro gran balneario donde en el Presidente se renonoce al hombre digno de los griegos antiguos por su sentido de vida plena al aire libre,así como en la ciudad es el hombre del Renacimiento por su amor al humanismo y revive el donaire español que le viene de sus antepasados.Allí,libre del cumplimiento de sus múltiples deberes representativos -porque el presidente ALVEAR quiso siempre armonizar nuestros imperiosos sentimientos democráticos con las normas del decoro gubernativo,-su poder de volición le hace gustar la vida en cuanto tiene de más bello.Su oído atento lo mismo regula las palpitaciones de un motor como reconstruye las armonías dispersas de un poema musical de Strawinsky.Sus ojos pueden remansarse en la inmensidad del mar como se afinan en la vasta extensión de los “links”, donde su brazo fuerte sabe tirar “shotlong’s” y cautelosamente cumplir los “approaches” para vencer a sus rivales de golf.Mente lógica,adiestrada en el estudio de los problemas vitales del país -su gobierno,además de la conclusión de obras públicas importantísimas,tiene en su haber,entre otras, iniciativas tan útiles para el futuro de la República como la ley de arrendamientos y el régimen de cooperativas,-allí puede estudiar largamente los más complicados expedientes,porque antes sabe deambular por regiones de ensueño con un breve tomo de poesías de Shelley o de Paul Valery.Mientras en la ciudad se interesa por las discusiones de un congreso científico internacional,en MAR DEL PLATA se le ofrecen problemas complejos con los pescadores, los que resuelve con su sola presencia.Seguirlo en sus actividades es comprender su acción,ordenada para el rendimiento de las actividades más dispares en el orden físico, político y espiritual.Gracias a su vida,ejercitada en un adiestramiento constante de sus facultades,puede desintoxicarse -permítasenos la expresión-del veneno diario que le inoculan los hombres con sus grandes pasiones.Frente a la inmensidad del mar los hechos tórnanse menos graves y las cosas superpuestas sobre sus hombros, aunque pesadas,son más llevaderas.Así los grandes políticos,después de una partida de golf,afrontan sonrientes cualquier votación contraria.Sin contar las largas caminatas,donde su curiosidad siempre está alerta,el tiro al blanco,la esgrima,la equitación,la pesca y demás manifestaciones de su voluntad aligeran su espíritu.Y la fuerza de sus facultades se acrecienta en la comprensión de la belleza del relieve y la línea,del color y la forma.En MAR DEL PLATA el Presidente acumula esa su serenidad característica.Y observada así,su personalidad justifica la confianza del pueblo,que en su sonrisa de optimismo ve reflejada la fuerza serena de su civilidad y el futuro prodigioso de la Nación.
(fuente revista Caras y Caretas 12-2-927).
-Mis primeros recuerdos de ellos fueron cuando me exiliaron.Entonces tenia poquisimos años,y fue cuando a los viejos radicales los deporto al Brasil la dictadura de Uriburu.Yo nos los seguí: a mi me llevaron porque mi padre estaba tambien en la lista.Del viaje en el Cap de Ancona a Río de Janeiro tengo recuerdos vagos.Algo de la travesía-en especial el cruce del golfo de Santa Catalina con el clásico resultado: un comedor muy raleado,un ambiente saturado de olor a comida,y a mi hermano y a mi que nos sacaron con una servilleta en la boca vomitando por los cuatro costados y algo de las corridas en cubierta y la seducción de mirar por el ojo de buey.Los Alvear estaban en el Hotel Copacabana, y nosotros junto a los Tamborini y los Siri en unos departamentos frente al mar.Eramos los mas chicos del pelotón,y de nuestra edad no había compañía: las hijas de Siri,como las de Pueyrredon,eran señoritas,y los hijos de Andres Ferreyra ya muchachones.Jugabamos solos,y parece que con bastante escandalo y travesura,tanto que un día don Pascual le dijo a nuestra madre: María Esther,nos van a desalojar y tendremos que ir a vivir en una carpa en la playa…. Por favor,Tamborini,no lo diga fuerte,porque ese seria el sueño de ellos,y harían cualquier cosa por lograrlo.
A Copacabana íbamos seguido,a veces de pasada y otras anunciadas,y generalmente con nuestra madre a visitar a Regina.Poroto Botana,quien aseguraba haber sido testigo de muchas de nuestras andanzas,hacia reír contando las formas de nuestro desparpajo y hablar confianzudo,nada menos que con el matrimonio Alvear,a quien se trataba con mucho respeto y distancia.Nosotros no.Parece ser que todo lo contrario,y es que, evidentemente,sentíamos que no hablabamos ni estábamos en presencia del ex presidente y su esposa,sino con amigos que nos trataban como tales. Después fuimos todos juntos hasta Montevideo,y volvimos a Buenos Aires. Luego de Martín García los Alvear se fueron a Europa;mi padre,a Ushuaia,con los amigos radicales confinados,y nosotros,con nuestra madre a Sierra de la Ventana a esperar que aclarara.
De ahí en mas,mis recuerdos de los Alvear saltan a MAR DEL PLATA.Yo tenia mas años,pero seguía borrego.Nuestro chalet estaba en la cúspide de la loma de Playa Grande,y Villa Regina en la base,hacia el puerto. Todavía están.Aunque entonces descampado,y ahora ciudad,lo recuerdo a don Marcelo manejando su “topolino” (nunca supimos como hacia para entrar y salir de el),y,subiendo la cuesta,llegar a casa a conversar con mi padre,cosa que para nosotros no tenia otra trascendencia que un saludo cordial,su respuesta cariñosa,y algunas bromas que nos dejaban siempre satisfechos.Otras veces los veíamos en Playa Grande,donde tenían su carpa permanente como cualquier veraneante.
Mas de una vez,de pasada al mar,le pedíamos permiso para dejar alguna ropa que nos molestaba.Lo encontrábamos sentado en aquellas sillas de mimbre,tan cómodas en la arena,leyendo un diario y sin ningún preámbulo daba su conformidad mezclada con preguntas sobre la familia. Generalmente cuando volviamos,casi al mediodía,los Alvear ya no estaban,pero no era nada díficil volverlos a ver a la tarde caminando por la Rambla como simples ciudadanos.Era cierto: eramos unos confianzudos.Es verdad que los historiadores tienen bastante de que ocuparse como para acordarse de los chicos y de sus impresiones ante los hombres importantes,pero lo que a esa edad pudimos estar con ellos sintiéndonos cómodos,tenemos una visión particular,tal vez intrascendente,con infinidad de posibilidades de no pasar a un libro, pero de un valor muy importante para nosotros.
Mientras hacia falta un discurso de Alvear para que un politicólogo entendiera algún recoveco de su pensamiento,una simple mirada,unas palabras y algun gesto cariñoso,a nosotros nos convertía en cómplices de otra historia, de trastienda,insisto,pero tan real y verdadera como la otra.La tradición lo pinta a Alvear con gesto adusto y solemne, encumbrado y autoritario,casi con toga romana conduciendo a la patria a la grandeza.Pero para mi fue todo lo contrario.Mi verdadero Alvear fue una expresión sonriente,una mirada clara y abierta,y un hablar de compinche.Y algo mas,tan importante para un chico como para que nunca lo olvide: siempre tenia buen humor.El resto son problemas de otros,de gente grande y seria.En esta actualidad tan desvaída y pobre en que vive el país,el recuerdo de Alvear,mi Alvear,caminando en la explanada del Cristo Redentor o en Pocitos o en Playa Grande o en la Rambla de MAR DEL PLATA,con doña Regina del brazo,saludando tranquilo y amable… hasta a un chico como era yo,es algo que me reconforta.Los tiempos de la Republica naufragaron en el 30, pero los de los republicanos todaíia flotan.Si bien Marcelo T. de Alvear no desplegaba lujos durante sus vacaciones en la costa,si gustaba de la comodidad.En Alvear,de Felix Luna,se lo describe como a un gran nadador,que no se perdía ninguna temporada veraniega.Fue de los primeros en descubrir Playa Grande,y durante muchos años su carpa fue de las contadas que allí se levantaban,mientras el grueso de los turistas se apiñaba frente a la Rambla.Hacia la mitad de su periodo presidencial (1922-1928) empezó a construir en Mar del Plata,precisamente cerca de Playa Grande,un hermosa chalet bautizado Villa Regina en honor de su mujer,Regina Pacini;disgustada frecuentemente con la omnipresencia del ministro de Guerra de Alvear,Agustín P. Justo,que lo seguia a todas partes y gustaba de practicar golf y trasladar las intrigas del poder a la arena marplatense.Alvear además gustaba de la pesca y caminando en soledad, sin escolta,hasta la escollera norte,con su sombrero blanco,la valijita de aparejos en mano y la caña en la otra.Tampoco llevaba custodia a sus partidos de golf con su amigo Ricardo Cranwell,presidente del Golf Club Mar del Plata,donde tenia prioridad cuando se le ocurría jugar.
(fuente:Todo es Historia/Horacio Guido-5/97)
Si bien los Alvear habían perdido Coeur Volant,encontraron MAR DEL PLATA una intimidad de la que carecían en Buenos Aires.VILLA REGINA había sido construida por el arquitecto Baldassarini en la década del 20 y era una muestra perfecta del estilo que imperaba en esa época: paredes de piedra,techos de pizarra y hasta dos gatos de cerámica sobre el tejado.Ubicada frente al MAR DEL PLATA GOLF CLUB,dominaba el océano, el puerto y PLAYA GRANDE,esa lonja de arena por la cual Marcelo había caminado en soledad envuelto en su salida de baño blanca.
Claro que,a mediados de los años 30,ya no existía la playa solitaria:se
habían construido balnearios de líneas rectas y abundancia de cromados en loque los arquitectos actuales denominarían “desmesurado racionalismo” y proliferaban los toldos,las sombrillas,los restaurantes,los bares y los veraneantes.Qué diferente había sido apenas unos años atrás,cuando él era el único bañista que recorría solitariamente la playa.Tampoco VILLA RTEGINA había escapado al frenesí de la construcción.Ya no se erguía,sola,sobre la loma.Ahora estaba rodeada de otras casas,de otras voces.Sin embargo disfrutaban de MAR DEL PLATA,de esa elegancia sudamericana,de los viejos amigos, e los
paseos en automóvil o de las idas a PUNTA MOGOTES,a bañarse en el BALNEARIO TIRABOSCHI,donde todavía encontraban la imprescindible soledad.MAR DEL PLATA no tenía el cosmopolitismo de Coeur Volant,ni sus ilustres visitantes.Pero se parecía a Biarritz.En realidad,se habían reproducido sobre las lomas las mismas casas normandas,y hasta la fuerza del mar y los inesperados cambios de clima erantípicos de la costa vasca francesa.Marcelo y Regina formaron parte de la generación de los bailes en el HOTEL BRISTOL,de las fiestas en el GOLF,de las playas exclusivas a las que se iba en automóvil conducido por un chófer.A imitación de Europa,también había palacios cerca de MAR DEL PLATA,con centenares de hectáreas de parque: eran las
estancias,en reemplazo de los country y houses ingleses,de los châteaux
franceses,a las cuales se iba a tomar el té o a comer.
LA ARMONIA,de Josefina Unzué de Cobo,EL BOQUERON,de Anchorena,o CHAPADMALAL,de Martínez de Hoz cumplían esa función social.
El tiempo fue generoso con los Alvear: les evitó ver la destrucción,la
masificación de MAR DEL PLATA con el correr de los años.No sólo los grandes hoteles y residencias fueron demolidos o destinados al público sindical.También,inexorable,caería la picota sobre VILLA REGINA.(fuente: O.Lagos/la Pasión de un Aristócrata).
El primer encuentro de Regina con Marcelo,para ella,careció de lo que los franceses denominan coup de foudre,es decir,ese golpe de pólvora que desata misteriosamente una pasión incontrolable.Era un hombre
apuesto más,como tantos que había conocido en varias ciudades europeas y,a lo sumo,se habrá sentido halagada del asedio que practicó Marcelo a partir de su ingreso en el camarín.Pero nada más.Para él,en cambio,se trató de un desafío.Sin duda había conocido mujeres de todo tipo en Buenos Aires y en París,pero no hay que olvidar cierto espíritu de coleccionista en el joven Alvear.Qué joya deslumbrante para agregar a su colección.Había actrices,bailarinas,mujeres casadas,cocotes,
empleadas,cupletistas y,ahora,una prima donna Sólo tenía que desplegar el estilo mundano y galante que conocía bien para que Regina sucumbiera a sus irresistibles encantos aristocráticos.Le obsequió un costoso anillo y le hizo llenar el camarín de flores.
Regina no se impresionó.Aun más: estaba acostumbrada a los regalos.Un
diario que se publicaba en Buenos Aires en italiano enumeró los obsequios que recibió la cantante:
“Prendedor con brillantes y perlas,regalo del presidente de la
República,Julio A. Roca.Alhajero cincelado,la empresa Bernabei. Estatuilla de bronce,del señor Giudice Caruso.Bombonera con miniatura, del señor Guglielmo Caruson”.La lista incluía,además,un prendedor de oro y brillantes,un abanico,un vaso artístico,un nécessaire de oro,uno de plata y centenares de flores.También el diario señalaba:
“Un anillo con gran solitario obsequiado por un admirador que permanece en el incógnito,aunque presumimos que se trata de un gran señor, M.T.D.A.”,Las iniciales son,naturalmente,de Marcelo Torcuato de Alvear. Regina aceptó las flores.Pero devolvió el anillo.¿Lo hizo para establecer que no era fácilmente conquistable? Ni el Presidente de la República ni quienes le regalaron otros costosos obsequios tenían dobles intenciones.Alvear sí.¿O, por el contrario,su negativa a aceptar el anillo fue para provocarlo? Marcelo estaba perplejo: había sido rechazado.Un Alvear.El soltero más codiciado de Buenos
Aires.Un riquísimo terrateniente.Sin embargo,volvió al Politeama a escucharla cantar,todas las funciones,y no cesó de llenarle de flores el camarín,único regalo que ella aceptaba.Comprendió,mientras Regina cantaba sus prodigiosas arias,que esa voz le llegaba al corazón: en el palco,Marcelo cerraba los ojos y se dejaba transportar por la música, por esa voz suave que lo conmovía,y hubo quienes afirmaron que las lágrimas se le deslizaban por las mejillas.También comprendió que Regina no era precisamente una cupletista,a quien se la podía
impresionar con técnicas seductoras.Era una artista de primera línea y una mujer exquisita.Durante su estada en Buenos Aires,Regina y Marcelo se vieron en circunstancias puramente formales: un banquete en alguna legación,algún recital en lo de una prominente familia.Ella se despidió del público porteño y regresó a Madrid.Se ha dicho,y la leyenda contribuyó a ello,que Marcelo la persiguió por el mundo durante ocho años hasta llevarla al altar.Aceptar esa hipótesis sería caer
en esquemas simplistas.En parte,es cierto.Pero solamente en parte. Alvear concilió su necesidad de vivir en París,de viajar por Europa, con el asedio a Regina: era tan importante lo uno como lo otro.Si la Unión Cívica Radical hubiera estado en el poder en 1899 y él hubiese ocupado un cargo importante,la supuesta persecución jamás habría existido.Pero Marcelo,ese año,estaba desocupado,y sentía una necesidad imperiosa de vivir en Europa a cuerpo de rey,ya que su fortuna se lo permitía.No hay que olvidar que los porteños conformaban una
sociedad joven,con escasa identidad,de una prosperidad extrema,ávidos por conocer y copiar modelos extranjeros,en particular franceses. Tampoco se puede aceptar que la siguió por todos los teatros donde ella actuó: él tenía su propia vida,sus amigos,sus actividades deportivas y, también,sus romances.Posiblemente,además de Madrid,la habrá escuchado cantar en París,Londres y Montecarlo,lugares en donde Alvear podía sentirse a sus anchas,pero cuesta creer que la haya seguido a Odesa o a Bucarest.La primera escala europea de Marcelo,después de haber partido Regina de Buenos Aires,fue Madrid: la diva,además de actuar en el Teatro Real,vivía en esa ciudad.Para Marcelo,Madrid era el lugar que lo convertía en un sudamericano respetable.Si bien,como se decía antes,un caballero se conocía en la mesa y en un salón de juego,y a él le sobraba el señorío,la presencia de Carmen y su tren de vida principesco cumplían una doble función: el palacio de la calle Serrano era
una suerte de continente donde podía sentirse a gusto,en familia,y,por otraparte,para los madrileños era el hermano de la princesa de Wrede, lo cual le abría las puertas de los mejores salones.Pero su objetivo no era social.Durante aquella temporada en España,el camarín de Regina,en el Teatro Real de Madrid,estaba lleno de flores que le enviaba Marcelo. Y si había que ir a San Sebastián,donde ella debía cantar en el Gran Casino,a beneficio de los soldados que habían
intervenido en la guerra de Cuba,hacia allí partía el impetuoso Alvear.
Regina,para ese entonces,estaba más que halagada.Cómo resistirse a
ese hombre de treinta y un años,alto,apuesto y elegante.Su actividad artística la había obligado a renunciar a todo aquello por lo cual clamaba su corazón,y su vida se había limitado a estudios,ensayos, funciones y permanentes traslados.No podía darse el lujo de enamorarse. Primero estaba su carrera y debía dejar de lado les affaires de coeur. Podía,claro,tener un romance,a pesar de la perpetua presencia de su madre: una comida en un restaurante a la luz de las velas,
posiblemente con zíngaros,y hasta una noche apasionada,como corresponde auna mujer de veintiocho años.Pero nada más.Al día siguiente tendría que tomar un tren y atravesar Europa,o asistir a un agotador ensayo o dar un recital en el Palacio de Oriente.Qué hombre podría soportar semejante abandono.Pero ahí estaba Marcelo de Alvear,asediándola, enviándole flores obsesivamente.Y,quizá,por primera vez;en aquel invierno madrileño,supo lo que era estar enamorada. .
Para Marcelo,en cambio,Regina era un trofeo mayor,como el cazador que
espera pacientemente a un ciervo hasta darle el tiro certero.Era inimaginable,en 1899,que un Alvear-al menos,para los cánones de Buenos Aires-tomara en serio a una artista.Las divas,como las actrices,por más célebres que fueran,formaban parte de las conquistas que engrosaban la historia pasional de un hombre de mundo.Si los propios reyes las tenían,por qué no un millonario sudamericano,poco después -en marzo de 1900 Alvear regresó a Buenos Aires,no se sabe si por amores contrariados con Regina,o porque ella debía cumplir compromisos artísticos en otras latitudes.Los pocos meses que pasó en la
Argentina los dedicó,entre otras cosas,a coquetear con el radicalismo.
A fines de 1900,30 mil hectáreas en La Pampa y 7 mil en Chacabuco
constituían una riqueza inagotable,capaz de solventar cualquier extravagancia.La carne argentina,pagada a precio de oro por los frigoríficos que se habían establecido en el país,era una suerte de varita mágica que realizaba los placeres,los caprichos,las aventuras más imprevisibles.Con sólo vender quinientos terneros al año,unargentino vivía corno un rey en Europa.Marcelo amaba París y no porque esa ciudad,en aquella época,estuviera de moda o impusiera las costumbres.El idioma,la arquitectura,la cocina francesa,la seducción de las mujeres,lo atraparon desde el primer momento,y prueba de
ello es que,hasta 1934vivió varios años en París. Los demás países europeos eran meros espacios de tránsito corno los grandes centros de aguas termales,o las temporadas hípicas en Inglaterra.Y su ciudad natal,Buenos Aires,se convirtió también en una urbe transitoria.A mediados de 1901,volvió a la Argentina con su inseparable sobrino, Adams Benítez Alvear,para volver,al poco tiempo,nuevamente a París.Y como Regina debía actuar en Buenos Aires en el mes de septiembre, emprendió otra vez el regreso.Las idas y venidas de Alvear eran consecuenciandirecta de su asedio a Regina,en Madrid,o en cualquiera de las ciudades donde ella actuaba.Y,aunque él no estuviera presente,el camarín estaba siempre lleno de sus flores.Regina,décadas después, confesó a su sobrina Delia Gowland Peralta Alvear de Bengolea,que sólo dos estímulos la hicieron vivir en aquellos días: el aplauso del público,al caer el telón,y la persecución de Marcelo.
La temporada lírica de 1901,en el Teatro San Martín,en la calle
Esmeralda,fue particularmente brillante.En primer lugar,porque cantaría Regina Pacini; por último,porque todo Buenos Aires estaba al tanto de su romance con Marcelo de Alvear.El diario El Tiempo,al publicar la crítica de El Barbero de Sevilla (la primera ópera que cantó esa temporada) describió así la velada: “El popular San Martín tenía anoche todo el aspecto de una sala aristocrática por excelencia.El golpe de vista primero traía a la memoria el recuerdo de las grandesveladas de la Ópera,pues era más o menos el mismo público el que ocupaba las
aposentadurías.Si en vez de claros y vistosos trajes,rematados por sombreros,hubiera habido algunos escotes,la ilusión hubiera sido completa.En verdad que el pretexto de la anomalía valía la pena y merecía por cierto el homenaje.Dicho pretexto era Regina Pacini,
la eximia cantatriz que en una sola temporada supo conquistarse a todo Buenos Aires gracias no sólo a su exquisita voz,sino a su
maestría en el arte del canto,del que no existe secreto alguno que ella no posea”.El pretexto,en realidad,fue otro.Para quienes la ópera tenía la misma trascendencia que ir a tomar el té,o asistir a una fiesta de beneficencia,la ocasión era única.Un contingente de señoras que llenaban las columnas de las páginas de sociedad que publicaban los diarios,no dejaron una entrada sin comprar.Cómo sería la última conquista de Marcelo,esa soprano petisa y narigona,como
decían las malas lenguas.Pero ahí estaba todo Buenos Aires en las plateas,en los palcos,perforándola con prismáticos y lorgnettes. Una voz sublime,dirían unos Nadie se enamora de una voz,responderían otros.El propio Marcelo desde su palco,asistió a todas las funciones que se prolongaron hasta el mes de noviembre,y donde Regina cantó en Bohème,Lucía de Lammermoor y Los Puritanos,con la cual se despidió.Todo el mundo,claro,estaba encantado con Regina.Después de todo,Marcelo era un homme du monde y una diva era a lo menos que podía aspirar.La
recibieron en los salones más importantes,la agasajaron,precisamente porque a nadie se le ocurrió que Marcelo se casaría con ella.Era impensable,absurdo.Un romance de esa naturaleza -en la medida de que se tratara de eso,nada más,no desafiaba a las reglas hispánicas,en cuanto a
costumbres.Por el contrario,era bien visto.Después de semejante experiencia flamígera,Marcelo “sentaría cabeza” y elegiría a una señorita argentina,de buena familia,para formar un hogar.Mientras tanto,que se divierta. Que adquiera experiencia.Y las matronas porteñas le permitieron esa impasse,porque sabían que,tarde o temprano,sus zarpas caerían sobre el soltero más codiciado de la ciudad.Ahí estaban formando fila las “chicas” de Álzaga,Anchorena,Dorrego oPeña para llevarlo al altar.El 8 de diciembre de 1901,Regina zarpó de Buenos Aires a bordo del Cap Verde.La próxima vez que pisara esa tierra,lo haría en calidad de señora de Alvear.
Marcelo vivía prácticamente en Europa,salvo cuando realizaba
sus viajes ocasionales a Buenos Aires.La visitaba en Madrid; se encontraban en París,en Montecarlo o en Londres,y en 1903 le propuso casarse: su vínculo sólo podía crecer y subsistir con el matrimonio,lo cual implicaba que ella debería abandonar su carrera artística.La persecución ya llevaba cinco años,desde aquella noche en que había cantado en Buenos Aires por primera vez,y no tenía sentido vivir separados,encontrándose fugazmente en alguna ciudad europea.Esa propuesta espantó a Regina.Había luchado toda su vida para llegar a la cumbre.Acumuló una fortuna.Era adorada por los públicos más exigentes, invitada a los palacios reales,cubierta de costosos regalos.Los diarios hablaban de ella en términos excelsos;los críticos musicales la idolatraban.Cómo dejar ese mundo de halagos,de fortuna,de ambición,de celebridad,para casarse con un sudamericano que sólo
ostentaba la actividad de deportista.Nunca más cantar en el Covent Garden,en el Teatro Real de San Carlos,en la Scala de Milán.Jamás escuchar el aplauso y las ovaciones de su público,que era su máxima satisfacción,su razón de ser,su vida misma.Casarse con un argentino, sabiendo que sería rechazada por su condición de artista.Soportar los desprecios.Tirar una carrera a la que pocos podían
acceder -apenas un puñado de elegidos-,reverenciados en el mundo entero.Qué garantía,qué seguridad tendría de que Marcelo no se cansara de ella y que,definitivamente fuera de un escenario,la siguiese amando.
Pero su lucha,su fortuna,el placer que le brindaba el exhibicionismo,la
música,los temores,las presiones de su madre y la fascinación de un escenario se estrellaban contra una única realidad de la cual no podría escapar.A esa altura,estaba enamorada hasta la desesperación-de Marcelo.
Se incorporó silenciosamente,deslizándose,para evitar despertarlo.Los
brazos de Marcelo aún la aprisionaban,como si no pudiera aceptar la mínima separación,ni siquiera durante el sueño.Tomó asiento al pie de la cama,se cerró la bata como si se protegiera de alguna oscura amenaza y lo contempló: dormía sin emitir un sonido,pacíficamente.Las primeras luces del alba apenas iluminaban el dormitorio de Marcelo,pero bastaban para reconocer ese espacio enclavado en la Avenue de Wagram.Cuántas noches,desde que había llegado a París,había pasado en esa habitación; cuántas palabras susurradas al oído;cuántas confesiones pronunciadas en la penumbra.Esa noche deberían separarse una vez más,como si los permanentes traslados formaran parte de ese amor que había crecido entre giras artísticas,camarines y hoteles:ahora sería Bucarest y
una vez más El elixir de amor el factor de desunión.Marcelo se movió repentinamente y tanteó las sábanas.Descubrió su ausencia.Se apoyó torpemente sobre sus codos y la reconoció al pie de la cama.
-Regina -susurró,mientras le tendía los brazos.Cómo resistirse a ese gesto,casi el de un niño en la cuna que quiere ser alzado.Se acurrucó a su lado,sintió el calor de ese cuerpo y descubrió que el aplauso de una sala enfervorizada era un pobre estímulo comparado con esos
brazos que nuevamente la aprisionaban.Nunca sería capaz de olvidar ese
dormitorio,ni el olor a lavanda de las sábanas, i su propia fotografía enmarcada en la mesa de luz,junto a la de los padres de Marcelo.
-Duerma,mi amor insistió él.Regina cerró los ojos para complacerlo. Pero no podía dormir.Pronto volvería al hotel donde se alojaba con su madre,para escuchar los mismos reproches,idénticas condenas.Felicia aceptaba de mala gana sus escapadasnnocturnas: había descubierto en su hija una voluntad imposible de doblegar.un desafío que no admitía tregua.De nada servían los argumentos para alejar a Marcelo de sus vidas: estaba omnipresente,ya fuera en París,en Madrid o en
Bucarest.Los camarines permanentemente inundados de flores;los puntuales
telegramas;las cartas de amor que llegaban a todos los confines de Europa cuando salían de gira.Ese amanecer,mientras Marcelo dormía, sintió acaso por primera vez que algo había cambiado dentro de ella. Separarse -como lo harían esa noche implicaba otra clase de pena: no significaba sólo el dejarlo,sino,también,el estar condenada al perpetuo movimiento,a los impersonales cuartos de hotel,a la falta
de la imprescindible intimidad.Cómo amaba ese dormitorio,los pocos muebles que había comprado Marcelo,las pesadas cortinas de brocato que se empecinaban en mantener la habitación en penumbras,como si quisieran aislarlos de la calle,de los peligros.Comprendió que ya no podría vivir como lo había hecho hasta entonces.Los permanentes ensayos,la emoción y el nerviosismo de un estreno,el aplauso embriagador,la seguridad y la independencia que otorga el dinero nada significaban si le faltaba el amor.Había permanecido inmóvil,sintiendo la pesada respiración de Marcelo.Supo,entonces,que su vida estaba junto a ese hombre,aun a costa de la gloria.Felicia empezó a odiar a Alvear.Lo que había sido un romance hasta cierto punto pintoresco,se transformó en la peor de las amenazas.Su hija era capaz de abandonar una carrera por un hombre que, si bien inmensamente rico,no era europeo o noble;apenas un sudamericano elegante y mundano.En aquel año de decisiones,madre e hija entraron en un torbellino de discusiones y acusaciones mutuas Felicia trató de convencerla de la locura que iba a cometer con todos los argumentos que tenía a mano,que no eran pocos.Marcelo era un diletante y pronto se cansaría de ella.En Buenos Aires nadie la recibiría.Si el
matrimonio fracasaba -lo cual era probable-le sería difícil retornar su carrera de soprano.Regina sabía todo aquello.Sin embargo,prefirió perder la fortuna y la gloria.No a Marcelo.
El 11 de marzo de 1904,Regina cantó por última vez en el Teatro Real de
San Carlos de Lisboa,donde había debutado aquella noche memorable,
despidiéndose para siempre de aquel escenario de la infancia.Había tornado lamdecisión de casarse con Marcelo de Alvear.La ovación,cuando el telón cayó,fue apoteótica;los lisboetas lamentaban perder a una diva excepcional que,de algún modo, les pertenecía.Pero sus compromisos artísticos en Bucarest,en Roma,en Nápoles,en París y en Madrid,se extendían hasta comienzos de 1907,lo cual significaba que habría que esperar tres años para concretar la boda.Tres años de separaciones,de viajes,de incertidumbre.Marcelo,en 1904,decidió establecerse definitivamente en París mientras Regina viajaba por Europa.Se instaló en un departamento en uno de los mejores barrios de la ciudad,119 Avenue de Wagram:desde ese punto se trasladaba a los teatros líricos donde ella actuaba.Alejado de la política,ajeno a la revolución
radical de 1905,se dedicó a los habituales pasatiempos de los millonarios porteños en Francia:patrocinar célebres duelos en el Bois de Boulogne,o realizar un raid aéreo en globo de París a Chartres.El 22 de octubre de 1905,una nueva muerte golpearía a Marcelo:la de su hermano Ángel,que falleció en París -en elhotel Ritz- después de una larga enfermedad.Su viuda,María Unzué,una de las cinco mujeres más ricas de la Argentina,respetó el testamento de su marido,quien legaba a Marcelo extensas y valiosas tierras en las puertas de Buenos
Aires,en lo que luego sería la localidad de Don Torcuato.María Unzué de Alvear no necesitaba acrecentar su fortuna.Pero tampoco estaba dispuesta aaceptar a una cantante en la familia: desde el momento en que se anunció el compromiso matrimonial,se transformó -de por vida- en enemiga mortal de Regina,a quien nunca recibiría en su casa.
Por fin llegó 1907.Habían pasado tres años y Marcelo anunció su boda,
que se realizaría el 29 de abril de ese año en Lisboa,en la iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación.En Buenos Aires,estalló el escándalo. Si bien todo el mundo había estado al tanto de sus intenciones matrimoniales,nadie hasta entonces creyó que las llevaría a cabo: su relación con Regina era puramente pasional y transitoria.Se olvidaría de ella y sólo sería un personaje más -célebre,claro-de un vasto anecdotario.Pero al anunciar su casamiento,Marcelo había ido demasiado lejos.Las matronas porteñas cuyas vidas transcurrían en reuniones de
beneficencia,en tés,en aburridas veladas,dieron por perdidas sus esperanzas de capturarlo para alguna de sus hijas y, peor aún,lo consideraron una ofensa.Había roto las reglas.Un caballero no se casaba con una cantante.Tampoco los señores aristocráticos vieron con buenos ojos ese desafío: había mujeres para seducir,ymujeres para llevar al altar.Así lo entendió el propio hermano de Marcelo,Carlos
Torcuato de Alvear,también intendente de Buenos Aires,como su padre, que hizo esfuerzos desesperados para evitar la inminente boda en Lisboa.Pero ninguno de los argumentos que utilizó persuadieron a Marcelo: su decisión estaba tomada,su palabra dada,y no se echaría atrás.El 28 de abril de 1907 -un día antes de la ceremonia- Regina y Felicia fueron a visitar a la reina Amelia de Portugal,en el palacio de las Necesidades.La diva se retiraba de la escena y quería despedirse de aquella mujer en quien siempre había encontrado afecto ycomprensión.Marcelo no se casaba con Regina por compromiso,ni por capricho.Esa mujer le había llegado al corazón.No pertenecía a su clase social y,además,era artista.Pero sabía reconocer a una señora y a un ser humano profundamente cristiano,cualidades que ella poseía.En cuanto a su familia y la gente de Buenos Aires,se podía dar el lujo de ignorarlos: él era un Alvear.No concebía la vida sin Regina y así fue hasta su muerte.(fuente O.Lagos/Pasión de un Aristócrata/EMECE 1993)
En la calle Brandsen y Del Crucero,(actual Predio)el 6 de junio de 1924,se inaguró el estadio de madera del Club Boca Juniors con la presencia del presidente de la República,Marcelo T. de Alvear,(simpatizante del club)quien dió el puntapié inicial.En aquella oportunidad se jugó el partido inaugural,ganando Boca a Nacional de Montevideo 2 a 1.
El pueblo,que no forja tratados pero intuye filosóficamente,sigue con interés todas las manifestaciones gubernativas,no sin maravillarse a veces del rendimiento de su actividad.
Es que se ignora¡y esto lo saben sus familiares!,cómo el tiempo le alcanza gracias a la costumbre,poco menos que exótica entre nosotros, de la puntualidad.Así,en MAR DEL PLATA,cuando todos creen que el Presidente se toma un bien ganado reposo,no sospechan la actividad por él desarrollada.Porque,así como ha ofrecido al blanco de la curiosidad sus actos oficiales,evidenciando serenidad y optimismo,siempre que hubieron de alternarse decorosamente nuestras virtudes republicanas con los más altos blasones de la tradición,el Dr.ALVEAR corrió un telón de fondo a su vida íntima.Y al verle arquetipo de mesura,los más ignoran que esa su prestancia se debe a su método en el ejercicio de múltiples ocupaciones de todo orden,sin excluir las espirituales.
Es en nuestro gran balneario donde en el Presidente se renonoce al hombre digno de los griegos antiguos por su sentido de vida plena al aire libre,así como en la ciudad es el hombre del Renacimiento por su amor al humanismo y revive el donaire español que le viene de sus antepasados.Allí,libre del cumplimiento de sus múltiples deberes representativos -porque el presidente ALVEAR quiso siempre armonizar nuestros imperiosos sentimientos democráticos con las normas del decoro gubernativo,-su poder de volición le hace gustar la vida en cuanto tiene de más bello.Su oído atento lo mismo regula las palpitaciones de un motor como reconstruye las armonías dispersas de un poema musical de Strawinsky.Sus ojos pueden remansarse en la inmensidad del mar como se afinan en la vasta extensión de los “links”, donde su brazo fuerte sabe tirar “shotlong’s” y cautelosamente cumplir los “approaches” para vencer a sus rivales de golf.Mente lógica,adiestrada en el estudio de los problemas vitales del país -su gobierno,además de la conclusión de obras públicas importantísimas,tiene en su haber,entre otras, iniciativas tan útiles para el futuro de la República como la ley de arrendamientos y el régimen de cooperativas,-allí puede estudiar largamente los más complicados expedientes,porque antes sabe deambular por regiones de ensueño con un breve tomo de poesías de Shelley o de Paul Valery.Mientras en la ciudad se interesa por las discusiones de un congreso científico internacional,en MAR DEL PLATA se le ofrecen problemas complejos con los pescadores, los que resuelve con su sola presencia.Seguirlo en sus actividades es comprender su acción,ordenada para el rendimiento de las actividades más dispares en el orden físico, político y espiritual.Gracias a su vida,ejercitada en un adiestramiento constante de sus facultades,puede desintoxicarse -permítasenos la expresión-del veneno diario que le inoculan los hombres con sus grandes pasiones.Frente a la inmensidad del mar los hechos tórnanse menos graves y las cosas superpuestas sobre sus hombros, aunque pesadas,son más llevaderas.Así los grandes políticos,después de una partida de golf,afrontan sonrientes cualquier votación contraria.Sin contar las largas caminatas,donde su curiosidad siempre está alerta,el tiro al blanco,la esgrima,la equitación,la pesca y demás manifestaciones de su voluntad aligeran su espíritu.Y la fuerza de sus facultades se acrecienta en la comprensión de la belleza del relieve y la línea,del color y la forma.En MAR DEL PLATA el Presidente acumula esa su serenidad característica.Y observada así,su personalidad justifica la confianza del pueblo,que en su sonrisa de optimismo ve reflejada la fuerza serena de su civilidad y el futuro prodigioso de la Nación.
(fuente revista Caras y Caretas 12-2-927).
-Mis primeros recuerdos de ellos fueron cuando me exiliaron.Entonces tenia poquisimos años,y fue cuando a los viejos radicales los deporto al Brasil la dictadura de Uriburu.Yo nos los seguí: a mi me llevaron porque mi padre estaba tambien en la lista.Del viaje en el Cap de Ancona a Río de Janeiro tengo recuerdos vagos.Algo de la travesía-en especial el cruce del golfo de Santa Catalina con el clásico resultado: un comedor muy raleado,un ambiente saturado de olor a comida,y a mi hermano y a mi que nos sacaron con una servilleta en la boca vomitando por los cuatro costados y algo de las corridas en cubierta y la seducción de mirar por el ojo de buey.Los Alvear estaban en el Hotel Copacabana, y nosotros junto a los Tamborini y los Siri en unos departamentos frente al mar.Eramos los mas chicos del pelotón,y de nuestra edad no había compañía: las hijas de Siri,como las de Pueyrredon,eran señoritas,y los hijos de Andres Ferreyra ya muchachones.Jugabamos solos,y parece que con bastante escandalo y travesura,tanto que un día don Pascual le dijo a nuestra madre: María Esther,nos van a desalojar y tendremos que ir a vivir en una carpa en la playa…. Por favor,Tamborini,no lo diga fuerte,porque ese seria el sueño de ellos,y harían cualquier cosa por lograrlo.
A Copacabana íbamos seguido,a veces de pasada y otras anunciadas,y generalmente con nuestra madre a visitar a Regina.Poroto Botana,quien aseguraba haber sido testigo de muchas de nuestras andanzas,hacia reír contando las formas de nuestro desparpajo y hablar confianzudo,nada menos que con el matrimonio Alvear,a quien se trataba con mucho respeto y distancia.Nosotros no.Parece ser que todo lo contrario,y es que, evidentemente,sentíamos que no hablabamos ni estábamos en presencia del ex presidente y su esposa,sino con amigos que nos trataban como tales. Después fuimos todos juntos hasta Montevideo,y volvimos a Buenos Aires. Luego de Martín García los Alvear se fueron a Europa;mi padre,a Ushuaia,con los amigos radicales confinados,y nosotros,con nuestra madre a Sierra de la Ventana a esperar que aclarara.
De ahí en mas,mis recuerdos de los Alvear saltan a MAR DEL PLATA.Yo tenia mas años,pero seguía borrego.Nuestro chalet estaba en la cúspide de la loma de Playa Grande,y Villa Regina en la base,hacia el puerto. Todavía están.Aunque entonces descampado,y ahora ciudad,lo recuerdo a don Marcelo manejando su “topolino” (nunca supimos como hacia para entrar y salir de el),y,subiendo la cuesta,llegar a casa a conversar con mi padre,cosa que para nosotros no tenia otra trascendencia que un saludo cordial,su respuesta cariñosa,y algunas bromas que nos dejaban siempre satisfechos.Otras veces los veíamos en Playa Grande,donde tenían su carpa permanente como cualquier veraneante.
Mas de una vez,de pasada al mar,le pedíamos permiso para dejar alguna ropa que nos molestaba.Lo encontrábamos sentado en aquellas sillas de mimbre,tan cómodas en la arena,leyendo un diario y sin ningún preámbulo daba su conformidad mezclada con preguntas sobre la familia. Generalmente cuando volviamos,casi al mediodía,los Alvear ya no estaban,pero no era nada díficil volverlos a ver a la tarde caminando por la Rambla como simples ciudadanos.Era cierto: eramos unos confianzudos.Es verdad que los historiadores tienen bastante de que ocuparse como para acordarse de los chicos y de sus impresiones ante los hombres importantes,pero lo que a esa edad pudimos estar con ellos sintiéndonos cómodos,tenemos una visión particular,tal vez intrascendente,con infinidad de posibilidades de no pasar a un libro, pero de un valor muy importante para nosotros.
Mientras hacia falta un discurso de Alvear para que un politicólogo entendiera algún recoveco de su pensamiento,una simple mirada,unas palabras y algun gesto cariñoso,a nosotros nos convertía en cómplices de otra historia, de trastienda,insisto,pero tan real y verdadera como la otra.La tradición lo pinta a Alvear con gesto adusto y solemne, encumbrado y autoritario,casi con toga romana conduciendo a la patria a la grandeza.Pero para mi fue todo lo contrario.Mi verdadero Alvear fue una expresión sonriente,una mirada clara y abierta,y un hablar de compinche.Y algo mas,tan importante para un chico como para que nunca lo olvide: siempre tenia buen humor.El resto son problemas de otros,de gente grande y seria.En esta actualidad tan desvaída y pobre en que vive el país,el recuerdo de Alvear,mi Alvear,caminando en la explanada del Cristo Redentor o en Pocitos o en Playa Grande o en la Rambla de MAR DEL PLATA,con doña Regina del brazo,saludando tranquilo y amable… hasta a un chico como era yo,es algo que me reconforta.Los tiempos de la Republica naufragaron en el 30, pero los de los republicanos todaíia flotan.Si bien Marcelo T. de Alvear no desplegaba lujos durante sus vacaciones en la costa,si gustaba de la comodidad.En Alvear,de Felix Luna,se lo describe como a un gran nadador,que no se perdía ninguna temporada veraniega.Fue de los primeros en descubrir Playa Grande,y durante muchos años su carpa fue de las contadas que allí se levantaban,mientras el grueso de los turistas se apiñaba frente a la Rambla.Hacia la mitad de su periodo presidencial (1922-1928) empezó a construir en Mar del Plata,precisamente cerca de Playa Grande,un hermosa chalet bautizado Villa Regina en honor de su mujer,Regina Pacini;disgustada frecuentemente con la omnipresencia del ministro de Guerra de Alvear,Agustín P. Justo,que lo seguia a todas partes y gustaba de practicar golf y trasladar las intrigas del poder a la arena marplatense.Alvear además gustaba de la pesca y caminando en soledad, sin escolta,hasta la escollera norte,con su sombrero blanco,la valijita de aparejos en mano y la caña en la otra.Tampoco llevaba custodia a sus partidos de golf con su amigo Ricardo Cranwell,presidente del Golf Club Mar del Plata,donde tenia prioridad cuando se le ocurría jugar.
(fuente:Todo es Historia/Horacio Guido-5/97)
Si bien los Alvear habían perdido Coeur Volant,encontraron MAR DEL PLATA una intimidad de la que carecían en Buenos Aires.VILLA REGINA había sido construida por el arquitecto Baldassarini en la década del 20 y era una muestra perfecta del estilo que imperaba en esa época: paredes de piedra,techos de pizarra y hasta dos gatos de cerámica sobre el tejado.Ubicada frente al MAR DEL PLATA GOLF CLUB,dominaba el océano, el puerto y PLAYA GRANDE,esa lonja de arena por la cual Marcelo había caminado en soledad envuelto en su salida de baño blanca.
Claro que,a mediados de los años 30,ya no existía la playa solitaria:se
habían construido balnearios de líneas rectas y abundancia de cromados en loque los arquitectos actuales denominarían “desmesurado racionalismo” y proliferaban los toldos,las sombrillas,los restaurantes,los bares y los veraneantes.Qué diferente había sido apenas unos años atrás,cuando él era el único bañista que recorría solitariamente la playa.Tampoco VILLA RTEGINA había escapado al frenesí de la construcción.Ya no se erguía,sola,sobre la loma.Ahora estaba rodeada de otras casas,de otras voces.Sin embargo disfrutaban de MAR DEL PLATA,de esa elegancia sudamericana,de los viejos amigos, e los
paseos en automóvil o de las idas a PUNTA MOGOTES,a bañarse en el BALNEARIO TIRABOSCHI,donde todavía encontraban la imprescindible soledad.MAR DEL PLATA no tenía el cosmopolitismo de Coeur Volant,ni sus ilustres visitantes.Pero se parecía a Biarritz.En realidad,se habían reproducido sobre las lomas las mismas casas normandas,y hasta la fuerza del mar y los inesperados cambios de clima erantípicos de la costa vasca francesa.Marcelo y Regina formaron parte de la generación de los bailes en el HOTEL BRISTOL,de las fiestas en el GOLF,de las playas exclusivas a las que se iba en automóvil conducido por un chófer.A imitación de Europa,también había palacios cerca de MAR DEL PLATA,con centenares de hectáreas de parque: eran las
estancias,en reemplazo de los country y houses ingleses,de los châteaux
franceses,a las cuales se iba a tomar el té o a comer.
LA ARMONIA,de Josefina Unzué de Cobo,EL BOQUERON,de Anchorena,o CHAPADMALAL,de Martínez de Hoz cumplían esa función social.
El tiempo fue generoso con los Alvear: les evitó ver la destrucción,la
masificación de MAR DEL PLATA con el correr de los años.No sólo los grandes hoteles y residencias fueron demolidos o destinados al público sindical.También,inexorable,caería la picota sobre VILLA REGINA.(fuente: O.Lagos/la Pasión de un Aristócrata).
El primer encuentro de Regina con Marcelo,para ella,careció de lo que los franceses denominan coup de foudre,es decir,ese golpe de pólvora que desata misteriosamente una pasión incontrolable.Era un hombre
apuesto más,como tantos que había conocido en varias ciudades europeas y,a lo sumo,se habrá sentido halagada del asedio que practicó Marcelo a partir de su ingreso en el camarín.Pero nada más.Para él,en cambio,se trató de un desafío.Sin duda había conocido mujeres de todo tipo en Buenos Aires y en París,pero no hay que olvidar cierto espíritu de coleccionista en el joven Alvear.Qué joya deslumbrante para agregar a su colección.Había actrices,bailarinas,mujeres casadas,cocotes,
empleadas,cupletistas y,ahora,una prima donna Sólo tenía que desplegar el estilo mundano y galante que conocía bien para que Regina sucumbiera a sus irresistibles encantos aristocráticos.Le obsequió un costoso anillo y le hizo llenar el camarín de flores.
Regina no se impresionó.Aun más: estaba acostumbrada a los regalos.Un
diario que se publicaba en Buenos Aires en italiano enumeró los obsequios que recibió la cantante:
“Prendedor con brillantes y perlas,regalo del presidente de la
República,Julio A. Roca.Alhajero cincelado,la empresa Bernabei. Estatuilla de bronce,del señor Giudice Caruso.Bombonera con miniatura, del señor Guglielmo Caruson”.La lista incluía,además,un prendedor de oro y brillantes,un abanico,un vaso artístico,un nécessaire de oro,uno de plata y centenares de flores.También el diario señalaba:
“Un anillo con gran solitario obsequiado por un admirador que permanece en el incógnito,aunque presumimos que se trata de un gran señor, M.T.D.A.”,Las iniciales son,naturalmente,de Marcelo Torcuato de Alvear. Regina aceptó las flores.Pero devolvió el anillo.¿Lo hizo para establecer que no era fácilmente conquistable? Ni el Presidente de la República ni quienes le regalaron otros costosos obsequios tenían dobles intenciones.Alvear sí.¿O, por el contrario,su negativa a aceptar el anillo fue para provocarlo? Marcelo estaba perplejo: había sido rechazado.Un Alvear.El soltero más codiciado de Buenos
Aires.Un riquísimo terrateniente.Sin embargo,volvió al Politeama a escucharla cantar,todas las funciones,y no cesó de llenarle de flores el camarín,único regalo que ella aceptaba.Comprendió,mientras Regina cantaba sus prodigiosas arias,que esa voz le llegaba al corazón: en el palco,Marcelo cerraba los ojos y se dejaba transportar por la música, por esa voz suave que lo conmovía,y hubo quienes afirmaron que las lágrimas se le deslizaban por las mejillas.También comprendió que Regina no era precisamente una cupletista,a quien se la podía
impresionar con técnicas seductoras.Era una artista de primera línea y una mujer exquisita.Durante su estada en Buenos Aires,Regina y Marcelo se vieron en circunstancias puramente formales: un banquete en alguna legación,algún recital en lo de una prominente familia.Ella se despidió del público porteño y regresó a Madrid.Se ha dicho,y la leyenda contribuyó a ello,que Marcelo la persiguió por el mundo durante ocho años hasta llevarla al altar.Aceptar esa hipótesis sería caer
en esquemas simplistas.En parte,es cierto.Pero solamente en parte. Alvear concilió su necesidad de vivir en París,de viajar por Europa, con el asedio a Regina: era tan importante lo uno como lo otro.Si la Unión Cívica Radical hubiera estado en el poder en 1899 y él hubiese ocupado un cargo importante,la supuesta persecución jamás habría existido.Pero Marcelo,ese año,estaba desocupado,y sentía una necesidad imperiosa de vivir en Europa a cuerpo de rey,ya que su fortuna se lo permitía.No hay que olvidar que los porteños conformaban una
sociedad joven,con escasa identidad,de una prosperidad extrema,ávidos por conocer y copiar modelos extranjeros,en particular franceses. Tampoco se puede aceptar que la siguió por todos los teatros donde ella actuó: él tenía su propia vida,sus amigos,sus actividades deportivas y, también,sus romances.Posiblemente,además de Madrid,la habrá escuchado cantar en París,Londres y Montecarlo,lugares en donde Alvear podía sentirse a sus anchas,pero cuesta creer que la haya seguido a Odesa o a Bucarest.La primera escala europea de Marcelo,después de haber partido Regina de Buenos Aires,fue Madrid: la diva,además de actuar en el Teatro Real,vivía en esa ciudad.Para Marcelo,Madrid era el lugar que lo convertía en un sudamericano respetable.Si bien,como se decía antes,un caballero se conocía en la mesa y en un salón de juego,y a él le sobraba el señorío,la presencia de Carmen y su tren de vida principesco cumplían una doble función: el palacio de la calle Serrano era
una suerte de continente donde podía sentirse a gusto,en familia,y,por otraparte,para los madrileños era el hermano de la princesa de Wrede, lo cual le abría las puertas de los mejores salones.Pero su objetivo no era social.Durante aquella temporada en España,el camarín de Regina,en el Teatro Real de Madrid,estaba lleno de flores que le enviaba Marcelo. Y si había que ir a San Sebastián,donde ella debía cantar en el Gran Casino,a beneficio de los soldados que habían
intervenido en la guerra de Cuba,hacia allí partía el impetuoso Alvear.
Regina,para ese entonces,estaba más que halagada.Cómo resistirse a
ese hombre de treinta y un años,alto,apuesto y elegante.Su actividad artística la había obligado a renunciar a todo aquello por lo cual clamaba su corazón,y su vida se había limitado a estudios,ensayos, funciones y permanentes traslados.No podía darse el lujo de enamorarse. Primero estaba su carrera y debía dejar de lado les affaires de coeur. Podía,claro,tener un romance,a pesar de la perpetua presencia de su madre: una comida en un restaurante a la luz de las velas,
posiblemente con zíngaros,y hasta una noche apasionada,como corresponde auna mujer de veintiocho años.Pero nada más.Al día siguiente tendría que tomar un tren y atravesar Europa,o asistir a un agotador ensayo o dar un recital en el Palacio de Oriente.Qué hombre podría soportar semejante abandono.Pero ahí estaba Marcelo de Alvear,asediándola, enviándole flores obsesivamente.Y,quizá,por primera vez;en aquel invierno madrileño,supo lo que era estar enamorada. .
Para Marcelo,en cambio,Regina era un trofeo mayor,como el cazador que
espera pacientemente a un ciervo hasta darle el tiro certero.Era inimaginable,en 1899,que un Alvear-al menos,para los cánones de Buenos Aires-tomara en serio a una artista.Las divas,como las actrices,por más célebres que fueran,formaban parte de las conquistas que engrosaban la historia pasional de un hombre de mundo.Si los propios reyes las tenían,por qué no un millonario sudamericano,poco después -en marzo de 1900 Alvear regresó a Buenos Aires,no se sabe si por amores contrariados con Regina,o porque ella debía cumplir compromisos artísticos en otras latitudes.Los pocos meses que pasó en la
Argentina los dedicó,entre otras cosas,a coquetear con el radicalismo.
A fines de 1900,30 mil hectáreas en La Pampa y 7 mil en Chacabuco
constituían una riqueza inagotable,capaz de solventar cualquier extravagancia.La carne argentina,pagada a precio de oro por los frigoríficos que se habían establecido en el país,era una suerte de varita mágica que realizaba los placeres,los caprichos,las aventuras más imprevisibles.Con sólo vender quinientos terneros al año,unargentino vivía corno un rey en Europa.Marcelo amaba París y no porque esa ciudad,en aquella época,estuviera de moda o impusiera las costumbres.El idioma,la arquitectura,la cocina francesa,la seducción de las mujeres,lo atraparon desde el primer momento,y prueba de
ello es que,hasta 1934vivió varios años en París. Los demás países europeos eran meros espacios de tránsito corno los grandes centros de aguas termales,o las temporadas hípicas en Inglaterra.Y su ciudad natal,Buenos Aires,se convirtió también en una urbe transitoria.A mediados de 1901,volvió a la Argentina con su inseparable sobrino, Adams Benítez Alvear,para volver,al poco tiempo,nuevamente a París.Y como Regina debía actuar en Buenos Aires en el mes de septiembre, emprendió otra vez el regreso.Las idas y venidas de Alvear eran consecuenciandirecta de su asedio a Regina,en Madrid,o en cualquiera de las ciudades donde ella actuaba.Y,aunque él no estuviera presente,el camarín estaba siempre lleno de sus flores.Regina,décadas después, confesó a su sobrina Delia Gowland Peralta Alvear de Bengolea,que sólo dos estímulos la hicieron vivir en aquellos días: el aplauso del público,al caer el telón,y la persecución de Marcelo.
La temporada lírica de 1901,en el Teatro San Martín,en la calle
Esmeralda,fue particularmente brillante.En primer lugar,porque cantaría Regina Pacini; por último,porque todo Buenos Aires estaba al tanto de su romance con Marcelo de Alvear.El diario El Tiempo,al publicar la crítica de El Barbero de Sevilla (la primera ópera que cantó esa temporada) describió así la velada: “El popular San Martín tenía anoche todo el aspecto de una sala aristocrática por excelencia.El golpe de vista primero traía a la memoria el recuerdo de las grandesveladas de la Ópera,pues era más o menos el mismo público el que ocupaba las
aposentadurías.Si en vez de claros y vistosos trajes,rematados por sombreros,hubiera habido algunos escotes,la ilusión hubiera sido completa.En verdad que el pretexto de la anomalía valía la pena y merecía por cierto el homenaje.Dicho pretexto era Regina Pacini,
la eximia cantatriz que en una sola temporada supo conquistarse a todo Buenos Aires gracias no sólo a su exquisita voz,sino a su
maestría en el arte del canto,del que no existe secreto alguno que ella no posea”.El pretexto,en realidad,fue otro.Para quienes la ópera tenía la misma trascendencia que ir a tomar el té,o asistir a una fiesta de beneficencia,la ocasión era única.Un contingente de señoras que llenaban las columnas de las páginas de sociedad que publicaban los diarios,no dejaron una entrada sin comprar.Cómo sería la última conquista de Marcelo,esa soprano petisa y narigona,como
decían las malas lenguas.Pero ahí estaba todo Buenos Aires en las plateas,en los palcos,perforándola con prismáticos y lorgnettes. Una voz sublime,dirían unos Nadie se enamora de una voz,responderían otros.El propio Marcelo desde su palco,asistió a todas las funciones que se prolongaron hasta el mes de noviembre,y donde Regina cantó en Bohème,Lucía de Lammermoor y Los Puritanos,con la cual se despidió.Todo el mundo,claro,estaba encantado con Regina.Después de todo,Marcelo era un homme du monde y una diva era a lo menos que podía aspirar.La
recibieron en los salones más importantes,la agasajaron,precisamente porque a nadie se le ocurrió que Marcelo se casaría con ella.Era impensable,absurdo.Un romance de esa naturaleza -en la medida de que se tratara de eso,nada más,no desafiaba a las reglas hispánicas,en cuanto a
costumbres.Por el contrario,era bien visto.Después de semejante experiencia flamígera,Marcelo “sentaría cabeza” y elegiría a una señorita argentina,de buena familia,para formar un hogar.Mientras tanto,que se divierta. Que adquiera experiencia.Y las matronas porteñas le permitieron esa impasse,porque sabían que,tarde o temprano,sus zarpas caerían sobre el soltero más codiciado de la ciudad.Ahí estaban formando fila las “chicas” de Álzaga,Anchorena,Dorrego oPeña para llevarlo al altar.El 8 de diciembre de 1901,Regina zarpó de Buenos Aires a bordo del Cap Verde.La próxima vez que pisara esa tierra,lo haría en calidad de señora de Alvear.
Marcelo vivía prácticamente en Europa,salvo cuando realizaba
sus viajes ocasionales a Buenos Aires.La visitaba en Madrid; se encontraban en París,en Montecarlo o en Londres,y en 1903 le propuso casarse: su vínculo sólo podía crecer y subsistir con el matrimonio,lo cual implicaba que ella debería abandonar su carrera artística.La persecución ya llevaba cinco años,desde aquella noche en que había cantado en Buenos Aires por primera vez,y no tenía sentido vivir separados,encontrándose fugazmente en alguna ciudad europea.Esa propuesta espantó a Regina.Había luchado toda su vida para llegar a la cumbre.Acumuló una fortuna.Era adorada por los públicos más exigentes, invitada a los palacios reales,cubierta de costosos regalos.Los diarios hablaban de ella en términos excelsos;los críticos musicales la idolatraban.Cómo dejar ese mundo de halagos,de fortuna,de ambición,de celebridad,para casarse con un sudamericano que sólo
ostentaba la actividad de deportista.Nunca más cantar en el Covent Garden,en el Teatro Real de San Carlos,en la Scala de Milán.Jamás escuchar el aplauso y las ovaciones de su público,que era su máxima satisfacción,su razón de ser,su vida misma.Casarse con un argentino, sabiendo que sería rechazada por su condición de artista.Soportar los desprecios.Tirar una carrera a la que pocos podían
acceder -apenas un puñado de elegidos-,reverenciados en el mundo entero.Qué garantía,qué seguridad tendría de que Marcelo no se cansara de ella y que,definitivamente fuera de un escenario,la siguiese amando.
Pero su lucha,su fortuna,el placer que le brindaba el exhibicionismo,la
música,los temores,las presiones de su madre y la fascinación de un escenario se estrellaban contra una única realidad de la cual no podría escapar.A esa altura,estaba enamorada hasta la desesperación-de Marcelo.
Se incorporó silenciosamente,deslizándose,para evitar despertarlo.Los
brazos de Marcelo aún la aprisionaban,como si no pudiera aceptar la mínima separación,ni siquiera durante el sueño.Tomó asiento al pie de la cama,se cerró la bata como si se protegiera de alguna oscura amenaza y lo contempló: dormía sin emitir un sonido,pacíficamente.Las primeras luces del alba apenas iluminaban el dormitorio de Marcelo,pero bastaban para reconocer ese espacio enclavado en la Avenue de Wagram.Cuántas noches,desde que había llegado a París,había pasado en esa habitación; cuántas palabras susurradas al oído;cuántas confesiones pronunciadas en la penumbra.Esa noche deberían separarse una vez más,como si los permanentes traslados formaran parte de ese amor que había crecido entre giras artísticas,camarines y hoteles:ahora sería Bucarest y
una vez más El elixir de amor el factor de desunión.Marcelo se movió repentinamente y tanteó las sábanas.Descubrió su ausencia.Se apoyó torpemente sobre sus codos y la reconoció al pie de la cama.
-Regina -susurró,mientras le tendía los brazos.Cómo resistirse a ese gesto,casi el de un niño en la cuna que quiere ser alzado.Se acurrucó a su lado,sintió el calor de ese cuerpo y descubrió que el aplauso de una sala enfervorizada era un pobre estímulo comparado con esos
brazos que nuevamente la aprisionaban.Nunca sería capaz de olvidar ese
dormitorio,ni el olor a lavanda de las sábanas, i su propia fotografía enmarcada en la mesa de luz,junto a la de los padres de Marcelo.
-Duerma,mi amor insistió él.Regina cerró los ojos para complacerlo. Pero no podía dormir.Pronto volvería al hotel donde se alojaba con su madre,para escuchar los mismos reproches,idénticas condenas.Felicia aceptaba de mala gana sus escapadasnnocturnas: había descubierto en su hija una voluntad imposible de doblegar.un desafío que no admitía tregua.De nada servían los argumentos para alejar a Marcelo de sus vidas: estaba omnipresente,ya fuera en París,en Madrid o en
Bucarest.Los camarines permanentemente inundados de flores;los puntuales
telegramas;las cartas de amor que llegaban a todos los confines de Europa cuando salían de gira.Ese amanecer,mientras Marcelo dormía, sintió acaso por primera vez que algo había cambiado dentro de ella. Separarse -como lo harían esa noche implicaba otra clase de pena: no significaba sólo el dejarlo,sino,también,el estar condenada al perpetuo movimiento,a los impersonales cuartos de hotel,a la falta
de la imprescindible intimidad.Cómo amaba ese dormitorio,los pocos muebles que había comprado Marcelo,las pesadas cortinas de brocato que se empecinaban en mantener la habitación en penumbras,como si quisieran aislarlos de la calle,de los peligros.Comprendió que ya no podría vivir como lo había hecho hasta entonces.Los permanentes ensayos,la emoción y el nerviosismo de un estreno,el aplauso embriagador,la seguridad y la independencia que otorga el dinero nada significaban si le faltaba el amor.Había permanecido inmóvil,sintiendo la pesada respiración de Marcelo.Supo,entonces,que su vida estaba junto a ese hombre,aun a costa de la gloria.Felicia empezó a odiar a Alvear.Lo que había sido un romance hasta cierto punto pintoresco,se transformó en la peor de las amenazas.Su hija era capaz de abandonar una carrera por un hombre que, si bien inmensamente rico,no era europeo o noble;apenas un sudamericano elegante y mundano.En aquel año de decisiones,madre e hija entraron en un torbellino de discusiones y acusaciones mutuas Felicia trató de convencerla de la locura que iba a cometer con todos los argumentos que tenía a mano,que no eran pocos.Marcelo era un diletante y pronto se cansaría de ella.En Buenos Aires nadie la recibiría.Si el
matrimonio fracasaba -lo cual era probable-le sería difícil retornar su carrera de soprano.Regina sabía todo aquello.Sin embargo,prefirió perder la fortuna y la gloria.No a Marcelo.
El 11 de marzo de 1904,Regina cantó por última vez en el Teatro Real de
San Carlos de Lisboa,donde había debutado aquella noche memorable,
despidiéndose para siempre de aquel escenario de la infancia.Había tornado lamdecisión de casarse con Marcelo de Alvear.La ovación,cuando el telón cayó,fue apoteótica;los lisboetas lamentaban perder a una diva excepcional que,de algún modo, les pertenecía.Pero sus compromisos artísticos en Bucarest,en Roma,en Nápoles,en París y en Madrid,se extendían hasta comienzos de 1907,lo cual significaba que habría que esperar tres años para concretar la boda.Tres años de separaciones,de viajes,de incertidumbre.Marcelo,en 1904,decidió establecerse definitivamente en París mientras Regina viajaba por Europa.Se instaló en un departamento en uno de los mejores barrios de la ciudad,119 Avenue de Wagram:desde ese punto se trasladaba a los teatros líricos donde ella actuaba.Alejado de la política,ajeno a la revolución
radical de 1905,se dedicó a los habituales pasatiempos de los millonarios porteños en Francia:patrocinar célebres duelos en el Bois de Boulogne,o realizar un raid aéreo en globo de París a Chartres.El 22 de octubre de 1905,una nueva muerte golpearía a Marcelo:la de su hermano Ángel,que falleció en París -en elhotel Ritz- después de una larga enfermedad.Su viuda,María Unzué,una de las cinco mujeres más ricas de la Argentina,respetó el testamento de su marido,quien legaba a Marcelo extensas y valiosas tierras en las puertas de Buenos
Aires,en lo que luego sería la localidad de Don Torcuato.María Unzué de Alvear no necesitaba acrecentar su fortuna.Pero tampoco estaba dispuesta aaceptar a una cantante en la familia: desde el momento en que se anunció el compromiso matrimonial,se transformó -de por vida- en enemiga mortal de Regina,a quien nunca recibiría en su casa.
Por fin llegó 1907.Habían pasado tres años y Marcelo anunció su boda,
que se realizaría el 29 de abril de ese año en Lisboa,en la iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación.En Buenos Aires,estalló el escándalo. Si bien todo el mundo había estado al tanto de sus intenciones matrimoniales,nadie hasta entonces creyó que las llevaría a cabo: su relación con Regina era puramente pasional y transitoria.Se olvidaría de ella y sólo sería un personaje más -célebre,claro-de un vasto anecdotario.Pero al anunciar su casamiento,Marcelo había ido demasiado lejos.Las matronas porteñas cuyas vidas transcurrían en reuniones de
beneficencia,en tés,en aburridas veladas,dieron por perdidas sus esperanzas de capturarlo para alguna de sus hijas y, peor aún,lo consideraron una ofensa.Había roto las reglas.Un caballero no se casaba con una cantante.Tampoco los señores aristocráticos vieron con buenos ojos ese desafío: había mujeres para seducir,ymujeres para llevar al altar.Así lo entendió el propio hermano de Marcelo,Carlos
Torcuato de Alvear,también intendente de Buenos Aires,como su padre, que hizo esfuerzos desesperados para evitar la inminente boda en Lisboa.Pero ninguno de los argumentos que utilizó persuadieron a Marcelo: su decisión estaba tomada,su palabra dada,y no se echaría atrás.El 28 de abril de 1907 -un día antes de la ceremonia- Regina y Felicia fueron a visitar a la reina Amelia de Portugal,en el palacio de las Necesidades.La diva se retiraba de la escena y quería despedirse de aquella mujer en quien siempre había encontrado afecto ycomprensión.Marcelo no se casaba con Regina por compromiso,ni por capricho.Esa mujer le había llegado al corazón.No pertenecía a su clase social y,además,era artista.Pero sabía reconocer a una señora y a un ser humano profundamente cristiano,cualidades que ella poseía.En cuanto a su familia y la gente de Buenos Aires,se podía dar el lujo de ignorarlos: él era un Alvear.No concebía la vida sin Regina y así fue hasta su muerte.(fuente O.Lagos/Pasión de un Aristócrata/EMECE 1993)
En la calle Brandsen y Del Crucero,(actual Predio)el 6 de junio de 1924,se inaguró el estadio de madera del Club Boca Juniors con la presencia del presidente de la República,Marcelo T. de Alvear,(simpatizante del club)quien dió el puntapié inicial.En aquella oportunidad se jugó el partido inaugural,ganando Boca a Nacional de Montevideo 2 a 1.
Estimados, podrían decirme que automóvil es el que esta al lado del señor Alvear ?
Gracias, Marcelo