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Cultura 13 de septiembre de 2024

Con tener talento no te alcanza: Por qué funciona lo que funciona

El Tío Marce propone a Pukkas que se pregunte qué es lo que hace andar a tal o cual relato para que luego trate de aplicar en sus propias historias esos elementos que despertaron su interés. Para ello, analizan el comienzo de "La tortuga de agua dulce" de Patricia Highsmith.

Patricia Highsmith. Ilustración de Jorge Estefanía.

Por Marcelo di Marco

—Me mata esta incertidumbre —dijo Pukkas apartando la mirada hacia el horizonte marino. Y enseguida advirtió a lo lejos un barco muy parecido al de Gogue, el amigo navegante de Tío Marce. Sí, acaso se trataba del Sureño. Aunque para qué mencionárselo al máster, si vistos desde la costa los barcos son todos iguales, más que parecidos. Pero, sobre todo, no quería mencionar su descubrimiento para que ese viejo ladino no cambiara de tema.

—En cuanto a lo que vos mencionaste recién como “el truco de Serardo Ruiz” —le dijo Tío Marce después de apisonar el tabaco en la cazoleta de la pipa y cambiando de tema como si le hubiera leído la mente—, supongo que a estas alturas nuestros lectores lo habrán descubierto. Por las dudas, traigamos acá de nuevo el comienzo de su relato.

Despierto sola por la luz que penetra persianas y cortinas. Todavía tengo el sabor amargo de la noche anterior. Y el maldito calor persiste, mezclándose con el olor a grasa de la pizza helada.
Vuelve ese molesto bip. No sé de qué rincón del departamento proviene, pero entra un llamado.

—Muy buen comienzo, máster. El truco está en que en esos dos párrafos el narrador estimuló los sentidos del personaje.

—Y, por ende, también los del lector. Eso nunca debemos olvidarlo.

—¡Y estimuló todos los sentidos, maestro! No falta ninguno de los cinco que más nos ocupan. En orden, vienen así en el texto de Serardo: vista, gusto, tacto, olfato y oído.

—Exactamente, y ya veo a más de un lector repasando los párrafos para comprobar lo que acabás de decir. Sin ánimo de que te agrandes, la Ley de Pukkas se verifica ya desde ese inicio. Como el personaje percibe el mundo exterior por medio de los sentidos, igual que lo perciben los lectores, se convierte en una persona de carne y hueso.

—En gente tan viva como el lector mismo, como dije yo al enunciar lo que usted llama mi Ley. En cuanto al argumento, de entrada el autor lo mete de cabeza al lector en la mañana de esta chica, lo llama a prestarle atención a lo que puede estar ocurriéndole. No sé cómo seguirá la historia, pero cualquier lector atento puede intuir que ella no lo ha pasado muy bien que digamos la noche anterior. Esa preocupación por el pasado del personaje es lo que hace que sigamos adelante con la lectura. Recuerdo que hablamos de esa noción básica en nuestro primer encuentro. Lo de preocupar al lector sobre lo que le pasa al personaje.

—Tal cual, Pukkitas, en eso radica unos de los principales objetivos del narrador que tiene clara su tarea y busca mejorarla: es esencial que el lector considere inconscientemente que los personajes de nuestras historias son gente viva. Todo lo contrario nos sucedió con el confuso plomazo de Alien Romulus cuando fuimos a verlo con Nomi el viernes pasado en el Aldrey: ¡nos descubrimos deseando que el xenomorfo se los devore de una vez por todas a los chicos esos, naves y androides incluidos, así podíamos volver cuanto antes a La Anita!

—¿Tan floja es?

—Es un pastiche, como bien lo destacó en uno de sus programas un especialista en el género como es Alejandro Baravalle. En la vereda de enfrente tenemos lo de Serardo.

—Una narración que arranca quemando gomas.

—Es como vos decís. Y una de las razones de tal brío es que trabaja con los criterios que venimos apuntando. Pero te comento que él no aplicó el truco de bombardear los sentidos del lector por haberlo conocido en nuestro taller, o por haber leído nuestra novela por entreg…, digo, por haber leído nuestras más recientes columnas: él lo trajo así de su casa al cuento, y dio la casualidad de que en esos párrafos, como acabamos de ver, no había dejado sentido sin afectar. Serardo entró hace relativamente poco en el Taller de Corte y Corrección. Talento natural, que le dicen. Y el hecho demuestra que la técnica funciona, porque está fundamentada en la realidad.

—Quiere decir que un autor que no nace con el don puede adquirirlo.

—No podría explicarlo yo con mejores palabras, Pukkas. El que nace con el don sepa que con tener talento no le alcanza: necesita trabajar para sacarle el jugo a esa fuente de posibilidades y convertirla en un manantial inagotable. En cuanto al que nace sin el don, encontrará consuelo al enterarse de que el talento es una larga paciencia que se adquiere con el trabajo, como le repetía Flaubert a Maupassant citándole la frase de Buffon. Yo en estas reuniones nuestras me limito a enseñarles a vos y a nuestros lectores cómo piensa la cabeza del escritor que ama su arte. Como me dijo una vez el novelista Pablo Di Marco: “Tu método es muy sencillo: vos trabajás…

—“… y nosotros aprendemos”.

—Es así, Pukkitas, y muchas gracias por recordar la frase tan exactamente. Una muy eficaz y sencilla manera de aprender, ya que estamos hablando del buen comienzo de un relato, es la siguiente. ¡Dejá de mirar tanto a esas minitas de la orilla, y prestame atención! Cuando empieces a publicar tus primeros libros, tal vez puedas enamorar a alguna que, además de estar bárbara, se interese por tu literatura.

—Igual yo ya tengo novia, maestro. —En este momento a Pukkas le llamó la atención la mirada maliciosa que acababa de poner Tío Marce, pero prefirió no preguntarle nada, y se dijo que ya encontraría la ocasión—. Así que adelante con su método.

—Recordarás que en nuestro primer encuentro te traje como ejemplo dos formidables comienzos de sendos cuentos.
—Uno era de Juan Rulfo, me acuerdo. Y el otro un cuento hindú, si no me equivoco.

—Un cuento indio. Indio de la India.

—¿No son lo mismo?

—No confundas el gentilicio que designa a los naturales de la India con los seguidores del hinduísmo, Pukkas. Hay indios católicos. Como el buen padre Agustín, por ejemplo, de nuestra parroquia Cristo Rey. Te decía que la vez pasada fui yo quien te mostró ese par de excelentes arranques. Pues bien, ahora que ya estás bastante crecidito, te toca a vos usar tu propio cerebro. Anotá los títulos de cinco cuentos que te vengan acompañando de toda la vida.

—¿Se los digo ahora?

—Totalmente. Y tiralos al voleo, guiándote por el relativo criterio del gusto: cuanto menos los pienses, mejor. De paso, tal vez les servirán de guía de lectura a nuestros lectores.

“La gallina degollada”, de Horacio Quiroga.

—Genial, empezaste bien.

—“El corazón delator”, de Edgar Allan Poe.

—Mejor todavía.

—“Venecia en llamas”, de Carlos Gardini. “El tren de la carne de la medianoche”, de Clive Barker.

—Tremendos los dos.

—Y “La tortuga de agua dulce”, de Patricia Highsmith.

—Espeluznante, una genia total. Voy a usar ese para mostrarte este sencillo sistema que mejorará tu literatura. Mirá cómo empieza el cuento, que en Ciudad Seva consignan simplemente como “La tortuga”.

Víctor oyó la puerta del ascensor, los rápidos pasos de su madre en el pasillo y cerró el libro de un golpe. Lo escondió debajo del almohadón del sofá y maldijo por lo bajo cuando oyó que el libro se resbalaba entre el sofá y la pared y caía al piso con un ruido sordo. La llave ya giraba en la cerradura.

—Lo tengo bien presente, máster. Me recopa cómo arranca.

—¿Por qué?

—Porque sin demorarse en detalles nos muestra al personaje en estado de alerta. Parecería que ese tal Víctor está demasiado a la expectativa, como si estuviera cometiendo una falta.

—Sin embargo, al parecer está nomás leyendo un libro.

—Ahí está la gran pregunta, Tío Marce. Cuando uno se encuentra con ese comienzo, piensa que el chico está leyendo algo prohibido mal, y eso se ve en la preocupación que pone para esconder el libro. Es casi seguro que él sabe que la madre no tiene por qué enterarse de esa lectura.

—Una preocupación relativa, Pukkitas, porque a medida que el cuento avanza nos vamos dando cuenta de que el chico no está leyendo a Sade ni ninguna porquería semejante.

—Es cierto. Y lo importante es que, ya con ese solo párrafo, la Highsmith nos mete de cabeza en un conflicto. No sabemos muy bien qué pasa, pero adivinamos que hay un mar de fondo. Y eso, una vez que el libro pasa a un plano secundario ante la aparición de la tortuga que trae la madre, se confirmará con el clima de horror que va dominando la escena.

—Mejor leído, imposible. Eso es justamente lo que te propuse implícitamente, que te preguntes qué es lo que hace andar a tal o cual relato. Da la “casualidad” de que todos los comienzos de los otros cuatro relatos que elegiste prácticamente sin pensar empiezan a lo Tyson, sin darte la más mínima tregua.

—Así que el ejercicio que me propone hoy consiste en descubrir por qué un cuento que me gusta funciona de entrada.

—Así es. Formularte por vos mismo preguntas similares a las que te fui lanzando te hará pensar. Hacelo con los cuatro restantes, y después tratá de aplicar en tus propias historias los elementos que despertaron tu interés.

—Se la compro, Tío Marce.

—Bien por vos. Y ahora voy a dispararte una pregunta en clave socrática. —En el suspenso que sobrevino, Francisco lo supuso (lo deseó con todas sus fuerzas, mejor dicho): ¡el máster estaba a punto de abordar el tema existencial que venía comiéndole el coco desde hacía semanas!—. ¿Podrías decirme, Pukkitas, cómo se llama tu novia?

Ante una pregunta tan inesperada, y de tan sencilla respuesta, Pukkas se quedó tildado. No sabía por qué el viejo le estaba preguntando semejante cosa, tan fuera de contexto con lo que venían hablando. Y lo más terrible de todo era que tampoco sabía cómo responder a la pregunta: inexplicablemente, no tenía la menor idea de cómo se llamaba su propia novia.