Con tener talento no te alcanza: “No uses otro verbo que no sea decir” (John Updike)
En el capítulo 42, el Tío Marce enseña a Pukkas y a sus alumnos a inmunizarse del uso de palabras altisonantes.

Vicente Battista y Marcelo di Marco. Ilustración de Jorge Estefanía.
Por Marcelo di Marco (*)
A punto de meterse de nuevo en el comienzo del cuento de Pukkas, Tío Marce se rascó la cabeza como quien lo piensa mejor.
—Me parece mucho más conveniente para nuestros lectores —dijo— que sean ellos quienes comparen las dos versiones del comienzo de tu historia, a ver con qué se encuentran. ¿Cómo la ves, Pukkas?
—La veo perfecta, máster. Si nos siguieron hasta acá, ya tienen más de una herramienta para descubrir solitos qué las diferencia a una de la otra.
—Vamos entonces a transcribir los dos primeros párrafos de cada una. —Tío Marce se dio vuelta, y muy sonriente miró hacia la cuarta pared, y le habló igual que si hubiera alguien más en su estudio, aparte de su alumno y él mismo—. Como siempre, queridos lectores —dijo—, a quienes les interese hacernos llegar a Francisco y a mí sus hallazgos y opiniones les aviso que pueden escribirnos entrando en mi Instagram, que es muy fácil de recordar: @marcelo.dimarco.
Primera versión
—Qué cosa más impresionante —exclamó Tony. Estaba acuclillado en el piso y con la cabeza asomada a la pileta de la cabaña que habían alquilado para las vacaciones. Recién habían terminado de comer—. Parecen como larvas, ¿no?
—Nunca vi nada parecido. ¿Qué son, Tony? —preguntó Marla, curiosa—. ¿Renacuajos?
Segunda versión
—Impresionante —dijo Tony, acuclillado sobre el piso de cantos rodados y con la cabeza asomada al borde de la pileta. Recién habían terminado de almorzar, y por la posición le vino a la garganta un reflujo de acidez—. Parecen larvas, ¿no?
—Nunca vi nada parecido. ¿Qué son, Tony? ¿Renacuajos?
—¿Notó usted también, máster, la diferencia entre el “exclamó Tony” de la primera versión con el “dijo Tony” de la segunda? También saqué ese “—preguntó Marla, curiosa—”.
—Me sacaste las palabras de la boca, Pukkas, porque justamente de eso quería hablarte.
—Cuente, a ver si la pegué o la pifié.
—La pegaste en forma. Siempre se nos enseñó que el verbo “decir” era poco literario, poco elegante. Los escritores que provienen del periodismo, sobre todo, tienen una fuerte tendencia a usar los llamados verbos dicendi.
—¿Y esos qué son?
—¿A vos a qué te suena la palabra “dicendi”?
—¿A “decir”?
—Exacto, Pukkitas. A “decir”. En nuestro terreno, son los verbos que se usan en los incisos que acompañan a los parlamentos de los personajes de nuestros cuentos y novelas.
—¿Podría ponerles a los lectores un ejemplo de parlamento y un ejemplo de inciso, máster?
—Con todo gusto, Pukkas.
—¿Podría ponerles a los lectores un ejemplo de parlamento y un ejemplo de inciso, máster? —preguntó Pukkas.
—Con todo gusto, Pukkas —contestó el máster.
—¡¿Y por qué repite todo como un loro, máster?!
—Es que a eso voy, Pukkas, y no te me desesperes. ¿No ves la diferencia? Cuando digo “—preguntó Pukkas.” y “—contestó el máster.” estoy agregando incisos (también llamados acotaciones) al parlamento tuyo y al parlamento mío. Todo texto narrativo está inventado por un autor (en este caso, vos) que se apoya en esa metáfora que llamamos “narrador”, para poder contar. Es decir, existe una voz que narra, y básicamente las narraciones están narradas en primera persona o en tercera (hay también narraciones escritas en segunda persona). En tu caso, vos optaste por contar tu cuento en tercera persona. Predomina en el texto, entonces, la voz de un narrador que escribe en tercera. Las acotaciones son, concretamente, “dichas” por el narrador, cuando el autor necesita que el lector entienda quién habla. Y eso, de movida, porque también a veces se necesita mostrar cómo el personaje dice lo que dice, y qué hace mientras lo dice.
—Ah, entiendo. Lo que sí, a mí me parecen bastante sositas las acotaciones que usted agregó recién a nuestros parlamentos.
—Y estoy de acuerdo, Pukkas. Son sositas por obvias. Por innecesarias. Las puse nomás como ejemplos bien gráficos, a sabiendas de que en ese breve diálogo nuestro no se necesitaban.
—Eso quiere decir que hay parlamentos que sí las necesitan.
—Te lo dije recién. Pero, en realidad, el que las necesita es el lector. Cuando el escritor se da cuenta de que el lector no comprenderá cuál de todos los personajes está hablando, ahí se impone la necesidad de usar algún verbo dicendi. Y ahí viene la diferencia entre el escritor y el periodista.
—¿Y en qué consistiría dicha diferencia, máster?
—Según la fundación Fundéurae, que te recomiendo consultar cada vez que te aparezcan dudas acerca de cómo usar lo mejor posible nuestra bella lengua española, “Para evitar la repetición de dijo o ha dicho cada vez que se citan las palabras de alguien, los redactores de las noticias echan mano de otros verbos que, sin ser sinónimos, tradicionalmente se admite que pueden sustituir a decir, como: indicar, afirmar, señalar, manifestar o declarar”.
—Hay muchos más, ¿no? Pienso en “agregar”, en “apuntar”, en “revelar”.
—Por supuesto, Pukkitas, pero esos verbos de dicción les sirven sobre todo a los periodistas, insisto, para evitar la repetición de la palabra “decir”. En literatura, eso no es considerado como un problema.
—Supongo que será así porque en un diálogo de un cuento o de una novela intervienen más elementos que nos evitan decir “dijo” cuando habla un personaje.
—Por ahí va la cosa, aunque quiero aclararte de nuevo, a ver si terminás de entenderlo, que la repetición del “dijo” no es un problema, como sí lo es en el ámbito periodístico.
—Hoy es mi día de pedirle ejemplos, máster.
—Releamos el copete de la entrevista que hace casi dos años me hizo el editor de esta misma sección, mi querido amigo y colaborador Dante Galdona, un escritorazo que está a punto de dar un taller de expresión literaria en La Anita:
Asegura (se refiere a mí) que el terror sucede siempre en el ser humano cuando se apaga la luz, incluso la espiritual. Alma de docente, escritor prolífico, tiene muchos proyectos. Algunos libros en marcha, otros esperando edición, revela un proyecto que involucra a todos los escritores noveles de Mar del Plata.
—Ahora terminé de entenderlo, Tío Marce. El Galdona periodista no puede usar solamente el “dice”: “Dice que el terror sucede”, “Dice que tiene un proyecto”.
—Sería insoportable, Pukkas. Pero en literatura no sucede lo mismo. Puedo asegurarte que actualmente el uso de verbos dicendi como “musitar”, “replicar”, “espetar”, “mascullar” revelan amateurismo. En mi caso, yo prefiero decir “dijo en voz baja” en lugar de “murmuró”. Y eso no es por un capricho, sino por indicación expresa de mi maestro, Vicente Battista.
—¿Se viene una anécdota, máster?
—Y bien ilustrativa, Pukkitas. Una vez estábamos trabajando un cuento mío, y cuando Vicente llegó a cierta zona de un diálogo me miró con unos ojos entre asombrados y compasivos.
»—¿“Trituró”? —dijo, y repitió con pedagógica sorna—: ¡¿Trituró?! ¡¿Trituró en lugar de “dijo”?!
—¿“Trituró”? No me diga que usted usó ese verbo, Tío.
—Estaba aprendiendo, Pukkas, y ni siquiera pude alegar que el contexto lo permitía. Y lo que aprendí esa mañana gracias a Vicente iba a reforzarlo muchos años más tarde al leer uno de los consejos que les da Bruce Sterling a los escritores primerizos, en una especie de mataburros “destinado a rastreros, sucios y peludos escritores de CF, el tipo de granujas subeducados y ambiciosos que realmente escriben y venden material de género profesional”. Acá va una gragea seleccionada de ese “léxicon duro, divertido, genial para gritar mientras se golpea en la mesa”:
“Dijismo”: Se trata del uso de un verbo artificial para evitar la palabra “dijo”. “Dijo” es una de las pocas palabras invisibles del idioma, y es casi imposible de ser usada en exceso. Es mucho menos notoria que “replicó él”, “inquirió él” o “eyaculó él” y otras extrañezas.
—O el “trituró” suyo, máster. Bien por el maestro Battista y por Sterling.
—Tal cual, porque gracias a sus enseñanzas pude inmunizarme contra el uso de palabras altisonantes, que suenan más a retórica que a vida verdadera. Como dice el madrileño Sergio del Molino, Premio Alfaguara de Novela 2024, hablando precisamente de este mismo asunto: “Yo no me sentí escritor hasta que no empecé a decir. Cuando me sacudí todos los verbos antónimos, cuando mis personajes ya nunca exclamaron, declararon, preguntaron o susurraron. Cuando sólo dijeron, como digo yo. Cuando me pegué a ese verbo primordial e irreductible descubrí que podía ser escritor.
—Genial. ¿Y por qué dice Del Molino “verbos antónimos” en lugar de “verbos sinónimos”? Lo más lógico es que los escritores primerizos apelemos, aunque equivocadamente, a sinónimos del verbo “decir”, en lugar de a antónimos. Por eso se usan esos verbos que usted me disparó recién, tales como “musitar”, “replicar”, “espetar”, “mascullar”, propios del aficionado. ¿No son sinónimos de “decir”, acaso?
—Error, Pukkas. Sergio del Molino usa una muy fina ironía, y en esa misma nota dice que “Es difícil darse cuenta de que todos esos verbos no son sinónimos de decir sino sus antónimos. Son formas de no decir. El propósito de una declaración a la prensa es no decir nada, aturdir con palabras que no tienen nada que ver con lo que se siente y se piensa, para no tener que decir lo que se siente y se piensa. Son verbos retóricos, trajes de noche, códigos, mensajes cifrados, colonias y perfumes que ocultan el olor de la piel desnuda y lavada con un jabón humilde de supermercado”.
—Impresionante, máster.
—Mérito de Del Molino, compañero de catálogo en Penguin y a quien le mando un saludo desde acá. Lo mismo que a Vicente, quien acaba de publicar, a sus ochenta y cuatro años, una nueva novela que está dando de qué hablar: El simulacro de los espejos.
»Volviendo a la cita de Sterling, aquello del “dijismo”, te comento que está muy relacionada con otro concepto del mismo autor, y te lo mostraré enseguida.
(*) Los capítulos anteriores pueden leerse haciendo clic acá.

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