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Cultura 16 de enero de 2025

Con tener talento no te alcanza: Como pirata al abordaje

En el capítulo 38, Pukkas recuerda una enseñanza del Tío Marce: "El verdadero artista vive en un estado de contemplación constante; como un pirata, tiene sus garfios siempre dispuestos para atrapar los fenómenos".

Josef Pieper. Ilustración de Jorge Estefanía.

Por Marcelo di Marco (*)

—Mirá eso, Fran —le dijo Anna no bien entró en la cocina. Pálida como la niebla del bosque, con una mano temblorosa le señalaba el bajo mesada. Pukkas vio las puertas abiertas, y más allá el caño de la pileta—. No te acerques mucho, por las dudas.

—Qué pasó, flaca.

—Qué pasa, querrás decir. Mirá abajo del caño, eso que gotea. ¿No oís el zumbido?

Metido como estaba en la escritura del comienzo de su relato, él tardó en reaccionar. Pero ahora sí que oía un zumbido como de bichos. Recordó el rebullir de un enjambre de avispas negras que había visto de chico en una salida al campo, en San Rafael. Un casero inexperto quiso eliminar un panal echándole agua, y ahí se produjo el desbande de las avispas, que se dieron a atacar al tipo.

Aparte, el bajo mesada apestaba.

—Mirá abajo —insistió Anna Leah, y cuando Pukkas se agazapó pudo ver cómo goteaba del codo del caño una especie de hilo negro, que al caer en el piso de fórmica blanca del bajo mesada se definía como una miríada de…
¿De qué?

Parecían babosas en miniatura.

—Parecen babosas —dijo Pukkas, pero cuando vio mejor esos bultos viscosos descubrió que de los costados les salían diminutos brazos, con las manos minúsculas abriéndose y cerrándose como pretendiendo atrapar el aire viciado de la cloaca. Imaginó que esas manos tiraban dentelladas al azar, qué cosa más impresionante.

—Tenés idea de qué son —preguntó Anna Leah.

Pukkas hizo un gesto vago, y no le respondió. Algo había que hacer con esos bichos. A lo mejor echarles algún insecticida, para probar, como debería haber hecho aquel casero que terminó con la cara más hinchada que la de el E.T. Pero él no podía pensar en otra cosa que no fuera el comienzo de su cuento. La situación era absurda y requería una solución, y al mismo tiempo lo estimulaba en modo creativo. ¿Qué tal si aquella pileta —aquella “pileta enclavada entre las dunas”— ocultaba algo semejante, eh?

Yendo en busca del insecticida, bajo la atenta mirada de Anna, recordó ciertas palabras que le había dicho Tío Marce cuando recién se conocían:

—A veces pienso a los artistas en general como piratas, Pukkitas.

—¿Por qué lo dice, máster? ¿En tan poca consideración nos tiene? Seguro que piensa en la cantidad de “escritores” que contratan gente para que escriba por ellos, ¿no? O los que se lo pasan de fraude en fraude usando la Inteligencia Artificial en lugar del cerebro propio.

—No, Pukkas, nada que ver. No pienso en la piratería en términos morales ni en nada que se les parezca. ¿Nunca viste una de piratas? ¿Viste cómo se lanzan de su propio barco al que piensan saquear?

—Gritan “¡Al abordaje!”, y van con sus puñales entre los dientes, y se abalanzan con sogas…

—Sogas que terminan en garfios, que ellos lanzaron a la embarcación para invadirla.

—Es así, maestro. Pero qué tienen que ver los piratas con los artistas, quiere decirme.

—En lo del abordaje, Pukkas, según la siguiente comparación: el artista, el verdadero artista, vive en un estado de contemplación constante; como un pirata, tiene sus garfios siempre dispuestos para atrapar los fenómenos. ¿Nunca oíste hablar del abordaje de una obra?

Todo el tiempo, Tío. El barco vendría a ser la vida, ¿no?

—Exacto, Pukkas. La vida, la realidad, o como quieras llamarla. Ahí están la creación de Dios y los hechos del mundo para que el artista configure con ellos una dimensión distinta. Uno tiene que estar con los garfios bien afilados, en un natural estado de alerta. No es que tenga que estar, más bien uno está. Uno se para ante la vida como si fuera un pirat…

—… Life’s a bitch and she’s in heat.

—“La vida es una perra (por decirlo con decoro), y está caliente”. ¿Y eso de dónde lo sacaste, Pukkas?

—Es un tema de Jimmy Velvit.

—Encantado de conocerlo.

—Un cantante de rock, máster.

—Todo lo que quieras, pero yo esa frase la conozco de una película de Carpenter. Es casi igual a la de tu cantante, y la dice el protagonista de “Sobreviven“.

—Gran película, maestro, la vi más de una vez. El tipo se pone unos anteojos especiales que le permiten ver por todas partes mensajes subliminales y espantosos monstruos en donde debería haber gente. Es una buena metáfora del descubrimiento de la auténtica cara del sistema, asunto que a usted lo tiene del coco.

—Cómo estás empezando a conocerme, Pukkas. ¿Y lo de la perra…?

—A mí esa frase me dispara lo que usted dijo del abordaje. Si la vida es una perra que está caliente, entonces hay que disfrutarla. Es lo mismo que usted estaba diciendo recién. ¿Tengo razón o no?

—A tu manera bestial, primitiva y cavernaria, tenés toda la razón. Pero voy a proponerte algo no tan…carnal, digamos. Algo que tiene más que ver con el espíritu contemplativo del artista. Hace un tiempo, el licenciado en Filosofía Pablo Grossi, que viene a ser mi querido yerno, me mostró unas citas de Josef Pieper, uno de los más grandes pensadores católicos desde Santo Tomás de Aquino para acá. Te muestro una de esas citas, porque va a la raíz del asunto. Es de fácil comprensión, y aprehenderla te servirá para estar siempre al abordaje. Mejor dicho, para ser abordado. Pertenece al libro “Sólo quien ama canta. El arte y la contemplación”. Aquí va:

“El artista obtiene para sí un logro diverso y más íntimo: una visión más profunda y receptiva, una conciencia más intensa, una comprensión más aguda y perspicaz, una apertura más paciente hacia aquellas realidades que son silenciosas y discretas, una nueva vista para aquello que previamente se pasaba por alto. En una palabra, el artista se capacita para percibir con ojos nuevos la abundante riqueza de toda realidad visible. Y, desafiado de este modo, obtiene por añadidura la capacidad interior de incorporar a su entendimiento tal cosecha de frutos sumamente rica. Su capacidad de ver aumenta”.

—¿Quiere decir, Tío Marce, que la mirada del artista es diferente de la del resto?

—Es una mirada más ampliada, digamos. Es la mirada del que ve más allá, porque contempla. En ese sentido es diferente, sí, porque la mirada habitual del hombre contemporáneo es una mirada de esclavo.

—Epa, máster, qué fuerte.

Es que vemos la realidad desde un sentido meramente utilitario, Pukkas, desde la posible ganancia económica y pragmática. En otro libro, “Felicidad y contemplación”, Pieper dice:

Quien no sea capaz de esta contemplación no podrá comprender la poesía de manera poética, es decir, de la única manera que tendría sentido. Lo imprescindible de las bellas artes, su necesidad para el hombre, está sobre todo en que no se olvide y permanezca vigente la contemplación de lo creado”.

En resumen, máster, usted y Pieper están queriendo decirme que debo preparar mi alma para captar en las cosas y en la vida elementos esenciales que pueden llegar a alimentar mi literatura.

—Mejor dicho, imposible. Y es todo un trabajo abonar la tierra del alma, actividad natural que le cuesta mucho menos a la gente de corazón puro, poco apegada a lo material y, por ende, a lo perecedero. ¿Te acordás de Manolito, el de “Mafalda”? Una vez la descubre a Mafalda mirando el cielo azul. Entonces le pregunta qué está haciendo, y ella le dice que eso, que mirando el cielo porque es lindo. Manolito la imita, con cara de no entender. Y después de mirar el cielo le dice algo parecido a esto: “¿Y qué tiene de lindo, aparte de ser una manera azul de perder el tiempo?”.

—Manolito miraba, en tanto que Mafalda contemplaba.

—Exacto, Pukkas. Lo bueno del asunto es que el alma contemplativa no se contenta con solamente captar con los sentidos, en palabras de Pieper, esas “invenciones ciertamente ingeniosas y sofisticadas, que gozan del agrado general del público, si bien resultan a la postre vacías”.

—Hay que ir más allá. Vivir en un estado de contemplación del mundo y sus fenómenos.

—Y es precisamente ese estado, Pukkitas, lo que te permitirá ver las distintas facetas de esa joya que es la vida, y con ella tallar tus propias gemas. La vida es un caos. Caos perfecto, pero caos al fin. Y con esa arcilla el artista crea.

Y en todo eso pensaba Pukkas, con el insecticida ya en la mano, y al mismo tiempo intuyendo una alternativa válida para mejorar el inicio de su nuevo cuento. Y se mandó a la cocina, dispuesto a acabar cuanto antes con la plaga de babosas o lo que fuesen: no veía la hora de tipear en la compu las ideas que estaban cruzándosele por la cabeza.


(*) Los capítulos anteriores pueden leerse haciendo clic acá