Con tener talento no te alcanza: Buscar el punto más allá de la tabla
Los riesgos de buscar la perfección, las diferencias entre lo bello y lo lindo, el ejemplo de Kafka y una invitación a la presentación de un libro son algunos de los ejes de esta nueva lección de Marcelo di Marco.
Marcelo di Marco.
A la hora en que la hija de la mañana, la aurora de rosados dedos, arrancaba cristalinas reverberaciones en los frascos de dulces de Stefi y de Mónica, despertábase Pukkas, el sufrido discípulo de Tío Marce. Pukkas se levantó de la cama, se duchó, se vistió, colgó del hombro la mochila con su notebook dentro, y semejante a un dios salió del cuarto y encaminose a desgastar con las suelas de sus borcegos el umbral de la casa de su personal trainer literario.
—¿Cómo venimos con los ejemplos que pensaba mostrarme, maestro? —espetole, una vez instalado en su pupitre—. El otro día me dejó pensando en el desafío que significa mejorar lo escrito, en todo lo que hay que tener en cuenta a la hora de buscar la perfección.
—Es así, Pukkas. Pero tampoco es cuestión de que en esa búsqueda te vuelvas loco.
—¿A qué se refiere, máster?
—A que la búsqueda de la perfección tiene sus riesgos, Pukkas. El principal de ellos es que termines por convertirte en un técnico de la escritura, descuidando el calor humano de tu obra. Muchos cultores de las llamadas bellas letras vivieron concentrándose pura y exclusivamente en las características estéticas de la lengua, y así se convirtieron en productores de imágenes meramente lindas. Practicar el cuento, la novela y la poesía para pretender crear en esos géneros algo “lindo”, significa encarar la carrera desde un punto de partida muy equivocado.
—¿Entonces me está queriendo decir que, por oposición, tenemos que tratar de producir algo feo, maestro?
—Algo bello, en todo caso.
—¿Y qué diferencia hay entre lo lindo y lo bello?
—Ponele que el otro día, que andaba con tiempo, releí un relato muy lindo.
—¿Cuál, Tío Marce?
—La metamorfosis, Pukkas. ¿Verdad que es un novelita relinda? Lindísima, podríamos decir.
—Ojo, maestro, que a mí Franz Kafka me partió la cabeza. Con el cuento “En la colonia penitenciaria”, por nombrar uno, sentí que era mi propio cuerpo el que chorreaba sangre atravesado por las agujas de la máquina de castigo. Kafka es de todo menos lindo.
—¿Y entonces qué vendría a ser, chiquirrinín? ¿Un autor “feo”, Kafka?
Franz Kafka. Ilustración de Jorge Estefanía.
—¿Kafka, feo? Para nada, Tío Marce.
—¿Ves? Ya nos estamos entendiendo. A la hora de enfrentarme con obras de semejante intensidad, yo prefiero hablar en términos de extraña belleza. Busco en el arte de grueso calibre esa naturaleza única y especial que siempre predominará en las obras visceralmente sinceras. Como fruidor (“disfrutador”, según el pensamiento de Umberto Eco), exploro eso mismo en las narraciones, en los poemas, los ensayos y los dramas que me mueven el piso con su poder de abismo, de vértigo. Trato de descubrir en ellos esa chispa que determina su alta calidad intelectual y sentimental. Personalmente, en mis creaciones busco belleza en la fantasía, el absurdo y el terror, artes tan conmovedoras como nocturnas. Dejame mostrarte esto que dice San Juan Pablo II, en su maravillosa “Carta a los artistas”: “El arte continúa siendo una especie de puente tendido hacia la experiencia religiosa. En cuanto búsqueda de la belleza, fruto de una imaginación que va más allá de lo cotidiano, es por su naturaleza una especie de llamada al Misterio. Incluso cuando escudriña las profundidades más oscuras del alma o los aspectos más desconcertantes del mal, el artista se hace de algún modo voz de la expectativa universal de redención”.
—Veo a dónde quiere llevarme, maestro. Se ve que le gusta hacerme pensar a usted. Siempre me trae un tercer punto, una especie de huesito intelectual para que lo pele tranquilo.
—Cuanto más ajeno seas al pensamiento que sólo cubre el espectro binario de la realidad, Pukkitas, mejor escritor serás. Ver el mundo en términos de pensamiento lateral te permitirá hacerle frente al inminente derrumbe. Y no hablo solamente en términos de economía. Hablo del derrumbe-derrumbe. Y cuando te llegue ese momento sagrado en que todo el mundo será llamado a contemplar lo eterno, los ojos de tu mente libre y fortalecida estarán acostumbrados. De últimas, gracias a ese entrenamiento, que podríamos llamar “tercerposicionista”, tus personajes estarán impregnados de aquella comprensión, de aquella hondura psicológica que siempre les serán absolutamente ajenas a los escritores decadentes. Hablo de esos figurones, huérfanos de toda tradición, que sólo perciben la realidad apenas con el ojo izquierdo o con el ojo derecho.
—Esto que dice me suena un tanto misterioso; pero sé que, a medida que escriba y que lea, lo iré descubriendo por mi cuenta. ¿Tiene que ver con la búsqueda de la perfección, maestro, eso de lo que hablamos al principio?
—Totalmente. Pero te conviene considerar que la búsqueda de la perfección no nos transformará en escritores perfectos.
—¿Y entonces en qué quedamos?
—En que, a fuerza de recorrer el camino que nos lleva hacia la imposible perfección, es posible que nos convirtamos en buenos escritores. Y acaso en muy buenos escritores si, como dice Borges, nos son favorables los astros. Pensá en un karateca. El tipo dirige el puño hacia un punto imaginario que flota más allá de la tabla que se le presenta delante. En el camino, el puño parte la tabla. La perfección es así de inalcanzable, y su búsqueda es así de productiva. Y desdichado de vos si considerás la búsqueda de la perfección como una simple zanahoria de burro.
—Lejos de mí, Tío Marce. ¿Por qué cree que vengo acá quincena a quincena, eh?
—Vos sabrás. A veces me pregunto qué cosas mueven a la gente a sentarse a escribir. A publicar, sobre todo.
—¿Pongamos que para tener más seguidores en Instagram?
—Si serás socarrón, Pukkitas. Me hacés acordar de un “chiste” que dijo Fogwill hace mil años. Palabras más, palabras menos, aseguró que hay gente que publica libros para poder presentarlos en el ICI.
—¿Y eso, maestro? ¿ICI, dijo?
—El Instituto de Cooperación Iberoamericana. Vos todavía no habías nacido cuando cerró, pero en los noventa fue una institución emblemática para la cultura. Presentar ahí un libro te prestigiaba enormemente. Aunque ya lo enseña la locución latina: “Sic transit gloria mundi”. Así pasan las glorias del mundo. Todo lo del mundo viene con fecha de vencimiento, sobre todo nosotros mismos.
—¿También la literatura viene con fecha de vencimiento, Tío Marce?
—Ahora sos vos el que me deja pensando a mí con este tema tan “lindo”, Pukkas. Bien afirmó Voltaire que los libros son como las personas: sólo unos pocos se destacan, y los demás se pierden en la multitud. Pero de ese tema apasionante ya hablaremos en algún futuro encuentro. Por ahora, mejor concentrémonos en crear nuestra literatura del modo más expresivo que podamos. ¿Qué te parece si vamos al primero de los ejemplos de aprovechamiento de la información, esas muestras que me habías pedido y que yo quería mostrarte?
—Adelante, maestro.
—Este fragmento pertenece al borrador del cuento “La clínica Ripley”, del escritor chileno Danilo Pineda. A ver qué zonas naranjas encontrás, de acuerdo con nuestra técnica:
Manuel se acercó a ver: efectivamente, la silla eléctrica era igualita a la de John Coffey.
—Tranquilos —dijo el doctor—. No pensarán que seguimos usando esa silla, ¿verdad?
—Entonces —dijo Manuel—, ¿para qué la tienen aquí?
—Como dije antes —el doctor se acomodó la corbata—, nuestros métodos son bastante especiales.
Manuel veía el nerviosismo del tipo.
—¿Puede que el verbo “ser” me suene un tanto informativo, Tío Marce? Hablo de la zona que dice “la silla eléctrica era igualita a la de John Coffey”.
—¡Efectivamente, Pukkas, empezaste muy bien! Mirá lo que trabajamos en el taller con Danilo, a partir de un diagnóstico idéntico al tuyo:
Manuel se acercó a ver: efectivamente, ahí dentro acechaba una silla eléctrica igualita a la que usaron para freír a John Coffey.
—Tremenda imagen, maestro. Ahí el verbo “acechar” habla de amenaza. Y eso de “freír” es lindísimo.
—¡Ja, ja, ja! ¿Y en los párrafos que seguían descubriste algo?
—No logro verlo. Pero…
—Buscá por el lado de las abstracciones. Otra pista no te doy.
—¿Lo del “nerviosismo” dice? ¿Ese sustantivo abstracto?
—¡Hoy venís de 10, Pukkas, felicitaciones! Mirá lo que hicimos con Danilo:
Manuel, que veía cómo la frente del tipo se humedecía de sudor, se atrevió a aguijonearlo.
—¿Ves? La idea es mostrar el nerviosismo del científico siniestro.
—Veo, maestro. Tiene que ver con aquello de provocarle una emoción genuina al lector en lugar de informarlo. Y me gustan tanto las mejoras, que me dan ganas de irme a mi casa a corregir. Pero antes, y ya que más arriba hablamos de presentaciones, me gustaría invitarlos a usted y a nuestros lectores a la presentación de la nouvelle “Los restos”, de mi amiga Ana Luz Arrieta, colaboradora en este mismo diario.
—¡Genial! ¿Y cuándo va a ser, y dónde? ¿Y quiénes la presentarán?
—Lo siento, maestro. Dicen que los buenos narradores dejan en el camino más preguntas que respuestas, así que la data completa vendrá la quincena próxima, más cerca de la fecha.
—Talentoso para el suspenso resultaste, Pukkitas. Pero recordá que “Con tener talento…
—… no te alcanza”.