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Cultura 30 de agosto de 2024

Con tener talento no te alcanza: Bajo el signo de la resignificación

Pukkas y Tío Marce rescatan una de las más grandes narraciones de Conrad, "El corazón de las tinieblas", y analizan su adaptación al cine con "Apocalypse Now" de Coppola.

Joseph Conrad. Ilustración de Jorge Estefanía.

Por Marcelo di Marco

La mañana de domingo en la costa resplandecía en una sinfonía visual hecha de gente paseando a pie o en bici, o andando en patines o practicando jogging. No faltaban las parejas estacionadas en el cordón de la vereda, y tampoco el mate compartido ni los surfistas con sus tablas bajo el brazo o ya internándose en el mar.

De común acuerdo, Pukkas y Tío Marce dejaron a un lado las cuestiones literarias y existenciales que habían discutido en La Anita un rato antes. Ahora disfrutaban unidos en amistosa contemplación, sentados en las rocas de la orilla del balneario Bahía Bonita.

Bajo la luz del sol de un invierno que se estaba volviendo primavera, a los dos los iba ganando la pasión del mar, esa cambiante y mitológica metáfora en la que uno siempre podía reencontrarse y redescubrirse, en comunión con la creación. La brisa marina les revolvía el pelo, y Pukkas aspiró hondo todo ese glorioso olor a sal de las olas y la espuma rompiendo contra la escollera. Un par de pescadores preparaban sus aparejos, bajo la sonora vigilancia de las gaviotas.

—“¡Ah, aquellos buenos tiempos!” —recitó Tío Marce—. “¡Aquellos buenos tiempos! La juventud y el mar. ¡El encanto y el mar! El mar, fuerte y bueno, el mar salado y amargo, que te susurra en el oído, que ruge y te arranca el aliento”. ¿Leíste a Conrad, Pukkitas? Joseph Conrad.

—¿Eso que usted acaba de decir es de él? Lo tengo en mi lista. Y me enteré de que hace muy poco se cumplieron cien años de su muerte. ¿Era tan genial como dicen los medios que se encargaron de destacar ese centenario?

—Absolutamente, Pukkas. Nacido polaco, escribió en inglés mejor que los ingleses mismos. Aprovechando el contexto de ese centenario, la gente de Alfaguara está publicando una nueva edición de “El corazón de las tinieblas”, una de las más grandes narraciones de Conrad. ¿Te acordás de que hace unos cuantos domingos hablamos de los surfistas y los helicópteros de “Apocalypse Now”?

—Tal cual, máster. En esos meses me estaba enrollando con la música de Wagner. Por lo de la cabalgata de las walkyrias que aparece en la escena del ataque de los helicópteros a la aldea.

—Bueno, te cuento que esa maravilla de Francis Ford Coppola, ambientada como bien sabés en la guerra de Vietnam, está basada precisamente en “El corazón de las tinieblas”. Ya había figurado en los planes de Orson Welles llevarla al cine: fue el primer gran proyecto de ese enfant terrible para iniciarse como director, pero el estudio no quiso arriesgarse.

A unos cincuenta metros de la escollera, en viaje al sur, el lomo oscuro de un lobo marino se dejó ver entre las olas, y Pukkas y Tío Marce se quedaron atentos a la reaparición del lobo, que no tardó en asomarse de nuevo.

—¿Cómo es posible eso?— dijo Pukkas.

—Son muy comunes en Mar del Plata, vos deberías saberlo mejor que yo. Dicen que por la poca actividad debida a la plandemia podía vérselos de lo más campantes en las calles internas del puer…

—… ¡ufa, máster, no hablo de los lobos marinos! Lo que me llama la atención, porque no me dan los números, es que Conrad haya ubicado la acción de su novela en Vietnam. ¡Murió cincuenta años antes del fin de esa guerra, que gracias a Dios no duró mucho!

Lo que pasa es que Coppola cambió los escenarios, y de África mudó la acción a Vietnam. Y lo cierto es que también las circunstancias argumentales que rodean al antihéroe, Kurtz, son muy distintas. No tenés más que leer la nouvelle para darte cuenta enseguida de esas diferencias. Diferencias no fundamentales, te aclaro, y ya vas a ver por qué. En la nouvelle, que Coppola usa más que nada como un trampolín inspirador, Kurtz es un codicioso y tiránico traficante de marfil. En la película, Kurtz es un excoronel de los Boinas Verdes, en estado de rebeldía contra los altos mandos.

—Nada que ver uno con otro. —Pukkas levantó una piedra y la lanzó al agua. Una gota salada le salpicó la boca.

—Todo que ver, Pukkas. Esencialmente, todo que ver. Cuando leas la nouvelle lo entenderás mejor. Vas a ver cómo los dos Kurtzs despliegan un totalitarismo tiránico, y la locura los arrastra hacia los laberintos más tenebrosos del alma. Para mí, tanto el Kurtz militar como el Kurtz traficante representan la deshumanización, la bestialización entronizada. El poder como un joder, alejado de la cosmovisión cristiana del poder como servicio. Kurtz es el hombre a quien el perfil patológico de la ambición convierte en un dios, y que además encuentra sin mayores problemas a la pandilla de infelices que están dispuestos a rendirle culto de adoración. En ese sentido, Conrad fue un profeta, porque el sistema de normas y creencias de Kurtz, basado en el uso de la fuerza bruta, es el no-va-más del relativismo triunfante en todo el mundo. La misma “filosofía” liberal, dicho de paso, que produce cada dos y cuatro años un espectáculo al que todos debemos asistir alegre y democráticamente. Y todo eso disfrazado con aquella socorrida y polivalente palabra que es “libertad”.

—Interesantísimo cruce entre el cine y la literatura, maestro. Yo pensaba que usted no estaba muy de acuerdo con ese tipo de adaptaciones extrañas, sabiéndolo tan conservador.

—¿Y quién te dijo que yo soy “tan conservador”, pedazo de guaruso? Que me manifieste públicamente en contra del absurdo del mundo moderno y de la esclavizada y esclavizante cultura woke no significa que sea un fósil ideológico. Más bien, todo lo contrario. En primer lugar, descreo de las ideologías y de los “ismos”: graves disonancias cognitivas acechan a aquellos que endiosan a los políticos, pues se verán en la obligación de justificar y exculpar al dios de turno, incluso cuando tal fantoche robe, mienta o golpee. En segundo lugar, soy un enamorado de la tradición y de la cultura católica, y tratar de sostener y difundir ese amor por las virtudes eternas es lo que me lleva a renovarme, amparado por una cosmovisión de tercera vía, totalmente equidistante del comunismo y del capitalismo. Así pude sobrevivir a gobiernos de todos los colores y a editores de todas las tendencias. Otra que conservador.

—Pero usted la semana pasada mantuvo con Ramiro Campodónico un diálogo bien picante acerca de las modernas versiones escénicas de óperas clásicas, y les dieron con un caño a los responsables de esas adaptaciones.

—¡No entendiste nada, estás confundiendo adaptar con resignificar!

—¿Y qué significa resignificar, maestro?

—La llamada “resignificación” es la herramienta, la topadora con que se está demoliendo despiadadamente la cultura occidental. Una cosa es adaptar, Pukkas, y otra, muy distinta, hacerle decir al clásico lo que a uno más le convenga a la hora de llevar agua para su molino. Coppola cambia el argumento de Conrad, pero no altera en absoluto el abanico de sus posibilidades simbólicas. En una palabra, es fiel al espíritu del original.

—Interpreta, digamos. Adapta.

—Claro. Adapta, pero no resignifica.

—¿Podría ilustrarme con algún ejemplo de resignificación?

—El tratamiento ideologizado que la mayoría de los teatros de ópera le están dando a la Carmen, de Bizet, es uno muy elocuente. Parece que Carmen ya no es la mujer-demonio del original, la delincuente que convierte a su enamorado Don José, un soldado sevillano, en desertor y contrabandista, y más tarde en asesino de la propia Carmen. Hoy Carmen es la heroína, la víctima de la “violencia de género”. Una de estas resignificaciones de Carmen, montada en Florencia en 2018, termina exactamente al revés: ¡Carmen es la que mata a Don José, en legítima defensa! Y se intenta justificar tal deformación explicando, palabras más, palabras menos, que “ya no se puede aplaudir un feminicidio”. Aparte de la traición flagrante al original, decir eso es un insulto a la inteligencia del espectador.

—Yo no conozco esa ópera, maestro. Pero no puedo imaginarme a alguien más o menos cuerdo yendo al teatro a celebrar un crimen. Se aplaude la obra, en todo caso, y su interpretación. Como bien dijo usted en una entrevista, la violencia no tiene género. ¡Qué reseteo increíble el de esta gente!

—Y tal manipulación no sucede solamente en la lírica, Pukkas. ¿No te llama la atención que se considere arte a una banana pegada con cinta adhesiva a la pared? Pero ojo: como dijimos con Campodónico, estamos ante una revolución cultural. Una revolución que excede los límites del cine, de la literatura, de la música, de la plástica, porque hasta se exhibe impúdicamente en las ciencias y en la teología misma.

Tío Marce hizo silencio, y a pesar de la brisa pudo prender su fogosa pipa.

—Con lo de Conrad y lo de la resignificación —dijo Pukkas—, al final se nos olvidó analizar el truco de Serardo Ruiz.

—No lo olvidé. Quedate tranquilo.

—¿Y qué hay de eso de que usted y yo estamos viviendo una novela, maestro?

—Todo a su tiempo, Pukkitas. —Un enigmático filamento de humo azul se perdió en la frescura del aire—. Todo a su tiempo.