Por Federico Bagnato
Porque caminaban por el pasto en direcciones opuestas. Porque cuando ella gritaba, él estaba escuchando música. Porque cuando ella buscaba, él estaba dormido junto a un arbusto. Porque cuando ella se enojó primero, él se ablandó. Porque cuando a ella se le fue la mano, él se enojó. Porque ella dijo que iba a llamarlo por teléfono y él no estaba, y cuando eso pasó él pensó que ella le mintió. Porque cuando él le propuso que se fueran a vivir juntos ella dijo que no era el momento; lo mismo que él le dijo cuando ella le propuso matrimonio. Porque cuando él quería comida china, ella prefirió la japonesa y terminaron comiendo milanesas con puré. Porque cuando uno dijo basta, el otro siguió. Y porque así es cuando uno piensa que tiene que ser de otra manera. Como cuando él pensó “es ella, sí”, y ella pensó “no es ni lindo ni feo, pero creo que puedo enamorarme”.
Primero pensaron que se podía. Que “algunas cosas” solo serían “cosas”, pero ninguno pudo sobrellevarlas, porque el ego fue más fuerte y el disfraz se deshizo al poco tiempo. Porque cuando él pensó en intentarlo, ella tiró la toalla. Porque cuando ella volvió, él ya tenía a otra. Porque cuando él dejó a la otra y quiso volver, ella le dijo que no era el momento porque estaba conociendo a alguien. Porque cuando él se dio cuenta de que eso era una mentira se enojó y ella le pidió perdón. Porque él no aceptó sus disculpas y ella se enojó aún más. Porque cuando él quiso volver ella ya no estaba. Porque cuando pasaron tres meses y ocurrió a la inversa, él ya no estaba. Porque siempre tenían que discordar cuando ninguno de los dos lo quiso. Porque coincidieron en intentarlo cuando nada podía funcionar. Porque cuando pensaban que eran el uno para el otro, pasaban semanas sin hablarse. Porque mientras pensaban se les pasaba el tiempo sin darse cuenta de que en realidad eran como un botón mal abrochado.