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Interés general 12 de junio de 2016

Cómo leer literatura

El crítico Terry Eagleton ofrece estrategias para hacer de la lectura una experiencia más rica y compleja.

por Julieta Grosso

En “Cómo leer literatura”, un texto de corte didáctico que se distancia del tono erudito de obras emblemáticas como “La idea de cultura” y “La estética como ideología”, el ensayista inglés Terry Eagleton facilita algunas nociones de crítica literaria con la idea de recuperar la riqueza y la complejidad de la experiencia lectora, cuya naturaleza ha sido desdibujada por el hábito contemporáneo de desdoblarse en estímulos simultáneos.

El pacto de lectura que entrelaza el imaginario de un escritor con el de un lector está en un punto crítico: acaso por la incidencia cada vez mayor del intercambio plano y escaso de matices que proponen las redes sociales, el contacto con la literatura parece reducido hoy al seguimiento de las líneas argumentales de una trama, mientras se desatienden esos otros recursos vinculados a la forma que funcionaban como garantes de calidad narrativa.

Eagleton trabaja sobre estas carencias ya en el comienzo de “Cómo leer literatura”, cuando sostiene que en la actualidad al hablar de una novela los estudiantes de literatura ya no discuten sobre el posicionamiento del autor ni sobre la construcción de los personajes, ya que cada vez más las conversaciones acerca de una obra literaria están monopolizadas por el devenir de los protagonistas de una manera que no difiere de una charla casual sobre conocidos en común.

Lo que preocupa al autor de “El sentido de la vida” es la simplificación de los criterios para analizar la literatura y reducir la evaluación de una obra artística a consideraciones sobre el argumento que dejan de lado lo simbólico, lo inasible de una estructura narrativa.

“Las obras literarias son creaciones retóricas, además de simples relatos. Requieren ser leídas poniendo una atención especial en aspectos como el tono, el estado de ánimo, la cadencia, el género, la sintaxis, la gramática, la textura, el ritmo, la estructura narrativa, la puntuación, la ambigüedad y, en definitiva, todo lo que podríamos considerar ‘forma'”, sostiene Eagleton.

En “Cómo leer literatura” (Ariel), el discípulo de Raymond Williams facilita al lector no avezado algunos conocimientos de crítica literaria a través de cinco núcleos -“Comienzos”, “El personaje”, “Narrativa”, “Interpretación” y “Valor”- que toman fragmentos de obras conocidas como “Esperando a Godot” de Samuel Beckett, “Pasaje a la India” de E.M. Forster u “Orgullo y prejuicio” de Jane Austen.

El recorrido del investigador es más que heterogéneo ya que va desde Shakespeare a la menoscabada -por la crítica canónica- J.K. Rowling con su saga “Harry Potter” y barre cuestiones decisivas en torno a la creación literaria: los límites de la imaginación, las tensiones -incluso contradicciones- entre lo que una novela explicita y lo que sugiere, y los artificios de la ficción.

A propósito del análisis de la distópica “1984”, de George Orwell, Eagleton observa que un lector nunca debe ser complaciente con los propósitos del escritor: “Los lectores no siempre deben amoldarse a lo que imaginan que le pasaba por la cabeza al autor”, enfatiza.

Con una prosa ágil no exenta de ironía y cordialidad, el autor traza también una recorrida por diferentes corrientes literarias como el romanticismo, el realismo o el modernismo con la idea de revalidar su aporte a las formas literarias.

El autor de “La idea de cultura” y “Por qué Marx tenía razón” retoma la formulación esbozada en su libro “El acontecimiento de la literatura” acerca de la declinación que atraviesa la crítica literaria con el propósito de reinvindicar su importancia y reposicionarla de cara a la banalización de la experiencia lectora.
Eagleton concentra sus esfuerzos en el capítulo final de su libro, “Valor”, donde reflexiona acerca de los parámetros que dividen a las buenas obras de las que no lo son.

“Para algunos críticos, la originalidad tiene mucho peso. Cuanto más rompa una obra con a tradición y la convenció e inaugure algo verdaderamente nuevo, más probabilidades tiene de que le demos una buena valoración. No todo lo nuevo vale la pena. Tampoco es cierto que toda la tradición sea sosa y aburrida. Una herencia puede ser revolucionaria del mismo modo que puede resultar retrógrada”, señala el teórico literario.

Eagleton asegura que toda obra literaria se construye sobre los despojos y los retazos de una tradición que la ha precedido. La lengua será la encargada de articular esa resignificación de contenidos, ese proceso ininterrumpido en el que “no paramos de reciclar nuestros signos” y parafraseando al ensayista norteamericano Noam Chomsky, “nos pasamos la vida articulando frases que nunca antes habíamos dicho o escuchado”.

En uno de los tramos más interesantes de este texto dedicado a lectores principiantes, el autor se pregunta sobre los criterios de validación de los llamados clásicos literarios y refuta en parte la idea de que las obras que adscriben a esta categorización son aquellas que conservan un sustrato atemporal y universal. “¿La ‘Antígona’ que admiramos hoy en día es la muisma obra de teatro que aplaudieron los griegos antiguos? ¿Lo que a nosotros nos parece la esencia de la obra coincide con lo que ellos consideraron como tal?, se interroga.

Más adelante, postula que abordar aspectos de la condición humana como la muerte o la sexualidad no garantiza un plus de valoración para una obra, así como tampoco es cierto que toda la buena literatura sea profunda ya que es lícito pensar en buenas creaciones basadas en la superficialidad -como las de Oscar Wilde- ni que la precisión lingüística funcione como atributo excluyente.

Eagleton plantea que las obras no tienen un significado fijo sino que son generadoras de significados posibles y sostiene que si se entiende la crí­tica como la aplicación de determinadas técnicas de lectura, eso no supone que dominarlas garantizará el éxito del crí­tico, “así­ como conocer las reglas del ajedrez no asegura ganar las partidas”.

Télam.