| Por Gonzalo Gobbi
Los comedores son el primer cordón de contención en cada barrio. Decenas de humildes hogares que abren su puerta y cocinan con lo que tienen para que niños, familias enteras, personas solas, gente sin trabajo y adultos mayores (cada vez más) puedan comer al menos una vez en el día en Mar del Plata.
La demanda crece cada mes, el alimento escasea y se “estira”, y algunos cierran o hacen “malabares” para poder cocinar una o dos veces por semana. Todos, de norte a sur, coinciden: “La gente tiene hambre”.
En el actual escenario de ajuste y crisis, el Gobierno nacional interrumpió por completo la entrega de alimentos. No mermó lo que enviaba, directamente dejó de mandar mercadería. Cero. Por ahora, hace meses, solo mandan a trabajadores a auditar los comedores, con la promesa se retomar el envío “en algún momento”, sin plazo previsto.
“Ningún comedor de Mar del Plata ha recibido ayuda por parte de Nación desde diciembre a la fecha”, aseguró en diálogo con LA CAPITAL Lorena Quiroga, coordinadora general de los casi 50 merenderos y comedores de Libres del Sur, una de las organizaciones con mayor presencia territorial en este sentido. El dato, por fuera de la organización, fue confirmado por mujeres que cocinan en distintos comedores de la ciudad.
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“Ningún comedor de Mar del Plata ha recibido ayuda por parte de Nación en todos estos meses” (Lorena Quiroga, coordinadora de comedores y merenderos de Libres del Sur).
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Cada comedor hace lo imposible para darle de comer a las familias que van a golpear la puerta con sus ollas, tuppers o cualquier otro recipiente para trasladar la comida. Muchas veces, la única del día.
Antes, no hace mucho, los comedores cocinaban todos los días. Luego pasaron a cocinar tres veces por semana. Ahora, con suerte, una o dos, por falta de mercadería. Algunos terminan repartiendo paquetes de arroz, fideos o polenta cuando tienen pero les falta proteína o verdura para hacer un guiso.
Hoy, los comedores solo reciben los alimentos secos que envía la Provincia de Buenos Aires, sumado a “un poco de ayuda” del municipio, con “algo de verdura”. Por cierto, desde varios comedores cuestionan el mal estado de lo que, en parte, viene entregando la Comuna (afirman que llega “podrido”), además del tipo de verduras: “Nos mandan lechuga, que no sirve para la olla. Y solo a veces papa, zapallo o zanahorias; pero no alcanza”.
El resto, como los huevos, el pollo, la carne o los condimentos, corre por cuenta del propio bolsillo de las mujeres que están al frente de los comedores y los voluntarios, quienes construyen, tejen y empujan una red de solidaridad gigante, aunque a veces invisible, para que vecinos, negocios y empresas colaboren y ayuden a poder llenar la olla. No todos los días lo logran.
Adultos mayores, comida y remedios
En General Pueyrredon, según estimaciones del Consejo Local de la Niñez, más de 15 mil personas asisten a comedores: la mayoría son niños en situación de vulnerabilidad. Se cree, sin embargo, que la cifra real es mucho más alta. Pero en estos últimos meses ha crecido significativamente la cantidad de adultos mayores que dependen de comedores comunitarios para comer y sobrevivir.
La imagen se repite en cada comedor: cada vez más hombres y mujeres mayores, solos o en familia, se acercan con un tupper a pedir un plato de comida.
La mayoría asegura que con su jubilación, sumado al recorte de medicamentos y el incremento de la luz y el gas, “no llega”, es decir, no tiene garantizada la compra de la comida. En más de un caso, se llevan una porción y la dividen para el almuerzo y la cena.
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“La canasta básica de los jubilados superó los $900.000 y es el triple que el haber mínimo (Defensoría del Pueblo de la Tercera Edad)
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Los adultos mayores se han convertido en un grupo de especial preocupación. Muchos van no solo para buscar comida, sino también medicamentos, ya sea porque no lo pueden comprar o porque se lo han recortado de la obra social.
Sí, además de comida, abuelos y abuelas van a pedir medicamentos a los comedores. Éstos, por cierto, se consiguen también gracias a una red de solidaridad. “Averiguamos en qué salitas se pueden conseguir los medicamentos, quién puede tener o donar lo que necesitamos, ya sea para un abuelo o para un niño”, contaron desde uno de los comedores.
“Otra porción para la noche”
En el barrio Malvinas Argentinas funciona hace muchos años el comedor “Malvinas”, en una pequeña vivienda de enorme corazón ubicada entre Calaza entre Río Negro y Santa Cruz, señalizada con el logo de las islas con la bandera celeste y blanca.
Karina Paz es una de las mujeres que está al frente del lugar desde hace ocho años, y ha visto junto a su compañera Nelly en este tiempo cómo ha ido creciendo la necesidad de ayuda en el barrio. En la cocina dentro de esas cuatro paredes, hacen todo lo que pueden para que a nadie le falte cuando van a pedir.
“Actualmente, estamos recibiendo muy poca mercadería y realmente no alcanza para cocinar. Ahora cocinamos solo una vez a la semana, los martes. La situación es crítica”, resumió.
Comedor “Malvinas”.
Cada vez que la olla se llena, entre 20 y 25 familias (a veces más) se acercan a buscar su comida. Karina se esfuerza por hacer que cada porción cuente: “Las familias traen sus ollas o tuppers y, según el tamaño, les damos la comida. Hay madres que tienen varios chicos, y también muchas personas solas y adultos mayores”.
La empatía de Karina es palpable cuando menciona a los abuelos que se acercan en busca de comida: “A veces, en lugar de ponerle una porción, le pongo dos, así les queda para la noche, porque no tienen otra cosa”.
La escasez de recursos la lleva a improvisar. “Antes podía ofrecer leche o chocolatada, pero ahora no recibimos ni azúcar ni chocolatada. Pero al menos una vez por semana les doy un plato de comida. Si tuviera más, les daría todos los días, porque a los niños y los adultos mayores no les puede faltar la comida”, dijo Karina sin dudar, con un dejo de tristeza y enorme humildad.
“Estamos sobreviviendo”
Al otro lado de la ciudad, en el barrio El Martillo, Marcela Martínez, su familia y un grupo de voluntarias luchan para alimentar a gran cantidad personas de la zona. Meses atrás, LA CAPITAL también visitó el comedor “Martillitos de Pie”, que ya hacía “malabares” para hacer rendir la comida; hoy, la situación empeoró y se tornó más cuesta arriba. De hecho, luego de años, está evaluando cerrar.
“Por el momento estamos sobreviviendo. Esta semana no pudimos podido cocinar. Recibimos gente todos los días, de asistentes sociales y del Centro de Referencia (CDR). Hay veces que no damos abasto porque viene mucha gente”, explicó Marcela al compartir la realidad de un comedor que intenta mantenerse a flote en medio de una crisis “desbordante”.
Marcela Martínez, responsable de Martillitos de Pie, junto a su primera olla con la que cocinó para miles de personas.
“Muchas veces no podemos cocinar porque no tenemos nada. Antes hacíamos dos ollas, pero ahora no alcanza ni para una”, dijo desde su cada, donde funciona el comedor y se reciben donaciones, en Sicilia Bis 7169.
A veces, también, la calidad de los alimentos que reciben es una fuente de frustración. “Recibí algo de mercadería de la municipalidad, pero muchas veces está podrida, te mandan alimentos en condiciones lamentables, me da mucha bronca eso. Muchas veces tenemos que limpiar lo que nos dan para poder sacar lo que sirve y darle algo a la gente”.
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“Más del 47% de los niños que van a comedores en Mar del Plata sufren malnutrición. (Instituto de Investigación Social, Económica y Política Ciudadana)
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La incertidumbre y la falta de recursos son constantes. “Nación sigue sin mandar nada de nada. Estamos sobreviviendo, pero en cualquier momento tendremos que cerrar. Es angustiante pensar en toda la gente que depende de nosotros”, dice Marcela, y su voz refleja el desasosiego de una comunidad unida por la necesidad.
Mientras tanto, cada plato de comida cocinado con amor es un acto de resistencia.
“Es desesperante”
Entre las humildes calles del barrio Bosque Grande, en el comedor Rey de Reyes se suman inconmensurables gestos de amor, voluntad y solidaridad para poder servir la merienda a diario o preparar la comida (hoy dos veces por semana) a los chicos y las familias de la zona.
“Abrimos en 2021 y al principio trabajábamos con 30 familias y teníamos recursos. Hoy son 78 las familias que se llevan comida”, detalló Nerina, una de las responsables del lugar.
Seguido, en sintonía con otros comedores, contó: “Desde diciembre no hemos recibido ningún tipo de alimento del Gobierno nacional. Esto nos ha llevado a buscar otros recursos: hacemos rifas, le pedimos a algún verdulero que nos dé lo que quizás no puede vender, hablamos con los mayoristas, con ONG’s, instituciones, hacemos todo lo que está a nuestro alcance”.
Comedor Rey de Reyes.
La empatía de Nerina y de todos los voluntarios de Rey de Reyes resulta invaluable, pero cada día se requieren donaciones para que esas casi 80 familias tenga comida cuando se acercan a retirar su porción al lugar, en Vignolo 1664, donde también se reciben donaciones.
“Necesitamos mercadería básica como harina, azúcar, aceite, cacao, leche entera, fideos, arroz, lentejas, garbanzos, arvejas, puré de tomate, huevo… Para hacer las ollas populares, es crucial. En este momento la prioridad es la leche. Nuestro compromiso es fuerte, y no podemos decirle que no a la gente”, dijo con determinación.
“Comenzamos a cocinar temprano porque viene gente de distintos barrios a buscar comida. Tratamos de entregar antes de las 19 porque se pone peligroso a la noche. Muchas abuelitas se organizan cuando vienen tarde y se acerca una a buscar para varias familias. Es desesperante la situación. A veces empezamos a cocinar tallarines con tuco y pollo, como pasó el otro día gracias a los 6 kilos de pata muslo que nos regaló una familia del colegio Amuyén. Llenamos la olla popular y la gente viene y se lleva todo. Entonces no alcanza y tenemos que volver a cocinar, pero ya no hay más pollo ni salsa, solo fideo; lo que queda la gente se lo lleva igual porque tiene hambre“, relató.
A pesar de las adversidades, Nerina y el equipo siguen adelante en este espacio, donde además de un comedor y funciona una escuelita de fútbol los sábados y un taller de creatividad los miércoles, entre otras actividades.
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“Vienen desde distintos barrios a buscar comida y no podemos decirle que no a la gente” (Comedor Rey de Reyes, Bosque Grande)
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Ahora, están juntando fondos para ampliar el lugar, porque les quedó chico, y reciben ayuda de la comunidad para concretar la obra.
“La gente puede acercarnos alimentos y nos encanta que vengan a conocernos. Hay voluntarios que vienen y se suman. Ahora se sumaron unas chicas de la Clínica Pueyrredon a cocinar. Y entonces empezamos a expandirnos para poder cubrir la comida de los lunes y los viernes. Cada vez hay más gente. Y no le podés decir que no. Yo no puedo volver a mi casa a sentarme a comer si le tuve que decir que no a una mamá que tiene siete hijos con hambre”, relató Nerina, feliz de que el guiso del último viernes haya salido “riquísimo”.
“Mucha gente perdió el trabajo”
En el centro cultural y comedor Pucará, al sur de Mar del Plata, en el barrio San Jacinto, vienen advirtiendo un notable incremento de la demanda.
“Cada día se acercan más familias a buscar una vianda. Son cerca de 120 familias, con gente de la tercera edad, niños y niñas que con nuestro grupo de cocina tratamos de acompañar. Muchos volvieron, después de haber dejado de venir. Mucha gente perdió el trabajo y vuelve“, describieron.
Comedor Pucará.
Recientemente sufrieron un robo y apelan a la comunidad para reponerse y sostener la ayuda vital que brindan.
“Nos volvió a golpear un hecho delictivo. Una persona violentó la reja y el candado del comedor y robo mercadería fresca de la heladera. En un día a día cada vez más difícil en la ciudad , con el desempleo y los aumentos, toda colaboración suma”, expresaron.
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La pobreza en Mar del Plata aumentó en el primer semestre del año al 46,2% y afecta a 306.221 personas, mientras que la indigencia es del 12,9% y alcanza a 85.825 vecinos (INDEC).
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Los comedores como Pucará, Martillitos de Pie, Rey de Reyes y Malvinas son espacios de contención, resistencia y empatía. Sin embargo, en General Pueyrredon existen más de 300 comedores y merenderos, cada uno con miles de historias y realidades. Aunque algunos debieron cerrar, los que subsisten hacen lo que pueden para llenar la olla. La comida que preparan es, en muchos casos, la única garantía contra el hambre para miles de familias que dependen de su solidaridad y esfuerzo.