Claudia Piñeiro: “Lo que más me preocupa es lo que el Gobierno llama la batalla cultural”
La destacada autora de novelas como “Las viudas de los jueves” y “Catedrales” abrirá este martes a las 19, en Villa Victoria, el Festival Penguin Libros, un ciclo de charlas con escritores al atardecer. Antes de su visita a Mar del Plata, conversó con LA CAPITAL sobre el presente y desarrolló varios de los temas que trata en su última publicación, "Escribir un silencio", donde aborda sus preocupaciones poéticas y políticas.
Claudia Piñeiro reparará su obra este martes 7 de enero a las 19 en Villa Victoria, en una charla con entrada libre y gratuita. Fotos: Alejandra López.
Por Rocío Ibarlucía
Comprometida con los debates más urgentes de nuestra sociedad, sensible a lo que sucede a su alrededor y siempre “con las antenas en estado de alerta”, Claudia Piñeiro no duda en usar sus palabras para entrar en conflicto con la autoridad, abrir debates y defender los derechos de las mujeres y otras minorías.
Escritora, dramaturga, guionista y colaboradora en distintos medios gráficos, Piñeiro se ha definido como una trabajadora de la palabra con “conciencia lingüística”, retomando un concepto de Ivonne Bordelois, al saber que el lenguaje construye realidades. Esa conciencia la ha llevado a señalar la apropiación indebida de palabras como grieta, matrimonio y vida, cuyo significado defendió en su célebre discurso en defensa de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Hoy, como advierte en diálogo con este medio, denuncia que la palabra arrebatada por la narrativa oficial es libertad. Y no solo lo observa, sino que insta a no abandonar la discusión y, por ende, a alzar la voz contra esta manipulación del lenguaje y contra los discursos de odio que circulan en la actualidad.
Además de sus intervenciones públicas, Piñeiro se destaca en el ámbito literario como una maestra del policial, como lo demuestran sus novelas “Tuya”, “Las viudas de los jueves”, “Betibú”, “Catedrales” y “El tiempo de las moscas”, entre tantas otras obras reconocidas con premios nacionales e internacionales.
Literatura y activismo confluyen en su más reciente publicación, “Escribir un silencio” (Alfaguara, 2023), en el que reúne por primera vez sus textos de no ficción, que van desde notas periodísticas hasta sus discursos pronunciados en ferias del libro, universidades y congresos.
En estos ensayos, se condensan las preocupaciones poéticas y políticas de sus últimos años. Historias familiares, crónicas de viaje, escenas de lectura y escritura dialogan con textos que denuncian, entre muchos otros temas, las desigualdades de género o las nuevas formas de silenciamiento en la literatura.
Mientras realiza las últimas correcciones de una nueva novela que espera publicar en la próxima Feria del Libro de Buenos Aires, Piñeiro anticipa que la serie “El tiempo de las moscas”, basada en su novela homónima y en “Tuya”, y protagonizada por Nancy Duplaá y Carla Peterson, ya finalizó su rodaje, que gran parte se hizo en Mar del Plata.
Por otro lado, reveló que también concluyó la grabación de “Las maldiciones”, un thriller político dirigido por Daniel Burman y protagonizado por Leonardo Sbaraglia y Gustavo Bassani, y que seguramente sea la primera serie en estrenarse.
A estas adaptaciones audiovisuales se suma “Catedrales”, proyecto adquirido hace varios años por la productora de Sebastián Ortega y Pablo Culell. “Justo me mandaron uno de los últimos capítulos del guion, y creo que comenzará a grabarse el año que viene”, adelantó Piñeiro.
Con una agenda repleta de proyectos literarios y audiovisuales para este 2025, Claudia Piñeiro se toma un momento para conversar con LA CAPITAL sobre el presente, antes de su visita a Mar del Plata, donde repasará su obra en diálogo con el periodista Federico Bruno, este martes 7 de enero a las 19 en Villa Victoria (Matheu 1851), con entrada libre y gratuita.
“Tengo muchísimos recuerdos de Mar del Plata, sobre todo de mi papá, de las subidas y bajadas que no había en Burzaco, del movimiento y los teatros y los cines. Para nosotros, no era solo ir a la playa, era mucho más”, recuerda Piñeiro antes de volver a la ciudad donde ha pasado tantos veranos.
—En tu discurso de apertura de la Feria del Libro de Buenos Aires del 2018 cerraste recomendando libros que estaban en sintonía con los debates sobre el aborto, posicionándote desde un rol de escritora que desea intervenir en la sociedad. Desde ese lugar, ¿qué textos recomendarías leer para reflexionar sobre este presente?
—Recomendaría enfáticamente dos textos. Uno es “Sobre la tiranía” de Timothy Snyder, que da lecciones de qué deberían hacer las democracias para que sus gobiernos no se terminen convirtiendo en una dictadura. Propone, por darte un ejemplo, apoyar al periodismo independiente y muchas otras. Son veinte recetas, por llamarlas de alguna manera, para que estemos atentos y nos ocupemos de que las democracias no empiecen a fallar en su espíritu.
Otro libro que me parece muy importante es “Los ingenieros del caos” de Giuliano Da Empoli. Él estudia cómo se llegó al consenso público en determinadas situaciones como el Brexit, el surgimiento de partidos de ultraderecha en Italia o el caso de Trump, y analiza todos los mecanismos que hubo a través de las redes sociales para influir en esas decisiones. A veces uno siente que libremente la sociedad elige esto y a lo mejor no es tan libremente porque hay todo una ingeniería pagada por gente con mucho dinero para que las elecciones de la sociedad vayan hacia ese sector. Además, el autor te cuenta cómo la sociedad se fragmenta, es decir, lo que antes podía ser una sociedad unida en busca del bien común se fragmenta en grupos pequeños, con sus propios intereses, que reciben por redes sociales la información necesaria para que lleguen a conclusiones que te hagan sentir determinada cosa. Entonces, dice que el mundo cambió absolutamente a partir de que alguien se dio cuenta de que lo que más le importa a una persona es el me gusta en las redes sociales y, a partir de eso, se empezó a influir sobre las personas de modos muy especiales que hacen que después surjan determinados regímenes totalitarios. A mí me pareció muy interesante ese libro para ver históricamente cómo fueron esos procesos y entender cómo siguen siendo otros procesos.
—¿Cuáles han sido tus mayores preocupaciones durante el 2024, los temas que más te han interpelado como mujer y como escritora argentina?
—A mí lo que más me preocupa es lo que el Gobierno llama la batalla cultural, aunque yo no le pondría ese nombre, porque va contra valores que todos habíamos consensuado. Hay palabras que empezaron a ser mala palabra a partir de que se empezó a instalar esta cosa de la batalla cultural. Por ejemplo, la justicia social es mala palabra, ¿eso qué quiere decir? ¿Es mala palabra que haya gente que se esté muriendo de hambre o que no tenga dónde dormir y que la sociedad genere alguna situación para que eso no sea así? Por supuesto, el feminismo es mala palabra, por supuesto los grupos minoritarios y LGBT también son mala palabra, todo eso me preocupa sobremanera.
“¿Reírte y decir ‘lágrimas de zurdo’ es la batalla cultural?”.
También me preocupa la entidad que se le da a determinados discursos que en otro momento serían repudiados absolutamente. O sea, hasta hace un tiempo atrás, si una persona hablaba mal de la comunidad LGBT, inmediatamente la sociedad reaccionaba y no era posible decir esas barbaridades. Hoy ya no, entonces eso es lo que a mí más me preocupa de lo que pasó en el 2024 y contra lo que hay que, me parece, los que no estamos de acuerdo, alzar la voz. Parece que desde ese lugar tuvieran más interés o más tiempo o más energía para discutir y a lo mejor no salís a pelear contra esos discursos tremendos por cansancio. Pero hay que pelearlo, lo mismo que con las prohibiciones de libros. Vienen tres personas y dicen que tal libro es pornográfico, hacen una demanda y entonces ya en muchos colegios a lo mejor deciden no leer ese libro para no tener problemas. Y, a lo mejor, es importantísimo o interesantísimo que los chicos lo lean, o no, porque no importa, la prohibición siempre está mal porque hay un docente que regula esas lecturas y sabe si los chicos están en condiciones. No son esos tres señores que sin haberlo leído vieron que el libro tiene una palabra que les pareció inapropiada y entonces quieren prohibirlo. Entonces, ahí también hay grupos pequeños que tienen mucha fuerza, ganas y tiempo para ir a discutir eso y quizás hay otros padres que no están de acuerdo pero no tienen tiempo para discutir. Bueno, ese abandono de la discusión hace que se empiecen a instalar cuestiones de esta supuesta batalla cultural que a mí me preocupa muchísimo.
“Hay un regodeo sobre el dolor del otro que en mi vida vi en este país”, dice Claudia Piñeiro a LA CAPITAL. Foto: Alejandra López.
—¿Por qué no estás de acuerdo con que lo llamen batalla cultural?
—Porque me parece que es todo lo contrario, yo entiendo lo que ellos quieren decir, pero es una apropiación de una palabra que siempre se usó de otro modo. O sea, por mí que digan lo que quieran, te quiero decir, me causa gracia que lo llamen así, no me gusta, me parece inadecuado, pero en definitiva las palabras son de todos, no es que yo no esté de acuerdo y por eso diga que no lo tienen que usar. Pero realmente me confunden cuando dicen la batalla cultural, porque para el gobierno la batalla cultural no es educar a la gente, llevar a la escuela más libros, sino que es prohibición, es desprecio por determinadas personas y palabras. Por ejemplo, ser de izquierda o ser progresista son malas palabras en este país. Ahora, ¿por qué? ¿Reírte y decir “lágrimas de zurdo” es la batalla cultural? ¿Reírse de personas que pueden estar sufriendo porque ideológicamente creen en otro país? Hay un regodeo sobre el dolor del otro que yo en mi vida vi en este país, yo no he visto en otros momentos que unánimemente desde un partido político, sobre todo un partido político que gobierna, salga a gozar del dolor del otro.
—El feminismo es otro de los centros de ataque de esta batalla cultural.
—Ahora parece que el feminismo tiene la culpa de todos los males del país y todo lo que no pudo hacer el gobierno anterior, que es gracioso realmente si no fuera triste. Cada dos por tres te echan en cara que por preocuparse por el lenguaje inclusivo no se preocuparon por otras cosas pero, ¿de dónde sacan eso? Si no se preocuparon por otras cosas es porque no lo pudieron hacer, por lo que sea, pero no porque se abordaron otros temas como el lenguaje inclusivo. Es muy fácil sacar las culpas hacia determinados lugares.
—Volviendo sobre la prohibición de libros, en una ponencia del 2022 mencionás un cuestionamiento de padres contra “Cometierra” en un colegio de Neuquén por considerarlo un “libro pornográfico”, dos años antes de la denuncia contra Sileoni. ¿Qué reflexión te suscitó esta reciente polémica en comparación con aquella del 2022?
—En 2022 eran casos aislados, eran dos o tres padres de un colegio en alguna ciudad que se quejaban de determinado libro, como ha pasado siempre. Mi libro “Tuya”, por ejemplo, se da en muchísimos secundarios y muchas veces me escriben los docentes contándome que no los dejaron darlo en clase porque uno de los personajes evalúa hacerse un aborto que finalmente no se hace, porque los padres se separan o porque el padre tiene una amante. En el medio de la novela, hay crímenes, y hay crímenes en muchos libros que leen los chicos, pero a esa gente que quiere censurar no le preocupa tanto el tema de los asesinatos, sino más bien las cuestiones sexuales. Esos casos aislados de determinados padres quejándose por determinado libro ha sucedido siempre en distintos colegios.
Pero lo que pasó en 2024 fue que hubo una denuncia penal contra el ministro de Educación de la Provincia de Buenos Aires y una campaña contra las escritoras. Nosotras salimos por esa campaña contra las escritoras que fue potenciada desde el gobierno, porque la misma vicepresidenta de la Nación salió a hablar de estos libros. De hecho, habló de “Cometierra” cometiendo un error, porque puso en Instagram un párrafo de otra novela, “Las aventuras de la china Iron” de Gabriela Cabezón Cámara, por lo que queda claro que ninguna de las personas que criticaron han leído los libros, sino que solamente extraen alguna palabra, que puede ser, entre comillas, una mala palabra para ellos, pero no tienen ni idea del libro en general. En la denuncia contra Sileoni, adjudican la autoría de “Cometierra” a otra persona en lugar de a Dolores Reyes, o sea, fijate el poco conocimiento del tema que están denunciando.
—La presidenta de la fundación que hizo la denuncia dijo que no debería leerse literatura en la escuela, sino manuales de biología y matemáticas…
—Sí, yo lo escuché en una entrevista que le hizo Diego Iglesias y dijo que la literatura la lean en su casa. Es impactante esa declaración. ¿Cómo se puede decir eso y que no pase nada? Bueno, por suerte pasó, porque hicimos un acto de resistencia no solamente en Buenos Aires, donde estuvo Dolores Reyes, sino en muchas ciudades del país como Mar del Plata. Y eso fue muy importante y pararon las agresiones.
“Para el gobierno, la batalla cultural no es educar a la gente, llevar a la escuela más libros, sino que es prohibición, es desprecio por determinadas personas y palabras”, analiza Piñeiro. Foto: Alejandra López.
—¿Y cómo viviste la lectura colectiva de “Cometiera” con más de 100 escritores sobre el escenario?
—A mí parece que fue un acto memorable, en el sentido de que logró que nos juntáramos por algo. A lo largo del año, hubo actos más importantes, por ejemplo, la marcha universitaria, pero, quiero decir, desde el sector de la literatura no siempre nos juntamos para hacer cosas y en esa oportunidad nos juntamos casi 200 escritores que nos subimos al escenario a leer. Lo único que hicimos fue leer “Cometierra” y al final, los otros textos cuestionados: “Si no fueras tan niña” de Sol Fantin, “Las aventuras de la China Iron” de Cabezón Cámara y “Las primas” de Aurora Venturini. Y no hubo ni una apelación a la política ni a los políticos, lo único que hicimos fue leer porque justamente lo que no hicieron los que denunciaron fue leer, o sea, ellos denunciaron en base a prejuicios, a palabras sueltas, a consideraciones que no tienen nada que ver con la lectura. Si vos leés esos libros, te das cuenta rápidamente de que no tienen nada que ver con la pornografía.
“La lectura te da pensamiento crítico y argumentación, dos valores fundamentales para la democracia”.
—Hablando de los textos que se leen o no en las escuelas, abrís otra discusión que tiene que ver con la crisis del sistema educativo ya que hoy muchos jóvenes egresan sin leer de corrido. Te voy a hacer una pregunta que puede parecer obvia pero pareciera no estar instalada en el debate público: ¿por qué es importante que se formen lectores?
—La lectura te abre mundos, te abre posibilidades de ver otras cosas, de ver otros personajes, de sentir que el mundo no es solamente como sos vos y la gente que te rodea, sino que hay muchas formas de estar en este mundo, muchas geografías, muchas religiones, muchas ideologías. Aparecen tantas cosas en los libros que eso te amplía tu propio universo. Conocemos un montón de lugares a los que nunca iremos gracias a la literatura. Me parece que todo eso, al armar un universo dentro de tu cabeza, te da muchas más posibilidades de pensamiento crítico y de argumentación, que son dos valores fundamentales para la democracia, o sea, los ciudadanos tenemos que tener pensamiento crítico y tenemos que tener posibilidad de argumentar. Eso se consigue a través de la lectura.
También se amplía el lenguaje. El lenguaje es infinito, hay un montón de palabras. Hay gente que usa habitualmente muchas más palabras que otras. Cuando vos tenés pocas palabras, tenés mucha más dificultad para expresar lo que te pasa, lo que necesitás, lo que querés, lo que demandás a un gobierno, para todo eso necesitás las palabras y eso también viene por la lectura.
La lectura también permite ponerte en el lugar del otro. Vos leés un libro y hay personajes que hacen cosas que vos no harías, pero en el libro entendés las circunstancias por las cuales actúa de esa manera o por las cuales actuó de otra, podés estar de acuerdo o no, pero la historia, la construcción del personaje, te obliga a ponerse en sus zapatos. Entonces, todo eso genera una posibilidad de ponerse en el lugar del otro que también es muy importante para una democracia. Todos estos valores de la lectura hacen a un mejor ciudadano. Y parecería, justamente, que lo que están tratando con esto es que no haya mejores ciudadanos, sino todo lo contrario.
—¿Cómo definirías la narrativa de este gobierno, el uso de la palabra que hace el Presidente de la Nación?
—Por lo pronto, es una palabra dicha en voz alta, a los gritos, no es lo mismo que alguien te hable en un tono medio a que alguien te grite. También usa mucho las mayúsculas cuando hace posteos. El gobierno defiende que el estilo no importa, pero en el estilo que ellos emplean hay cosas que uno puede decir que son incluso más repudiables desde el punto de vista de la educación sexual de los niños que cualquiera de los libros que han sido cuestionados. El Presidente ha hecho gestos o ha dicho palabrotas sobre el tamaño del pene del burro en una escuela. Bueno, todo ese tipo de cosas que para ellos es un estilo, a mí me parece preocupante.
También hacen uso de ciertas metáforas o alusiones que no me parecen interesantes y que me parecería interesante que a la sociedad no le gustaran tampoco, como lágrimas de zurdo o de lo que sea. Vos hacés una política que te parece que es buenísima, que es lo mejor para la sociedad y, ¿hace falta que gastes al otro que piensa distinto? Si está tan buena tu política y está tan interesante lo que estás haciendo y es tan beneficioso para el país, en realidad lo que tendrías que hacer es decir “acompañame con esto”. Todo eso me parece insólito.
—En su momento, denunciaste la apropiación de la palabra vida. Hoy, ¿cuál sería?
—Por supuesto, la palabra apropiada en este momento es libertad. Me parece que un gobierno que públicamente habla mal de periodistas y otras personas ejerce una censura no dicha, porque nadie te dice que lo van a censurar, pero si a vos te dicen “sos una idiota, sos una ensobrada, sos una mentirosa, sos una corrupta” y… te van callando. Entonces, ¿dónde está la libertad? Si a vos te despiden el 24 o 30 de diciembre de tu trabajo y no tenés plata para llegar a fin de año, tampoco podés ser muy libre. Hay ciertas cosas que están pasando en este momento que se contradicen con la libertad.
—Escribiste que en la pandemia acudías a las librerías como espacios donde respirar, y que a cada pregunta que te asaltaba escogías un libro al azar y encontrabas respuestas. ¿Hoy dónde encontrás tu refugio?
—Yo creo que los libros siguen siendo un refugio. Me pasó encontrarme con gente que me dijo que leyó más que otros años y eso me parece interesante. Me parece que hubo una necesidad de ir a buscar a los libros esas palabras que se van licuando, que se van yendo, que te van quitando también. En este momento y en este mundo y en esta era, yo sumaría las series, las películas, las obras de teatro, los recitales, porque a veces no te da el ánimo para leer pero ves una serie o alguna otra manifestación artística y también te completa. Me parece que la gente necesita eso de compartir algo que es una creación de la humanidad, que tiene que ver con el arte, la escritura, la música, la pintura, el cine, lo que sea, porque además son lugares de reunión, que eso no tiene la literatura cuando leés en soledad en tu casa. De alguna manera, en esos espacios, frente a un hecho artístico, nos estamos abrazando.