Cinthia Escudero, una docente que sigue estudiando para poder enseñar
Vocación, dedicación, continuidad en el aprendizaje para poder enseñar. La historia de una docente que logró concretar su vocación lejos de su patria y de las imposiciones familiares.
Cinthia Escudero, docente de educación inicial y especial.
Por Natalia Prieto
Cinthia Escudero es docente de educación inicial y especial y, como tal, ejerce como maestra integradora: acompaña a chicos con alguna discapacidad (TGD, autismo, síndrome de Down) en la escuela a la que asisten, sea pública o privada, tanto en la parte pedagógica como en la interacción con sus compañeros.
“Acompaño a los chicos algunos días; por lo general, dos veces por semana y dos horas por día. Para ellos se arma lo que se llama el ‘Proyecto de Inclusión’, de acuerdo con el diagnóstico de cada uno, y se le hace el seguimiento”, describió al comentar su función a LA CAPITAL.
No duda en definir su trabajo como “mi vocación”. Para poder ejercerla, debió alejarse de su país natal y hasta de las imposiciones familiares. “Soy de Perú y toda mi familia -cuenta- es docente. Por eso, mi papá quería que estudie otra cosa”. Así fue que en Lima estudió cuatro años de Licenciatura en Turismo y Hotelería pero, a poco de graduarse, decidió venir a Mar del Plata de vacaciones porque aquí estaban algunos amigos. Tenía 22 años.
“Siempre quise estudiar para docente -reseña-, así que cuando vine lo primero que hice fue averiguar dónde podía estudiar y me inscribí en el Instituto IDRA. Mi papá no me podía decir nada porque estaba lejos”. De este modo, egresó como maestra jardinera -“me gustan los niños, pero no propios”, se ríe- y comenzó a trabajar en dos jardines de infantes.
Y fue en uno de ellos en los cuales siguió profundizando su vocación. “En una de las salas de 5, tenía de alumna a una nena con síndrome de Down -recuerda- y ella venía dos veces por semana con su ‘maestra inclusora’, pero los demás días sentía que me faltaban herramientas para llegar a la nena, que me faltaba algo”. Por este motivo, decidió seguir estudiando para convertirse en maestra de educación especial. Cursó en el Portal del Sol, hizo las prácticas y la llamaron para trabajar.
Aprendizaje continuo
Cinthia cuenta que su motivación diaria es simplemente “la vocación”: “Trabajando siento que no trabajo, estoy feliz con los chicos. Ahora tengo seis alumnos con los que voy a diferentes colegios, todos privados, pero con realidades diferentes”.
Ante la pregunta de si se mira diferente a los chicos con discapacidad, la docente señala que “la verdad es que hay muchas cosas que hoy se dicen, pero que es muy difícil llevarlo a la práctica, concretarlas. Se ve mucho bullying. Es un trabajo arduo, porque hay que focalizar no solo en los contenidos, sino en las emociones. Las aulas son neurodiversas, no solo se trata del chico incluido”.
En ese sentido, sobre su función profesional, advierte que “hay mucho trabajo por hacer, también con la familia, porque el diagnóstico a ellos les genera ansiedad, nerviosismo, se preguntan qué va a pasar. Y son todas realidades distintas”. “No se ve el tema emocional -añade-, que es lo más importante. Hay muchos chicos que no tienen ‘Proyecto de Inclusión’ y deberían tenerlo. Faltan políticas de Estado, habría que cambiar todo el sistema”.
Acostumbrada a los desafíos, Cinthia enfrentó durante 2020 y parte del año pasado el reto de dar clases con las escuelas cerradas. “Fue un reaprendizaje -cuenta- adaptarse a lo que era la virtualidad sin haber tenido una preparación previa. Hubo que buscar estrategias y recursos para llegar a cada uno de nuestros alumnos de manera virtual”. En ese sentido, enumera que “hubo que reorganizar horarios, rever los contenidos, qué íbamos a dar, cómo los íbamos a dar. Y probar la llegada a cada uno de los chicos, porque todos son distintos”.
Más allá de la cuestión pedagógica, recuerda que “surgió la ansiedad que generó todo, tanto desde nuestro lugar como desde los alumnos y sus familias. Fuimos aprendiendo porque nadie está capacitado para todo lo que aconteció, la angustia que generó”. “También hubo que contener a cada uno de los chicos desde lo emocional -dice-. No era una tarea fácil eso de estar encerrado y estudiar. A muchos les costó, más aún en educación especial, que hay que ir equilibrando lo que tiene que ver con lo emocional”.
Siempre dispuesta a superar los desafíos y cumplir con los objetivos propuestos, Cinthia asegura que “fue complicado pero un gran aprendizaje para poder foguearnos en la virtualidad”. “Es una tarea -reflexiona- que tuvo sus pros y sus contras. Aprendimos mucho y también se generó angustia y ansiedad. Particularmente, me fue bien, me sentí bien, buscando siempre la manera de llegar a mis alumnos y que puedan aprender”.
Volviendo a su vocación, y todo lo que hizo para poder ejercerla, se ríe y reconoce que “rompí el mandato familiar” y que, al volver a Perú para visitar a su familia, cuenta que “mi papá me felicitó porque seguí estudiando pero busqué lo que me gustaba. Hasta hoy sigo eligiendo, sigo con profesorados, ahora de yoga para niños, nunca paré”.
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