Cidade Maravilhosa
por Vito Amalfitano
RIO DE JANEIRO, Brasil.- Río de Janeiro y Brasil entero son un paraíso en el que hay ríos que parecen lagos, lagos que parecen mares y cascadas que rugen, y una luz tropical que deslumbra.
El marqués de Maraiva intentaba convencer así a la archiduquesa Leopoldina de Austria de una boda con Pedro, quien pronto sería emperador de Brasil con solo 23 años. Ambos fueron luego protagonistas de la epopeya del nacimiento del mayor país de Sudamerica.
Lo narra de esta manera el escritor español Javier Moro en su extraordinaria novela El Imperio eres Tú. Pero ni él ni el marqués, en realidad, exageraron ni una palabra.
Río de Janeiro, en efecto, deslumbró a Leopoldina, y siempre nos cautiva a todos.
La Ceremonia de Clausura fue un compendio de esa majestuosidad de Río, de toda su paleta de colores y de su banda sonora, que siempre tarareamos en nuestras vidas.
¿Se puede escribir bailando? En la noche del domingo en el Maracaná comprobamos que sí. Todo el estadio cantó y danzó Cidade Maravilhosa, con una mezcla de alegría y nostalgia, por lo que ya se nos iba escurriendo de nuestros sentidos más directos. Y los periodistas bailaron, nos movimos, casi sin querer, llevados por esa música atrapante.
Los Juegos de Río fueron eso. Auténticos. Con sus colores y sus sonidos, con sus miserias y grandezas. La organización y logística no fueron de las mejores, por cierto, y en efecto quienes estuvieron en Beijing, Londres o Sydney dicen que no hay punto de comparación y que estos fueron unos Juegos “subdesarrollados”, aunque en este último nivel también ponen a Atenas.
Pero lo que no se puede negar,- pese al estadio “fantasma” de Deodoro, a las enormes distancias, a los muchos contratiempos-, es que estos fueron los Juegos de Río, en toda su dimensión, y que el legado de lo que soñaron Lula y un país que despertó al influjo del “modelo populista”, quedó para siempre. Ahora hay micros que parecen trenes, subtes y trenes que parecen aviones, estadios que parecen ciudades y caminos que parecen autopistas espaciales.
Si vinimos a unos Juegos en Río, tanto el COI como las viejos y nuevos integrantes de la familia olímpica, es porque queríamos esto, el paquete completo, la imagen que de esta ciudad tiene el mundo: los colores, la exuberancia, la música, las favelas, el mar y los morros y también su caos interior. No vinimos ni por la perfección de Londres ni por la precisión de Beijing.
En el epílogo de la Ceremonia de Clausura del domingo,- después del blooper que no se vio por la tele, cuando no podían sacar el escenario móvil en el que había aparecido de sorpresa el Primer Ministro de Japón, Shinzo Abe-, surgió una secuencia de imágenes del paisajista Burle Marx con el sonido de “Llueve en Rosal” de Tom Jobim y aparecieron artistas con trajes inspirados en la flora interminable de este “paraíso” al que llegó Leopoldina. Y el Maracaná se transformó en un inmenso jardín.
Tras los discursos formales, -sin el presidente “de facto” de Temer esta vez, para evitar otra estruendosa silbatina como la de la apertura-, ya el titular del COI, Tomas Bach, había declarado formalmente cerrado los Juegos de Río, y se había apagado la llama con una lluvia artificial innecesaria, por todo lo que llovía naturalmente, mientras Mariene de Castro cantaba “Pelo Tempo que Durar”. Sin embargo, Río 2016 no quería irse, apareceron las scola do samba, con 200 bailarines y todo el Maracaná, en efecto, cantó y bailó con Cidade Maravilhosa, y un popurrí infinito que quedó con todos los colores desplegados en el campo por un largo rato, hasta mucho después del cierre de la transmisión de televisión.
Nao tenho saudades / do que vivi / porque tudo / continua aquí.
Así dice el poema que interpretó en la fiesta su propio autor, Arnaldo Antunes. No tengo nostalgia / de lo vivido / porque todo / continúa aquí.
Quizá por eso siguió el baile después que Bach declaró cerrados los Juegos. Porque los Juegos no querían irse. Y porque Río, esta Cidade Maravilhosa, sigue aquí.
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