“Chile vamos” , el viraje latinoamericano
Por Raquel Pozzi. Prof. en historia y analista de política internacional
El amplio triunfo de Sebastián Piñera “Chile vamos” con el 54,53% por sobre Alejandro Guillier “Nueva mayoría” con el 45,37% demostró alternancia política en la República de Chile en el transcurso de los últimos 16 años entre Bachelet y Piñera en dos oportunidades y por espacios políticos diferentes.
Si bien el candidato Sebastián Piñera representa líneas ideológicas provenientes de la centro-derecha su llegada al poder no significaría cambios estructurales en cuanto a políticas de Estado sino la aplicación de matices provenientes de las propuestas de su propio partido político y del fuerte aliado de la derecha ultra-católica pinochetista, José Antonio Kast.
Es imposible no recaer en la recurrencia judicativa (derecha-izquierda) ya que es consubstancial a la cuasi periferia de la teoría política, no obstante la idea es mantener en estas líneas neutralidad axiológica dejando liberado a las valoraciones que cada lector construya en su imaginario.
El triunfo de Piñera en Chile demuestra la consolidación del giro regional ideológico hacia la centro-derecha/derecha en Latinoamérica, no obstante deberíamos ser cautelosos con la lectura del avance de las derechas y el retroceso de las izquierdas debido a las características propias de las estructuras políticas y sociales singulares a cada Estado.
No es conducente equiparar mismas políticas en diferentes estados, por la disparidad de la idiosincrasia de cada país, no es pertinente comparar las políticas implementadas por Michel Temer (Brasil); Pedro P. Kuczynski (Perú); J. M. Santos (Colombia); E. Peña Nieto (México); M. Macri (Argentina) y el giro pragmático de Lenin Moreno (Ecuador) porque cada uno afronta realidades sociales disímiles aunque compartan la implementación de algunas de las políticas económicas neoliberales.
Las políticas de la centro-derecha han podido capitalizar el deterioro político de los gobiernos progresistas, en el caso específico chileno la relevancia que tiene este país a nivel regional sepultó la tibia fuerza de la “ola rosa” representada por A. Guillier y Beatriz Sanchez (candidata del Frente Amplio) como ejemplo del fuerte revés que ha sufrido el bloque Cuba-Venezuela-Bolivia que lidera la izquierda latinoamericana con el proyecto Socialismo del S. XXI.
La dificultad de aglutinarse
La única certeza es la imposibilidad de la heterodoxia latinoamericana de formar frentes monolíticos para enfrentar en el plano electoral a la ortodoxia, por lo tanto los espacios políticos perdidos entre las masas son oportunamente atesorados por el bloque centro-derechista, el interrogante que insinúa el viraje político en América Latina es, si esos espacios malogrados han sido por desgaste de gobiernos progresistas cuyos ciclos temporales han superado décadas o ha sido la impericia por mantener el poder entrampados en la retracción de la economía global incapaz de otorgar solvencia al cumplimiento de las políticas de gobierno o de Estado que han prometido en sus campañas.
Habida cuenta del desgaste o de la impericia de las izquierdas latinoamericanas como también de las derechas, las sombras de la corrupción asolan y el avance del narcotráfico atribula en detrimento de gobiernos de ambos lineamientos políticos, ejemplo paradigmático de corruptela ofrece Brasil con el Lava Jato y Odebrecht transversal a las presidencias de Lula Da Silva y Dilma Roussef del Partido de los Trabajadores (izquierda) y el actual gobierno de Michel Temer del Partido del Movimiento democrático brasileño (derecha).
El panorama politológico latinoamericano con la victoria de Sebastián Piñera establece de manera contundente el viraje indeclinable hacia políticas ortodoxas pero con congresos o parlamentos sumamente fragmentados, donde las mayorías se dirimen entre cuadros políticos opositores, por lo tanto es más que imprescindible la necesidad de proponer prácticas políticas que tiendan a construir alianzas para lograr sancionar leyes o lograr sólida legitimidad en la ejecutividad de sus cargos.
Desafíos y liderazgos
Sebastián Piñera gana las elecciones con amplio margen en segunda vuelta, por tanto no implica recibir un cheque en blanco sino obtener el aval de la ciudadanía producto del contrato social, propio de gobiernos republicanos pero con alto índice de abstención (aproximadamente 48%) en las urnas determinando un gran desafío a la hora de conseguir aliados políticos para concretar las promesas realizadas en campaña tales como: pensiones más justas; salud y educación de calidad, combatir la delincuencia y el narcotráfico entre otros.
Piñera es consciente de la urgencia de dinamizar la economía en un contexto internacional donde el precio de la materia prima más importante (para Chile) el cobre, ha caído y una sociedad polarizada donde el 5% de la misma concentra los mayores ingresos pero también afronta el dilema de resolver otras cuestiones no menos importantes como el aggiornamiento del actual sistema jubilatorio con medidas que tiendan a poner fin a las aseguradoras de fondos de pensión de la época de A. Pinochet, situación que aliviaría la tensión social tratando de reemplazar un régimen previsional que proviene de las entrañas de la dictadura militar pinochetista. Sin embargo el 11 de marzo del 2018, Piñera no sólo afrontará desafíos que tienen que ver con reformas más o menos prudentes en políticas sociales sino también políticamente deberá solidificar su liderazgo hacia adentro y hacia afuera.
El patrimonio nacionalista que conserva la sociedad chilena se sustenta en el vigoroso sentimiento de pertenencia, valor patriótico que fortalece la unidad ciudadana ante las miradas de los estados vecinos. Ese valor inherente, de profundo nacionalismo que amalgama los deseos de progreso de la ciudadanía chilena determina de manera contundente la posibilidad de transformar a la República de Chile en uno de los más importantes líderes regionales.
La profunda muestra de civilismo democrático evidenciado por la actitud respetuosa de los candidatos luego de los resultados electorales de la segunda vuelta, restregó el paradigma del tipo de política de calidad institucional que tanto añoran algunos estados que observan con perplejidad que el camino de la cortesía y la deferencia no anulan las diferencias políticas sino potencia el caudal axiológico de todo espacio político que actúe en el marco de la democracia y del republicanismo.
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