Cecilia Basciano: “Escribir me ayuda a ver a las personas más allá del nombre de la palabra que siempre intenta estigmatizarla”
La abogada y escritora marplatense conversa con LA CAPITAL sobre "El nombre de las palabras", libro que reflexiona sobre el lenguaje, la identidad y la justicia.
María Cecilia Basciano (Mar del Plata, 1972) es abogada, trabaja como secretaria en una Defensoría Oficial Penal, y escribe poesía y narrativa.
Tras escribir cuentos y poemas, la abogada especializada en Derecho Penal y escritora marplatense María Cecilia Basciano cumplió un deseo que antes de la pandemia veía imposible: publicar su primera novela. “El nombre de las palabras” es el libro editado por Gogol que dio a luz este año, en el que propone reflexionar sobre la identidad y el lenguaje, ya que se pregunta hasta qué punto las palabras refieren a lo que realmente somos, como puede leerse en la novela: “Celeste siempre decía que le parecía injusto y arbitrario que los nombres cercenaran las palabras, que éstas podrían ser infinitamente más profundas, insondables e incluso dejar que la posibilidad a lo incomprensible, lo oculto y ambiguo fuera tan deseable y valioso como la precisión, que para ella estaba sin dudas sobrevalorada”.
En charla con LA CAPITAL, Basciano cuenta cuándo empezó su pasión por la literatura, cómo se retroalimenta este interés con su profesión y ofrece claves de lectura para ingresar en su última obra que tiene como protagonista a Gemma, un personaje que comparte con su autora el trabajo como defensora, el gusto por la escritura y la necesidad de hacer justicia.
-De abogada a escritora, ¿cómo se dio esa transformación?
-Yo diría “de escritora a abogada” y de ahí ambas conviven en armonía. Era muy joven, ya que a los doce años comencé a escribir algunos versos, pensamientos, que culminaron en poesía. Si bien en un inicio tuvo que ver con mi necesidad de expresar sensaciones, sentimientos que no podía decir en voz alta, la conexión con el papel y el lápiz fue inmediata. Las metáforas me dieron alas, durante la difícil etapa de la adolescencia me salvaron más de una vez. Por otro lado, el legado de mi abuela no puedo dejar de mencionarlo: Irma Trotta de Basciano, fue una gran poetisa, muy conocida por cierto, y que me trasmitió en la venas este intenso y fascinante amor por la escritura. Y después vino la abogacía. La idea de recorrer el camino de las leyes estuvo desde siempre, tal vez porque mi padre lo hizo. Pero la defensa penal, la defensa oficial fue mi lugar en el mundo y lo sigue siendo, pese a las grandes decepciones diarias. Escribir y trabajar en la defensa oficial son mis dos grandes pasiones.
-¿Encontrás un cruce en algún punto entre tu campo profesional como abogada y la escritura de ficción? El Derecho es una disciplina que se sostiene en la argumentación y en estrategias del discurso, ¿estos conocimientos te ayudan en la narración?
-Como te decía antes, la escritura nació primero en mi vida, con lo cual en respuesta a tu pregunta tengo que decirte que fue exactamente al revés. Mi facilidad innata, creo, para escribir y mi gusto por la escritura facilitó y sumó sin dudas en la redacción de escritos jurídicos, que si bien resultan ser de un contenido muy diferente, no puedo dejar de buscar que cada presentación judicial tenga una introducción, un desarrollo del objetivo puntual y un desenlace que en la medida de lo posible tenga cierto impacto emocional, acorde al ámbito, claro está, pero sin olvidar que estoy hablando de vidas humanas, no de costos financieros. Argumentar es parte mí (de hecho, lo padecen muchos en mi entorno personal) pero con la posibilidad de manejar las palabras, la combinación es muy poderosa.
-¿Creés que la marginación a la que te enfrentás en tu labor diaria en la Defensoría se conecta con la sensibilidad que requiere la escritura?
-Ambas se retroalimentan. Mi sensibilidad social me ha generado desde siempre una gran conexión con la realidad que me rodea y eso me ha permitido profundizar en mi escritura. Por ejemplo, mis poemas poseen un tinte nostálgico, reflexivo y existencialista, casi permanente. Y eso también se puede ver en mi novela recientemente publicada. Es cierto lo que decís, la marginalidad a la que me enfrento diariamente en la Defensoría tiene un gran peso emocional en mi sentir. Escribir me ayuda a sostener tanta carga, tanta injusticia, tanta miseria, tanta humanidad invisibilizada. Pero también me ayuda a entender o, al menos, comprender algunas veces lo que en un primer instante parece incomprensible. Ver a las personas más allá del nombre de la palabra que siempre intenta estigmatizarla.
-¿Cómo fue el salto de la poesía a la narrativa?
-Mis primeros pasos en la narrativa fueron algunos cuentos cortos con los cuales disfruté muchísimo la creación de personajes, de situaciones, reales o no. Pero escribir una novela era un gran desafío, un sueño que ya estaba agendado para la lista de pendientes a realizar en la próxima vida. Y fue la maldita pandemia la que me regaló su comienzo. Durante esos tiempos si bien continué trabajando porque éramos trabajadores esenciales, durante las tardes se hallaban suspendidas por completo las actividades de mi hijo y ahí surgió. Me lo impuse, no había excusas. Fue un recorrido maravilloso, escribir una novela me permitió crear, volar, ser libre sin condicionamientos ni restricciones. La realidad era creada por mi imaginación, lo agradable y lo no tanto y en ese hacer pude ver -a veces como un observador no participante- cómo nacía una historia con mi impronta, mi mirada, mis prioridades y también mis sombras.
-¿Por qué elegiste como título “El nombre de las palabras”?
-Las palabras son como pequeñas cárceles, así lo siento. Y pensá que yo disfruto y hago uso de ellas todo el tiempo, en el trabajo y como escritora, no imagino cómo sería un mundo sin ellas. Pero la pregunta es, ¿son realmente fieles a lo que representan o estamos condicionados y hemos aceptado esa situación con una naturalidad que ni siquiera nos genera el más mínimo cuestionamiento? Creo que es un poco así y reflexionar sobre ello me resulta muy interesante, como también fue un gran disparador de escenas de la vida donde todo se ha iniciado o terminado en función de las palabras, dichas o no.
-¿Hubo alguna lectura particular que motivó o nutrió la escritura de tu novela y la reflexión sobre el lenguaje planteada desde el título?
-Lecturas hubo y muchas… De joven leí los clásicos universales, Sartre, Dostoievski, Hesse, Kafka, Foucault, entre tantos. También novelas maravillosas entre las que te puedo nombrar “Memorias de Adriano” de Marguerite Yourcenar y “La palabra más hermosa” de Margaret Mazzantini. Cursé tres años de Filosofía en la Universidad Nacional de esta ciudad y fue el paraíso del saber. Desde Platón a Nietzsche, el recorrido me ha nutrido en la diversidad. No pude terminar esa hermosa carrera por cuestiones tan reales como mundanas de tiempos y horarios, tal vez algún día lo haga. Pero siempre fui una gran lectora desde muy chica. Y a su manera cada libro que llegó a mi vida me fue llevando -sin saberlo- a este lugar del lenguaje, de lo que decimos y callamos con o sin palabras. Tengo una tendencia indominable a indagar en las profundidades del sentir humano, con un marcado existencialismo. Comulgar con aquellas miserias tantas veces juzgadas desde la simple mirada humanizada, y no hablo del delito, hablo de la libertad del ser. Exorcizarnos de una vez por todas de lo “esperable”, que el “otro” nos acompañe o nos enseñe o nos sirva de espejo y nos proponga un salto evolutivo, pero que nunca más nos imponga su sentir ni sus ideas. Empatizar sin encasillar. Y en todo ese proceso a veces las palabras no alcanzan…
“Estamos viviendo un momento muy complejo como humanidad, nos debatimos entre los derechos adquiridos con el costo de tanta sangre derramada y una liberación que a veces pasa los límites de la memoria, que no debemos olvidar”.
-La novela empieza haciendo referencia al síndrome del impostor, un tema que se vincula con una de las reflexiones planteadas en la obra: quiénes somos realmente, hasta qué punto hacemos y decimos lo que deseamos, cuánto nos afecta la mirada ajena en nuestra identidad. ¿Cuál fue la motivación para escribir sobre este tema?
-El tema de la identidad es muy fuerte y la conexión con la dictadura cívico-militar que vivió nuestro país siempre me ha movilizado mucho en lo personal. Necesitamos siempre de un “otro” para conformar nuestra identidad, pero lamentablemente a veces ese “otro” ha sido un verdugo o un personaje nefasto, en el mejor de los casos. ¿Cómo mantener esa coherencia entre quienes creemos que somos y lo que la sociedad espera, con una mirada inquisitiva, de nosotros? Estamos viviendo un momento muy complejo como humanidad, nos debatimos entre los derechos adquiridos con el costo de tanta sangre derramada y una liberación que a veces pasa los límites de la memoria, de lo que no podemos olvidar, que no debemos olvidar. Ese pasado oscuro de nuestra historia no debe ser olvidado, lo mismo que el pasado personal de cada uno, porque nos construye y nos permite identificarnos, conocernos -un poco al menos- y solo ese puede ser el camino para seguir adelante sin estancarnos. Yo siento que despojarnos de nuestro pasado, de lo que cada uno tiene en su ADN íntimo no es libertad, es un engaño que nos protege pero solo en apariencia. Indagarnos, verse a uno mismo es la única posibilidad que tiene también el “otro” de acceder a ese único pedacito que logra una verdadera comunicación entre las personas.
-¿Te interesa seguir indagando en narrativa?
-Sí. De hecho, estoy escribiendo mi segunda novela. La poesía forma parte de mí pero este mundo de la narrativa es por donde hoy quiero seguir, sin lugar a dudas.