Parece llevar el ADN del rock. A kilómetros de distancia, desde el teléfono, su voz suena con una impronta pasional difícil de soslayar. El entusiasmo, la voracidad se le escapan cuando habla del amor por el disco físico, cuando describe los shows en vivo o se define como un cantor que dice cosas, que cachetea. Contagia esa fiebre. Nada de corrección en este músico uruguayo que vive en un bosque de Piriápolis y que anticipa que la comunicación puede cortarse en cualquier momento por falta de señal. Así se muestra Sebastián “Cebolla” Cebreiro, uno de los cantantes de La Vela Puerca.

La destacada agrupación oriental se presentará este sábado en el escenario Gap (a las 21) para hacer sonar en vivo las canciones de “Discopático”, un material que ya se presenta como una declaración de principios clave en un tiempo de tanta oferta musical digital.

Discopático se puede escuchar acá: https://music.youtube.com/playlist?list=OLAK5uy_n6kxzCw0yheT31cCyclCa785_yzICUy4M

“Es un disco bailable, con letras oscuras, al Enano (Sebastián Teysera, también cantante de la banda) le gusta decir que de pronto estás en la cocina lavando los platos y estás moviendo la patita y cantando y decís ‘pero qué estoy bailando, qué estoy cantando’. Está bueno ese contraste entre la música y la letra. Es un disco bastante orgánico para una obra que tiene ya 27 años”, cuenta a LA CAPITAL.

“Seba decía que teníamos que hacer un disco ochentero bailable, y tiene esa esencia, nosotros pensamos que lo único que no se puede perder es la esencia de la banda, que cuando escuches una canción, que cuando escuches cantar al Enano, o a mí, digas ‘Esto es La Vela Puerca'”.

Coleccionista de vinilos desde que tiene 20, a sus 48 el músico defiende la sorpresa por descubrir cuál es el misterio que encierra un disco. “Me gusta llegar a casa con un disco, desenvolverlo, mirar la tapa, ver dónde se grabó, eso para mí encierra un misterio que está buenísimo y hoy en día la gente joven se lo está perdiendo”, observa.

La relación de la música y los oyentes que se produce por internet y por medio de las nuevas plataformas es, a su criterio, similar a “la gente que tiene mucha plata y no se fija, no la cuida, no le importa”.

Pero, balanceando el asunto, dice: “Escuchar por internet tiene ese manoseo que a mí no me termina de gustar del todo pero del que no reniego. Lo bueno que tiene Spotify es que se escucha a La Vela en Japón, en Chipre y en Singapur y lo malo que tiene es que sos un juguete descartable, porque así como te escuchan a vos tienen un millón de artistas y muchas veces tu arte se pierde en el éter”.

El Cebolla sabe que heredó la ceremonia de la escucha de un vinilo y de la música en vivo de la mano de sus “hermanos mayores”. “Yo tenía que esperar a que un amigo viniera con un cassette desde Brasil para poder escuchar a una banda que me gustaba, o que alguien viniera de España para poder escuchar algún disco de La Polla Récords, tenía ese misticismo, que uno lo añora no porque viva en el pasado sino por lo que significaba en ese presente”.

En esa misma línea busca y espera que la música y el rock sigan diciendo cosas. “Creo en la necesidad de decir, en la necesidad de desafiar al statu quo, a lo establecido, a lo que oprime a una sociedad libre, pero tampoco tengo ganas de decirle a alguien ‘como tenés una guitarra eléctrica tenés que salir a protestar, hacé lo que quieras'”.

Con la pulsión del vivo, sabe que su público espera “el golpe en la cara”. “Seba y yo somos cantores, no somos cantantes, nosotros contamos historias que tienen un receptor que es el público que esta ahí adelante, hasta que no defina mi canción en tu cara no sé si quiero escuchar qué te pareció”, defendió.

“El cantante quiere utilizar su voz como un instrumento y cantar todo afinado y perfecto y ver cómo llega, usa la técnica respiratoria y el cantor es el que dice, es el que se para y dice y no le importa cómo lo dice, no importa si lo dice bien, no importa si tiene linda voz o voz de pito, lo importante es que vos estás diciendo cosas, es un payador, un cantor de folklore”, enfatiza al final de una charla en la que, señal mediante, no hubo interrupciones.