Corre para ayudar a otros, un caso ejemplar
Seba Armenault es un ultramaratonista que hace donaciones por cada kilómetro recorrido. En mayo corrió 165 del desierto de Fiambalá y sorprendió con regalos a nenes carenciados. Y completó el Ironman para ayudar a construir un merendero en Ezeiza.
Armenault ha corrido en los lugares más increíbles y peligrosos. Todo por ayudar a quienes más lo necesitan.
“Yo no necesito una medalla o una copa para sentirme el campeón del mundo”. En tiempos de exitismos extremos y crisis económica, Sebastián Armenault emociona con su mensaje. Y con sus hechos. “Vivimos en un sociedad que si no tenés resultados y no batís records parece que sos un ciudadano de segunda categoría. Pero yo entendí que no los necesito para ser feliz y mejorarle un poco la vida a la gente”, explica este ultramaratonista solidario de 52 años que a los 40 cambió su vida cuando renunció a su trabajo de director comercial para empezar a correr enormes distancias en los lugares más increíbles y peligrosos con el fin de colaborar con los más necesitados. Seba no compite para ganar. De hecho, en la mayoría de las carreras termina entre los últimos. Su objetivo es sumar kilómetros porque por cada uno que recorre hace donaciones a través de las empresas que lo ayudan a ayudar. “Me siento un privilegiado. Encontré mi camino, hago lo que amo y mis hijas están orgullosas de mí. ¿Qué más necesito?”, rescata luego de volver de inaugurar un merendero en Tristán Suárez que ayudó a levantar de cero con la inestimable colaboración del programa social Huella Weber.
Armenault todavía está emocionado y recuerda cuando, en septiembre del 2018, la creadora del merendero “La Unión hace la Fuerza” lo llamó llorando. “Mechi estaba devastada. Llevábamos dos años remodelando el lugar, organizando colectas y festejando Navidades, Reyes y Días del Niño cuando le avisaron que debía dejar el lugar que alquilaba. Y así se perdía todo, sobre todo un lugar de contención y alimentación de muchos chicos carenciados. Ahí se me ocurrió sugerirle lo que parecía una locura: construir otro en la parte de atrás de su casa”, rememora. Ocho meses pasaron hasta que a fin de mayo el sueño se cumplió y pudieron reabrir el merendero. “Es muy fuerte acordarme de aquel llamado, de lo que se pudo hacer en este tiempo. Yo vi en ella la misma pasión que tengo yo. Lo creí posible. Fue emocionante ver cómo el lugar crecía, ladrillo a ladrillo, y hoy aún más ver a los chicos comiendo, riéndose y gritando de alegría. Me siento un privilegiado porque, sin resultados, tengo empresas de primer lugar que me ayudan, como Weber Saint Gobain”, explica quien además donó una cocina industria y una máquina de coser por los kilómetros recorridos en sus últimas dos competencias, el Ironman a fines del 2019 en Mardel y el Fiambalá Desert Trail (165 kilómetros) realizado en mayo en el desierto de Catarmarca.
En Fiambalá, en medio de una competencia de 165 kilómetros, sorprendió a 24 nenes de un pueblito con juguetes, útiles y ropa.
“Completar un Ironman (triatlón con 3.8 km de natación, 42 km de running y 180 km de bici) era un sueño y lo pude realizar. Y lo de Fiambalá también era un gran desafío, una carrera muy técnica y difícil, en la montaña, donde yo no estoy acostumbrado. La sufrí, pero en los peores momentos me motivaba con llegar a un pueblito para ver las caras de nenes que tenía pensado sorprender”, cuenta Seba. Su objetivo, claro, no era ganar. Iba más allá. Seba tuvo una idea genial cuando le contaron que la carrera atravesaba Las Papas, un pueblito de 40 personas y ocho casas que ni siquiera figura en el mapa. “Pedí los nombres, edades y talles de los 24 niños que viven allí y conseguí padrinos y madrinas que donaran ropa, útiles, zapatillas y juguetes. Armamos kits para cada uno, según la edad, con una carta de esas personas hacia cada nene. Cuando llegamos, los pusimos en fila, del 1 al 24, y los fuimos llamando. No se imaginan la emoción y felicidad de los chicos… Una nena, por caso, estaba feliz porque le había tocado un diccionario. Imaginate. Uno a veces tiene diez tirados en casa y no les da valor…”, cuenta Armenault.
Seba piensa y reflexiona. “Viendo las sonrisas y la emoción de esos chicos es inevitable sentirme el campeón del mundo. Algo que no cambio por ningún resultado, medalla o copa”, se sincera quien en 2017 dejó su huella en un pueblito africano cuando viajó a correr la Racing Madagascar (150 km) y armó un picadito de fútbol, con camisetas y pelotas que llevó desde Argentina, bajo la bendición del padre Opeka, el argentino que fue postulado varias veces para al Nobel de la Paz. Antes, Armenault había escalado el Aconcagua y el año pasado unió Londres y París en bici (432 km). Sin olvidarse que corrió en el Desierto de Sahara, en el Amazonas, el Polo Sur y hasta una maratón en una mina 850 metros bajo tierra. Y ahora no para: en julio estará en Madrid presentado su libro y luego correrá los 120 km en Santiago de Compostela. Para octubre le quedarán los 180 km de Japón.
Armenault corre en todo tipo de lugares, acá en la nieve. Descubrió el running a los 40 años y lleva 12 en este nuevo camino.
Armenault es parte de un grupo de elite de embajadores que forman la Huella Weber, el programa social de Weber Saint Gobain que ya está por cumplir una década de vigencia. Seba no tiene el nombre o los títulos de Paula Pareto, Delfina Merino, Germán Chiaraviglio, Braian Toledo, Jenny Dahlgren, la Tuti Bopp o Fede Molinari. Pero su valor es tan grande como el de ellos. “Es un honor que una empresa así me apoye por mi mensaje y no por mis resultados. Esta relación es un sueño por donde se lo mire. Encontré en la Huella una visión distinta, un enorme compromiso y dedicación en la solidaridad, y es un orgullo formar este equipazo de trabajo con mis ídolos del deporte, que además demostraron ser enormes personas, sensibles y sencillas. Entre todos conseguimos dejar una huella con acciones que perduran en el tiempo”, comenta quien de chico jugó al rugby.
A diferencia de los otros referentes deportivos que integran la Huella, Armenault muestra otro camino, que comenzó cuando se inició en el running (recién a los 40 años) pese a que odiaba correr. “En la vida pude hacer realidad mi mensaje ‘superarse es ganar’ que, además, noto que llega a la gente. En Fiambalá, por ejemplo, se me acercó una chica que, hace tres años, había escuchado la charla que doy. Justo cuando había tenido un ACV. Lo que conté la motivó y hoy, como yo, corre ultramaratones. Mi mensaje la animó a intentarlo. Son esos momentos en los que siento que encontré mi lugar y mi para qué en el mundo. Estoy orgulloso del camino y cómo lo estoy transitando”, finaliza. Para aplaudir de pie.
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