Caso Kueider: un chaparrón en pleno cambio de ciclo
Por Jorge Raventos
La detención del entonces senador entrerriano Eduardo Kueider en la frontera paraguaya cuando introducía de contrabando una mochila con más de 200,000 dólares – así como las repercusiones de ese escándalo- produjo una tormenta que alteró la fiesta de cumpleaños del gobierno de Javier Milei.
Kuider llegó al Senado en la boleta de Unión por la Patria y perteneció largamente al kirchnerismo de su provincia, pero desde que se inició el período presidencial de Milei se movió como un aliado virtual del gobierno libertario,
contribuyó decisivamente a la aprobación de la Ley de Bases y llegó a ser propuesto por Santiago Caputo –uno de los vértices del triángulo de hierro del Presidente- para presidir la comisión senatorial que monitorea a los servicios
de inteligencia. A esta altura, a Kueider se lo contabilizaba como un peón del gobierno y, de hecho, el oficialismo se movió para inmunizarlo de sanciones o para, al menos, evitar la expulsión del Senado que impulsaba el bloque K.
Esta defensa orilló el riesgo de que los libertarios quedaran ostensiblemente pegados a un senador capturado in fraganti cuando cometía un delito y transportaba una suma de dinero incompatible con sus ingresos declarados,
mientras el kirchnerismo sugería que los dólares de la mochila de Kueider provenían de una retribución por sus favores al oficialismo. En esas condiciones, la Casa Rosada pareció resignarse a la exclusión de su aliado (y a
la consiguiente recuperación de una banca senatorial por el kirchnerismo), pero después de consumada la sanción por la Cámara, el Presidente aún insistió, desde Italia, argumentando que la cancelación de Kueider había sido
inconstitucional, porque la sesión del Senado había sido “ilegal, inválida”, por haber sido conducida por la vicepresidenta Victoria Villarruel quien, según él, a esas horas vicariaba la Presidencia, en razón de que él había viajado fuera del país.
Desde su lujoso lugar de detención en Asunción, el senador sancionado accionaba judicialmente con idéntico razonamiento al de Milei. Así, el Presidente aparecía defendiendo a Kueider y peleando, simultáneamente con
su vice, a quien la diputada Lilia Lemoine, habitual divulgadora del pensamiento presidencial, zahería en las redes sociales: “Yo me pregunto…tendría 400 empleados y NINGUNO le avisaría ´¿che, estás rompiendo el reglamento?´ -para embestir abiertamente con una insinuación:- ¿Tendrán planes de un Gobierno paralelo en su mente alimentado por el ego, recursos estatales… y algún empresario dadivoso?”.
Una merecida fiesta de cumpleaños se interrumpía, perturbada por el aguacero.
La primer velita
Porque lo cierto es que Milei sopló su primera velita en pleno auge. Su irrupción en el escenario, su acceso al balotage de noviembre de 2023 y el triunfo que lo proyectaría a la Casa Rosada iniciaron la fase actual de una
transición a una nueva era política.
La entronización de Milei aceleró el proceso de disgregación del sistema político preexistente y diluyó la centralidad de la grieta kirchnerismo- antikirchnerismo que había signado la última década. Ambos polos de esa antigua grieta perdieron relevancia (la coalición Juntos por el Cambio se fragmentó y sus partes se subdividieron, mientras el kirchnerismo, que había conseguido mantener la colonización o, al menos, contener a buena parte del
electorado peronista del país, se convierte velozmente en un fenómeno principalmente bonaerense e, incluso, circunscripto a ese ámbito, sufre desvíos y soporta fuertes desafíos internos).
Milei ha formulado una polarización distinta: del otro lado de la frontera que él traza, si se quiere, discrecionalmente, está “la casta”, una designación que incluye en principio al conjunto de las conducciones partidarias (salvo a las redimidas por la absolución del Presidente) y se extiende a otros estamentos de lo que los sociólogos solían definir como establishment, en un colectivo de límites borrosos, dibujados con criterio análogamente antojadizo por la inspiración presidencial. El episodio Kueider introduce una disrupción fuerte
en ese relato.
Encumbrado en segunda vuelta, el Presidente llegó a la Casa Rosada sólo acompañado por su escolta en la boleta, la vicepresidenta Victoria Villarruel, de la que se encuentra cada vez más distanciado.
Desde aquel punto de partida, pocos le vaticinaban posibilidades y algunos le auguraban una permanencia corta en el cargo. Milei usó con vigor las principales palancas de poder de las que disponía: el sostén de la mayoría de la
opinión pública –que, con pequeños declives temporarios, mantiene hasta ahora- y un ejercicio tenaz de las facultades presidenciales (el rasgo hiperpresidencialista que alienta la cultura política argentina).
Atrincherado sobre esa plataforma apostó con fuerza por priorizar plenamente un ajuste del gasto público y dar batalla a la inflación, que constituía, cuando él asumió, la principal preocupación de la sociedad argentina. Se jugó, además, por un posicionamiento internacional que incluyó, en primer término un apoyo anticipado a Donald Trump en la competencia electoral estadounidense.
Desde que este triunfó y lo exhibió como figura destacada en la gala de festejo que organizó en su residencia de Florida, Milei avanza fortalecido. Su apuesta no sólo le brinda réditos políticos personales, también es potencialmente útil para los intereses del país en una época de grandes cambios mundiales.
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Al concluir su primer año, la gestión económica libertaria recibe la aprobación de la mayoría de los analistas económicos, inclusive la de quienes durante el trayecto se mostraron críticos y reticentes. El sostenido descenso de la inflación (la de noviembre fue inferior a la de octubre), la caída del riesgo país y la evaporación de la brecha cambiaria consolidan el logro económico que, sin embargo, todavía mantiene asignaturas pendientes (la producción se ha reactivado sólo en algunos sectores, los salarios apenas se recuperan por la escalera un tramo de todo lo que cayeron por el ascensor).
El centro de las preocupaciones de Milei es ahora la consolidación política: los movimientos que conduce deberían coronarse durante el segundo año de gobierno.
En esa coreografía, Milei quiere estimular la polarización electoral en 2025 con la fuerza que encarna Cristina Kirchner, y de ser posible, con ella misma como candidata principal.
Ya se explicó en este espacio que el libertario está convencido de que ese ordenamiento lo beneficia en varios sentidos: “el rechazo que según las encuestas despierta la señora da réditos a quien tenga en frente; de paso, la presencia de ella a la cabeza del Justicialismo bloquea los procesos de renovación con los que el peronismo suele cambiar periódicamente su piel y revitalizarse”.
Como ocurre con el episodio Kueider, cualquier sospecha de arreglos con el kirchnerismo puede dañarlo en parte de su electorado. Se le imputa, por caso, no haber aún en su promesa de un proyecto propio para reemplazar el de
“Ficha Limpia” que los libertarios dejaron caer. El jefe de gabinete, Guillermo Francos, lo defiende, afirmando que el Presidente quiere derrotar a CFK en las urnas, no en los tribunales. Prefiere proyectarla al rol de contrafigura.
La señora de Kirchner preside el Partido Justicialista, la última semana encabezó esta semana un plenario de dirigentes del PJ bonaerense (la provincia de Buenos Aires es la sede real de su reinado; en el interior no
consigue súbditos, sino más bien rebeldes). En la provincia ella trata de contrarrestar la desobediencia del gobernador Axel Kiciloff y de una legión de intendentes ansiosos por independizarse de su tutoría.
Lo que evita hasta ahora una secesión es el espanto -que ella alimentó durante el plenario de Moreno- de volver a perder nacionalmente frente a Milei: “Si nos dividimos, él gana”, amenazó la señora.
Si para mantener la unidad de su fuerza, su propia primacía y la de su hijo debe recurrir al miedo en lugar de apelar al entusiasmo y los ideales, esa unidad y ese control no prometen demasiado futuro.
Polarizar con el kirchnerismo empuja hacia el oficialismo libertario a la mayor parte de los segmentos electorales que se encuadraban en Juntos por el Cambio; en primer lugar, el Pro, que empezó a experimentar ese
desplazamiento a través de Patricia Bullrich y sigue notándolo, aun en cuadros legislativos y políticos que ahora apenas murmuran su lealtad a Mauricio Macri.
Con comprensible suspicacia, el expresidente y sus más fieles interpretan estos despliegues tácticos como maniobras hostiles, mientras denuncian colusión del oficialismo con el kirchnerismo. Adjudican a este motivo el desinterés libertario por aprobar el proyecto de “ficha limpia”.
En rigor Milei desarticula paso a paso al Pro: él pelea por una conducción plena de su campo, quiere encarnar sin mayores ataduras el liderazgo de la nueva época.
¿Cuál es el enemigo?
Un comentarista del espacio “republicano”, Jorge Fernández Díaz, reflexionó sobre el tema un domingo atrás en La Nación: “Fue a los republicanos –´imbéciles centristas biempensantes´ (Milei dixit)– a quienes más munición
gruesa les descargó el Presidente a lo largo de su primer año de gestión. En el foro de la internacional derechista que se celebró estos días en Buenos Aires, el Topo del Estado demostró más encono con ellos que incluso con la izquierda populista. ¿Descuenta que los republicanos ya no existen y jubilaron sus viejas convicciones, y que solo basta ´domar´ al republicanismo de superficie para cooptarlos de manera definitiva?”.
Milei soporta con poca paciencia esta inquietud del círculo rojo, que lo presiona para que se alíe con el macrismo, archive sus exabruptos verbales y lime las aristas de su batalla cultural. Dio su respuesta la semana anterior al
hablar en la Conferencia de Acción Política Conservadora: “No hay lugar para quienes reclaman consenso, formas y buenos modales. Las formas son medios, se las evalúa según su efectividad para alcanzar determinados fines. Y hoy someternos a la exigencia de las formas es levantar una bandera blanca frente a un enemigo inclemente. El fuego se combate con el fuego”.
Milei se ha convertido en punto de referencia obligado del estallado sistema político, único punto fijo ante el big bang del sistema preexistente. Desde ese posicionamiento proclama su desinterés por los acuerdos con cualquier
residuo orgánico de “la casta”, incluyendo a fuerzas que lo han ayudado a paliar su debilidad legislativa. Prefiere absorber paulatinamente a sus prófugos y se empeña en construir una nueva hegemonía.
Transiciones: barajar y dar de nuevo
El país que gobierna Milei navega un cambio de época, una transición inconclusa. La transición argentina está inmersa en un cambio de dimensión global, en el que al mismo tiempo que se extiende la globalización y se
profundiza la integración económica mundial, se despliegan fuertes movimientos identitarios, localmente enraizados. La participación activa en el mundo no es excluyente de una política destinada a fortalecer los intereses y los valores del país.
La globalización económica no es incompatible con las tendencias nacionalistas e identitarias, sino más bien lo contrario. Se trata de fenómenos no excluyentes, que, de hecho, coexisten y se refuerzan mutuamente. La
globalización tiende a homogeneizar mercados y entrevera culturas, pero simultáneamente alienta procesos que buscan preservar o desplegar identidades e intereses específicos, en una interacción que puede ser tanto
conflictiva como complementaria.
Un ejemplo claro de esta interacción es el crecimiento del nacionalismo económico en Estados Unidos bajo la administración de Trump. Su política de “America First”; promovió la renegociación de tratados comerciales bajo un enfoque que priorizaba los empleos y la industria estadounidenses. Aunque su retórica cuestionaba ciertos efectos de la globalización, Estados Unidos continuó participando activamente en el comercio internacional. Según Dani Rodrik, economista y experto en globalización, “los estados fuertes pueden usar el nacionalismo como una herramienta para gestionar mejor los impactos de la integración global”. ¿Estado fuerte? Esa expresión alteraría a los divulgadores libertarios.
En Asia, los casos de China e India ilustran cómo los países pueden aprovechar la globalización económica mientras refuerzan su identidad cultural y política.
El proyecto de la Franja y la Ruta (BRI), diseñado para conectar a China con mercados de Europa, África y Asia, se complementa con una narrativa nacionalista que enaltece el concepto de la “rejuvenecimiento de la nación
china”.
En India, Narendra Modi ha promovido una agenda nacionalista bajo el concepto de “India autosuficiente”, mientras impulsa acuerdos comerciales y atrae inversiones extranjeras.
En anteriores períodos argentinos de transición (el proceso de organización nacional que culmina en el roquismo, la primera democratización que culmina en el yrigoyenismo, la formación del peronismo en el período 1943-45) el país
tuvo que asimilarse a los cambios que se vivían en el mundo y también internamente, se vivieron momentos de crisis de las fuerzas políticas, secesiones y fusiones, rupturas y ensambles, muchas de ellas impensadas,
porque se trataba de fenómenos nuevos que no podían conceptualizarse adecuadamente con categorías de una etapa anterior. Hasta a los actores les costaba explicar sus movimientos, porque en muchos casos también ellos,
aunque actuaban diferente, seguían razonando en los términos anteriores.
¿Comunistas y trotskistas apoyando a un movimiento surgido de un golpe militar en el que se destacaban muchos oficiales que simpatizaban con el Eje?
Del otro lado, ¿comunistas, conservadores y radicales abrazados entre sí y con el embajador de Estados Unidos? Cuatro décadas más tarde: ¿un presidente peronista perfeccionando relaciones con Washington y participando en una coalición militar internacional?… Cosas veredes…
Esos momentos, en los que se cruzan contradicciones y paradojas, suelen suscitar perplejidad. Hay que pensar de nuevo, siguiendo el consejo de Tácito: sine ira et studio.
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