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Cultura 3 de junio de 2020

Carlos Chernov: “En la pandemia la vida está al alcance de la mano, pero no se la puede tocar”

A propósito de la reedición de "Anatomía humana", que relata un mundo apocalíptico donde mueren casi todos los hombres.

Veintisiete años después de ganar el Premio Planeta, en medio de una verdadera revolución en el mundo femenino y de la pandemia por el coronavirus, se reedita ahora la novela “Anatomía humana”, de Carlos Chernov, en la cual se relata un mundo apocalíptico donde mueren casi todos los hombres y, por lo tanto, las mujeres deben ocupar las tareas masculinas y mantener la subsistencia de la especie.

El narrador (Buenos Aires, 1953) logró con “Anatomía humana” (Interzona) su entrada triunfal a la literatura argentina en 1993, con la particularidad de que no había tenido hasta ese momento contacto con otros escritores, ya que por entonces solo ejercía la psiquiatría y el psicoanálisis y sus lecturas eran, según declara, caóticas. Sus anteriores libros publicados “El sistema de las estrellas”, “El amante imperfecto”, “Amores brutales” y “Amo”, entre otros.

– Télam: ¿Cómo puede leerse hoy “Anatomía humana” en este nuevo paradigma del mundo feminista?

– Carlos Chernov: A partir de la premisa de que mueren casi todos los hombres -el objeto sexual “natural” de las mujeres-, el argumento se disparó hacia la ampliación de las posibilidades de elección sexual. Me parecía interesante que las mujeres no obedecieran los mandatos sociales que designan un objeto sexual “normal”, “maduro” y “correcto”. Ese es el punto de partida para diversas elecciones: homosexuales, zoofílicas, de cambio de género e, incluso, maternales, o más bien de reproducción de la especie. Es una situación de ausencia de ley, lo que lleva a que las mujeres ejerzan el poder de manera más drástica.

También pienso que es posible que en 1993 a un hombre le costara más travestirse que ahora, pero depende de qué hombre, qué educación recibió, cuál era la ideología de sus padres, de su grupo. Si todavía está vigente lo de “salir del closet” es porque hay resistencias a revelar una identidad censurada. La mentalidad “clasemediera” es propensa a la represión. Muchas madres y padres esperan que sus hijos sean “bien machitos”. Por suerte esas imposiciones están siendo cuestionadas y se van relajando, pero estamos en plena lucha. La Paideia griega proponía relaciones homoeróticas, en el 1700 los hombres se maquillaban y usaban pelucas empolvadas. ¿Qué pasó? ¿Retrocedimos?

– T.: ¿Encontrás alguna similitud entre la “catástrofe” de tu novela con esta realidad de la pandemia?

– CCH.: En “Anatomía humana” la catástrofe es más radical: se muere media humanidad. La sensación que tengo frente a la pandemia es que la vida está al alcance de la mano, pero no se la puede tocar. Es extraño, irreal -la enfermedad es muy contagiosa, pero no tan mortífera- esta sensación de irrealidad es muy peligrosa porque nos tienta a romper la cuarentena. Las guerras, las catástrofes naturales arrasan con todo, en cambio ahora las cosas están enteras, conservadas: los amores, la familia, las fábricas, los comercios, las plazas, las instituciones. Es como una prohibición débil, teórica. Creo que estamos viviendo una especie de destrucción invisible. La pandemia me parece un planteo de fin de mundo parcial, pero desata cambios terribles.

– T.: ¿Qué lecturas te influyeron más a la hora de escribir “Anatomía humana”?

– CCH: Uno lee tantos libros que después es muy difícil saber cuáles quedan y cuáles son olvidados. Entre los prosistas recuerdo a Flaubert, Joyce, Hemingway, Onetti, Cortázar, Borges, Salinger y otros. Curiosamente, dejé de leer ciencia ficción muy joven y me gustaban más las novelas policiales. Sin embargo, he escrito dos distopías, voy por la tercera y nunca pude escribir una novela policial.

– T.: ¿De alguna forma tu novela entra en la tradición literaria de los descensos?

-CCH: No pensé conscientemente en la idea de que en el pecado está el castigo, en realidad surgió de la trama misma de la novela. Tampoco hay una intención moralista deliberada, aunque no la descarto. Ocurre que si uno parte de la premisa “un hombre con todas las mujeres”, el escenario resultante será una demanda femenina terrorífica que anulará toda la posibilidad de deseo o elección en el hombre.

– T.: ¿Cuál es la moral que maneja Mario cuando abusa de niñas y adolescentes?

– CCH: Tiene consciencia del abuso y se horroriza cuando lo comete. Mario tiene una moral de clase media que censura estas conductas, pero está viviendo una realidad -literaria- bastante loca, donde ciertas cuestiones morales quedan anacrónicas. Por supuesto, los verdaderos paraísos son los perdidos; pronto el protagonista se empacha y se le apaga el deseo. Ante tanta abundancia no puede sostener la falta: el deseo siempre es deseo de algo que falta.

– T.: ¿El narrador tiene más empatía por el amigo de Mario, Rogelio, que por el mismo protagonista?

– CCH: La verdad no tengo demasiada empatía por ningunos de ellos y no sé por qué. En todo caso, cierta piedad. Quizá porque los antihéroes son más apropiados para la literatura. Mario, Rogelio y sus amigos representan la masculinidad doliente de los que no saben cómo seducir a las mujeres. Y justo a uno de ellos le toca estar con todas las mujeres. Rogelio es una especie de cabeza parlante, que usé como vehículo para dar a conocer mis opiniones que, después me di cuenta, no le importaban a nadie. En las sucesivas reediciones de “Anatomía humana”, fui sacando los sesudos parlamentos con los que cargué el pobre de Rogelio.

– T.: ¿Cómo podrías ver hoy esa imposibilidad del amor que aparece en la novela?

-CCH: Siempre los humanos hemos buscado remedios para el dolor; Creo que el dolor más común es la falta de amor, pero pueden ser de lo más variados y el límite de los dolores corporales es la muerte.

La imposibilidad del amor se debe a la codicia. El capitalismo y que seamos animales ópticos causa una codicia insaciable. Siempre se puede tener más dinero, es una tentación muy fuerte. El problema es que no se sabe si me ama a mí o a mi dinero. El dinero no se lleva bien con el amor. Con la mirada puedo abarcar muchísimo más de lo que puedo tocar o amar; el sexo puede ser otra forma de codicia, excepto que lo que se pretende poseer es a otro humano.