“Cariño” y “Respeto”: así llamaba el “depredador sexual” a las dos fustas con las que amenazaba a sus víctimas
En la sentencia dictada por el Tribunal Oral Nº 1 contra el hombre que abusaba sexualmente de sus cinco hijas figuran detalles de sus acciones. También se exhibe cómo maltrataba a su esposa si ella se animaba a enfrentarlo: "Voy a mandar a que te corten las piernas, chilena de mierda", le advertía.
“Acá nadie va a pasar por encima mío. Nadie va a hacer lo que quiera”, vociferaba ante su familia el hombre condenado este miércoles a 50 años de prisión por abusar sexualmente de sus cinco hijas.
Si en las innumerables veces que cometió sus atrocidades todo hubiera quedado en palabras, las vidas de ocho personas -su esposa y sus siete descendientes directos- hubieran sido diametralmente distintas. Pero no: de la sentencia que dictó el Tribunal Oral Nº 1, a la que accedió LA CAPITAL, se desprenden numerosos detalles del calvario al que este albañil sometió a quienes, se supone, eran sus seres queridos.
La historia de la familia -cuyos datos identitarios no se publican para preservar a las propias víctimas- comenzó en la localidad de Pico Truncado, en Santa Cruz, hace varias décadas. Allí, el hombre conoció a quien sería su esposa, de origen chileno.
La mujer acababa de cumplir 18 años. A los 21, la pareja se casó, y más tarde se afincó en Mar del Plata. Luego llegaron los hijos: dos varones y cinco mujeres. Todos vivían en una casa de calle Guanahani.
Por decisión propia, el hombre no dejaba que su esposa trabajara, y debido a eso todos dependían económicamente de él, que se desempeñaba como albañil. A través de esa tarea, que cumplió para múltiples integrantes de la comunidad zíngara e incluso algunos instructores judiciales (que no sospecharon jamás sobre sus conductas hogareñas), la situación mejoró con el paso del tiempo.
Así, la familia tuvo acceso a una especie de campo comprado en la zona de Parque Hermoso, donde poseía chanchos y gallinas. También a un terreno ubicado en avenida Jacinto Peralta Ramos donde luego se edificaría otra vivienda. Ambos domicilios tienen relevancia en la historia porque en ellos, junto al inmueble citado anteriormente, se produjeron los abusos al menos desde el año 2004.
Según figura en el documento al que accedió este medio, al declarar ante los investigadores, la mujer dijo que cuando conoció al hombre “nunca imaginó lo que iba a pasar”. Manifestó que el marido la trataba como “un animal”, la golpeaba y le decía que “iba a mandar a que le corten las piernas”. También solía llamarla “chilena de mierda” y le había alejado de sus parientes en el sur del país, con quienes se reencontró luego de que el caso saliera a la luz en mayo de 2020.
Además de valerse de su único ingreso económico para imponer sus reglas, el hombre -de 71 años actualmente- solía ejercer todo tipo de violencia verbal y física sobre sus víctimas. Conforme indicaron ante la fiscal Andrea Gómez y los jueces, poseía dos fustas a las que llamaba “Cariño” y “Respeto”. Con ellas las amenazaba para luego consumar los abusos sexuales, y hasta les imponía la forma en que debían vestirse.
“Si encontraba oposición a sus demandas sexuales, les decía que no iba a cubrir alguna necesidad que ellas tenían y luego, una vez consumado su propósito, solía entregarles alguna suma de dinero”, menciona otro pasaje del fallo. Es decir, las trataba como prostitutas.
A los hijos varones, agrega el documento, los hostigaba al igual que a las parejas de sus hijas, que ignoraban que el maltrato no era sólo verbal para con todos los integrantes de la familia. Uno de ellos, que empezó a salir con una de las jóvenes en 2016, declaró que “siempre que iba a la casa notaba que todos estaban con la cabeza agachada” incluida su suegra, “que era como una hija más para él”. “Eran todos esclavos”, subrayó el testigo, aunque aclaró que no supo de los abusos hasta que se radicaron las denuncias.
A pesar de ello, los descendientes del “depredador sexual”, como se lo conoció a través de los medios de comunicación, lograron salir adelante: los dos hijos varones son maestros mayores de obra; la hija mayor se recibió de docente, trabaja en una escuela rural y está en pareja; la segunda también formó familia y tiene dos hijos; la tercera intentó estudiar para ser maestra jardinera pero los múltiples maltratos de su padre interrumpieron su carrera. No obstante, fue madre, comenzó a limpiar casas y es quien tomó coraje y denunció lo sucedido en la Comisaría de la Mujer. La cuarta hija, que es camarera, no quiso declarar contra el hombre y la más pequeña, que acaba de terminar el colegio secundario, estudia música.
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