Bruno Perrone: “La Biblia es un recorrido obligatorio para cualquier escritor o persona que pretenda entender sobre cultura general”
La Biblia y la religión católica, las historias del libro del pueblo de Dios y su importancia para los escritores, la política de la iglesia y el mensaje, la mujer hoy y la mujer en los textos sagrados, la justicia humana y la divina, todos los tópicos que el escritor y periodista marplatense aborda, sagaz, en esta entrevista que concedió a LA CAPITAL con motivo de publicarse su primer libro de cuentos, Padre Nuestro, editado por Vinciguerra Hechos de Cultura.
Por Dante Galdona
El escritor y periodista Bruno Perrone encara, con Padre Nuestro, una empresa que a priori pareciera imposible: condensar el mensaje bíblico en textos de actualidad, desde la ficción y con la astucia de pedirle al lector que complete la obra. Como si fuera poco, lo encara, lejos de la voluminosidad, en un libro que economiza la semántica y el volumen. Son cuentos cortos en extensión pero con una profundidad que imposibilita acabar su exploración. En cada relectura, cada texto dice cosas nuevas.
Perrone reflexiona con LA CAPITAL desde la absoluta humildad intelectual, acaso sin creer que ha dado un texto que podría convertirse en pionero de un género.
-¿Es una reinterpretación de historias bíblicas o una ficción con algunos de sus personajes?
-Es una muy buena primera pregunta. A mí me gusta empezar a definir por la negativa: Padre Nuestro no es un libro teológico ni filosófico ni de enseñanzas católicas. Estas reescrituras son ficción. Nada más. Y desde ese lugar, y con sus herramientas, intenté trabajar en una propuesta abierta para ofrecer una mirada distinta, humildemente renovada, de una obra tan central para nuestra cultura. Estoy convencido que la ficción es el único camino para explorar con total libertad; si yo trabajara desde la teología o la filosofía, debería hablar de otro tipo de textos y sería otro el debate a dar. Entiendo que la misma apertura de la propuesta es lo que habilita las dos formas de lectura que me planteás, y la verdad que tampoco reniego ni estoy en condiciones de salir al cruce de ningún análisis que se haga sobre los cuentos; soy muy consciente que todo texto se completa en la mirada del lector, y ahí ya no tengo margen de acción.
–¿Considerás que la palabra de la Biblia debe ser adaptada a la cultura actual?
-Lo que debería adaptarse es el formato de transmisión de la palabra a estos tiempos. Creo que cada vez menos personas se acercan a leer la Biblia y eso es síntoma de un enorme vacío cultural. Sinceramente, no sé cuántos pibes y pibas, creyentes o no, eligen hoy leerla motu proprio, por mera curiosidad. En mi círculo de amistades y conocidos, casi nadie la ha leído y es una lástima. Esta discusión va más allá de la religión o de la vocación de fe: la Biblia es, objetivamente, un libro único, excepcional, con infinidad de historias e imágenes que te parten la cabeza; es un recorrido obligatorio para cualquier escritor o persona que pretenda entender sobre cultura general. No por nada nunca faltan las referencias al Antiguo o el Nuevo Testamento en las grandes obras de la literatura universal. Por eso, algo que me encantaría que pase con Padre Nuestro es que también sirva como un primer acercamiento para alguien que no haya leído la Biblia. Cuando antes hablaba de propuesta abierta, no solo lo decía en términos de sentido e interpretación sino, fundamentalmente, en la posibilidad de abrir el libro a todo tipo de público y que no se limite a un diálogo de intertextualidad cerrado, aburrido e insulso, entre la Biblia y el contenido de los cuentos. Aunque sé que algunas de las historias que elegí para reversionar pueden resultar más populares y otras no tanto, trabajé cada texto bajo esa premisa, así que espero que estas ficciones logren despertar en algún lector el interés por ir a descubrir o redescubrir las Sagradas Escrituras. Y no digo esto en vano sino por experiencia personal: varios años atrás leí “Nadie escuchó el último secreto”, un libro de microrrelatos de Agustín Marangoni. Uno de los capítulos estaba dedicado a la Biblia y, si bien en ese momento yo no la había leído, esos textos breves me hicieron mucho ruido y con el tiempo se convirtieron en uno de los tantos disparadores que encontré para internarme en ese universo.
-¿Qué te motivó a escribir estos cuentos?
-No hubo nada premeditado y te diría, más bien, que Padre Nuestro fue el desencadenante de un cúmulo de coincidencias. Recién en el verano de 2020 me acerqué a la Biblia por primera vez; lo hice solo por la necesidad de leer algo distinto y desconocido y después, ya con la pandemia y toda la historia que padecimos, no paré de leerla. Ese año leí muchísimo; así como descubrí la Biblia, descubrí varios autores como Baricco, Piglia, Cabezón Cámara, Vanessa Montfort, Juan José Becerra, Ana María Shua y tantos más. Y también aproveché para inscribirme en el Taller de Narrativa de Mariano Taborda y Emilio Teno, que por el contexto de encierro se dictaba virtual en ese entonces. Nunca había participado de un espacio así. Sé que le virtualidad no me permitió disfrutar de lo más lindo de un taller, que es ese ida y vuelta, el cara a cara, la lectura y escucha del otro, pero no me arrepiento para nada porque las críticas y correcciones de los profes me sirvieron muchísimo. Y me dieron, por sobre todas las cosas, la confianza y seguridad que necesitaba para encarar la construcción de un libro, de este libro.
-¿A qué te referís con “seguridad”?
-Me refiero a la sensación de encontrar cierto tono, cierta voz para poder darle forma a estas reescrituras. Como te dije antes, nada fue buscado ni planificado. Las primeras versiones de algunos de los cuentos que terminaron formando parte de la antología nacieron en el taller de Taborda y Teno de manera espontánea, por una simple consigna de clase. Mucho tiempo después, ya con varios borradores de textos similares en la mano, fui con Francisco Costantini para una primera revisión y la última consulta la hice con Eva Aguilera. Eva tiene la sensibilidad propia de una poeta y su guía fue clave: con ella seguí reescribiendo, me ayudó a dar con el título que se ajustaba al concepto general del libro y de cada uno de los textos y fue el lazo directo con Vinciguerra Hechos de Cultura, la editorial de Buenos Aires que finalmente apostó por la publicación. Tuve la suerte de encontrarme con personas muy profesionales y generosas que me allanaron el camino. Así que también quiero aprovechar el espacio para agradecer, una vez más, a cada uno de los que me ayudaron, en mayor o menor medida, a construir Padre Nuestro.
-Al contrario que en la Biblia, en tus cuentos parece tener más peso la justicia humana que la divina, ¿estás de acuerdo con esa idea?
-Puede ser. Es que yo pensé estas reescrituras desde un enfoque que quizás podría enmarcarse dentro de una doctrina antropocentrista. Ese fue el desafío que me propuse y que, en definitiva, me cautivó. Lo creía necesario por el carácter que mostraban los protagonistas en los relatos originales: en muchos casos, me encontraba –por obvias razones– con personajes muy planos, condescendientes al orden divino. Y como yo no hice una lectura religiosa, eso me generaba un poco de rechazo porque veía en los argumentos una condición humanamente inverosímil. Para mí, la naturaleza del hombre está dada por sus incertidumbres, vacilaciones y contradicciones. Exploré, entonces, esas dimensiones, las problematicé desde mi lugar, desde este tiempo, y así traté de representar en las historias de Padre Nuestro a Moisés, a Isaac –el hijo de Abraham–, a Jesús.
-El rol de la mujer en la sociedad de los tiempos de la Biblia y el rol de la mujer en la sociedad actual ha cambiado mucho. En tus cuentos hay una especie de reivindicación de ese nuevo rol, ¿por qué creés que en la Biblia la mujer tiene ese papel?
-Sí, este fenómeno de disminución de la mujer se ve mucho más acentuado en el Antiguo Testamento. Ahora se me viene a la mente la esposa de Lot; todos la recordamos por haber quedado reducida a una estatua de sal cuando intenta escapar de la destrucción de Sodoma y Gomorra pero, curiosamente, nunca sabemos cómo se llama: en el libro del Génesis, no se le asigna un nombre y solo se la define como “la mujer de Lot”. Hay casos incontables de mujeres anónimas para la Biblia. Pero también hay personajes femeninos muy interesantes y que son preponderantes para Israel. Una de ellas es Débora: su historia se narra en el libro de Jueces y fue la única mujer entre 11 hombres en gobernar Israel antes de que se consolidaran las monarquías. También está Judit, que fue quien liberó a los israelitas de la invasión del ejército asirio que había enviado el rey de Babilonia después de seducir y cortarle la cabeza a su jefe militar. Y es imposible olvidar a María Magdalena, quien fue la primera mujer en ser testigo de la resurrección de Jesús y la encargada de comunicarlo a los discípulos. Esto no es una interpretación: así está expuesto en los evangelios de Lucas, Juan, Marcos y Mateo. Sin embargo, hoy la figura de María Magdalena, lejos de la centralidad que objetivamente ocupa en los textos evangélicos, sigue rodeada de dudas y misterio respecto a sus orígenes. No parece que el Vaticano haya hecho un gran esfuerzo por esclarecer y reivindicar su historia. Creo que la Iglesia también contribuyó activamente con la política de signar a la mujer a un papel secundario, sin importar lo que está escrito en el Antiguo o el Nuevo Testamento.
-¿Las iglesias cristianas se alejaron del mensaje bíblico en algún momento?
-Sé que hay ámbitos, sobre todo evangelistas, donde suelen repetir que hubo varios libros eliminados en circunstancias no tan claras. Se dice, por ejemplo, que en 1684 el Vaticano removió 14 libros que ya estaban canonizados y que en 1611 –el año en el que la Biblia se tradujo del latín al inglés– había 80 libros cuando hoy son 66. Todo esto, por supuesto, alimenta una hipótesis casi en clave conspiranoica que sostiene que el contenido de los libros eliminados iba, probablemente, a contramano del relato o la práctica política que terminaba ejerciendo la Iglesia católica en esos momentos históricos. Otros, sin embargo, lo desmienten. Yo no me siento en condiciones de decir qué pasó y qué no porque no investigué el tema; lo único que hice fue bucear superficialmente sobre esas versiones que tampoco son muy difíciles de encontrar. Lo que sí tengo claro es que la Iglesia es una institución y, como toda institución, responde a intereses personales, que, quizás, no siempre comulgan con la palabra escrita. Por lo general, tiendo a desconfiar de los intermediarios y me inclino, en la medida de mis posibilidades y limitaciones, por conocer cualquier cosa, un texto o lo que sea, con mis propios medios para rescatar mis propias conclusiones y reflexiones. No conozco otra forma de desarrollar un pensamiento crítico.
-¿Vas a seguir con esta línea de escritura en tus próximos libros?
-Ojalá haya próximos libros (risas)… No sé, no creo volver en un futuro a la Biblia, aunque no descarto que pueda haber algún elemento presente en una nueva producción. Tampoco me veo reversionando un texto clásico diferente. Creo que ya tuve suficiente religión y reescritura en esta primera incursión a la ficción. Todavía me falta mucha madurez personal y literaria para encarar otro proyecto de estas características. Hoy siento una fuerte debilidad por el thriller, la novela negra, pero es algo que disfruto más como lector/espectador. Espero poder acercarme al género desde otro lugar en algún momento. Por ahora solo convivo con la certeza del largo camino que me queda por recorrer.
-¿Cuál fue tu formación literaria? ¿Qué escritores considerás tus preferidos?
-Es una formación muy dispersa. No vengo de una familia de gran tradición lectora, así que nunca heredé una biblioteca que me acercara a una línea determinada de autores. Y celebro esa suerte porque siento que me dio plena libertad a la hora de descubrir los libros que me interpelaron a medida que fui creciendo. El primer acercamiento real con la literatura, es decir, de impacto personal, siento que se lo debo a las profes de lenguaje de la secundaria. Gracias a ellas, leí “Casa tomada”, “Emma Zunz”, “La muerte y la brújula”, todos esos cuentos memorables de Cortázar y Borges, y la primera novela que me fascinó: “Crímenes imperceptibles”, de Guillermo Martínez. A partir de ahí, inicié una búsqueda más personal y desprolija, aunque siempre con el foco puesto en conocer voces argentinas y latinoamericanas. De hecho, de adolescente fui un gran consumidor del “boom”, sobre todo de García Márquez y Vargas Llosa. El periodismo también me enseñó a admirar cronistas de excelencia como Tomás Eloy Martínez y Martín Caparrós. Y hoy la verdad que me cuesta reducir mis preferencias a un par de nombres, pero para ser justo te voy a decir las tres mujeres que me acompañan en pósters en casa: Samanta Schweblin, Leila Guerriero y Gabriela Cabezón Cámara. Todas vigentes y únicas en su estilo.
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