Una de las noticias relevantes de la semana ha sido una de las que no cotiza en La Bolsa del Impacto y sin embargo merece que sea repuesta y que ponga la lupa en la dimensión ética del personaje: la suspensión de Marcelo Bielsa en el Lille de Francia.
Bielsa, tal como es notorio, fue sancionado por el club de la comuna Villeneuve-d’Ascq del norte de Francia en circunstancias poco claras que incluyeron un viaje a Chile a acompañar a Luis Bonini en sus últimas horas de vida y una derrota de 3-0 a manos de Amiens.
Una cosa es el comunicado oficial emitido por el propio club, que descartó la gravitación del viaje de Bielsa a Chile, un viaje que había sido denegado, y otra cosa es lo que se deduce de la secuencia de los hechos.
Al interior del Lille y de lo que se hizo trascender a través de la archiconocida agencia de noticias francesa, los lazos fundamentales entre Bielsa y los jugadores e incluso con los dirigentes ya estaban rotos sin retorno.
Las mismas fuentes aludieron al carácter hosco del rosarino, a los sistemas de juego empleados y a las molestias que generaba en sus dirigidos disponerlos en roles y sectores de la cancha donde no se sentían cómodos.
Nada sorprendente, como se verá, si se tienen en cuenta los rasgos de personalidad de Bielsa, sea en su trabajo en el campo, sea en su principista postura de no hacer demasiados esfuerzos por caer simpático ante sus empleadores.
El gran detalle, sugestivo, que tiene toda la cara de una salvedad que dota de sentido a una versión que se contrapone con la que difundió el club galo, es que Bielsa fue suspendido cuando decidió viajar a Sudamérica a despedir al profesor Bonini, su entrañable compañero de cuerpo técnico durante casi dos décadas, en la Argentina, dos veces en España, en Chile y desde luego en la Selección Nacional.
Palabras más, palabras menos, Bielsa les dijo “viajo a Chile, se los informo, hagan lo que tengan que hacer”.
La hipótesis de que su destino estaba sellado con anterioridad se cae a pedazos con sólo tomar nota de cómo venía jugando Lille: entre bien y muy bien y con dos espléndidas victorias en serie, ambas por 3-0 primero con Metz y después con Saint Etienne.
En todo caso, si los que cortan el bacalao en el Lille, incluido quien lo había llevado al calor de la propuesta de que comande un proyecto a largo plazo, el presidente Gerard López, ya contemplaban cortarle la cabeza, salta a la vista que el viaje a Chile resultó el factor desencadenante.
Y llegado ese punto es donde vale para Bielsa el bello aforismo del libanés Khalil Gibran que advierte del honor que es para la víctima no ser el victimario.
Nadie dice que Bielsa sea el supremo portador de la integridad y de la nobleza, no será ni la primera ni la última persona que ponga la fidelidad a una amistad por delante del cálculo frío, cuando no cruel, pero en tiempos de singular ponderación a un hiper profesionalismo en clave de Atila, su gesto es digno de ser destacado y reservado para un buen lugar en su biografía.
Estratega clarividente o no, equilibrista entre la convicción y la obcecación, gurú para algunos y vulgar sobreestimado para otros, Bielsa es también el tipo que sin medir las consecuencias se sube al avión y da el presente al pie del lecho del amigo que agoniza.
Télam.
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