Bayly usa la sátira contra la cultura de las apariencias en su nueva novela
"Pecho Frío" es una suerte de "ópera bufa" plagada de "personajes desmesurados". Es también una reflexión sobre cómo la "fama inesperada" puede destruir una vida plácida.
Jaime Bayly. Foto: EFE | Vintage Español.
por Lorenzo Castro E.
El escritor peruano Jaime Bayly expone en clave de burla la importancia que se da en países de Latinoamérica a las apariencias antes que a “la propia realidad” en su nueva novela, “Pecho Frío”.
“Por muy caricaturesca que parezca la trama, insisto en que la ficción se queda corta respecto a la realidad”, asevera en una entrevista con EFE el autor.
Su novela más humorística y también la más alejada de su biografía personal, “Pecho Frío” es una suerte de “ópera bufa” plagada de “personajes desmesurados”, empezando por el gris cajero de banco que protagoniza la historia y da nombre a la ficción, quien un día acepta besarse con un presentador de televisión a cambio de un premio.
“Le va a cambiar la vida de una manera bastante sísmica”, señala el peruano respecto al beso que Pecho Frío acepta de Mama Huevos ante las cámaras de televisión, para escándalo de su esposa, Culo Fino, y que a la larga le valdrá la separación, el despido de su trabajo y, al mismo tiempo, erigirse en un icono del movimiento homosexual, que lo reivindica aun cuando él no es gay.
Es por ello que el libro, el décimo séptimo que publica, es también una reflexión sobre cómo la “fama inesperada” puede destruir una vida plácida y “poner en entredicho” quien eres, como le ocurre al protagonista que termina en la política.
“La fama desdibuja tu identidad”, afirma el autor, periodista y presentador de televisión, radicado en Miami y que desde hace más de 30 años se dedica a la pequeña pantalla, aunque en su caso se trató de una elección propia que desde los 18 años lo alejó del anonimato.
En la novela se permite incluso una auto referencia cuando en las últimas páginas aparece el famoso entrevistador Niño Terrible hablando solo sobre convertirse algún día en presidente de Perú, una idea que Bayly en algún momento sopesó y aun hoy confiesa es una especie de “fantasma” al que tiene “bien enjaulado”.
“La política en Perú es casi una cosa policial. Casi todos terminan presos o prófugos, es una cosa de espanto. Yo hice bien en no postular a la Presidencia”, manifestó el autor sobre aquella tentativa que “nació como una broma” la década pasada y hoy agradece no fuera a más porque le hubiera supuesto perder libertad personal.
“Soy un escritor, si te metes en política te destruye la carrera literaria, y creo que en Perú la política es un lodazal, no hay manera que salgas ileso”, zanja.
En su programa televisivo en Miami, no obstante, la política latinoamericana no está ausente y menos si se trata de la “dictadura en Venezuela”, lo que le ha valido amenazas y hasta una sospechosa colisión automovilística, de la que salió ileso, como resultado de las críticas que vuelca casi cada día contra la “dictadura de Nicolás Maduro”.
Ha llegado a sentir temor, confiesa, pero estima que “el miedo es una buena señal siempre”, porque indica que “que estás haciendo algo que vale la pena”.
Antes que un derechista, o “un fujimorista”, es decir un seguidor de la líder de la oposición peruana Keiko Fujimori, Bayly se confiesa un “libertario” que en las pasadas elecciones en Estados Unidos votó por el candidato de este partido, Gary Johnson, y no por el ahora presidente, Donald Trump, ni por la candidata demócrata, Hillary Clinton.
“Creo que la religión y los militares le han hecho un daño incalculable al Perú”, afirma, tras declararse agnóstico y en contra de “las iglesias subsidiadas por el Estado”.
Se mantiene fiel, en todo caso, a la literatura y a sus autores de cabecera, como Javier Marías (“no veo otra prosa en español tan elevada y rica como la suya”), su compatriota Mario Vargas Llosa, Charles Bukowski, quien usó su vida para hacer arte, “pero mostrando tu lado mas miserable”, y Roberto Bolaño, su amigo y del que prefiere sus relatos cortos.
Interrogado sobre sus primeras novelas, entre ellas las exitosas “No se lo digas a nadie” (1994) y “Los últimos días de la prensa” (1996), de las que hace poco se han hecho reimpresiones, se mostró agradecido de que “hayan envejecido mas o menos bien” desde su publicación y de que los lectores jóvenes las lean “con curiosidad”.
“La prueba ácida del arte es aguantar el paso del tiempo”, señala.
EFE.