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Interés general 5 de julio de 2024

Argentina soporta una pirámide invertida: esta cultura no le sirve a la Nación

Opinión.

por Leonardo Z. L. Tasca *
[email protected]

Nuestro país está asentado sobre dos bases fundamentales que la condenan, tiene una cultura erudita y un saber generalista parecido a París, pero tiene una estructura económica y productiva de características similares a la de Angola. En caso de no cambiar este panorama, le espera el fracaso. Lo insólito de esta pirámide invertida es que a la clase dirigente local no le preocupa, y hasta incentiva con políticas directrices esta situación como un rasgo distintivo de una comunidad, creyendo de ese modo que al poseer ese tipo de distinción o cultura, Argentina tarde o temprano llegará a una etapa del desarrollo en que podrá dar bienestar y prosperidad a todos sus habitantes; es decir, queda o deja a la deriva de las contingencias internistas o partidarias lo que debería ser un proyecto nacional consensuado y aceptado por la mayoría, esto es, la implementación de un plan profundo y transformador a lo largo y a lo ancho del país a través de su clase política.

La clave para revertir la pirámide es dar más y mejor institucionalidad a la democracia, construir ciudadanía e iniciar un proceso de protección y desarrollo de las materias primas estratégicas, junto a la más decidida defensa, amparo y fomento de la cultura nacional y que eso sirva de base a la formulación de un plan político argentino teniendo como destino el “desarrollo como proyecto”, tal como lo postula el intelectual brasileño, Helio Jaguaribe.

Lo que se quiere decir es que se carga falacia sobre falacia, es un modo de análisis argentino que trastoca las certezas sin que nadie lo advierta, dado que los países que logran un grado aceptable de bienestar social a sus habitantes, lo consiguen sobre la condición inequívoca de tener una estructura productiva e industrial que generan excedentes suficientes para dar base material a la comunidad, en cambio aquellas sociedades inclinadas solamente a las cuestiones seudos espirituales, justamente terminan condenando y sumiendo a la población en los más grandes desarraigos internos, marginación y pobreza.

Por supuesto no se trata de una cosa o la otra, sino en avanzar en forma conjunta o armónica, sabiendo que no hay predominios, y que los países organizados y poderosos son aquellos que han hecho del desarrollo un requisito nacional para que el ser humano se realice en plenitud en aquellas áreas donde su espíritu logra estatutos de felicidad.

Sin embargo, lo que genera incredulidad y hasta tristeza extendida, no es la ausencia de lo señalado al principio, sino la falta de preocupación nacional seria en abordar, vía los análisis, estos temas cruciales. Es la propia política la que debe generar espacios de reflexión, de debate comprometido y de acordar instrumentos genuinos para que toda la comunidad pueda interactuar. En la medida que todo esto siga soslayado o ausente, mayores serán los males enquistados que permanecerán a través de los años barrenando el espíritu hacedor y sensible de muchos núcleos familiares de nuestros compatriotas.

Algunos intelectuales se preguntan si puede ser que al menos parte de los problemas que hoy afrontamos pasen por conformarnos con una democracia formal, sin la verdadera democratización de prácticas e instituciones. Y algo de eso existe en la política argentina que ejercita la comunidad, dado que a pesar de tantos años de votar – lo hacemos cada dos años-, no desaparecen los problemas estructurales, y hasta parece, y no es una mera sensación, se incrementan, o surgen y se desarrollan violentamente condiciones sociales impensadas para nuestro país y dejan a “la intemperie” económica y social a legiones de personas.

Claro, no se trata de ser un pesado clarividente, pero es inequívocamente la pirámide invertida la que posibilitó avanzar hasta el grado de indigencia que soporta una buena parte de la población vernácula. Y seguirá siendo la causa en la medida que no la pongamos en la justa posición.

La dirigencia institucional tiene la obligación de modificar las costumbres políticas y/o partidarias para permitir erradicar las prácticas atentatorias y execrables de las condiciones democráticas y que sean capaces de superar el actual estado de cosas. Este es un imperativo imposible de eludir, porque la política argentina es de suma cero, de una perinola cuyos lados son siempre los mismos, “toma todo”, pero toma lo que otros pierden inexorablemente a través de generaciones de compatriotas que nunca encuentran su lugar, ni en lo social ni en lo productivo y por consiguiente tampoco en lo espiritual.

Los dirigentes argentinos son peculiares, excéntricos y extravagantes, eso les ha dado cierta impronta, esa impronta que los distingue es que no discuten los grandes temas nacionales, así nadie debate sobre las ventajas de un país industrial, ni de la importancia de producir el desarrollo, de proteger la cultura, ni siquiera y esto los involucraría, tender seriamente a revalorizar la política como instrumento de superación social, por el contrario están detenidos en el tiempo mediocre de la interna y los cargos, y los hace emergentes viciosos y amanerados por un lado y por el otro directamente responsables de haber llevado al país y por ende a una comunidad a soportar una de las peores catástrofes sociales de su historia.

La pregunta sería: ¿si no es la clase dirigente, quién será la que podrá invertir la pirámide?, aunque conviene anotar qué si tomáramos, por ejemplo, la denominada burguesía nacional, podemos afirmar que comenzó por el final, es consumidora antes que productora e inversora, la consumición tiene prioridad por sobre la producción, así ningún país llega a convertirse en Nación.

La educación argentina está cimentada sobre una enseñanza que genera individuos consumidores, jamás se ha planteado que el hombre debe ser productor. La premisa oficial de los programas educacionales y la cultura tienden a la formación de un personaje burócrata que reclama derechos y no quiere asumir obligaciones. Esa es la cultura argentina, la construcción de un país para que todos vivan mejor es una tarea que deben asumir siempre “los otros”.

Ni siquiera el “ganarás el pan con el sudor de tu frente”, ha inquietado a los dirigentes argentinos, ellos siguen pensando que algún día llegará el desarrollo, porque el país lo tiene todo y se lo merece; en consecuencia, no hay que hacer nada, así el país seguirá condenado y los habitantes de la clase media argentina continuarán ufanándose que somos un país que tiene una cultura que nos distingue ante el mundo.

Hesíodo, autor de “Los trabajos y los días”, era un poeta griego que vivió en el siglo VII antes de Cristo, tuvo el mérito de ser un gran innovador y didáctico, al plantear para hacer comprender al hombre de su tiempo, de la superioridad social y de los apacibles beneficios de la agricultura en oposición a las discordias comerciales y a las ambiciones sangrientas de la militarización. Ya hemos pasado la época de las ambiciones sangrientas y la militarización; sin embargo, el hombre de hoy debería ver y asimilar los apacibles beneficios de la producción y del desarrollo, saber que sólo con mayor producción y empleo va a vivir mejor.

Es necesario que el hombre de hoy se convenza al analizar las ventajas, no está entre nosotros ese notable poeta griego como guía político, que en la medida que avance por los caminos de la industrialización conseguirá lo que hoy le falta: dignidad social y material para mantener a su familia, y no ser un paria en un país que lo tiene todo.

Otro rasgo de la cultura que se maneja como concepto es que el habitante también se ufana de que tenemos estadistas. El estadista es aquella persona o dirigente versado en conocer de política o de los negocios del Estado, algo así como quien sabe de las grandes cosas de un país o de una nación, esto parecería que se ajusta al rigor técnico de la palabra. Y cuando se da a entender que sabe de las cosas del Estado es también porque sabe las soluciones a los problemas que afligen a la población donde existe ese Estado, sino estaríamos hablando de un hombre muy lúcido del punto de vista teórico que le sirve con sus conocimientos a la humanidad toda y a ningún Estado en particular. Esto quiere decir que para la existencia de estadistas hace falta un país concreto donde ese hombre tan conocedor de los problemas puede aplicar sus conocimientos para implementar las soluciones y entonces la población de ese país dice, “nosotros tenemos grandes estadistas que le dieron tal o cual solución a los grandes problemas del país”.

A mí siempre me inquieta una duda, ¿se puede ser estadista siendo librecambista del punto de vista económico? Porque el librecambio como se práctica en el mundo actual destruye el Estado y si no hay Estado no puede haber estadistas, a lo mejor puede suceder como el caso de Argentina que no tiene un Estado/Nación que defienda el interés colectivo de la población y sin embargo tiene varios estadistas en su haber histórico.

Habíamos dicho que “estadista es aquel político o dirigente versado en conocer de los negocios del Estado”, puede también que exista una versión argentina que es conocer cuáles son los negocios de un país, pero no sabe cuales son las soluciones para que los negocios sean exitosos; es decir, describe acertadamente los fenómenos de los problemas, pero no aporta las soluciones. Entonces, sucede lo que sucede en este país, varios pro hombres de la historia tienen categoría de estadistas, pero ellos no han podido darles bienestar a la población, lo cual también en ese punto seríamos únicos.

Ahora bien, ¿qué pasa cuándo un país tiene estadistas, pero sigue teniendo las dificultades crónicas que padece la población desde siempre? Como puede ser vivir en el subdesarrollo o ser un país dependiente de cosas importantes y estratégicas que tiene fronteras adentro y que por falta de decisión política y ausencias de gestiones no explota ni agregar valor a sus riquezas naturales.

Algunos analistas que toman en broma los problemas del país dicen que existen en el mundo tres formas económicas, capitalismo, socialismo y la economía argentina. Quizás, en esto también seamos novedosos, estamos llenos de estadistas y somos un país que desde hace décadas padece los mismos problemas, lo cual echaría por tierra la definición académica sobre como es un estadista y pondría en duda si Argentina realmente los tiene.

También hay una segunda acepción del castellano, que define al estadista como un hombre “descriptor de la población, riqueza y cultura de cada estado”, lo cual ahí sí tendríamos una forma argentina en tal sentido, porque los dirigentes autóctonos son muy proclives a la descripción grandilocuente de los problemas, nunca en darles las soluciones definitivas, así los dirigentes que supimos conseguir seguirán describiendo a la cultura argentina como un rasgo distintivo o singular de la personalidad del país, sin dar la vuelta la pirámide.

*El autor es historiador y ensayista, su último libro es “Preceptiva sobre San Martin y libre cambio pirático”, publicado por la editorial Editores de América Latina.