Aranguren en plural
Las declaraciones del ministro de energía dejan en evidencia los resultados insuficientes del gobierno para generar confianza. Lo más grave es que habla por él y por sus pares: empresarios que no tienen intención de repatriar dinero a la Argentina.
por Agustín Marangoni
Hay un recurso retórico que aconseja hablar en primera persona del plural para conseguir un tono amable. Es una forma básica, muy utilizada en política, para quebrar la frialdad de la tercera persona del singular. Es distinto decir “El país atraviesa un buen momento”. A decir “Atravesamos un buen momento”. La segunda forma tiene un aire colectivo, integrador y menos rígido. Ahora bien, una cosa es utilizar un recurso retórico y otra es tropezar en un fallido. O en un sincericidio.
Cuando el ministro de energía Juan José Aranguren dijo en una entrevista radial “Sigo teniendo mi dinero afuera. A medida que recuperemos la confianza en la Argentina regresaremos el dinero”, no intentó buscar humildad o un tono amable. Fue concreto. Primero habló de sí mismo. Después de sus colegas empresarios y funcionarios. Aranguren no se refirió a los argentinos como colectivo social. En esa segunda oración se refirió a los argentinos que tienen su dinero en el exterior. El ministro lanzó una crítica feroz por los resultados insuficientes que alcanzó el gobierno de Mauricio Macri en casi dos años y medio de gestión. Está diciendo que no fue capaz de posicionar al país como una alternativa sólida de inversión.
Hasta ahí lo obvio. Pero todavía hay un escalón más de lectura y queda expuesto en la elección del verbo: regresar. Al pronunciar la palabra “regresaremos” el ministro está diciendo que el dinero fue generado en la Argentina y llevado fronteras afuera. Por eso habla de regresar. Aquello que regresa es aquello que se fue. Distinto hubiese sido si utilizaba el verbo traer. Pero no. Y lo dice en plural: el dinero que se llevaron no va a volver.
El número tiene ocho cifras: $88.000.000. He ahí la cantidad de pesos que tiene en cuentas en el exterior, según su última declaración jurada. En total, tiene casi $105.000.000. Es decir, ubicó el 87% de su patrimonio en el exterior y dice que en su país, donde él ejerce como funcionario, las circunstancias no son confiables para regresarlo. Es fácil imaginar qué piensa un inversor internacional si escucha manifestarse en ese tono al mismísimo ministro de energía.
El plural que utiliza Aranguren abraza también a Gustavo Arribas, director de la Agencia federal de inteligencia, que tiene $109.000.000 en el exterior; a Nicolás Dujovne, ministro de Hacienda, con $85.500.000; a Federico Sturzenegger, presidente del Banco Central, con $20.400.000; a Silvia Majdalani, subdirectora de la Agencia federal de inteligencia, con $10.100.000, y hasta el propio Macri, con $6.000.000, entre otros. En total, el 43% de los bienes de los funcionarios argentinos está en el exterior. Ni hablar de los empresarios argentinos que sacan el dinero que generan en estas tierras. Oficialmente hay US$ 244.826 millones en el exterior, según datos del INDEC del segundo trimestre de 2017. La mitad del PBI.
El presidente pasó semana santa en Chapadmalal. Dio entrevistas y, lógicamente, le pidieron opinión por estas declaraciones. Después de relativizar la situación y hasta deslizar que tal vez lo sacaron de contexto –imposible, el ministro fue lineal en sus expresiones– Macri dijo que Aranguren se está haciendo cargo “del mayor despelote que dejaron los kirchneristas”. La respuesta está fuera del eje de la pregunta y vuelve al terreno de la pesada herencia, el cual hace largos meses el gobierno decidió abandonar como estrategia discursiva por cuestiones obvias. Sin embargo volvió. El gobierno no sabe qué decir ni cómo defender a su propio cuadro. La verdad es que no hay cómo defenderlo. De ahí el hueco argumentativo.
El discurso de Cambiemos asegura que el país está creciendo, que cae la inflación, que cae la pobreza, que crecen las inversiones. En paralelo, los integrantes del gobierno hacen con sus bienes diametralmente lo contrario a lo que piden que hay que hacer. Ese cortocircuito tangible entre el discurso y la realidad es el índice más concreto y desalentador que mide hoy el pulso de la economía argentina.
Foto: archivo Ámbito financiero
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