El intendente Carlos Arroyo confirmó que nunca aportó dinero para la campaña electoral. Un piedrazo a Cambiemos y un dibujo certero de cómo funciona el blindaje mediático.
por Agustín Marangoni
Hace meses que el intendente Carlos Arroyo implementó la estrategia del silencio. Sus primeros dos años de gobierno fueron una colección de errores frente a los medios que hizo eclosionar su relación con el gobierno provincial y nacional. Él decía que no necesitaba asesoramiento en comunicación ni coachear su discurso, porque él iba con la verdad, con lo que defendía desde la honestidad. De hecho, el término Honestidad fue central en la construcción de su imagen. Igual que el slogan Campaña limpia, que adornó carteles y afiches en la calle durante las elecciones de 2015. Sin embargo, el lunes pasado decidió hablar. Esta vez asesorado y pensando en 2019, soltó una declaración de alto voltaje: “No aporté ningún centavo a nadie”.
Esas seis palabras equivalen a un piedrazo al corazón de Cambiemos, hoy bajo la lupa de la justicia por más de 500 aportantes truchos que salieron a la luz en una investigación periodística que desde hace más de un mes comanda el periodista Juan Amorín para el sitio de noticias El Destape. Junto con Carlos Arroyo, que figura primero en el listado de la Cámara Nacional Electoral con una contribución personal de 50.000 pesos, aparecen 15 funcionarios municipales y 13 vecinos. Los aportes oscilan entre 50.000 y 16.000 pesos. El total: 713.000 pesos.
El escenario, entonces, queda configurado con un equipo que hizo gala de la honestidad y de la pulcritud de su campaña electoral manchado por las malas nuevas que bajan desde las esferas superiores de su propio partido. Aparentemente usaron sus nombres para blanquear fondos. Habrá que esperar qué nivel de tolerancia muestran desde el municipio. Tal vez alguien decide una renuncia ejemplificadora, acorde al discurso que los llevó al poder. Vaya uno a saber cuál será el próximo paso.
Arroyo aclaró su situación y la de los suyos con el objetivo de despegarse de Cambiemos. Eso es evidente. Y, de paso, fustigar con una crítica que, él sabía, iba a repercutir más allá del cerco mediático que sostienen los medios hegemónicos. El escándalo es monstruoso y ya es objeto de investigaciones a cargo del fiscal federal en lo electoral Jorge Di Lello y el juez Sebastián Casanello, junto al fiscal Carlos Stornelli.
La estrategia de la gobernadora María Eugenia Vidal, el as de espadas de Cambiemos y la más lastimada por este caso, fue acudir a la grieta. Cuando ya no pudo sostener su silencio, sólo atinó a decir que es una denuncia que nació desde el kirchnerismo, pero que igual van a colaborar con todo lo que haga falta. Esa declaración arrastra un error metodológico y una estrategia infantil. La denuncia nació de una investigación periodística, no de un partido político. Y aunque el medio que la publica por primera vez es opositor al gobierno no significa que carezca de precisión, de verdad y de contundencia. Vidal tropieza en el proceso gastado de desacreditar al que dice para silenciar lo que dice. Esa figura se llama Argumento ad hominem y la enseñan como forma básica de falacia en sexto grado.
Este caso seguirá avanzando y tendrá un rebote judicial profundo. Sea cual sea el desenlace. Lo que más asusta de este proceso es el comportamiento del blindaje mediático. En especial, la red del multimedio Clarín, por lejos la más fuerte del país, que actualmente ocupa más del 45% del mapa de convergencia mediática argentina. Además de tener nueve canales de televisión –entre ellos Canal 13, líder histórico del rating a nivel nacional–, más de 140 señales de radio y sus repetidoras –entre ellas Radio Mitre, las más escuchada del país con casi un 35% del encendido–, cinco diarios impresos del alta rotación y cuatro sitios digitales que lideran las estadísticas de consultas diarias a nivel regional, hay que sumar la fusión de Telecom y Cablevisión –la más grande de América Latina–. Clarín pasa a controlar el 42% de la telefonía fija, 34% de la telefonía móvil (20 millones de líneas), 56% de las conexiones a Internet (cuatro millones de abonados), 35% de conectividad móvil y 40% de la televisión paga por cable.
Todo ese andamiaje comunicacional, desde el minuto cero, es la espalda de Cambiemos. Y hoy administra el silencio que necesita el gobierno para frenar lo más posible la visibilidad de semejante escándalo. Lo más probable es que le de un lugar entre sus titulares cuando el gobierno haya terminado de diseñar una contestación acorde a la complejidad del tema. Clarín y el gobierno funcionan en tándem. Pedalean juntos. Política y financieramente.
Para la campaña 2017, Cambiemos contó con una estructura inédita en la historia política argentina. Cruzó datos de una encuesta de 14.000 casos, los resultados de las PASO, las estadísticas de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del INDEC y las conclusiones de un seguimiento milimétrico de opiniones e interacciones en redes sociales. Con esa información valiosísima ensamblaron lo que en la mesa chica del partido denominaron El predictivo. Un estudio que mostró con gran exactitud a quién iba a votar cada uno de los electores. De ahí el cambio en la estrategia discursiva. Ya no más mensajes masivos. Ahora es tiempo de tocar timbre casa por casa, diciéndole a los vecinos lo que quieren escuchar. Esa estructura es de una efectividad asombrosa y cuesta millones. Ejemplo: sólo por mantener un equipo de especialistas que administra las redes oficiales y analiza mensajes opositores, el gobierno gasta cerca de 180 millones de pesos al año. Son treinta empleados con dedicación exclusiva y sueldos que, en total, superan los 800 mil pesos por mes.
Del otro lado está la oposición. Con herramientas nulas si se compara con el imperio empresarial Cambiemos. Y al paso que avanza la concentración de medios y el protagonismo de la tecnología en el análisis electoral, sólo un partido que consiga largos millones para financiar su campaña va a poder competirle en la urnas a semejante dispositivo sociológico de inteligencia y marketing. Cambiemos construye su mensaje todos los días a pura distracción. Con silencios y omisiones. Aumenta un 45% la deuda externa, no se dice nada. Aumenta el riesgo de default por encima de países en quiebra como Grecia, no se dice nada. La mitad del gabinete tiene sus activos en el exterior, no se dice nada. Se encuentran más de 500 aportantes truchos, no se dice nada. Lo importante es invisible. El proceso de comprar visibilidad es caro. Y tal vez imposible. Con esta lógica ganan los de siempre. El único espacio que le queda a la oposición es la calle.
Foto 2: gentileza de QUÉ Digital