“Alrededor de Saer hay una corte de los milagros que cada tanto lo ensalza”
Carlos Bernatek, autor de "Jardín primitivo", utiliza la misma materia prima que Juan José Saer, pero logra un resultado diferente.
En su nueva novela, “Jardín primitivo“, el escritor argentino Carlos Bernatek construye con maestría el mundo desencantado de un grupo de amigos que pasan unos días en una isla santafesina bajo el calor sofocante y reflexionan irónicamente, entre pescado, cerveza y humoradas, sobre el destino marginal de sus vidas.
Publicada por Adriana Hidalgo, la novela de Bernatek sigue los pasos de Ovidio, protagonista de su obra anterior, “La noche litoral”, quien se reúne en una isla con amigos para alejarse de una vida desafortunada y termina envuelto en una ceremonia de asados, groserías e historias que definen con precisión a la cultura argentina.
Según Horacio González, en la novela de Bernatek “parece ponerse en un altar la clásica frase ‘el hombre es el lobo del hombre’ -o de las mujeres-, y donde se expone una moral saqueadora, propia del sobreviviente o del buscavidas. Está teñida de mordacidad y cálculos de una desmesura desoladora sobre el atraco y la rapiña que cada uno ejerce sobre los demás”.
Bernatek (Avellaneda, 1955) es autor de los libros “Larga noche con enanos”, “Voz de pez”, “La pasión en colores”, “Rutas argentinas”, “Un lugar inocente”, “Rencores de provincia”, “Banzai” y “La noche litoral”. En 2016 obtuvo el Premio Clarín de Novela con su libro “El canario”.
El autor habló con Télam sobre el origen de su nuevo libro.
– ¿Esta novela vendría a ser la continuación de “La noche litoral”?
– En realidad lo pensé como una trilogía: Ovidio, que ya era protagonista de “La noche…”, tiene una actitud diferente en “Jardín primitivo”. Está más grande y empieza a recordar, lo que nos sucede a todos cuando pasa el tiempo: empezamos a tener tanto pasado que el presente se va achicando. Si bien tiene una historia en el presente, permanentemente está la vuelta al pasado, a una Santa Fe que ya no existe. Ovidio va a presenciar la ruina que el tiempo hizo con la gente que conoció. Es un tipo marginal y limítrofe. Está a un paso de irse a la mierda siempre. Tiene un discurso políticamente incorrecto y esa es su coherencia.
– ¿Cómo logró que el humor de la novela no quedara forzado?
– Tuve el discurso del personaje claro desde el principio. Como “La noche…”, esta novela se construye alrededor del discurso humorístico del personaje: tiene características generacionales, es irónico, cínico por momentos, algo muy santafesino. El santafesino tiene un manejo de la ironía muy particular para asumir la realidad. Es su manera de sobrellevar la vida. Es el discurso del bar, los amigos, las jodas y la tolerancia para con el otro. Yo no me caracterizo por escribir cosas graciosas, mis textos tienen más de dramático que de cómico, pero lo que me seducía de este texto era que el dramatismo pudiera ser matizado por la ironía de un personaje medio perverso, machista, tan de esa clase media argentina fácilmente identificable.
– Un personaje que lleva el peso de la causa perdida…
– Lo de la causa perdida atraviesa a una clase media muy particular: los que no son ni profesionales, ni terratenientes, y están en una línea de flotabilidad en la ciudad. Hay una cosa rural y una cosa urbana permanentemente en pugna. Por otro lado, está la isla como una ramificación hacia una vida donde hay otras normas, donde la naturaleza condiciona. La idea de la isla -antigua idea de la literatura- me dio siempre materia narrativa. Mucho antes de pensar la novela, me ocurría que llegaba en avión a Santa Fe y veía esa geografía inmensa, lugar indefinible donde no hay límites. Un islario brumoso. Siempre tuve la intriga de llevar vida humana hacia ese espacio no registrado. Para estos tipos que viven tan condicionados por lo social, la isla es como una pequeña liberación que les permite ensayar otro tipo de discurso.
– La isla, los amigos, el asado y las charlas son elementos ligados al universo literario de Juan José Saer, pero esta novela trabaja con un registro muy diferente. ¿Cuál es su relación con su obra?
– Digamos que es la misma materia. Saer es un registro cambiante en el sentido que no es lo mismo agarrar sus primeros textos que los últimos. Me interesa mucho cómo con la misma materia prima se puede dar una vuelta de tuerca y otro enfoque, más ahora que Saer ocupa un lugar mítico en la literatura argentina. Alrededor de Saer hay una especie de corte de los milagros que cada tanto se reúne y lo ensalza. Recuerdo que Juan venía cada diciembre a Santa Fe a pasar la fiestas con la familia, y los amigos cercanos eran sus personajes, estaban identificados. Entonces vos te sentabas en alguna de esas reuniones y sus personajes estaban ahí en primera fila. Eso siempre me dio una mezcla de rechazo y ternura. Era extraño ver a esa gente que se asumía como parte de su obra. Pero el territorio tiene un montón de versiones más allá de Saer. Un poeta importante, Juan Manuel Inchauspe, que repara muy bien en el escenario santafesino, o Guidiño Kieffer, que fue un enorme vendedor de libros que fue trastocando su obra hacia una mirada de bestsellers. Hay muchos autores ignorados en Buenos Aires que en Santa Fe tienen un peso específico muy importante.
– ¿Y cuál es su relación literaria con esa zona?
– Yo soy adoptivo de Santa Fe, no soy nativo. El traslado y la apropiación que Saer hace de Colastiné es una construcción literaria propia de él. Yo no voy por ese lado, no me moviliza hacer una edificación alternativa. Me interesa trabajar sobre la edificación que está. En eso se nota que soy de afuera: tomo lo preexistente como la base sobre la cual construir cualquier experiencia literaria. En esta novela me interesaba rechazar el pintoresquismo. A mí lo que me moviliza no es una cuestión amena, sino el amor-odio que suscita la zona.
– Arlt, Onetti, Laiseca, Fogwill o Consiglio son algunos de los autores que, de alguna manera, guardan una relación con el tono de la novela. ¿Qué otros nombres forman parte de su construcción?
– Generacionalmente ese listado. Y Faulkner, el padre de todos. Esa cuestión del imaginario rural me impresiona mucho en Flannery O’Connor, que para mí es una autora al nivel de Faulkner. También Sherwood Anderson y Erskine Caldwell. Creo que la vuelta de tuerca es esa cosa de ciudad chica donde lo urbano y lo rural no están muy distanciados. Son ciudades que van armando su cinturón de pobreza. Se pudo ver en el casamiento de Messi en el casino de Rosario, que está en una zona limítrofe con la pobreza más extrema, donde hay gente que vive de la basura. Es Kurosawa: el cielo y el infierno pegados, uno al lado del otro.
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