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La Ciudad 31 de mayo de 2024

Alerta de pescadores de la banquina chica: “Se pierde el magrú y se terminan las lanchitas”

Piden que los barcos de altura tengan cupos para pescar la única especie que les queda: el magrú, también conocida como caballa. La historia de Carlos Greco y Ricardo García y una película que profundiza en la posible desaparición de la postal marplatense.

Ricardo García es hijo y nieto de pescadores. Hoy es marinero de la lancha "La Julia".

“Ya tengo 59 y desde los 16 años me mojo la cara con agua salada”. Carlos Greco resume así su vida: es un expropietario de una lanchita amarilla. La vendió hace unos años convencido de que la actividad no tenía futuro en el Puerto de Mar del Plata. No se equivocó. Hoy trabaja como patrón de “Nueva Ángela Madre”, una embarcación que no le pertenece. Cuando el trabajo escasea, maneja un taxi.

Ricardo García es marinero de la lancha “La Julia”. Hijo y nieto de pescadores sicilianos que vinieron de Siracusa -del lado materno-, arrancó con el duro trabajo en el Puerto a los 17 años. Hoy tiene 52 y opina como su colega.
“Se pierde el magrú y se terminan las lanchitas”, indica.

Tras décadas de un progresivo achicamiento de embarcaciones que comenzó cerca del año 2000, hoy solo quedan entre diez y catorce lanchitas, dicen.

En épocas mejores, las lanchas lograron convertirse en una de las postales más coloridas de esta ciudad y hasta en un signo de identidad radicado en la banquina chica.

Junto a otros pescadores, García y Greco se convirtieron en protagonistas de la película “Los últimos“, el primer
largometraje documental que produce la sede local de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN), a través del Centro de Arte y Ciencia. Con dirección de Martín Virgili, realización de Matías Tazza y producción de Candela Chirino, la película se proyectará mañana a las 17 en la sala Astor Piazzolla del Teatro Auditorium. En el filme se cuenta esta realidad con una gran variedad de testimonios.



Cuesta convencerlos para que narren los porqué de esta progresiva desaparición. Greco y García saben que tienen pronósticos pesimistas y fundan esa mirada en la experiencia de tantos años y en la complejidad de una problemática que parece solo preocuparlos a ellos, es decir, a los directamente involucrados.

“Yo tenía mi propia embarcación y la vendí, veía que cada vez teníamos menos recursos, que el recurso no llegaba” a las lanchas, sigue Greco. El recurso es sinónimo de las especies del Mar Argentino que puede pescar una lancha de pequeñas dimensiones que realiza viajes diarios.

En el pasado, una enorme flota de lanchitas salía antes que el sol a pescar “anchoítas, cornalitos, merluza, abadejo, caballa o magrú, corvina y pescadilla”. La zafra de anchoíta era tan exitosa que un pescador podía comprarse una casa al finalizar la temporada.


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Ahora, la realidad cambió. De todas esas especies, a las lanchas solo les quedó como opción la pesca del magrú. “Vienen embarcaciones (más grandes) que llegan al recurso antes que nosotros. Nuestras lanchas solo tienen un radio de 15 millas, más de ahí no nos podemos alejar”, comenta Greco.

Las redes de mayor tamaño de los barcos de altura “barren” el mar y levantan los cardúmenes que, antes, pescaban las lanchas. “A las anchoítas las hicieron desaparecer, no las vemos ni en fotos, antes la pescábamos a tres millas de la costa, salíamos a las cuatro o cinco de la mañana. Ahora las agarran en Rawson”, sigue Carlos.

García es contundente con el diagnóstico: los gobiernos “no ponen cupo (para la pesca del magrú) a los barcos de altura” y estos “agarran todo con la red; cuando el magrú llega a la costa, que es donde la lancha lo puede pescar, las fábricas ya están abarrotadas de magrú”. Así, el precio se desmorona y el magrú deja de tener salida.


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Los pescadores piden lo que ya es un grito colectivo del sector: “Que pongan un cupo a los barcos de altura para que podamos trabajar también nosotros”.

“Acá es un sálvese quien pueda, no piensan en que hay unos cuantos padres de familia que estamos arriba de estas lanchitas, que nacimos arriba de las lanchitas y que tenemos que andar esperando el milagro para sobrevivir”, sigue Greco.

Para García, el dilema del recurso expone otro mayor: el desinterés de las autoridades nacionales, provinciales y municipales en preservar a la pesca artesanal, que es el marco en el que se mueve la actividad. Esto no ocurre en otras ciudades del mundo que también tienen su flota de pequeñas embarcaciones con pescadores artesanales, dice.

A lo expuesto, se suma otro condimento: no aparecen trabajadores jóvenes deseosos de aprender el oficio de pescador artesanal que realizan los veteranos. “No hay reemplazo porque no hay entusiasmo, no le podés decir a un muchachito que va a sacar la libreta (de embarque) que va a cobrar siempre que el magrú llegue, si el magrú lo estamos perdiendo porque lo agarran los barcos”, explica García.

Es por esta problemática que Greco decidió vender su lancha. El interés de muchos compradores radica en quedarse no ya con la lancha, sino con el permiso de pesca que tiene cada una. “Siempre creí que no había que vender el permiso, sino alquilarlo”, propone Greco.

“Para mí, es un error por parte de la Secretaría de Pesca el de otorgar permisos de lanchas a barcos. Los empresarios construyen barcos, le quitan los permisos de pesca a esas embarcaciones y esa embarcación se destruye o queda tirada” en el Puerto, comenta García.

“La gente está cansada, está golpeada, está derrotada, está triste y el Puerto era una alegría”, habla por sus colegas, quienes ya agotaron reuniones formales y encuentros con diversas instancias gubernamentales.