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Cultura 8 de agosto de 2016

Al rescate del premio Nobel de Literatura 1968 Yasunari Kawabata (1899-1972): Sobredosis de soledad

Es el japonés con más influencia en la literatura universal. Los grandes, los maestros, adoran su pluma y su legado literario. Encarna el más fino estilo oriental, al modo filosófico y al modo literario, y lo deja al alcance del entender occidental.

Por Dante Rafael Galdona
Twitter: @DanteGaldona

Cuando la noche es más oscura

Soledad. La soledad que ataca a la inocencia, que forja un destino atormentado, el martirio de crecer para ser invadido por la soledad. Yasunari Kawabata nació para ir perdiendo todo lo más valioso, lo único que, al nacer, nos protege del mundo, siempre feroz. Su padre murió cuando Yasunari Kawabata tenía un año. Su madre dos años después. Luego su abuela materna, quien lo había acogido, y al poco tiempo su única hermana. Su abuelo ciego lo acompañó un poco más. A los 16 años, ya completamente solo, resolvió vivir en una pensión.
Yasunari Kawabata, ya lo sabemos, fue un hombre solitario. Quedó solo y así fue que solo murió, porque llenarse de amigos, en su caso, no evitó una soledad que vino a nacer con él. Porque si de nacer así, como él, sorteando soledades, ausencias, abandonos y olvidos de la muerte, se sale para algún lado, es para el desapego, la abulia, sin lugar para el dolor, que de ese lugar ya se ha pasado hace rato Kawabata, y transita, vive, en el vacío. Luego quiso que el vacío, la naturaleza y el hombre encuentren armonía, y tras ese hallazgo, dijo, fue su obra. Que luego la amistad haya sido un lugar de encuentro, segundos en la eternidad de la noche que fue su vida, no lo hace a Kawabata desprenderse de esa sensación de caer al vacío sin la armonía pretendida, de precipitarse hacia la muerte del Kawabata hombre, humano, en una caída libre que nunca encontró el piso. Sus amigos también lo abandonaron, también sucumbieron al perverso juego que la soledad de Kawabata le había tramado desde que nació. Y también Kawabata luchó hasta el final, dio pelea en una dispar relación de fuerzas, y al fin nadie sabe (pero todos sabemos porque en Japón no hay dualidad y una cosa puede ser la opuesta sin paradojas) si perdió o fue el magnánimo vencedor que, sin humillar a su contrincante, le dio la mano y partió. “Buen juego”, habrá dicho al partir en la modorra del gas que invadía la habitación con vista a la inmensa naturaleza de un mar que no supo contemplar como en sus obras, el 16 de abril de 1972. Y quién sabe, no habrá caído en otra soledad. Porque el suave aroma de los cerezos en flor no fue suficiente, porque el rocío tenue del otoño no calmó su angustia, al final, de perder, en la ancestral práctica del harakiri a su amigo y discípulo Yukio Mishima.

Las escuela de las sensaciones

Nació en Kioto, en 1899, en una familia japonesa de buen pasar económico. Luego de atravesar las pérdidas familiares y crecer con la ausencia a cuestas, ingresó a la universidad de Tokio para estudiar la carrera de Literatura Inglesa, al cabo de un año cambió a la de Literatura Japonesa para recibirse en 1924.
Fue fundador e impulsor, junto a sus amigos y compañeros, de varias revistas literarias que resultaron de importancia para la literatura japonesa. En una de ellas, se crea el movimiento literario que se conoció como la nueva escuela de las sensaciones, en la que se resalta como método creativo la contemplación intelectual de la naturaleza, práctica importante en la poesía del budismo zen, y opuesta al realismo que imperaba en esos tiempos.
También trabajó como reportero de la segunda guerra mundial, aunque en su literatura no parece haber calado muy hondo esa experiencia. Quizá pudo ver todas las atrocidades de la guerra y sentir que su vida y literatura cambiarían, pero quizá también su propia historia personal, única, le hayan proporcionado una coraza protectora contra el mal, a la sazón protectora también de su estilo literario, aquel que buscó la belleza para tolerar el vacío.

La inmensidad del instante

Es tan importante Kawabata para las letras del siglo 20 que prácticamente no hay escritor que no lo muestre como un imprescindible, casi todos lo consideran la expresión acabada de la literatura japonesa, porque fue quien mantuvo la tradición de la literatura oriental (es común encontrar en sus obras elementos de la poesía medieval japonesa, el espíritu de los haikús, la poesía zen) y la acompañó con su pluma a la modernidad del siglo 20, con coqueteos por las corrientes dadaístas y surrealistas.
Tan importante es Kawabata que nuestro más cercano, culturalmente hablando, Gabriel García Márquez, reconoce inspiración de su “Memoria de mis putas tristes” en la célebre “La casa de las bellas durmientes”, una novela que trasciende por la manera natural que asume la perversión en el contexto de la vejez y la belleza, y sume al lector en una atmósfera de rareza de la que cuesta salir. El lirismo con el que relata Kawabata la historia no es otra cosa que el contrapunto de los demonios que las imágenes engendran: ancianos de buena posición económica que tienen como práctica habitual pagar para ver dormir a bellas y jóvenes muchachas desnudas, narcotizadas. No las pueden tocar, ni despertar, ni hablarles, sólo mirarlas y, acaso, dormir también. Y esa atmósfera de perversión en la que cuesta entrar y salir, porque Kawabata sabe atrapar, genera una trama de un erotismo acuciante, donde los ancianos se sumergen en sus recuerdos y son carne de sus demonios. Y como sabemos, para la cultura oriental, no hay dualidad, juventud y decrepitud forman un todo, un instante de unión eterna que da pulsión de vida y pulsión de muerte.
“Lo bello y lo triste” abunda en el lirismo melancólico, el recuerdo, el rencor, el desamor. Kawabata demuestra un refinado sentido de la psicología femenina, dotando a las mujeres de la novela de caracteres sorprendentemente verosímiles. El amor perdido, allá en el tiempo, que acosa al personaje cuando vuelve a ver a quien fuera su amada después de muchos años, lo atormenta y sumerge en una fría sensualidad, un erotismo cargado de tiempo, tribulaciones enmarcadas en un belleza lírica y también pictórica, como demuestran las precisas descripciones de los paisajes montañosos de Japón, en un sentido panorámico, pero también por ejemplo el contraste del verde de un bambú con el rojo de una flor en nacimiento, en el sentido de la belleza al alcance práctico, o una gota de rocío sobre una hoja. Una búsqueda de belleza que traslada al mismo hecho literario desde la inmensidad de la pasión humana a la miniatura del instante erótico.
Para leer a Kawabata, por suerte, hay mucho más. “País de nieve”, “La bailarina de Isu”, “Historias en la palma de la mano” y “El maestro de go” son libros de los que se puede gozar después de haberlo descubierto.