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Cultura 21 de noviembre de 2016

Al rescate del premio Nobel de Literatura 1947: André Gide (1869-1951)

El péndulo entre el deseo y el mandato

Es uno de los más grandes escritores de su época, reconocido por sus pares y por la crítica. Tuvo su lucha interna, moral e íntima, que trasladó a su literatura. El mundo se sacudió con sus obras, sobresaltó a la sociedad burguesa y católica. André Gide, indiscutido.

Por Dante Rafael Galdona

Burgués, cristiano, de buena familia

De un lado, tironeando como un percherón, el llamado del deseo real, el placer sin máscaras y la autoafirmación personal. Del otro, con todo el peso de la cultura pacata y la fuerza del cristianismo, la fuerza de la corrección del parecer impuesta por la pantalla burguesa de las buenas costumbres, las que ocultan a las otras, las que no se deben mostrar porque no es sano.

Porque no es de un buen burgués, cristiano y un chico de buena familia contradecir los mandatos sociales y familiares. Un buen burgués debe casarse con una buena mujer burguesa, aunque esta sea una prima. Porque para la buena burguesía y el buen cristianismo es preferible el incesto a la homosexualidad.

Para ellos los impulsos homoeróticos son manifestaciones de mentes enfermas o poseídas por el demonio, entonces se debe proteger a quien ha caído en las garras del mal con un bonito e incestuoso casamiento que libre de la enfermedad o el infierno al desviado André Gide, y que además disipe las dudas sociales y acomode su vida a la buena vida francesa, burguesa y cristiana.

La vida de André Gide fue un péndulo entre esos dos extremos. A veces el péndulo tomaba tanta inercia que golpeaba con virulencia en una de las puntas, y el estruendo hacía sobresaltar al mundo. Sobre todo al mundo de la religión. Sobre todo a la Iglesia Católica.

Quizá tenga suerte y el dios cuyos dogmas gobernaron la moral de la familia Gide exista para encargarse de sus almas. De su vida y su obra, breve y humildemente, nos encargaremos en esta columna.

Nació en París, en 1869, en el seno de una acaudalada familia burguesa de padre protestante y madre católica. Su padre, un abogado y profesor de derecho de gran renombre, falleció cuando André tenía once años y entonces su cuidado recayó en la férrea disciplina intelectual de su madre, acompañada también por una inclemente concepción cristiana de la vida, lo que habitualmente generaba en André una atmósfera de sofocamiento moral que terminó horadando su personalidad hasta llevarla a puntos de angustiantes contradicciones entre la moral impuesta y el hedonismo.

El salvoconducto moral

Todos los sobresaltos morales que padeció en su vida desde temprana edad y las dolorosas escamas que le dejó la educación familiar encontraron un salvoconducto en el genio artístico de Gide, su literatura fue el recipiente de angustias y broncas irresueltas, el objeto transicional que llevó a Gide desde una educación cercana a la perversidad que tenía destino trágico hasta convertirlo en un hombre de letras hecho y derecho, éticamente correcto, responsable de su obra y consciente de su influencia en el mundo.

Los libros de Gide, casi en su totalidad, no son más que ejercicios de sublimación de impulsos. Y no por esto son literatura menor, muy por el contrario. André Gide es uno de los escritores más importantes de su siglo, su obra goza de un prestigio entre colegas difícilmente equiparable para otros literatos.

André Gide, a pesar de sí mismo, se convirtió en un hombre moralmente intachable y su ejemplo es tomado en cuenta hoy en día por muchos. La obra de André Gide, a pesar de su función íntima, es de una excelencia inusitada.
De esta manera llega tempranamente a la literatura. A los dieciocho años publicó su primer libro, “Los cuadernos de André Walter”, un diario íntimo de tono autobiográfico al que matizaba con la más exquisita ficción, formalmente inmerso dentro de la corriente de los simbolistas.

A los veinte años, asqueado de la sociedad francesa e impulsado por un instinto homosexual que en ese momento no sabía dejar salir, viajó al norte de Africa, una aventura que realizó junto a un amigo y en la que el péndulo de su vida por primera vez alcanzó el lado opuesto al de la opresión puritana: se encontró a gusto con su ser interior y declaró abiertamente su inclinación sexual. Pero como si fuera un estigma, no todo fueron buenas noticias para Gide, cayó gravemente enfermo de tuberculosis, y de esta enfermedad tuvo que reponerse en el inclemente desierto africano.

Poco tiempo después el péndulo continuó su movimiento y se balanceó hacia la otra punta. En 1895 decidió casarse con su prima, un raro y enfermizo amor que se le había despertado en la adolescencia. Era un amor alejado del plano carnal, pues él mismo confesó alguna vez nunca haber sentido deseo sexual por una mujer; era más bien un amor resultante del perverso derrotero que su formación familiar le había provocado, una fijación, mera idolatría.

Al morir su madre, André Gide heredó una cuantiosa fortuna que le permitió dedicarse holgadamente a la literatura.

Con el péndulo nuevamente en el otro extremo, por ese entonces defendió públicamente a su amigo Oscar Wilde, quien afrontaba un proceso que lo acusaba de sodomita. Y en el plano literario publica “Los alimentos terrestres”, un poema en prosa de bellísimos pasajes donde exalta el hedonismo y ataca al puritanismo.

Crispando a la Iglesia Católica

Ya entrado el siglo 20, junto a un grupo de escritores amigos, funda la que sería la revista literaria más importante de Europa, la “Nouvelle Revue Française”, en la que, con espíritu solidario para con escritores nóveles, darían lugar a casi toda la vanguardia de la época.

Llegó a la novela con “El inmoralista”, donde plantea por primera vez el conflicto típico de toda su narrativa, la lucha en el interior de un hombre entre la moral puritana y la verdadera identidad.

Pero es en “Los sótanos del Vaticano” donde Gide hace un quiebre fundamental en su obra y, si bien el conflicto presentado es el mismo de sus novelas anteriores, la novedad para su obra, y en realidad para la literatura occidental del siglo 20, está en que aborda el tema con sarcasmo e ironía. Una sátira a las costumbres del catolicismo en la primera mitad del siglo 20.

El péndulo hizo un estruendo y sacudió al mundo entero. La Iglesia Católica prohibió sus libros y con ello llegó su éxito mundial, aunque la calidad de la novela de por sí ya lo mereciera.

Luego, el péndulo y su vaivén. Comulgó con el comunismo y se arrepintió tras visitar en los años treinta a la Unión Soviética. Luego, todas sus recomendables y exquisitas obras: “Diarios”, “Corydon”, “Viaje al Congo”, la imperdible “Los monederos falsos”, un gran libro donde además de escribir novela teoriza sobre ella, como hiciera Cortázar en “Rayuela”, lo que muestra un espíritu de búsqueda e inconformismo artísticos. Y una vasta producción imposible de analizar en este espacio.

El péndulo de André Gide se detuvo el 19 de febrero de 1951, como legado y prueba de ese movimiento que por momentos era un suave vaivén y por momentos un furioso torbellino pero que siempre llegaba a los puntos extremos, queda su extensa, deslumbrante, inspiradora y vanguardista obra literaria.