Al rescate del premio Nobel de Literatura 1934: Luigi Pirandello (1867-1936)
La realidad y lo verosímil
Por Dante Rafael Galdona
Twitter @DanteGaldona
A pesar de adherir a una ideología política despreciable, Pirandello goza de cierta valoración artística positiva. Hoy sus obras de teatro siguen siendo representadas. Sin prejuicios ideológicos, son piezas absolutamente disfrutables.
Salir de la caverna
En su alegoría de la caverna, Platón intenta demostrar la distancia casi insalvable entre la realidad y su representación, entre las cosas como son y como los mortales las vemos, entre la esencia y la forma, entre la cosa y su nombre. La mayoría de los mortales debemos, según Platón, conformarnos con ver la imagen proyectada de las cosas, mientras que el filósofo podrá liberarse e ir hasta el lugar donde las cosas y su esencia existen y volver para darnos su parecer, para contarnos aquello que nos está vedado por el lugar que nos toca ocupar en el mundo.
Flaco favor nos hará el filósofo porque tendremos por cierto sólo aquello que vemos y tendremos por loco a aquel que ose, como Sócrates, explicarnos mediante el razonamiento, ya que no podemos verlas, la esencia de las cosas. Sólo el nombre de las cosas podemos conocer en el mundo sensible, pues éste y el mundo inteligible son dos mundos paralelos. Al primero se llega a través de los sentidos, al segundo a través de la razón.
Empezamos esta columna con uno de los más importantes esquemas de la filosofía, aunque Pirandello estaría en desacuerdo, porque fue tajante al afirmar que su obra no tiene nada de filosófica, que nadie se empecine en buscarle la raigambre o proyección filosófica a sus textos.
Pero sucede que Luigi Pirandello superpone ambos mundos platónicos, sucede que Pirandello, contra su voluntad, es filosófico aunque reniegue.
La constante lucha caótica entre el ser y el representar, entre la vida y la realidad, entre la verdad y lo verosímil, es la razón de ser de la obra de Pirandello, y eso, mal que le pese, son temas esenciales a la filosofía, aunque en este caso con la careta del teatro.
En busca de la esencia
Pirandello nació en el año 1867 en una aldea de Sicilia, Italia, llamada Agrigento. Su padre era un industrial de buen pasar económico dedicado a la producción de azufre. Su familia, de ideal burgués, y por lo tanto antifeudal, apoyaban la reunificación italiana, entonces dividida en provincias feudales. Pero una serie de inconvenientes de índole político y económico le esperaba a la familia Pirandello.
Entonces el joven Luigi vio cómo su familia se disgregaba y era víctima de una estafa comercial, claramente los sentimientos reinantes en su familia no eran lo que se dice de absoluta alegría. Una familia que supo gozar de los privilegios del dinero y que luego debió acomodarse a nuevas formas de sustento aportaron gran parte de la atmósfera melancólica, cínica y pesimista que Pirandello retrataría en sus obras.
Pero no obstante las desaveniencias económicas y una relación distante con su padre, Luigi Pirandello supo ocuparse con éxito de los negocios familiares en la mina de azufre.
El llamado de la vocación artística sería más fuerte que la pasión por la administración de las finanzas familiares. Pirandello, a punto de casarse con una prima, en parte por amor y en parte con el objetivo de cuidar la economía familiar, decide inscribirse en la universidad para estudiar la carrera de letras. Pasó por tres universidades, dos italianas y una alemana, donde se doctoró con una tesis escrita en alemán referida al dialecto siciliano que conoció en su primera infancia.
En 1894 se casó con quien fuera madre de sus hijos y al poco tiempo la mina de azufre de su familia colapsó tras un terremoto. La ruina económica fue inminente y Pirandello debió trabajar como docente para sostener a su familia, además de sortear una fuerte depresión.
Con el nuevo siglo, en el año 1904, llegó la que sería su primera obra literaria exitosa, “El difunto Matías Pascal”.
El éxito lo animó y Pirandello continuó con su búsqueda artística probando con cuentos, novelas y poesías. Pero le esperaba un lugar de privilegio en la historia de la dramaturgia. Hoy en día sus novelas y cuentos, y mucho menos su poesía, no son recordadas cuando se habla de Pirandello, aunque muchas de esas obras son de gran calidad. Hoy en día Pirandello es sinónimo del mejor teatro. Pirandello, se dice, es el responsable y precursor del existencialismo de Jean Paul Sartre y de Samuel Becket, dos grandes autores también premiados con el galardón del Nobel.
No hay nada más feo que dar malas noticias: Pirandello fue un fascista confeso, militante y defensor del régimen de Mussolini, incluso fue funcionario de su gobierno. Es famosa, y repugnante, su frase “soy fascista porque soy italiano”.
Murió en 1936 tan convencido como siempre de su fascismo.
Volver a la caverna
Hoy en día, a pesar de que ha pasado más de un siglo de muchas de sus obras, se puede ver alguna de ellas en cartel. Como “Seis personajes en busca de autor”, una obra que adelanta el absurdo, donde personajes de una obra de teatro (y en esto también es precursor, la idea del teatro dentro del teatro) irrumpen en otra obra, pero muchos de ellos todavía están en proceso de creación y lo que vemos es una esencia que no ha terminado de formarse, algo así como criaturas incompletas que buscan darse razón de ser a sí mismos, pero para eso necesitan a un autor, puesto que ningún personaje es dueño de su destino y forma final.
Y aparece entonces la gran apuesta y fantasma de Pirandello, la difusa y caótica línea que divide lo real de lo verosímil, la incapacidad el teatro realista de dar respuesta a todas las variantes de la realidad.
Y en toda su obra, Pirandello ahonda en el problema de la existencia y la esencia, en la tragedia de que a través de la realidad se es incapaz de captar la esencia del ser humano.
El “pienso luego existo” cartesiano a Pirandello no le alcanza, ni siquiera el hecho de pensarse le confiere al ser humano una existencia real. Para encontrarse con su esencia el ser humano necesita otros caminos, Pirandello intentó marcarlos con su obra.
Y sucede que con Pirandello, sobre todo con sus obras teatrales, nos sentimos desatados de las cadenas de la caverna, y vamos hacia la luz y nos ciega, pero al final vemos, con los ojos ya acostumbrados al fulgor de sus palabras, la pureza de su obra, y el idealismo incandescente poco a poco deja paso al goce real de sus textos.
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