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Cultura 11 de julio de 2016

Al rescate del premio Nobel de Literatura 1929: Thomas Mann (1875-1955)

En la cima de la montaña

Por Dante Rafael Galdona
Twitter: @DanteGaldona

Estricto, estudioso, aplicado y soberbio. Trabajador, políticamente correcto, su biografía parece tan trabajada como su obra. Thomas Mann se inventó un personaje que llevó consigo. Nadie sabe, al leer su biografía, cuánto hay de su vida en ella.

Autor de sí mismo

Se resiste al elogio. Es un premio Nobel indiscutido, pero hay algo en Thomas Mann que no fluye como debiera. No es su obra, tampoco su biografía, y si ésta lo fuera, poco importaría ya que después de todo lo que vale de un escritor son sus libros. ¿Son sus libros? Es decir, ¿la obra es todo lo que importa de un escritor?
Pareciera que Thomas Mann no estaba tan preocupado por su obra como por su biografía, por cómo quería ser visto en vida y recordado después de muerto. Y esto asumiendo que trabajaba incansablemente en sus libros, infinitamente más que muchos escritores profesionales. Se encargó de dejar suficientes indicios para sus biógrafos, no de todo, sino de lo que quiso que se contara de él y de cómo quiso que se cuente su biografía, incluso de cómo quería que se leyera su obra, de cómo quería que se interpreten sus libros.
Thomas Mann se aleja de la imagen tan común del escritor bohemio, atormentado, ecléctico, excéntrico y se viste con la elegancia del estudio y el trabajo consciente. Mann es más un profesional, estudioso y dedicado a su oficio, un hombre de laboratorio, un intelectual de biblioteca, aunque no a la manera de Borges, quien no elegía ese lugar sino que no podía escapar de él, un hombre que no sabía más que de literatura, filosofía y teorías de todo tipo pero sin materialización práctica. Thomas Mann elige, cómoda y estratégicamente, ubicarse en esa pose. No hay vivencias, hay un estudio pormenorizado de las realidades y personas para llevarlas a la ficción con suficiente veracidad.
Su hermano Heinrich fue peor escritor, pésimo en opinión del propio Thomas, importante en círculos culturales de la época, un intelectual famoso y escuchado en la Alemania de principios del siglo 20, pero absolutamente intrascendente en términos literarios. Pero quizá fue un tipo bastante más frontal, mucho más visceral y puro en sus ideas y opiniones, más incorrecto políticamente, en fin, más natural.
El debate entre ética y estética es una constante en la vida de Thomas Mann y, fundamentalmente, en la relación con Heinrich. Nunca acabaron en un todo de acuerdo en cuanto a opiniones acerca del deber ser del arte y de la política.
De estirpe burguesa, quién sabe si por una cuestión de marketing o por reales convicciones, fue variando sus opiniones políticas desde la natural derecha de su clase hacia una tímida izquierda.

El contrapunto

Durante la primera guerra mundial, Thomas Mann defiende el nacionalismo de la Alemania guillermina, quizá por comodidad o quizá sin advertir el grave peligro para Europa de tales posiciones. Su hermano Heinrich, por el contrario, adoptó la posición opuesta, la correcta, unido a una importante cantidad de intelectuales de la época que advertían de tales peligros. El enfrentamiento entre hermanos se hizo evidente no sólo en sus opiniones, sino también en su relación fraternal: se negaron la palabra.
Concluida la guerra, Thomas Mann reconsideró su posiciones políticas y reconoció sus errores. Se acercó así a una postura prodemocrática. En el año 1929 le otorgaron el premio Nobel por una novela publicada en 1901 “Los Buddenbrook”.
Durante la década del ’30, nuevamente se debatió entre opinar públicamente y proteger la libre distribución de sus libros. Tardó en enfrentarse al nazismo hasta 1936, ya exiliado.
Mientras su hermano se acercaba al comunismo, Thomas Mann, viviendo ya en Estados Unidos, trababa amistad con el presidente Roosevelt.

La perfección mágica

“La montaña mágica” es considerada una de las mejores novelas de todos los tiempos. Probablemente sea cierto. Tiene todo lo que tiene que tener una novela para ser considerada una de las mejores de todos los tiempos. Pero algo en ella hace sospechar que también se trata de un mecanismo ideado específicamente y con precisión de joyero para que se trate de eso. Es original, está redactada con un estilo único, sus conflictos son potentes, la trama es atrapante y los elementos y recursos utilizados encajan perfectamente. Y perfecto parece ser el adjetivo justo para “La montaña mágica”. Y aquí la paradoja, nada le falta para ser perfecta y al mismo tiempo le falta esa pequeña gota de caos que tienen las grandes obras de arte. Es que Thomas Mann tuvo en cuenta todas las teorías y esquemas literarios y filosóficos de la composición artísticas pero se le escapó el principio de incertidumbre, de haberlo hecho, “La montaña mágica” tendría esa pequeña dosis de imperfección imperceptible que la haría perfecta en los planos técnicos y en los planos viscerales del arte. Al mismo tiempo llegamos a la doble paradoja de Thomas Mann, el hecho de que no haya tenido en cuenta el principio de incertidumbre es deliberado o un olvido real. Una paradoja que se cierra sobre otra. Nunca lo sabremos.
“La montaña mágica”, novela perfecta e imperfecta, pero imprescindible, leerla es saber por qué Thomas Mann es tan importante en la literatura universal.
Con “La muerte en Venecia”, una novela anterior y mucho más corta, Thomas Mann expone cierto ideal platónico de la belleza. Es una novela que se puede leer en clave homoerótica y tildarse de una novela menor. Pero ha adquirido cierta trascendencia otra lectura un poco más profunda, que supone la exposición de alguna teorías filosóficas importantes y bien plasmadas, como la clásica belleza apolínea que tan bien trabaja Nietszche en “El nacimiento de la tragedia”, o el famoso ideal de amor platónico. Mann era un gran admirador de su compatriota. Más allá de eso, es una cuestión de gustos literarios. Es una novela prolija y meticulosamente creada. Y nada más.
Mejor aún es “Los Buddenbrook”, mucho más imperfecta y por lo tanto más humana y más carnal que “La montaña mágica” y mucho más profunda y directa que “La muerte en Venecia”. “Los Buddenbrook” apunta al corazón de sus conocidos, de su pueblo, muestra y describe la historia de tres generaciones de una familia de la alta burguesía alemana en la época napoleónica, una era marcada por la decadencia de la aristocracia y el ascenso social por mérito y no por linaje. La familia Buddenbrook pertenece a esa burguesía pujante y sus aspiraciones son a lo grande. A través del relato minucioso y preciso de los personajes, de las situaciones y diálogos, y de la forma de vida de la época, Thomas Mann desnuda la hipocresía y decadencia implícitas de una sociedad desigual y moralmente inestable.
“Los Buddenbrook” es la razón por la que le otorgaron el premio Nobel y la justificación absoluta de su fama literaria.



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