Aguerre: “El surf no sólo es un deporte, también es un estilo de vida”
El marplatense relata cómo su deporte sorprendió a todos, superando a los tradicionales, y ahora fue confirmado de forma permanente en los Juegos. También analiza su creciente popularidad.
Aguerre surfeó como nadie la ola olímpica. Y, tras 22 años de lucha, logró su sueño. Foto: Diego DiYorio.
Donde había 20 surfistas, hoy hay 40. Donde había 50, hay 100. Mar del Plata, además de una ciudad hermosa, es la Capital argentina del Surf y cada día se nota más. Cuando uno desanda el camino que recorre la costa de la ciudad observa muchas tablas arriba y dentro de los vehículos. Se nota un crecimiento exponencial de las personas que hay en las decenas de spots con buenas rompientes que ofrece las playas, desde Constitución hasta Miramar pasando por la ascendente Chapadmalal. No hay un surfista promedio, un estereotipo como el mito podría sugerir. En el agua se ven personas de todo tipo: hombre, mujeres, grandes y chicos. Está claro que la pasión del surf se ha metido en el cuerpo de muchos. “En la playa estamos, por un lado, los surfistas y, por el otro, el resto de la gente a la que le encantaría poder surfear”, desafía Fernando Aguerre, cuando intenta explicar la atracción que genera el deporte que ama, el mismo que llevó -cuando nadie lo creía posible-, a ser olímpico, hace meses, en Tokio.
“El crecimiento se nota en Mardel y en toda la costa argentina, pero también en el mundo. Porque el surf no sólo es un deporte, también es una actividad y un estilo de vida. Que no tiene que ver sólo con cómo te vestís o qué aspecto tenés, sino con lo que te hacen las olas en el cuerpo, la mente y el alma. Ir a surfear te cambia: salís del agua y no sabés qué pasó… Por años pareció que esta sensación era parte de una charla de fanáticos surfistas, pero ahora ya hay estudios, como el de la International Surfing Therapy Association. También hay médicos de organizaciones públicas y estatales en otros continentes, que recetan al surf para enfermedades o problemas, como el autismo, el vértigo, el miedo, la falta de confianza y hasta para gente que estuvo en situaciones traumáticas, como los ex combatientes de guerra. Esto no es del todo nuevo, hace 100 años la gente iba a darse baños de mar y, por caso, sabíamos que las sales del mar cicatrizaban heridas. Pero hoy tenemos claro que esas propiedades curativas van más allá del cuerpo, entendemos mejor por qué la gente va al mar. Allí hay algo que atrae, que hace que las personas vayan a jugar con las olas. El jugar es bueno, imagínate en un ámbito curativo… Por eso el surf crece tanto.
– ¿Que el surf haya llegado a los Panamericanos y a los Juegos Olímpicos potenció esta popularidad?
– Mirá, si bien la gran mayoría de los surfistas no compite en campeonatos, su realización populariza y visualiza el deporte. Es una larga remada, desde aquellos primeros torneos que organicé a fines de 1978 en Mar del Plata hasta esta llegada a los Panamericanos y los Juegos Olímpicos. Todo ayudó a popularizar el deporte. Estos logros para mí nunca fueron un fin en sí mismo, sino un medio para que las personas entiendan lo vital de un mar sano. Mi esperanza es que sirve para que las comunidades entiendan que hay que dejar de tratar a los océanos como un basurero. Esto debe parar porque si se acaba el mar, nos acabamos nosotros.
El proceso olímpico
Es imposible, al hablar de Tokio, no volver atrás en el proceso de una conquista en la que tal vez sólo Aguerre creía. “Algunos me llaman el padre del surf olímpico. Es verdad que lo lideré, pero fue el Duke Kahanamoku (NdeR: hawaiano que disputó cuatro Juegos Olímpicos como nadador y ganó tres medallas de oro). El lo pidió en 1920 pero nadie se puso al frente de la idea. Pero a mí me hizo pensar que era hora de hacerlo. El problema es que no había un proceso claro de cómo lograr insertar nuevos deportes en los Juegos. No tenía un plan ni sabía adónde ir”, relata. En 2008, en una reunión de federaciones deportivas a la que no había sido invitado pero ingresó casi de casualidad, Aguerre mostró los dientes. Y sus ideas, claro. “Les dije ‘¿ustedes conocen los X Games, donde están los deportes jóvenes? Se los perdieron porque se durmieron. Ahora tienen una nueva oportunidad. Hay muchos deportes tradicionales que ya no le interesan a la gente, es necesario un cambio’. De repente, yo les estaba diciendo cómo debían manejar el tema y me miraron como diciendo quién es éste, quién se cree que es… No lo entendían, yo no era parte de su universo. Pensé ‘a estos tipos no les interesa’. Pero de repente uno me dice, ‘espera, necesito presentarte a alguien’ y vuelve con alguien más joven, vestido con onda y nos dice ‘ustedes tienen que hablar’… Era Christophe Dubi, el nuevo Director de Deportes del COI. Me escuchó con atención por una hora y así empezó la nueva ola”, recuerda.
Aguerre pensó que la inserción llegaría en 2009 para entrar a los Juegos de Río 2016, pero el camino resultó más largo y la chance llegó en esa ciudad, pero para entrar a Tokio 2020: “Fue la ola más larga de mi vida, estuve remándola durante 22 años”, remata. Y, cuando llegó el momento, fue soñado. “En el 2020, cuando debieron realizarse los Juegos, no hubo olas de más de 50 centímetros en los días que estaba estipulada la competencia. Para el 2021 necesitábamos un milagro. Y sucedió. Llegó un tifón a Tokio en una época donde no los hay y tuvimos excelentes condiciones de olas. El presidente del COI, Thomas Bach, nos visitó en nuestra sede, estuvo casi tres horas y se fue haciendo el shaka (señal típica del surf con dos dedos) y diciendo aloha (significa hola o adiós en hawaiiano). Ese día le mostramos lo que somos y el valor que le podíamos dar al movimiento olímpico. Durante nuestro almuerzo, mirando las olas, le dije que nosotros no queríamos estar una vez sino mantenernos permanentemente como parte del programa deportivo”, explica.
Cambio de paradigma y balance positivo
El 9 de diciembre, el COI fue mucho más allá de lo imaginado, en su búsqueda de modernizar los Juegos: suspendió el boxeo, el levantamiento de pesas y el pentatlón moderno, y al mismo tiempo anunció que el surf (junto al skate y la escalada) quedaría de forma permanente, como soñaba Aguerre. “Es un cambio de paradigma, el mayor de la historia olímpica. Es el pasado versus el futuro. Se los dije hace 13 años y me miraron como si fuera un loco. Pero es así, hay que elegir y el COI eligió. Hoy el surf está en todos lados, hay más de 50 millones de surfistas en el mundo. Hasta los futuros reyes de Noruega y Dinamarca son surfistas. El surf pasó de ser el underdog (el débil o no favorito), el outsider, a poder ser el protagonista del cambio que se viene”, comenta Aguerre, quien no quiere ser llamado “dirigente ni empresario” sino que prefiere definirse como un “idealista práctico, un filántropo y un organizador serial”.
Fernando cuenta que Bach y los dirigentes “quedaron sorprendidos con la camaradería del surf que vieron en Tokio. Luego de la final de mujeres, la campeona y subcampeona estuvieron abrazadas, emocionadas, por 6/7 segundos. El surf genera amor. Y, además, en el COI tienen claro que el surf les ayuda a cambiar el profile de quien mira los Juegos. El promedio era de 54 años y saben que debían bajarlo. Por suerte me escucharon. Fue un trabajo de hormiga, me los fui ganando de a uno, en charlas en el bar, en la cena y el ascensor. Formamos un tejido indestructible que ahora completaremos con un informe que preparamos, con los muy fuertes números de redes sociales durante Tokio. Les demostraremos el retorno de la inversión que hicieron con nosotros”, explica.
El surf olímpico se muda a Teahupoo
Tanta confianza le tienen a Aguerre y a la ISA que para París 2024 aceptaron que, por segunda vez en la historia, un deporte se dispute en otro continente. No fue fácil, pero el presidente de la ISA logró que se dispute en Tahití, en la mítica ola de Teahupoo, una de las rompientes más desafiantes del mundo. “Es algo revolucionario. Sólo pasó una vez, en Melbourne 56, en equitación por el difícil traslado de los caballos. Esto habla de la flexibilidad del COI ante un mundo cambiante. Como se vienen deportes que son muy convenientes pero las condiciones no son las ideales en ese país o ciudad, aceptan llevarlo a otro. Chopo, como le dicen (Tehaupoo en tahitiano)m tiene olas míticas en esa época y, además, será el retorno del surf a la Polinesia. Ahí nació la cultura que un día desembarcaría en Hawaii. Será un poco volver al principio, será diferente y muy especial. Claro que vivir en una villa olímpica es una experiencia increíble, pero no siempre se puede estar. En Tokio la mayoría de los surfistas no estuvieron porque se estaba a casi dos horas de la playa. Lo mismo pasa con la ceremonia de apertura, hermosa también, pero en la vida nada es perfecto. Hay mucho más para ganar que para perder con hacerlo en Tahití.
Nueva inversión en Mar del Plata
-¿Qué te impulsó a que hayas apostado a poner un local más del mítico Ala Moana Surfshop, en este caso en Chapadmalal?
-Todo lo que hago tiene una raíz emocional. Siempre. Históricamente mi familia fue gente de playa y nosotros crecimos amando esa cultura. Siempre veníamos a las playas del sur de Marpla, a mi mamá le encantaba traernos, aunque quedaban lejos. Aquí transcurrió nuestra vida a edad temprana. Y en este caso no es volver sino seguir en Chapa. Abrir un Ala Moana aquí es especial. Restauramos la casa justa y la adaptamos para que tenga algo como las hawaiianas y otro poco de las californianas. Está lleno de tablas históricas, únicas, como una firmada por los 40 primeros surfistas olímpicos. Y hay muchas fotos contando este largo siglo del surf. La historia de nuestras vidas, en definitiva. Tiene también un jardín con árboles y una enorme palmera, con un escenario en el fondo para tertulias surferas, películas o charlas, como el que realizamos estos días con Donald (cantante mítico) y Fernando Ruiz Díaz (líder de Catupecu Machu y Vanthra). Es un lugar ideal para tomarte un té o un café, luego de ir a surfear. Un sitio que realmente es mucho más que un shop. Yo lo veo más como un centro cultural de surf, mi gran sueño.
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