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Cultura 4 de julio de 2016

A sesenta años de Zama, de Antonio Di Benedetto: La memoria, un cuaderno extraviado

Coetánea con Pedro Páramo y El llano en llamas, Zama ingresa en un territorio nuevo. Rompe con el pintoresquismo regionalista y convierte a la espera en más que una circunstancia: en una dimensión existencial.

Por Eduardo Balestena

En 1956, un joven periodista y escritor mendocino escribió en una casa vacía, aprovechando una licencia en el diario donde trabajaba, una novela que significó -formal y temáticamente- una dirección absolutamente nueva para el género en Argentina y Latinoamérica.
Zama, que no muestra en absoluto las huellas de esa urgencia de la escritura, es la novela de la postergación y la espera de un funcionario americano de la corona española, pero es mucho más. La novela argentina rompe en ella con el pintoresquismo regionalista y adopta otro regionalismo que no se circunscribe a un solo espacio geográfico y, casi coetáneamente con Pedro Páramo y El llano en llamas, ingresa en un territorio nuevo.
Don Diego de Zama espera en una Asunción del Paraguay casi tan fantasmal como Luvina de Rulfo, un lugar del cual no hay mención ni referencias precisas y cuya ubicación sólo puede ser inferida a partir de determinadas circunstancias, a ser trasladado a un destino mejor: Buenos Aires, donde lo espera su familia o la apetecida Madrid.
Organizada en tres partes que son marcas de tiempo (año 1790; año 1794 y año 1799), propone ser leída como una novela histórica, propuesta que el texto deja atrás al no dar referencias de hechos políticos ni localizaciones precisas, inaugurando un discurso intemporal al que pueden dársele muchos significados.
Don Diego de Zama no sólo espera noticias de su familia; el traslado a un puesto mejor; su paga -que cada vez recibe con menos frecuencia- sino que va hundiéndose en una progresiva negación: todo lo que hace es inútil (para conseguir ese traslado; ganar el favor del gobernador o simplemente acercarse a una mujer). La espera es algo más que una circunstancia: es una dimensión existencial.
Es en este punto en que la novela deja de ser histórica para convertirse en una alegoría que introduce la temática existencialista en la literatura argentina.
Zama es en el pasado, uno en el cual tuvo una familia y una importancia pero que cada vez se desdibuja más. Marta, su esposa que quedó en Buenos Aires, es una ausencia. Todo vínculo lo es y la soledad emerge y va consolidándose como una valla infranqueable. El brillo de su cargo es algo que sólo él recuerda mientras que la realidad es una degradación progresiva y va hundiéndose más y más en la ajenidad y la miseria (moral y material).
La administración colonial (como nuestras instituciones mismas) es una gigantesca y negra profundidad insondable donde aquello que nos parece legítimo y esperado cae en un abismo sin fin que todo parece negarlo: por empezar lo que es propio de la persona, a la que corroe y diluye por eternas e inescrutables razones.
Pese a las enormes diferencias estilísticas recuerda a textos como Ante la ley, o El proceso, de Kafka, donde todo es oscuro, inabordable y queda situado en el movimiento de los círculos inaccesibles donde las cosas suceden.

Lenguaje sin realidad ni tiempos

No hay una reconstrucción lingüística del pasado. El habla y, más que nada el discurso interior del personaje, es clara, detallada y con giros inesperados.
Un lenguaje intemporal nos evoca el pasado pero a la vez nos ubica en el presente: la metáfora es siempre precisa; una de las más fuertes es la de los peces a los que el agua rechaza y cuyas energías son empleadas no en avanzar sino simplemente en poder mantenerse en “su medio” frente a ese rechazo y que mueren cuando la energía que producen es menor que aquella que el agua les demanda sólo para permanecer.
La urgencia por escribir y por terminar quizás haya sido uno de los elementos que más contribuyó a producir un lenguaje sólido y conciso, de una metáfora tan imaginativa como justa. Tal claridad y precisión nos hace suponer que el lenguaje da cuenta de algo también claro y preciso. Sin embargo, el mundo que muestra es inexplicable como un sueño y todo parece la irradiación de algo que sucede en otro lugar, algo de lo cual sólo podemos apreciar lo que está por fuera.
Acuciado por la falta de dinero busca alojamiento en una casa derruida que parece cambiar y adoptar una disposición incomprensible. No se sabe bien quiénes viven en habitaciones que se abren a sitios insospechados.
En la dimensión de la espera -lo único real- discurre algo que se hace cada vez más irreal.
Con un futuro condicionado por esa espera, que no existe como posibilidad cierta, y un presente vacío queda la memoria de lo que fue y se perdió haciendo del pasado “un cuaderno extraviado”.
Al comienzo el personaje ve en el embarcadero un mono muerto que se agita al ritmo de las olas, como si estuviera por emprender un viaje imposible que recién en esa instancia se había decidido a hacer “y ahí estaba él, por irse y no y ahí estábamos. Ahí estábamos, por irnos y no”. Tanto el cumplir con un propósito como la partida son imposibles y sobreviene la muerte esperando, o bien la vida consiste en permanecer en un limbo aguardando algo que nunca sucederá.
Privado de su libertad y torturado por la dictadura durante un año de cautiverio, Di Benedetto debió exiliarse en España. Murió en gran parte a consecuencia de aquellas torturas en 1986, poco después luego de regresar al país.
También él habrá sentido -como Zama- la terrible dimensión de una espera que nunca se sabe cuánto durará, que entraña la duda acerca de si aquello que esperamos finalmente habrá de producirse o no.
Sylvia Saítta, citando a Italo Calvino, señaló que un texto es clásico cuando nunca termina de decir lo que tiene que decir. Zama es una novela experimental, inclasificable, y al mismo tiempo un texto clásico capaz de serlo por expresar algo de la condición humana en lo que podemos reconocernos. Somos la espera de algo y ahí estamos, por irnos al encuentro de ese algo y no.

Isolda Morillo, una peruana inmersa en China

La periodista peruana Isolda Morillo, que llegó a Pekín de niña en 1980, se convirtió en uno de los primeros extranjeros, y seguramente la primera latinoamericana, en publicar en China poesía y prosa escrita en mandarín y en introducirse en el complejo mundo literario chino.
Morillo, nacida en Ayacucho pero limeña de corazón, hija del también escritor Juan Morillo y con una vida nómada que le ha llevado por tres continentes, es la pluma estrella de la nueva edición de la revista literaria china “Leemos el mundo”, dirigida por el prestigioso librero Xu Zhiyuan, donde la escritora peruana ha colaborado con la novela corta “El amante ideal”, un relato semiautobiográfico, según cuenta en una entrevista a Efe.
“Es una historia bastante sencilla”, comenta Isolda en una tarde de granizo estival en Pekín, “sobre una chica peruana que viene a China con sus padres en los 80 y se encuentra un país donde no habla el idioma y no entiende muy bien las cosas que ve”. Morillo, que en esa infancia vivió con sus padres en el mítico Hotel de la Amistad (por el que pasaron extranjeros de Latinoamérica y otros países “amigos de China” desde los años 50 hasta comienzos de este siglo), cuenta en un monólogo interior los problemas de adaptación y las dificultades para tener amigos y amoríos con los habitantes locales.
También describe el choque cultural inverso que experimentaría después, al salir de China para estudiar, formar una familia o buscar sus primeros trabajos.
La ayacuchana, que trabaja como periodista y suele usar inglés y español en su trabajo diario, decidió dar el salto al mandarín en 2014, tras regresar al Pekín de su infancia y decidida a estudiar un idioma que no acabó de dominar en su primera etapa pequinesa. “Quizá lo que me empujó a ello es que cuando escribo mis noticias o hago mis reportajes de televisión mis amigos chinos no lo pueden ver, para ellos lo que yo hago no existe”, explica. “Empecé a tener la idea de que si quería existir para los chinos tenía que ponerme a escribir en chino, y lo hice muy tímidamente, mostrando mis escritos a algunos amigos, quienes me dijeron que podía comenzar a publicarlos”, añade.
Como regresando a los tiempos predigitales, Morillo se ha introducido en el arcano mundo literario chino de la forma más clásica: yendo a tertulias de escritores en cafés, publicando poemas en sus revistas, participando en lecturas y, en definitiva, siendo un escritor más en un mundo cultural muy desconocido fuera de este país (exceptuando a su Nobel Mo Yan).