A qué se debe el éxito de Stranger things
La segunda temporada estudió a la audiencia para lograr sus objetivos. Aunque no descubre nada, encuentra un tono y una estética que enlaza directo a las emociones. Bienvenidos al laboratorio narrativo Netflix.
por Agustín Marangoni
Puede que Stranger Things esté sobrevalorada. A veces es saludable preguntarse si los fenómenos de mercado se apoyan en el valor real del producto o son consecuencia de una estampida de la cual nadie quiere quedarse afuera. El caso de esta serie producida por Netflix tiene un poco y un poco. La historia está bien, ya la vimos tres mil veces pero está bien. Lo que consiguió es un enlace sólido con el público. Más allá del jueguito de las referencias ochentosas entre los adultos, también supo construir empatía entre niños y adolescentes. La trama fue pensada con astucia desde el marketing. Se buscó –y se logró– una serie masiva apoyada en elementos de culto. Es decir, tiene un anclaje doble. Los guionistas fueron directo al baúl de los recursos de Stephen King para contar la historia de cuatro chicos que se enfrentan a algo desconocido. Desde ahí trazaron mil y una citas de época sin perder la brújula narrativa. El resultado es un éxito mundial.
Lo más destacable de Stranger things es la capacidad de ir hacia atrás y hacia adelante. Igual que en el arte contemporáneo. En una obra bien trabajada, el pasado no es el atrás ni el futuro es el adelante: las preguntas se accionan en los dos sentidos al mismo tiempo. La estética de la serie es un guiño obvio pero inteligente al pasado. Mientras que los tiempos de la narración son actuales, igual que el tono del misterio y los elementos cercanos al terror. Además de contar una historia con chicos ultra queribles, estrategia clásica para captar al público infantil. La historia entonces avanza sobre terreno firme y apela a lo emotivo en todas las direcciones.
Otro punto fuerte son las actuaciones. Eleven, Will, Dustin, Mike y Lucas superan el desempeño de la primera temporada. Además de estar bien dirigidos, tienen una línea ya definida que los identifica y que es funcional al desarrollo de la trama. Will está sometido por un monstruo de otra dimensión. Eleven vive en un estado de transición constante entre tiempos y realidades. Mike está angustiado. Lucas, perdidamente enamorado. Y Dustin aporta tintes de comedia bellísimos que logra sin esfuerzo. Lo mismo para el comisario Hooper, que hasta se anima a mover la cintura con visible gracia antes de ordenar la cabaña abandonada de su abuelo. Del otro lado de la moneda está Winona Ryder y su actuación fuera de registro: su gestualidad está tan forzada que desluce las escenas. Parece un personaje que actúa que está actuando.
Los personajes nuevos están diseñados al milímetro. Max es pelirroja, por ejemplo. Es evidente que el detalle responde un mecanismo de identificación dentro de un grupo de chicos que representa a una minoría. La misma serie se encarga aclarar ese punto. El hermano de Max, Bill, opera como el más malo de los malos: un nuevo y necesario elemento de tensión que descomprime a otros personajes que oficiaban de malos, entre ellos Steve, el exnovio de Nancy. Hay un personaje para cada cliché, decisión que encuentra su punto más evidente en el encargado de los videojuegos. Stranger things es un laboratorio narrativo, su máxima novedad es la combinación equilibrada de recursos. Los hermanos Matt y Ross Duffer se esforzaron para amontonar una tonelada de detalles sin que se noten las costuras. Y salen bien parados.
Ese amontonamiento de detalles –personajes, citas a escenas clásicas, pósters, canciones, diseño gráfico, etcétera– está acompañado por una inercia fabulosa de fans que se encargan de rebalsar las redes sociales con explicaciones y descubrimientos. Los medios de comunicación, por conveniencia, se suben al mismo tren. Así, paso a paso, se ensambló un dispositivo de promoción que convirtió a la serie en una escala obligatoria. Todo un mérito en estos tiempos donde el capital máximo de un producto cultural es su visibilidad.
Dicen por ahí que habrá una tercera y una cuarta temporada. Es lógico que semejante fenómeno continúe. (Dicho sea de paso: los últimos cinco segundos del último capítulo carecen de toda creatividad). La estrategia de Netflix es llevar de a poco a sus clientes hacia un archivo de propuestas ciento por ciento propio. O sea, extender la marca más allá de los límites de un servicio de streaming. Cifras extraoficiales dicen que en los últimos tres meses Netflix sumó cinco millones de suscripciones a nivel mundial. House of cards, 13 reasons why, Narcos y Stranger things serían las cuatro banderas principales del éxito, a las que se suman Orange is the new black y el extenso abanico de opciones infantiles. Son sólo sospechas. Nadie tiene los números precisos del rating, salvo los ejecutivos de alto rango. Lo que sí está claro es que Netflix está imponiendo una agenda propia en el mercado del entretenimiento familiar. Como herramienta de distribución ya está consolidada. Ahora avanza en el desarrollo de contenidos con muy buena puntería.
Netflix es una base de operaciones que analiza en cifras qué nos gusta ver, a qué hora, qué relación hay entre lo que vemos, quiénes somos y cuáles son nuestros comportamientos posteriores a consumir alguno de sus productos. Es una empresa dedicada a revisar sus algoritmos para predecir a la audiencia e invertir. Stranger things es un tanque dentro de esta gramática de mercado. Su éxito es merecido. Pero no es casual.