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Cultura 4 de julio de 2017

A la altura de Buenos Aires

por Odda Schumann

Cuando tenía cinco pesos, el café costaba ocho. Una blasfemia de psicodélico. El molino clausurado y la densidad del aire variable a la altura de Callao. Porque refaccionan la cara del Congreso o porque regalan entradas para el Gaumont. Pero nunca porque se encuentran las ganas de volarlo por mil pedazos por el aumento del gas o porque hay muchos vagos en la calle. De esas zafé, pero siempre anduve un paso atrás. Era como llegar tarde a no sé bien dónde. La milonga del rengo o perderse a la altura de Plaza Serrano.

En todo caso, mirar para arriba o querer encajar aprendiendo a escuchar el saxofón en Parque Centenario o comprar un libro usado en el Parque Rivadavia tras la invasión de mosquitos de verano. Y luego tomarte un mate en un balcón. Porque cualquier cosa que sea Buenos Aires siempre es con un balcón que espía la garganta del pulmón. Y Maribel, que es tan Buenos Aires, quiere tomar el subte para ir a jugar ping pong, cosas que solo son posibles en la capital. Pero salís en bicicleta porque sos joven, y está bien porque hay ciclovía y ella te acompaña con un canasto de mimbre.

Y la noche que empieza a las cinco de la tarde y te agarra con un chocolate y una banda de música eslovena por Estado de Israel y Córdoba y pensás que otra vez el tiempo se detuvo porque las viejas siempre son viejas y el 132 siempre tuvo el mismo recorrido. Pero entonces es uno el que envejece y se distancia de esa atmósfera inerme que no necesita nada para segregarte.

Entonces las mañanas te agotan antes porque ahora son dos colectivos los que te unen al centro, y luego tres. Y siempre todo es lejos porque no tenés dedos en la mano y estás sobre o sub calificado, quedando como bolsa de arroyo estanco, sin proyecciones. Aniquilando semanas de hastío y los mangos que te llevó todo un verano. Pero siempre es la sarna con gusto. El helado barato y el lado norte del obelisco que te sienta, otra vez, a cuidar tu mochila y usar una bufanda naranja para hacer de cuenta que el cambio de día en realidad es imperceptible y lo que realmente importa a esta hora de la noche es pensar que entonces tenés un día más por delante.

(*): www.paramatarlapoesia.com