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Opinión 22 de enero de 2024

A deconstruir

Javier Milei.

Por Marcelo Teixidó

Frente a los resultados eleccionarios del 19 de Noviembre de 2023 que llevaron a la presidencia a Javier Milei, podría ensayarse un sinfín de conjeturas de las más variadas índoles. Por cierto que el enfoque principal en este ámbito, se debiera tener con asiento en la cuestión puramente política y hasta en la llamada “política partidaria” con base en un Estado democrático, siendo la estructura formal de partidos políticos la que se erige como únicamente válida para consagrar como legítimo a un gobierno elegido por el pueblo.

Esto último, históricamente ha conllevado una relación inescindible con un tinte ideológico que nutre a esas fuerzas políticas y le sirven a su vez de sello identificatorio. Pero en las últimas tres décadas, hemos experimentado un fenómeno que es el que nos muestra que la correlación que antes veíamos como de imperiosa necesidad que cada partido político albergara en sus núcleos a personas y/o dirigentes que comulgaran con las ideas que el mismo proclamaba desde sus raíces históricas y sus respectivas plataformas, se ha ido perdiendo y hasta diría hoy reposan en la más vívida formalidad; se puede decir que los partidos políticos subsisten como sellos. La identidad ideología-partido político está en vía de extinción.

Esto se produce con un particular modo de ser en nuestra sociedad argentina, con un acento más marcado aún que en el resto de países latinoamericanos y con mayor medida que en el resto del mundo. Nada es fruto del azar, sobre todo en materia de fenómenos sociales. Es por ello que, partiendo de esta premisa, podremos abordar el tema que nos ocupa y ver las aristas que nos puedan brindar una explicación sobre lo ocurrido en los resultados de estas elecciones.

Dicho esto, creo que después de 40 años del retorno a las instituciones democráticas, debiéramos buscar explicar y dilucidar el panorama de estas elecciones desde una visión que fundamente y nos brinde argumentos respecto del proceder del electorado, enfoque éste de tipo pragmático y a la vez desideologizante, sin dejar de entender válida y respetuosamente al electorado (sin importar su acierto o no en un futuro), so pena de incursionar en opiniones frente a los resultados, con posturas teñidas de soberbia intelectual, que no harían otra cosa que minimizar el valor y respeto del proceder del pueblo en las urnas.

Esto apuntado, cobra valor el enfoque que pretendo dar. Para ello debemos tomar en cuenta que Milei triunfó no sólo con un porcentaje moderado de su núcleo duro (anarco liberales), además de un porcentaje importante de la centro-derecha del Pro; el voto cuantioso de los jóvenes apartidarios y también sin desdeñar el porcentaje aportado por votos del Conurbano bonaerense, si no no se podría explicar que en esa franja del país Massa haya triunfado por apenas 2 puntos de ventaja. Cabe destacar en este aspecto, que contribuyó también al ganador de las elecciones, el voto siempre pendular de parte de la clase media, siempre ésta con los vaivenes que respondieron a los aciertos y desaciertos de los gobiernos de las últimas cuatro décadas, clase social ésta más compenetrada en la mantención de su statu quo que el compromiso con una ideología que la identifique. ¿Cómo podríamos entonces resumir un enfoque sobre este escenario político, buscando una explicación acabada a lo acontecido?

Haciendo una descripción de lo sucedido los últimos 20 años, hemos transitado 16 años de gobiernos kirchneristas y 4 años de Macri. Todo este lapso, tuvo una concentración de votos bien definidos en dos bloques: uno, conformado por los seguidores de Néstor y Cristina (tendencia izquierdista) y el otro con advenimiento en el año 2015 como gobierno enrolado en las filas de la centro derecha de Mauricio Macri, ambos, a mi entender, con resultados desfavorables en términos de crecimiento a nivel macroeconómico y en términos de bienestar para el pueblo de clase media y baja, a salvaguarda del gobierno de Néstor Kirchner en el cual las mediciones en estos dos aspectos socioeconómicos fueron venturosos, ayudado en gran parte por la coyuntura internacional, situación que se mantuvo en el tiempo hasta el final del primer gobierno de Cristina Fernández.

La realidad a partir del año 2011 marca el nuevo camino que se puede tomar como piedra basal para evidenciar como emergente político un escenario que brindó una alternativa de hierro con la consabida “grieta”, con el juego de dos opciones bien claras: una enrolada en las filas del Kirchnerismo, con políticas asistencialistas que encubrían una matriz de corrupción generalizada en los estamentos estatales y la ineficiencia cada vez más creciente del gobierno de turno, con un discurso marcadamente popular (no comparto el vocablo peyorativo “populista”). Esta forma de hacer política se desenvolvió bajo la declamación de asentar sus propósitos en la mejora integral de las clases trabajadoras (lejos estuvo de ello), pero tuvo como resultado nefasto contrariamente la estructuración a nivel social del asistencialismo, con la desnaturalización conceptual de éste término como acto político de emergencia, que debiera obedecer en su implementación únicamente a momentos, épocas o períodos que respondan a cuestiones coyunturales, cosa que no ocurrió.

La otra vertiente política, enrolada en las filas del Macrismo, se nutrió de los conspicuos representantes de la clase alta argentina, con políticas de gobierno proclives a los beneficios de las grandes corporaciones económicas e intereses foráneos, con la consabida anuencia infaltable de los personeros del poder a nivel nacional. Los resultados estuvieron a la vista: recesión brutal, fuga de divisas y empobrecimiento de toda la economía en todos sus estamentos sociales.

Entre estos avatares transcurrieron veinte años sembrados de desesperanza y desazón en el ánimo de la gente, a la luz de los hechos concretos de decadencia económica, social y cultural.

En este escenario político y social del país se realiza el acto eleccionario final el día 19/11/23 el que arroja el resultado que transfiere el mando de un gobierno de izquierda o pseudo izquierda a un anarco liberal, que por cuatro años tendrá el timón del gobierno (veremos si también el poder).

Para ver esto con claridad meridiana , sin caer en facilismos retóricos y análisis reduccionistas, invito a visualizar un escenario político distinto al enfoque tradicionalmente utilizado y sobre todo en consonancia con lo acontecido en otros países latinoamericanos que han experimentado esta alternancia de gobiernos con ideologías extremas. Considero que es menester abandonar la cuestión política para entender precisamente la “política” a la luz de los hechos acontecidos en la última elección, sin que esta postura analítica encierre una contradicción en sí misma. Dicho en otros términos, tratar de entender la política desde un costado “no político”.

Si nos retrotraemos al inicio del trabajo, precisamente al título escogido “A deconstruir…”, estamos en condiciones de ensayar un análisis que explique el fenómeno que nos convoca. Para ello, en primer lugar, hago mención al movimiento filosófico surgido en la década de los años 30 y 40 del siglo XX, el llamado “deconstructivismo”. Este modo de pensar y de ver el mundo por aquellos filósofos de entonces como Jaques Derrida, sostiene que el análisis válido para comprender con claridad la ocurrencia de ciertos comportamientos y posturas de los seres humanos en el más amplio sentido de la visión del mundo, es abocarse a la fragmentación de textos y en ello el filósofo detecta los fenómenos marginales anteriormente reprimidos por un discurso hegemónico. Dicho en otras palabras, hay que deshacer analíticamente algo para conformar una nueva estructura; divorciarse de las viejas estructuras, pero no en una actitud de destrucción plena. Por ello podemos entender al “deconstructivismo” como un desmontaje de un concepto o de una construcción intelectual, mostrando así las contradicciones y ambigüedades que lo constituyen.

A través de la historia, todo pensamiento impuesto en una sociedad ha tendido a anquilosarse, ello producto precisamente de la implementación de políticas desde los gobiernos hacia la ciudadanía imponiendo de alguna manera una cultura que imparte reglas y pautas rígidas en cuanto a formas y estilos de convivencia, todo ello conducido y canalizado a través de plataformas electorales que dominan la mente de las personas, generando fórmulas que son tenidas en cuenta como únicas e irreemplazables, al punto de hacer creer a la gente que son forjadoras de su propio destino.

La postura que aborda el deconstructivismo tiene una doble implicancia: por un lado, no se destruye enteramente todo lo pensado en el pasado y, por otra parte, permite avanzar y progresar con enfoques nuevos y a la vez superadores.

Si ponemos en práctica esta postura filosófica y le damos anclaje político-social frente al acontecimiento eleccionario del 19/11/23, es válido vincular lo sucedido con el modo de pensar “no político” del electorado. El votante ha sido arrastrado desde el gobierno oficialista convocante al acto eleccionario, con la proclama de un relato hegemónico (por ser surgido de los dieciséis años del mismo gobierno y el mismo discurso), en procura de perpetuarse en el poder pese a los estrepitosos fracasos reflejado en los datos catastróficos en términos de pobreza, inflación, inseguridad, caída del poder adquisitivo del salario, caída en el nivel educativo y otros varios.

La otra opción válida de la alternativa en juego en términos tradicionales fue la fuerza encarnada por Patricia Bullrich, quien no pudo ser eco de los deseos de la gente de su sector social por formar parte (a mi entender) del gran fracaso de Mauricio Macri como fuerza de la que ella integró en el gobierno del ingeniero. Por ello la derecha unifica fuerzas con el libertario en un frente electoral oculto, con el guiño y la entrada por la ventana de Mauricio Macri ante la derrota de las elecciones generales de Javier Milei en manos de Massa, previo al ballotage.

¿Cuál es la lectura que hacemos del proceder del electorado ante la alternativa que tenía? Aquí aparece la figura de Milei como opción disruptiva, con una actitud de “romper todo” en el sentido puramente formal pero sin poner en discusión seria y a conciencia del modelo de país y de sociedad que se podía gestar a partir de ese estilo de hacer política, lo que estuvo ausente en la mente de los votantes. La propuesta se asentó en bases sólidas y ciertas como fueron la simple descripción y enunciado de esos datos nefastos de los que he hecho referencia en los últimos 20 años, lo que catapultó al libertario a proclamar un país rearmado de cualquier manera que no sea algo ni siquiera apenas similar a la izquierda gobernante, todo bajo el lema” no queremos más con los mismos de siempre”.

Y nos debemos preguntar…¿Era lo de Milei una opción distinta? ¿Era una propuesta que la gente debiera votar para lograr en el futuro vivir en una sociedad mejor en todos los aspectos? ¿O simplemente un cambio rotundo por el simple cambio o ruptura de lo que estaba vigente sin vislumbrar claramente lo que podía ocurrir después?

El último interrogante es el que se impone pero a la vez es el que se debe cuestionar bajo este modo de analizar la política que ofrezco como herramienta de reflexión. El electorado se pronunció por lo que entendió una tercera opción válida entre Massa y Bullrich, más allá del mandato de ésta última de votar a Milei con el apadrinamiento de Macri, pero en última instancia el “novio de la boda” era el libertario.

Es acá donde se vislumbra esa estructura la que, con su rigidez, es tradicionalmente constitutiva de esa alternancia que hemos mencionado de ocurrencia en los países latinoamericanos de los últimos 20 años: Piñera y Bachelet en Chile; Lula, Bolsonaro y Lula nuevamente en Brasil y así otros más. Ninguna de ellas ha logrado desterrar los flagelos de la pobreza, aunque de mayor o menor medida en cada región.

La gente que votó a Milei ha respondido a varios sectores: clase alta, media y hasta baja y mucho de extracción de la juventud, siendo ésta última la que mejor refleja y gráfica lo que sucedió. La juventud entre 16 y 35 años que aportó un caudal importante de votos presidenciales estuvo, está y estará ajena a recetas izquierdistas y liberales ya que no amalgama con los nostálgicos revolucionarios de los 70 y tampoco con los discursos facilistas y sectarios de los de centro derecha. Toda esta franja electoral (excepto la juventud), altamente heterogénea en su pensar político comulgó con el “gran cambio” sin pensar, tal vez, que el proceder con pretendidas ansias de castigo, pueda resultar volver a convivir en cuatro años con lo que se pretendió castigar y así sucesivamente.

¿Que ocurriría si todo esto se viera bajo la lupa de la “deconstrucción”? ¿Se podría lograr algún cambio de fondo? ¿Se puede instalar en la gente otra forma de hacer y ver política?

La deconstrucción no es un método, ni un análisis ni una simple crítica. No es un método porque no se reduce a un conjunto de reglas o pautas para deconstruir; no es una cuestión analítica porque no se resume en la actitud de separar las partes de ese todo, sino de hacer un trabajo de desensamblaje para poder comprender que hay realmente detrás de todo eso. Tampoco es crítica porque hasta la crítica misma está sujeta a la deconstrucción. No se trata de destruir, aniquilar o demoler las determinaciones, sino de hacer emerger las estructuras que la sustentan y a partir de ello, construir lo que se necesita sobre bases sólidas.

Es que la deconstrucción es difícil de definir como método de análisis; sí se puede decir que tiene como fin el cuestionamiento o desestabilización de las categorías de pensamiento tradicionales. Nuestra forma de pensar las cosas y en este caso la política ha respondido siempre a categorías dicotómicas, fundado ello en la lógica binaria que manejamos y nos caracteriza. Por ello, los conceptos en juego se presentan uno como el opuesto del otro y relacionados en forma excluyente. Con la deconstrucción se trata demostrar cómo uno de los términos de la oposición (el que se quiere aislar o valorar) depende íntimamente del término que se rechaza o se valoriza.

En los términos vertidos, y al decir de Derrida podemos expresar que “El movimiento de la deconstrucción «consiste en el intento de explicitar las contraposiciones del discurso filosófico, a partir de la lectura de los textos de la tradición con el propósito de echar luz sobre las represiones que subyacen a estas determinaciones, los juicios de valor que se incorporan implícitamente y, de esta manera, revelar la lógica (racional) que los articula”.

Para ello, este modo de pensar reflexivamente lo que hace primeramente es enfrentar la realidad a deconstruir. Para ello debemos admitir en el tiempo que nos toca vivir que hoy el mundo está determinado por el reinado del capitalismo en sus más variadas recetas. Después de la Perestroika todos los países en su gran mayoría, se han asentado en regímenes donde el capital es el paradigma a tener en cuenta. Pero no ha de olvidarse que en países como el nuestro y en todo Latinoamérica la conformación del tejido social es dispar y eso exige que la mirada sea componedora de todos los estamentos que la integran.

Se incurre en un error, por un lado, apegarse en forma retroactiva a políticas fracasadas en los últimos 20 años pese a que las mismas han operado bajo slogans muy ligados a la sensibilidad social; tampoco es válido o ha sido válido su contrario, pretender la destrucción total o parcial de los estamentos del estado (en parte útilmente protector) implementados por algunos gobiernos de centro derecha.

Si pensamos en forma deconstructiva en materia política, se puede ver que, por un lado se pueden defender políticas proclives a una inclusión generalizada que se han nutrido siempre de las proclamas de los gobiernos de izquierda, donde el estado cumpla su rol en las áreas que respondan a una protección medida y de asistencialismo ocasional. La aplicación lisa y llana de esas posturas con las recetas de los últimos años se deben abandonar por lo nefasto de sus consecuencias, imponiéndose la necesidad de implementar cambios que nos alejen de las políticas populares obsoletas que no obedecen a la realidad que nos impone el mundo de hoy.

Por el otro costado no debemos perder de vista que en las sociedades capitalistas, en mayor o menor medida, la supremacía de sectores sociales empoderados económicamente sobre otros, aportan valores insustituibles para el andamiaje de toda la sociedad; el pilar económico es el sostén del capitalismo y esto no puede desdeñarse o negarse.

Pero los resultados de estas posturas sustentadas en políticas liberales extremas, han estructurado a la sociedad de desigualdades económicas, con los consecuentes perjuicios a nivel social, de estilos de vida, bienestar y hasta la generación de una disparidad social tal que condenan a muchos a una pobreza extrema. Es menester para ello abocarse a que las variables a aplicar dentro de ese contexto económico tengan el menor reflejo de desigualdad como anhelo que cumpla con la expectativa generalizada de todos los sectores.

No debemos tomar ejemplos de gobiernos o formas de hacer políticas a la europea, porque Latinoamérica y Argentina en particular responden a modos de vida distintos, sobre índices socio económicos distintos y hasta una historia distinta que los forjó.

Dicho de otra manera, hay que resignificar el modo de hacer política, desdeñando el formato tradicional y con un enfoque que yo llamo de revisión de categorías conceptuales en términos políticos, ya que la política no debe dejar de lado como premisa que debe erigirse en una herramienta que brinde los resortes necesarios para la organización social, dando respuestas a todos los requerimientos sectoriales. Es en ese plano donde caemos en el error y se generan estas cosas, donde la voluntad del pueblo se pronuncia sin una convicción clara, seria y menos aún, en su gran mayoría, contraria a sus intereses.

¿Hay una fórmula que denote una nueva forma de hacer política frente a este cuadro descrito? ¿Hay un plan de acción que pueda enfrentar la problemática actual en los países latinoamericanos que brinde soluciones concretas? Para ello debemos poner de resalto lo que se viene gestando desde hace dos décadas por lo menos a nivel mundial: los llamados movimientos sociales postmodernos, que son conglomerados emergentes que han sacudido las democracias occidentales enarbolando las banderas de la diversidad, pluralidad y justicia social, todas ellas sin asiento rígido en ideologías tradicionales. Estas formas de expresar política se manifiestan en un total alejamiento de los estándares históricos, rompiendo moldes en todo sentido, con un marcado menosprecio por la estructura partidaria tradicional en la cual no han encontrado respuesta a sus requerimientos.

Entonces, ¿qué ocurre? Estos grupos representan geopolíticamente a actores de peso que irrumpen en el seno de las democracias actuales. Ya no comulgan con la alternancia tradicional que dominó en el siglo XX entre los movimientos revolucionarios, muchos de ellos asentados en la doctrina marxista ortodoxa, ni tampoco con la otra opción contraria de regímenes totalitarios de derecha, sectarios y avasallantes de los derechos humanos.

Es aquí donde cobra importancia adentrarse en el seno de esos movimientos, penetrar en su naturaleza y abordarlos desde todas las aristas, políticas, sociales, económicas, culturales, etc. y adentrarse en su componente intelectual ideológico, deconstruyéndolos para tener una visión sobre ese nuevo fenómeno social emergente. Existe un nuevo teatro de operaciones donde se enraízan con claridad las aspiraciones de la gente en su más amplio sentido. Siendo de las más variadas formas, esos movimientos engloban pedidos, protestas de todo tipo: económico, social y cultural y con ello todas las áreas que hacen al quehacer cotidiano de la gente como salud, educación, seguridad y otros más.

Al respecto se ha expresado con claridad el filósofo Gianni Vattimo en su trabajo literario “La sociedad transparente”, diciendo entre otras cosas que los gobiernos que han encarnado durante las últimas décadas expresiones totalizadoras de ideas rígidas, con relatos tradicionales basados en viejas fórmulas, pese y en contra de los grandes cambios culturales, ha permitido el advenimiento de identidades locales y grupos fragmentarios de identificación societaria. O sea, entiendo ello, al decir de este estudioso de la conducta humana, que la humanidad ha elegido expresarse en su más hondo sentir y ver el mundo, a través de esos conglomerados que rebasan las estructuras tradicionales que los estados democráticos han elegido e impuesto en alguna medida. “En cuanto cae la idea de una racionalidad central de la historia, el mundo de la comunicación generalizada estalla en una multiplicidad de racionalidades «locales» -minorías étnicas, sexuales, religiosas, culturales y estéticas- que toman la palabra, al no ser por fin silenciadas y reprimidas por la idea de que hay una sola forma verdadera de realizar la humanidad, en menoscabo de todas las peculiaridades, de todas las individualidades limitadas, efímeras, y contingentes”.

Estos movimientos han puesto en evidencia la fragmentación del espacio público, la crisis de los grandes relatos (izquierda o derecha; capitalismo o comunismo, etc.), con la consecuente aparición de lo que llamo “micropolítica”. Estos nuevos movimientos parecen haber dejado de lado el objetivo totalizante, el planteo de reivindicaciones nacionalistas o transformaciones clasistas en un sentido moderno. Sus demandas se encuentran ligadas a la revalorización de la identidad, ya no construida bajo la égida política o productiva, sino más bien sobre su defensa ante la alienación propia de las sociedades contemporáneas.

Es dable poner de resalto el accionar de estos conglomerados geopolíticos en la actualidad, interpretando ideológicamente la insurgencia que conllevan las actitudes contestatarias siempre presentes en toda sociedad. Debe haber una “relectura” del mundo, y en especial en Latinoamérica donde, como dijimos, el tejido social tiene un a conformación distinta al resto del mundo. Se debe enfocar la cuestión desde un deconstructivismo que nos permita abordar y entender ese nuevo accionar ideológico de estos conglomerados sociales para una nueva interpretación de la sociedad como nuevo fenómeno semiótico sin precedentes.

Si tomamos en cuenta este nuevo mundo, no podemos pretender que viejas recetas (otrora tal vez útiles) hoy sean las que lleven a un cambio en procura de un bienestar generalizado en estas naciones del continente. Este fenómeno ha desbordado lo local y hasta lo regional. No respeta límites políticos ni fronteras y menos aún el apego ciego a una política rígida, partidista, que ha estado una centuria etiquetando formas de pensar sin compadecerse en muchos casos con el accionar y menos aún con los resultados que nutren sus plataformas electorales.

Con este enfoque, ¿estarían en juego las democracias? Yo diría que no el sistema en sí, sino la forma de concebirla como remedio “per se” para la problemática social; debiera subsistir como sistema formal que cobije las nuevas conductas y quehaceres sociales. Hoy se ha roto el tablero de la doble ideología; ni siquiera los sistemas mixtos han tenido éxito. La representatividad que es característica del sistema democrático ha dejado de ser tal. Es que la democracia, fiel a su expresión formal, ha perdido peso específico en la credibilidad de la gente, más allá de las posturas ideológicas.

Entonces ocurre el siguiente fenómeno: el surgimiento de los movimientos sociales engendrados precisamente por la falta de representatividad, que estimulan y abonan el terreno sobre el que se construyen esas expresiones, ya de tipo lineal y horizontal, en contraposición a la verticalidad y excesiva disciplina que las democracias han tenido en Latinoamérica últimamente. Hay una imposibilidad de convergencia política entre las democracias formales y las democracias reales.

Los movimientos así instalados no gozan de una organización sustentable, sino que son más bien precarias por el simple hecho que están al margen de los resortes o pilares gubernamentales sobre los que una sociedad debe guiarse, lo que sería la “institucionalidad”. La democracia se ha convertido en los últimos años en un simple bastión o escenario de batalla discursivo, sin respuestas satisfactorias a la ciudadanía.

Las democracias sobreviven y se elevan sobre su propio drama existencial. Los derechos que proclaman y pretenden garantizar cada vez lo son en menor escala, lo que he dado en llamar “virtud paradójica de la democracia”.

Muestra clara de lo analizado precedentemente es sólo ver en la naturaleza del electorado del 19 de noviembre, que un grupo importante de la juventud se aglutinó detrás de la figura de Milei por el sólo hecho de ser un emergente de la disrupción, sin considerar siquiera en lo más mínimo el tipo de estado y sociedad que el libertario pregona; el lema que tuvieron en cuenta y que cautivó a ellos ha sido: el “romper todo”. Por el otro lado extremo, los seguidores del kirchnerismo enrolados en Massa, procuraron mantener con su voto el “statu quo” pese a sus resultados nefastos en los años transcurridos desde el 2011. Así fue que, en estado de flotación, nutrieron de votos a Milei sin convencimiento alguno, pero alejándose de la opción oficialista, y la oposición fracasada, lo que concluímos como se cierra el círculo de la falsa alternancia en términos de futuros beneficios para la comunidad entera.

Se impone la hora de “romper” pero en forma deconstructiva, que no es la destrucción total de lo pasado ni aún lo más inmediato como es el gobierno que precede al ganador, sino abandonar esquemas tradicionales de hacer política; re pensar la forma de concebirla como disciplina. Para ello se necesita una postura crítica de “desplazamiento” que proclame abandonar el pensamiento original de la política para concebirla al amparo de las necesidades actuales. La deconstrucción implica la producción creativa de nuevos significados que conllevan a su vez, nuevas identidades sociales y políticas, que reemplazan a las establecidas previamente, cuidándose de no reproducir sus problemas fundamentales. La deconstrucción interrumpe, fisura, resquebraja, desune todo lo que ha sido fijado o establecido rígidamente.

No siendo un tipo o categoría especial de pensamiento y menos aún, despojada de toda ideología, debemos aplicarla prácticamente a todos los estamentos de la vida humana: social, político, económico, ético, cultural, etcétera.

A modo de colofón, en relación estricta a lo acontecido en las elecciones pasadas del 2023, debemos abandonar el modus operandi que reposa en las estructuras partidarias tradicionales. Es imposible visualizar el mundo, no ya como ha expresado Milei “con los mismos de siempre”, sino yo expresaría “con lo mismo de siempre”. Y es ahí donde la dirigencia con “buenas intenciones” debiera repensar la forma de hacer política, lo que requiere que ineludiblemente se apoye en un movimiento que se geste bajo estos parámetros o patrones de conducción, por cierto distintos. Para ello es menester una voluntad política que lo determine, trabajo éste que debe ser arduo pero no es imposible. Se debe incursionar en el pensamiento de cada uno de los nuevos actores sociales, concretamente de estos “nuevos movimientos” y, bajo la forma de agrupaciones que respondan a sectores específicos se canalice en forma de movimiento generalizado captando las distintas posturas de lo ya existente que representan hoy las expresiones más genuinas de toda la ciudadanía. Obviamente que se necesita para ello un empoderamiento de estos grupos para que, desde las plataformas políticas que se conformen, pueden erigirse en los representantes legítimos del sentir de una comunidad organizada y desde la institucionalidad irrumpir en el escenario electoral, ajeno en un todo a las formas tradicionales obsoletas.

Esto no es más que abandonar esa lógica asentada en una constante oposición de propuestas que se arraigan en viejas recetas que por demás arcaicas no dan ya respuesta alguna a las necesidades, sólo sirviendo de asiento para el mantenimiento de los grandes beneficios de unos pocos en desmedro del resto.

Por cierto que hoy no podemos abandonar así tan drásticamente nuestra estructura política partidaria y los mandatos y formatos de la democracia. Pero lo que sí es menester hacer es someter a la democracia como forma de gobierno a una profunda deconstrucción. La descomposición de sus partes debe ser sometida a un severo análisis que despoje a la misma de sus formas rígidas que aún guarda desde su gestación. El mundo ha cambiado en los últimos 20 años de manera drástica para tener que concebir a la democracia en los mismos términos; más aún ha cambiado en su forma de implementarse como lo fue en el siglo pasado; y aún más desde la polis griega a donde se remonta su génesis. Creo que el tiempo ha pasado un poco, ¿no?.

Es de una imposibilidad palmaria que se pretenda en esta época que dicho formato se aplique sin más en la creencia que nos brindará el bienestar general, cualesquiera sean el slogans de los que se jacten de demócratas. Por ello ha de adentrarse en las instituciones, disciplinas, tradiciones y prácticas de la ciudadanía, vislumbrarla en los conglomerados sociales (movimientos que las representan) y encauzar a estos hacia el nuevo motor de cambio. O sea que, de debiera incursionar políticamente en esos movimientos , disciplinar los mismos y a partir de ellos reconstruir el sistema, que no es otra cosa que tener una visión deconstructiva de esta nueva realidad movimientista.

Obvio que todo lo expuesto se entiende con la erradicación de las desigualdades que se han instalado en la sociedad a nivel económico, sin cuyo destierro, nada será posible. De más está decir que la corrupción debiera ser un capítulo en el olvido. Para ello es imprescindible la obtención de una forma de gobernar donde los representantes honren sus cargos en beneficio de la ciudadanía, creando controles a nivel social que estén a la cabeza de esos nuevos movimientos como actores sociales principales. En este sentido, deberá abordarse la problemática de manera omniabarcante, de modo que todo se haga en consonancia con la realidad existente y a partir de allí recomponer una nueva sociedad con estándares adecuados a los nuevos tiempos.

En resumen, deconstruyamos esta política; adentrémonos en lo que un pueblo necesita, ya no sólo desde sus necesidades básicas de supervivencia solamente, sino desde lo que se reclama respecto de un estilo de vida que lo dignifique e identifique en todo sentido. Ante ello, no queda otra opción válida que la de cambiar la forma de hacer política, si no, nos veremos envueltos en forma constante y eternamente en una vorágine de discursos contrapuestos, en la cual las rencillas partidarias, con sus posturas absolutistas, rígidas y maquilladas de propuestas aparentemente valiosas, no harán más que postergar los beneficios sociales.

Hoy es Milei, mañana puede ser un “Maduro” y así sucesivamente a medida que las generaciones avancen con el propio avance del tiempo, más despolitizadas estarán y más permeable será el escenario para este tipo de irrupciones partidarias que se asientan cada vez más en proclamas puramente formales
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