A cien años de la muerte de Katherine Mansfield, “Sopa de ciruela” recupera su voz propia
Un 9 de enero de 1923 falleció la escritora nacida en Nueva Zelanda pero radicada en Inglaterra a principios del 1900. "Sopa de ciruela" traduce por primera vez al castellano sus cuadernos sin la censura de su marido, quien borró textos completos tras su muerte. Una autora imprescindible que escribió con voracidad páginas que se centran, sobre todo, en el placer de comer y escribir.
Mansfield nació en Wellington, Nueva Zelanda, en 1888 y murió en Fontainebleau, Francia, en 1923.
Por Rocío Ibarlucía
Hay una mujer en Inglaterra que se esconde, adelanta tres cuartos de hora del reloj para almorzar más temprano en un hogar donde la rutina es estricta. “Las ganas de que entre el mediodía con su omelette se me hacen insoportables. El hambre que siento va más allá de las palabras. Un omelette, un café caliente, una rebanada de pan con manteca y mermelada. Tengo ganas de llorar con solo pensarlo”, escribe Katherine Mansfield, en uno de sus tantos textos del hambre.
La comida es protagonista de “Sopa de ciruela”, un libro editado por Eterna Cadencia que traduce por primera vez al castellano textos censurados por el marido de Mansfield, escritora nacida en Nueva Zelanda en 1888 que desde sus 14 años se radica en Inglaterra para desarrollar su carrera literaria. A pesar de su temprana muerte por tuberculosis un 9 de enero de 1923, pudo escribir más de setenta narraciones breves que la crítica ha puesto a dialogar con la obra de Chéjov. Participante frecuente del círculo de Bloomsbury, Mansfield es una figura representativa del modernismo inglés de principios del siglo XX, como James Joyce o Virginia Woolf, de quien además fue amiga aunque también se ha dicho que fueron rivales literarias, como puede advertirse en algunas cartas de ambas autoras e incluso en la correspondencia de Victoria Ocampo a Woolf.
Eleonora González Capria, quien está a cargo de la traducción, las notas y un prólogo convocante a la lectura, realiza una exquisita selección de textos de la autora, que van desde entradas de su diario íntimo hasta bocetos de cartas, poemas, cuentos y relatos, críticas literarias, recetas, listados de compras, gastos y crónicas de un viaje que hizo por Nueva Zelanda cuando tenía apenas 19 años. Todas estas textualidades pertenecen a sus anotaciones dispersas que realizó en cientos de cuadernos, que hoy son una puerta de entrada a la cocina de la escritura de esta autora imprescindible del mundo anglosajón.
Algunas publicaciones en vida de la autora son “En una pensión alemana” (1911), “Felicidad y otros cuentos” (1920) y “Fiesta en el jardín y otros cuentos” (1922).
Además, la investigadora construye en “Sopa de ciruela” un itinerario por los textos de Mansfield que va y viene por diversos géneros, tiempos y espacios, aunque hay un criterio que se sobreentiende a partir de las secciones de este libro: El hambre; El buen beber; En un café; La escasez; Recetas y retazos; En viaje y Entre jardines. Con estos títulos se puede reconocer que el camino escogido no hace foco en la joven escritora enferma de tisis, que ya mucho se ha escrito sobre eso, sino, sobre todo, en su pasión por comer. Mansfield entiende la comida como un espacio de creatividad y un motor para la escritura, como puede leerse en una carta que escribe a una amiga pintora:
“Cuando paso por un puesto de manzanas, no puedo reprimir el impulso de detenerme y mirarlas hasta que siento que me estoy transformando en una manzana yo también y de un instante a otro, por obra de un milagro, voy a hacer aparecer una manzana que saldrá de mi propio cuerpo, como el prestidigitador hace aparecer el huevo. Cuando pintas manzanas, ¿sientes que tus pechos y tus rodillas también se convierten en manzanas? ¿O piensas que estoy diciendo un disparate total? Yo no. Cuando escribo sobre patos, juro que soy un pato… Es más, el proceso entero de transformación en pato (¡algo que Lawrence tal vez quizá llamaría ‘consumación del pato o la manzana’!) me emociona tanto que me falta el aire de solo pensarlo. Después llega el momento en que se deviene más pato, más manzana de lo que cualquiera de estos objetos podría en toda su vida, y así se llega a crearlos de cero”.
“Sopa de ciruela” nos muestra, como leemos en este fragmento, a la mujer que despliega a partir de una manzana sus reflexiones sobre el proceso artístico, así como compara la lectura con la nutrición: “Todo el tiempo que pasé leyendo sentí que el libro me estaba alimentando”, dice Mansfield en una carta. Sopas –como la de ciruela que da nombre al libro y refiere a una típico plato alemán que comió el día que conoció a su marido y que aparece en su primera obra–, huevos revueltos, fritos, hervidos, escalfados o al curry, damascos con crema, scones con una cantidad generosa de manteca son algunos de los platos que describe Mansfield en sus cuadernos. Estas comidas, que a veces incluye a modo de receta, a veces en cartas y otras las usa en sus ficciones o críticas literarias, están entretejidas con sus experiencias de lectura y escritura.
Hambre de escritura
Podrían trazarse infinitas escenas gastronómicas en la historia de literatura, que vayan de la desmesura a la escasez y de la voracidad al hambre. Algunos momentos memorables ya empiezan con el controversial fruto prohibido del Jardín del Edén u otra manzana, la de la discordia entre Hera, Atenea y Afrodita que desencadena la guerra de Troya. Banquetes abundan, como el desfile de bandejas de plata cargadas de pescaditos fritos en el Decamerón de Boccaccio, para olvidar la peste negra que acecha a su alrededor. Los ruidos del estómago por el hambre son frecuentes en la literatura española, como los del lazarillo de Tormes, o en la literatura de la Revolución industrial (basta recordar al pobre Oliver Twist). Y la lista puede continuar. En la mayoría de estas escenas, la comida pone sobre la mesa los entramados sociales, económicos y políticos de la época en la que estos relatos fueron escritos, de modo que los banquetes o la ausencia de ellos puede provocar indigestión en sus lectores.
Mansfield ha escrito páginas y páginas sobre la comida, pero en su caso las experiencias culinarias están al servicio de su oficio como escritora. Incluso es frecuente encontrar metáforas alimentarias para referirse al acto de leer y escribir: “Un hambre casi desquiciada de trabajar me carcome. Es como si un gusano terrible e insidioso me royera y royera el corazón. Pienso que debería estar sola o morir, que es imperativo concebir y escribir un libro”. La escritura pareciera ser su alimento más necesario para poder vivir o sobrevivir.
Si bien enfermedad y comida también se cruzan –la ingesta de leche, naranja y manteca forma parte de su plan de alimentación que debe cumplir al pie de la letra para sobrellevar la tuberculosis–, esta edición prefiere mostrarnos a la Mansfield conmovida con una frutilla perfecta, “soñando milhojas voladoras” sobre las que después hablará en sus cuadernos. Es decir, elige retratar a la mujer viva y hambrienta de comida y, por supuesto, de escritura.
“Sopa de ciruela”
Katherine Mansfield
Buenos Aires
Eterna Cadencia
2022
459 páginas
Escribirlo todo
Los textos reunidos en esta edición, además, son una demostración de que fue una escritora voraz, porque llevaba sus cuadernos a todos lados y los llenaba de anotaciones sobre lo que veía en la calle, el café, el colectivo, el tren, por la ventana de su casa, así como escribía sobre sus sueños, sobre lo que leía y lo que podría escribir. Por ello, en sus hojas encontramos reflexiones sobre el ejercicio de escritura así como anotaba sus lecturas, lo que exhibe su mirada como crítica literaria. Al mismo tiempo, en esta edición accedemos a sus borradores y se dejan algunas tachaduras, que revelan su tarea de corrección obsesiva hasta conseguir la mejor versión posible tanto de sus textos ficcionales como de los más privados.
Pero no todo es comida. En sus cuadernos hay una enorme diversidad de temas: la enfermedad, aunque en menor medida; sus experiencias durante la Primera Guerra Mundial; las ciudades que recorre a lo largo de su corta pero intensa vida por Inglaterra, Francia, Italia y Suiza; las tertulias literarias en su casa o los encuentros con Oscar Wilde, Virginia Woolf, D. H. Lawrence, H. G. Wells, que nos permiten reconstruir la red de relaciones entre escritores y editores, sobre todo en la Londres de las primeras décadas del siglo XX. Por otro lado, esta edición rescata textos que hablan sobre la relación con su marido, sus amoríos con otros hombres e incluso con otras mujeres -si bien no da nombres propios, se dice que mantuvo relaciones extraconyugales con Ida Baker y la escritora Beatrice Hastings-, al tiempo que escribe un texto en el que reflexiona sobre la sexualidad libre. Muchos de estos últimos escritos se mantuvieron ocultos por un largo período a causa de la censura de su marido, lo cual ha provocado una imagen distorsionada de Mansfield durante décadas.
Las manos detrás de su escritura
“Tig, ¿hoy no hay té? Son las cinco en punto”, “¿Por qué no está listo el almuerzo?”, “En la casa no hay nada para comer además de huevos”, “¿Por qué estás cansada a la noche?”. Estos son algunos de los reclamos del marido de Katherine Mansfield, John Middleton Murry, que la escritora recupera en cartas destinada a él, a quien le hace saber a pocos meses de casarse que la cocina le quita tiempo para su escritura: “Cuando tengo que limpiar dos veces o lavar cosas innecesarias, desearía estar trabajando”. Y más adelante grita su respuesta que probablemente no pudo decirle en la cara: “Sí, odio odio ODIO hacer esas cosas que tú aceptas sin cuestionar, así como todos los hombres las aceptan de sus esposas sin cuestionar. Eso de jugar a la sirvienta me sale de muy poca gana”.
La autora, junto a su marido, John Middleton Murry, quien además fue escritor y el controversial editor de su obra póstuma.
La selección de González Capria tiene un objetivo político que consiste en “restituir a Mansfield de cuerpo entero”, en palabras de la investigadora, en tanto le permite volver a hablar por sí misma para dejar de ser hablada por su marido. Ello se debe a que Murry fue el editor de la obra tras la muerte de la autora por más de cincuenta años. Sus publicaciones despertaron polémicas tanto entre sus contemporáneos como en la actualidad. Los lectores de la primera mitad del siglo XX que conocieron a la autora viva detectaron que los textos póstumos no se acercaban en nada a la Mansfield biográfica, por lo que se sospechaba que su mano había intervenido en el cuerpo de la letra de su esposa.
Cuando fallece Murry, los estudiosos comprueban que efectivamente había manipulado sus textos. Primero, se descubre que procedían de una misma fuente manuscrita, que era una pila de papeles sueltos y cuadernos, y no de diarios íntimos, como él había dicho. Segundo, se pone en evidencia que había tachado frases de su correspondencia y había ocultado textos completos de temáticas escatológicas, amorosas y sexuales. Hasta le inventó un final feliz, al alterar el orden de los textos y terminar con imágenes risueñas que la autora no escribió en sus últimos días. Frente a estas profanaciones que hizo Murry sobre el cuerpo de su esposa tras su muerte, “Sopa de ciruela” busca mostrar a la Mansfield auténtica recuperando sus manuscritos originales y mostrando una faceta oculta de su obra.
Un texto propio para Katherine
El gesto de esta edición de seleccionar y traducir los textos de Mansfield sin la censura de su marido y de trazar un itinerario entramado por la comida contribuye a recuperar a la mujer escritora y deseante que suponemos que fue al leer sus manuscritos. Y la comida ayuda a humanizar a Katherine, la trae más cerca de la realidad, porque compartimos algo en común, podemos imaginar esos sabores o esa carencia, ese hambre de comidas y de letras. Y, por otro lado, porque le devuelve la posibilidad de hablar sobre el placer de comer, beber y escribir a una mujer cuya voz fue arrebatada.
Muchas mujeres en la historia de las letras han fingido hablar por su cuenta, han prestado su voz para ser habladas por los hombres, “sentadas en las rodillas del ventrílocuo”, como nos hace ver Griselda Gambaro en un ensayo de 1988. Hasta hace poco, la voz de Katherine, tras su temprana muerte, provenía del afuera, invadida por la sombra de su marido, quien decidió qué palabras podía poner en boca de su mujer y cuáles no. “Sopa de ciruela” le ha permitido a Mansfield saltar de las rodillas de su marido y editor para caminar por su cuenta, habitar “un cuarto propio”, siguiendo el reclamo de su contemporánea Virginia Woolf, y ofrecerle una nueva oportunidad a esta escritora tan prolífica -a pesar de morir a sus 34 años- para poder, por fin, escuchar su propia voz.
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