A 50 años de su muerte: Alejandra Pizarnik, la palabra sin su cuerpo
El 25 de septiembre de 1972, un domingo como hoy pero hace 50 años, Alejandra Pizarnik se suicidó, dejando escrito “No quiero ir nada más que hasta el fondo”. El desenlace fatal revela su voluntad por fusionar literatura y vida, hasta el límite de las posibilidades. En conmemoración por los 50 años de su muerte, destacamos una biografía de Cristina Piña y Patricia Venti y un encuentro que se celebrará en octubre en Mar del Plata.
Por Rocío Ibarlucía
La obra poética de Alejandra Pizarnik (1936-1972), figura clave de la poesía argentina del siglo XX, se mantiene viva a pesar de las cinco décadas que pasaron desde la muerte de la escritora. Traducida a múltiples idiomas, objeto de estudio de numerosas y crecientes investigaciones, leída por diversas generaciones, su poesía oscura y refinada como piedras preciosas continúa abriendo interrogantes, habilitando nuevas lecturas, sacudiendo convenciones poéticas y existenciales.
Si bien mucho se ha dicho sobre la poeta, su personalidad está rodeada por un aura enigmática. El misterio se debe a que circulan múltiples versiones configuradas por quienes la conocieron, muchas de ellas contradictorias: fue la poeta maldita argentina, fascinada con la muerte desde temprana edad y siempre al borde de situaciones límite, acosada por la locura, las adicciones y el suicidio; pero también una mujer llena de proyectos literarios, de una sociabilidad activa, de un deseo de pertenecer desde joven a los círculos literarios tanto de Buenos Aires como de París, en los cuales fue protagonista por su capacidad seductora para hablar y hacer reír. Lectora voraz de la tradición y de los poetas marginados por el canon; escritora de palabras puras, con un registro hiperculto; aunque, al mismo tiempo, de “textos de sombras”, con los que introduce temáticas sádicas y obscenas. Así aparece otra cara de Alejandra, que en vida ponía en práctica a través de un humor perverso y brutal. A esta lista se suma la imagen de la eterna adolescente rebelde, a contramarcha de las normas morales y sexuales de la sociedad burguesa, que a la vez convive con una Alejandra aniñada, quien solía tener actitudes infantiles por no poder adaptarse a las reglas del mundo adulto.
Hubo, entonces, muchas Alejandras. Como también fueron muchos sus nombres: Buma, Flora, Blímele, Sasha y Alejandra, con el que finalmente asume su vocación poética y firma sus obras. La multiplicidad de máscaras y las descomposiciones de su identidad muestran los ensayos de la poeta por construir un personaje, que fue elaborando y reelaborando a lo largo de su vida y su obra, como Alicia buscando -de forma desesperada- a su otro yo detrás del espejo. Pero, advierte su amiga -también poeta- Ivonne Bordelois, más que una impostura, estas actuaciones eran “una necesidad, un manotazo de ahogado”, por su desgarradora inadecuación para vivir en este mundo.
Alejandra Pizarnik. Biografía de un mito
Este año se reeditó un libro ineludible para ingresar en el universo de la poeta argentina: Alejandra Pizarnik, biografía de un mito, escrito por Cristina Piña y Patricia Venti (Lumen). La prestigiosa escritora, traductora y crítica literaria Cristina Piña -quien además tiene un estrecho lazo con Mar del Plata por haber sido titular de dos materias en la carrera de Letras de la UNMdP y distinguida como profesora emérita- es una referencia en los estudios especializados en la poesía de Pizarnik. Si bien ya había publicado una biografía en 1991 (Planeta), la construyó, según la propia autora, a partir de pocos materiales, que con el tiempo fue ampliando tanto que se vio obligada a reescribirla. Para entonces, faltaban textos fundamentales, como sus diarios, su correspondencia, cuadernos, borradores, dibujos y parte de su biblioteca. El conocimiento y la reunión de estos materiales dispersos o inéditos la llevaron a repensar la figura de Pizarnik y, por ende, a publicar esta nueva biografía en 2021 escrita en conjunto con la investigadora venezolana Patricia Venti.
El libro nos muestra nuevas construcciones sobre Alejandra Pizarnik, expuesta con sus complejidades y con nuevas anécdotas siempre transgresoras. Sin caer en idealizaciones de su vida, las autoras buscan desmontar las representaciones de Pizarnik que la vinculan solamente con el mito de la poeta maldita o el esnobismo. Basado en un vasto trabajo de investigación de sus diarios, cartas, recuerdos de quienes la conocieron y, por supuesto, de su obra poética, realizan un valioso aporte sobre la vida y el contexto social de la autora, pero también sobre su poesía, dado que podemos encontrar exquisitos análisis críticos de los libros publicados en vida de Pizarnik.
“Alejandra Pizarnik. Biografía de un mito”, editado por Lumen (2021).
“Haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo”
Uno de los motivos por los cuales Pizarnik ensayó una multiplicidad de rostros radica en, de acuerdo con Piña y Venti, su apropiación de la tradición del poeta maldito, como Baudelaire, Rimbaud, Lautréamont, y del surrealismo, en especial su voluntad de unir la poesía y la vida. Continuando el legado de los franceses a quienes leía con voracidad de escritora, se propuso que lo poético trascendiera los límites del papel para desbordarse hacia la vida misma. Y, a la inversa, de la vida a la poesía, “haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo”, como dibuja en este verso de “El deseo de la palabra”.
Esa tendencia a convertirlo todo en literatura la lleva a transformar su apariencia física, su vestimenta, su forma de hablar y hasta de caminar, según los testimonios de amigas de la infancia y adolescencia recuperados en Biografía de un mito. Postura encorvada, cuello de tortuga, pelo muy corto, cara lavada, ropa arrugada, en definitiva, una “chica rara” para la mirada de la época. Su voz también era peculiar: la tartamudez que padeció en la infancia se va a transformar en una personalísima dicción, como de extranjera. “Hablaba desde el otro lado del lenguaje”, describe Bordelois, lo cual generaba un efecto hipnótico en su audiencia. La pronunciación -entrecortada, seductora y alienante- era otra manifestación de su dominio perfecto del lenguaje, del valor que le daba a la sonoridad de cada palabra, como puede verse en los ritmos de su obra poética.
“Un rostro con rastros de paraíso perdido”
La biografía de Piña y Venti también recopila numerosos testimonios de sus amigos escritores . Muchos de ellos detallaron cómo han sido los primeros encuentros con la poeta argentina, en los cuales resaltan esa cualidad ambivalente de Pizarnik.
“Mi primera impresión cuando la vi fue la de estar frente a una adolescente entre angélica y estrafalaria”, dice su psicoanalista León Ostrov, con quien forjó una amistad que se prolongó a través de una prolífica correspondencia. Esa doble condición también es advertida por su amiga Bordelois, quien recuerda el impacto que le provocó conocerla: un “ser abrupto y violento, que parecía gozarse infelizmente en aturdir a la estudiante aplicada y pequeñoburguesa que era entonces yo. Sin embargo, una fascinación crecía irreprimiblemente dentro de mí”. Su apariencia física “no inspiraba confianza, era un ser amoral”, lanza la escritora mexicana Elena Garro, con quien compartía la pasión por el surrealismo. En todos los casos coinciden en señalar que ese horror les producía a la vez una profunda seducción.
Olga Orozco, amiga hasta sus últimos días y madre literaria -como dice Piña-, también retrata el vaivén emocional de Alejandra: “en una reunión trataba de ser el centro, brillante, conversadora, alegre, pero cuando se quedaba con las personas con las que tenía mucha confianza, se desmoronaba”. La potencia rebelde e histriónica contrasta con los pedidos de certificados imaginarios que Orozco cuenta que le hacía cuando se sentía muy mal. Esa ternura infantil a la vez evidencia su imposibilidad de estar en el mundo y el pedido de ayuda desesperada a sus amistades para sobrevivir.
Basta recordar el retrato de su amigo de los últimos años, el escritor Fernando Noy, quien logra condensar poéticamente esas diversas máscaras de Pizarnik: “un colibrí que se había vuelto leopardo, un leopardo con corazón de mariposa santa. Era sagrada, era santa. Brava era, muy brava. Era de una bondad infernal, tan grande que daba espanto”.
La escritora , en 1965, en la casa de sus padres en Buenos Aires tras una larga estancia en París. Foto de Sara Facio.
“No puedo hablar con mi voz sino con mis voces”
Esta multiplicidad de voces e identidades que circulan en su vida es un motivo que atraviesa su poesía. Porque, como los surrealistas, la ruptura de las convenciones se dio simultáneamente en la vida y en el lenguaje, que para ella eran la misma cosa. Ya en sus primeros libros, La tierra más lejana, La última inocencia y Las aventuras perdidas, es posible reconocer la división de la subjetividad y su exilio de la realidad. En efecto, un tema persistente que nace en sus primeros textos y que se vincula con esta actitud en pose permanente, buscando otra identidad, es la extranjería.
En los análisis de cada poemario que realizan Piña y Venti, observan una extranjería respecto de su origen (recordemos que Pizarnik es hija de inmigrantes ucranianos y que varios familiares murieron en campos de concentración nazis, por lo que los desplazamientos del pueblo judío y la búsqueda de patria es un tema que aparece en ciertos textos y una preocupación en su hogar infantil); extranjería de la propia lengua (entre el español y el francés, entre la tartamudez y la dicción de extranjera); de su propio nombre (en ese continuo desnombrarse y renombrarse hasta elegir Alejandra, aunque sea “solo un nombre”) y del mundo en general (un constante desamparo por la imposibilidad de estar en el mundo).
La desgarradora experiencia de ser extranjera de sí misma continúa en Árbol de Diana (1962) con brevísimos pero espesos versos como “explicar con palabras de este mundo / que partió de mí un barco llevándome”. El lenguaje, antes concebido como salvación, en Los trabajos y las noches (1965) también es muerte; por eso, la poesía es la única morada para este yo que naufraga. La presencia inquietante y siniestra de la muerte se acentúa en Extracción de la piedra de la locura (1968). De la condensación poética lograda en sus dos libros anteriores pasa al poema en prosa, cuya extensión le permite desplegar las presencias que emergen en la noche: “toda la noche escucho la voz de la muerte que me llama”. La otra que habla desde la tumba aterroriza a la que escribe, “escucho mis voces, los coros de los muertos”, y la palabra, desgarrada, se vuelve cada vez más lejana del mundo y del yo.
Tras este libro de tumbas, ruinas y huesos, solo puede llegar El infierno musical (1971), su última obra publicada en vida, en la cual erotismo y muerte se unen en un lazo letal: “el ritmo de los cuerpos ocultaba el vuelo de los cuervos”. En sus versos, hay una conciencia terrible de que la fusión de la poesía con la vida ya no es posible, dado que el lenguaje, lejos de ser su refugio, está “roto a paladas”. Este libro desolador es, indudablemente, una anticipación del desenlace fatal.
“Deshabitando el palacio del lenguaje”
Esa enorme productividad poética nace de su lectura insaciable de la tradición literaria. Su biblioteca es una demostración de su avidez lectora.
De hecho, hasta el 30 de abril de 2023 puede visitarse la muestra “Alejandra Pizarnik. Entre la palabra y la imagen” en la Biblioteca Nacional (CABA), en la cual es posible ver cómo marcaba su enorme colección de libros para luego transcribir citas de lo más dispares que serán material para su poesía. Su manera de componer, entonces, no era a partir del arrebato, en estado de trance o inconsciencia. Por el contrario, era producto de un trabajo cuidadoso con la palabra propia y, sobre todo, ajena. Porque componía a partir del montaje de textos de la tradición continuado de una tarea de corrección obsesiva, de depuración de cada línea, cada palabra.
El departamento de Montevideo 980 donde fue encontrada muerta aquel 25 de septiembre de 1972, cuando tenía apenas 36 años, estaba poblado de textos dispersos, que muestran su ejercicio de escritura constante hasta sus últimos días, de búsqueda implacable de la palabra, que al final se volvió tan lejana que solo hubo lugar para el silencio.
“Primavera Pizarnik” en Mar del Plata
La poesía de Alejandra Pizarnik también sigue respirando en Mar del Plata. El sábado 8 de octubre a las 11 en Cuatro Elementos (Alberti 2746) comienza un Ciclo de Estaciones Poéticas, bajo la dirección y realización audiovisual de Marina Martín. Entre la literatura, el teatro y la música, se hará un encuentro para cada estación del año que girará en torno de un o una poeta en particular.
En esta primavera, el ciclo celebra a Alejandra Pizarnik a través de un recorrido por su obra. El evento, poético y teatral, contará con interpretaciones de Rosie Álvarez y José Luis Britos, música en vivo de Federico Tarquini e ilustración de Carolina Bergese.
Al mismo tiempo, las estaciones poéticas buscan abrir un espacio para escritores de la ciudad que deseen compartir la lectura de sus poemas. En esta oportunidad, leerán Chiara Abiuso, Nain Bovone, Marisel Calvo, Marta Ferreyra, Paola Li Volti, Candelaria Pérez Berizadi y Tomy Ponce de León. Para acompañar las lecturas, habrá barra de filtrado de café de Oso Blanco. Más información en el Instagram @estacionespoeticas