A 25 años de su muerte, los crímenes de Pablo Escobar siguen conmoviendo al mundo
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por Alberto Galeano
En la historia criminal contemporánea de Colombia hay un antes y un después de Pablo Escobar Gaviria, el célebre nacrotraficante abatido por la policía hace casi 25 años, el 2 de diciembre de 1993, que fue temible por la ferocidad de sus asesinatos y atentados y, a la vez, amado por muchos pobres, para los que era un benefactor.
La muerte de Escobar, cuya vida fue llevada al cine y a la televisión, fue un hecho trascendental no solo para Colombia sino para el mundo entero, que conocía su vida criminal y se horrorizaba con los atentados demoledores que ordenaba.
“El Patrón”, como lo llamaban sus seguidores, puso en marcha una red de elaboración y tráfico de cocaína hacia Estados Unidos, que cubría toda la cadena del negocio: se abastecía de la materia prima en Bolivia y Perú, la elaboraba en Colombia y la ponía en territorio estadounidense.
Nacido el primero de diciembre de 1949 en Rionegro, cerca de Medellín, inició su carrera delictiva como contrabandista en la década del sesenta, y veinte años después ingresó en el mundo del narcotráfico.
Entonces, vertiginosamente, se convirtió en el hombre más poderoso de Colombia, y también en el más audaz.
Esa audacia lo llevó a incorporarse al Partido Liberal y ocupar una banca en la Cámara de Representantes de Colombia, como una forma de ocultar sus actos delictivos. Ese fue el paso que marcó la cumbre de su poder, pero también el principio del fin.
El primero en hacerle frente a Escobar, que usaba un lenguaje antiimperialista para hablar ante los legisladores, fue el entonces ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla.
“La guerra contra las drogas se inició la noche del 30 de abril de 1984 cuando sicarios contratados por mi padre asesinaron en Bogotá al ministro Lara”, dice Juan Pablo Escobar, hijo de “El Patrón” en su libro “Pablo Escobar, In fraganti”.
Recuerda, también, que en respuesta a semejante desafío el entonces presidente Belisario Betancur “ordenó perseguir a los capos de los carteles de Cali y de Medellín, y anunció la aplicación inmediata de la extradición a Estados Unidos”.
Después de esto Escobar iniciaría una ola de atentados que espantarían a Colombia, como las bombas que destruyeron la sede del servicio de inteligencia y del edificio del diario El Espectador, de Bogotá, cuyo director Guillermo Cano había sido asesinado por sicarios.
“Al día siguiente salió el diario con un titular elocuente: ‘El Espectador sobrevivió y está más fuerte que nunca'”, dijo por teléfono a Télam Nelson Padilla, editor de ese matutino fundado hace 132 años.
“Yo, en aquellos días, trabajaba en la agencia colombiana de noticias y Colombia era el país más violento del mundo, comparable a El Líbano. Pablo Escobar ponía bombas en los mercados y en el cine”, afirmó el periodista.
Cuando se le preguntó por la situación actual del país, Padilla, que trabaja en El Espectador desde 1989, afirmó: “Es totalmente distinto, aunque seguimos conviviendo en la guerra contra el narcotráfico”.
“Por supuesto, el clima ha mejorado luego del acuerdo (firmado el 26 de septiembre de 2016) con una de las guerrillas (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia)”, agregó.
De acuerdo a Jhon Jairo Velásquez, alías “Popeye”, uno pistoleros más legendarios de Escobar, “El Patrón” fue responsable de al menos 6.000 asesinatos.
Se le atribuye también el atentado contra un avión de Avianca, en el que viajaban 110 personas, ocurrido el 27 de noviembre de 1989, para asesinar al candidato presidencial, César Gaviria (después fue mandatario entre 1990 y 1994), quien finalmente no abordó esa aeronave.
El 2 de diciembre de 1993, Escobar fue ubicado por la policía en una casa de Medellín, al noroeste de Bogotá, tras interferir una comunicación telefónica cuando hablaba con su hijo.
Así culminaba una operativo de 17 meses, llamado “Bloque de búsqueda”, en el que participaron unos 5000 hombres.
Cuando huía por los techos de una casa, Escobar fue abatido por el ex jefe de Inteligencia Hugo Aguillar, según la versión oficial.
El capo del Cartel de Medellín recibió un balazo en la espalda, que le atravesó el corazón, y fue rematado de un disparo en la cabeza. Tenía 44 años y una historia repleta de sangre.
Para unos era un demonio, para otros, los pobres para los que construyó barrios enteros, un santo, una especie de Robin Hood.
Télam.
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