El lunes 6, artistas locales reclamaron durante la ceremonia de la entrega de los premios Estrellas de Mar contra la gestión de la secretaria Silvana Rojas, al frente de Cultura municipal. Lo hicieron con diferentes carteles en los que se leía: “No al vaciamiento cultural”.
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El martes 7, cientos de mujeres en diferentes puntos del país reclamaron por la soberanía sobre el cuerpo, con la realización de un tetazo. Sin corpiño en el Obelisco, en Córdoba, en Mar del Plata buscaron “visibilizar la construcción violenta que se hace sobre el cuerpo de la mujer”. Expresaron que dicha “movida sirve para visibilizar la opresión de los cuerpos”, o para “visibilizar los cuerpos que no entran en estereotipo.”
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Visibilización y vaciamiento fueron las palabras de la semana.
Sin intención de uniformarlos, porque son dos asuntos distintos, nadie podría afirmar que los medios nacionales y locales, como así también las redes sociales profesionalizadas (esas que son manejadas por los community manager, y no “por sus propios dueños”) les dieron la espalda a las mencionadas protestas. Ambas alcanzaron la visibilidad deseada. Es más, cuatro o cinco días después la prensa continuaba generando contenido audiovisual y periodístico sobre ambos temas: declaraciones, fotogalerías, artículos de opinión, retrospectivas, comparaciones.
Desde la óptica de la repercusión, entonces, se logró el objetivo: se supo llamar la atención de la agenda pública aunque, como pasa siempre, la vida útil de los temas no alcanzará a la semana.
Pero sucede que hay un doble estándar en relación a la visibilización. Si movemos el eje de la cuestión, la cantidad es un dato irrelevante en un sistema (como el de medios) en donde hay de todo en desmesura. Para lograr diferenciarse, y así alcanzar la ansiada publicidad, hay entonces que poner el foco en la forma, en una narración que sea, fundamentalmente, diferente para no pasar desapercibido en esa maraña de sucesos continuos.
Es la tentación irrefrenable de ciertos políticos: la visibilización obsesiva de su propia figura que termina convirtiéndose en la muerte de un mensaje específico. La febril difusión de actividades, opiniones, acciones, pensamientos, información valiosa y de color en el mismo plano de importancia, y otros vicios de la relación narcótica con los medios, implican que se diga mucho, pero no se cuente nada.
En la cobertura de los casos de los que hablamos, las ideas que hay detrás de cada una de las manifestaciones quedaron en segundo plano. Sin duda, las hay muy potentes y necesarias para el debate, pero nadie las supo consignar, en la observancia del esplendor de la forma, para seducir a las redacciones.
En la encerrona de llamar la atención, las repercusiones fueron que si está bien o está mal, que si el Obelisco era demasiado fálico para el tetazo, que si la protesta de artistas fue “guaranga” e “incivil”, que si renuncia, que si no renuncia, que si contesta, que si la apoya el Intendente. Pero nadie explicó por qué el teatro independiente en Mar del Plata presenta espectáculos de gran nivel a la gorra, por ejemplo. O indagó en el siempre tenso vínculo entre Estado y libertades públicas.
En ocasiones, la lógica de la visibilización es también la del vaciamiento: en general hablar mucho es no decir tanto. Decía Yupanqui, “apenas mi voz levanto, para cantar despacito. Que el que se larga a los gritos, no escucha su propio canto.”
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