CERRAR

La Capital - Logo

× El País El Mundo La Zona Cultura Tecnología Gastronomía Salud Interés General La Ciudad Deportes Arte y Espectáculos Policiales Cartelera Fotos de Familia Clasificados Fúnebres
Cultura 12 de febrero de 2017

¡Lean, por favor, lean!

por Jorge Dietsch

¡No nos hagan seguir tan solos!

Primero el comandante, Fidel, anunciando con su muerte lo que se venía para ese fin del año 2016. Después fue como un efecto dominó: el querido Subiela, el admirado John Berger, el carismático Horacio Guarany, nuestro Ricardo Piglia, el que vio la modernidad líquida, Zigmunt Bauman. Todos en alrededor de un mes. No sé si habrán pensado en nosotros, en que nos quedábamos más solos, en que los necesitábamos.

En un momento muy lindo del libro “La loca de la casa”, mezcla de ensayo, ficción y autobiografía, Rosa Montero cuenta que en una oportunidad asistió a una mesa redonda en la cual, la escritora argentina Graciela Cabal comentó que para ella, los lectores vivían más que las demás personas. Decía Cabal que su propio padre, cuando el médico decía que de esa noche no pasaría, el padre respondía “de ninguna manera”, que debía terminar antes “El otoño del patriarca”, y cuando se iba el médico pedía un libro más gordo. Y vivió mucho tiempo así. Parece ser que cuando llega la muerte y lo encuentra a uno leyendo, mira de reojo qué estamos leyendo, se distrae y sigue su camino.

A propósito de esto último, a muchos nos pasa lo siguiente: cuando vemos a alguien con un libro en el colectivo, en el café, en el subte, en la plaza o en cualquier otro lado, tratamos de ver qué es lo que está leyendo. Y nos inquieta no poder verlo. Y si no podemos ver qué es lo que está leyendo es porque la contrapartida –que nosotros también hacemos cuando los que estamos leyendo somos nosotros—es ocultar lo que leemos. Cuando dejamos el libro sobre la mesa, lo ponemos con la tapa hacia abajo, con la intención de que nadie se entere del libro que tenemos en mano. ¿Por qué hacemos esto? Quién sabe, parece algo instintivo, pero es muy posible que lo hagamos porque nuestra lectura revela algo de nuestra alma, algo muy íntimo que, por pudor, no queremos exponer.

¿Qué pasó con estos amigos de tantos años, que nos ayudaron a comprender un poco más del mundo, a mirar con ojos más claros, a ver algo donde antes uno hubiera pasado sin ver nada? ¿Habrían dejado de leer?

El maestro Sábato, casi ciego en los últimos años, estaba a punto de cumplir los cien. El otro maestro, Borges, si mal no recuerdo tenía ochenta y seis, que no es poco, y también había perdido la vista muchos años antes. ¿Cómo entonces, sin leer, habían vivido tantos años? Y algo me dice que sí leían. Que si no lo hacían con los ojos del cuerpo, repasaban con los ojos del alma los libros que habían leído. (Y en el caso de Borges, aprovechaba cualquier visita para hacerle leer algo que quisiera recordar).

Por todo esto es la recomendación del principio. Lean, por favor, que así la vida se hará más larga. Y sobre todo más rica. Si uno lee, me dijo una vez un amigo, puede vivir en una vida, la nuestra, muchas vidas. Y algo que, si bien parece ya un lugar común, no por eso es menos cierto: con un libro, nunca estarás solo.