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Opinión 10 de febrero de 2017

Vicios ocultos

por Miguel Angel Rouco

La alta tasa de inflación y el mantenimiento de las causas que la generan está complicando no sólo al bolsillo de la población sino también al Estado y a las empresas.

Llega un punto en el cual el desborde inflacionario si no se lo corrige a tiempo, termina horadando el capital existente y en el largo plazo, la confianza de los agentes económicos.

Ya van para casi diez años de inflación constante que no bajó del 25 por ciento anual, una cifra que en muchos casos hubo que medirla en dólares, debido al retraso cambiario.

El oficialismo cayó en el mismo vicio y la misma tentación que el régimen kirchnerista: ancló el dólar para limitar la inflación y ahora pretende ocultarlo.

En otras palabras, dejó atrasar el tipo de cambio para evitar una inflación mayor y que una eventual devaluación no retroalimente el proceso de suba de precios.

Una simple ilusión o ficción económica porque tarde o temprano los precios se terminan acomodando y el tipo de cambio es un precio más de la economía.

Pero más allá de esta digresión, el gobierno no logra ponerle límite a la inflación y ensaya correcciones sobre los efectos del proceso.

La Casa Rosada lanza controles de precios, canastas, planes de financiación, estímulos al consumo, pero todos esos remedios no son más que placebos que intentan mitigar los efectos secundarios del tumor inflacionario.

En la Argentina, hoy, la inflación requiere de cirugía mayor que remueva el factor primario y que no es otro que un gasto público monumental que se destruye la moneda, el crédito y más tarde y fatalmente, a la economía en su conjunto.

El gasto público llevó a hacer funcionar la máquina de imprimir billetes las 24 horas. Como eso no alcanzó, el gobierno se endeuda y obliga al BCRA a volcar más pesos al mercado para comprar los dólares que ingresan.

Además el blanqueo trae más divisas que deben ser compradas con más pesos “fabricados” por el Estado.

Al mismo tiempo que hay más oferta de pesos inundando la economía sin una demanda genuina, todo ese excedente se vuelca al mercado aumentando la cantidad de dinero para la misma cantidad de bienes, lo que provoca inevitablemente un aumento de precios.

La inflación desató una inundación de dinero en el mercado, al punto tal que ni el Banco Central ni los bancos tienen lugar físico para atesorar los millones de billetes que están en circulación.

El anclaje del tipo de cambio para detener la inercia inflacionaria resultó estéril. Para colmo, la administración Macri alimenta el ciclo dando facilidades financieras para pagar las deudas por tarjeta, sin medir que ya las familias le deben al sistema casi 15.000 millones de dólares por esta bomba que alimenta el consumo.

Los últimos aumentos de tarifas aceleran el proceso y van a llevar la tasa de inflación a más de 5 por ciento en el primer trimestre, según cálculos privados.

Este proceso frena toda posibilidad de reactivación económica por más estímulos que se agreguen y frena también las decisiones de inversión.

Muchas corporaciones multinacionales y fondos de inversión tienen vedado hacer inversiones en empresas o países que no tengan grado de calificación “investment grade” o el escalón inferior.

Las agencias calificadoras de riesgo crediticio mantienen a la Argentina como economía de frontera. Esto implica que a pesar de la salida del default, la administración Macri no logró siquiera pasar a ser una economía calificada como “emergente” y eso se debe a que mantiene un abultado déficit fiscal e importantes desequilibrios macroeconómicos, como la inflación y un considerable retraso del tipo de cambio.

Este último punto es clave. Para mostrar la magnitud del problema, un simple cálculo. En la actualidad, el tipo de cambio de 16 pesos es similar al que había en septiembre de 2014. Si a ese valor se lo ajuste por la evolución de la inflación de 2015 (25 por ciento) y se le añade la de 2016 (40 por ciento), el tipo de cambio a precios constantes debiera ser 28 pesos por cada dólar. En algún momento, habrá que corregir este desvío.

DyN.